Y uno se podría preguntar, qué cosas son las de las mujeres y
qué cosas las de los hombres que hacen que ambas sean tan difíciles de
compartir, y sí, me lo pregunté. Esto que ahora escribo en palabras es como una
vista hacia atrás de momentos de pareja que compartí con el sexo opuesto, justamente, tomado como opuesto. Y en
este opuesto es en donde encuentro la creencia de batalla con lo que es
diferente. El tema sería, por qué se cae en esa idea, si en lo más profundo
encuentro la necesidad de armonía entre esos supuestos opuestos, y con certeza
no soy la única que así lo ansía, sin embargo lo cotidiano me muestra que aun
estamos en medio de un pantano de disputas de derechos de hombre y mujer, a tal
punto, que cuando escribo la palabra hombre o la palabra mujer viene un
pensamiento que dice, cual va primero, y
con esto no le pongo peso a ninguna de las partes, sí más bien, me permito
recapitular las ideas absurdas que fueron dando forma a esta batalla de los
sexos, si, la batalla de los sexos sin sesos.
Pasó un tiempo antes de que retomé el escribir, y una gran parte
de este espacio tomado, lo marcó la necesidad de observarme cada vez con mayor
atención en las interpretaciones. Y en este caso, retomo en el momento que hice
la pausa de escribir, que fue en la semana en donde se dio El Seminario de la
Mujer Consciente. Desde ahí hasta este momento que retomé, el enfoque de la
manera de observar cambió rotundamente, y sé que queda más aun por reveer. En
el seminario, que está dirigido principalmente a la mujer, y su consciencia
como tal, pude experimentar la falta de contacto que por lo menos en mi desarrollo tuve con lo que sería la forma
consciente de la mujer, y con esto a donde me dirijo es a revisar concretamente
qué es ser mujer para mí.
En el seminario tocaron, entre otros, temas profundos que
apuntan a desnudar los prejuicios que se relacionan con el parto natural, la
crianza de los hijos, el papel de la mujer en la familia, el retomar esa
sabiduría, volver al hogar principalmente. Estos temas, por más que uno podría
decir que los conoce, lo que es importante realmente desde donde lo
transmitieron, es si uno lo ejerce, sin embargo para esto lo primero sería
reconocer lo que nos colocó como mujeres en un lugar no propio. Y para esto, lo
primero que encontré oportuno es remontarme a las creencias que dieron forma a
la mujer que soy y sacarles las caretas, y el tema que más me compete en esta
etapa de mi vida es des-caretar, es el que hace a la convivencia entre hombre y
mujer como pareja, en sí a la consciencia de saberse uno responsable de las
acciones a la hora de compartir esta etapa.
Tengo 36 años de edad, y mis relaciones de pareja con hombres,
podría decirse que fueron un verdadero tsunami
emocional, y esto, que ahora me da risa
al verlo como una etapa de inmadurez hacia la madurez, generó en su momento
situaciones desagradables a la hora de querer vivir una pareja, y más allá de
quien sea el que podría nombrar como
pareja. Lo que traigo, es que es, lo que en ese momento generó esa atracción
tan desmedida y que luego colapsó en un charco seco de insatisfacciones, la
conquista del desierto por decir así.
En mi vida me atrajeron en tiempo pasado, desafíos inconscientes
de parejas que hacen tortuosa una relación, el sometedor, el tirano, el
mujeriego, el machista, el egoísta, el cómodo, el vicioso, el maquiavélico, en
sí, el modelo resultante de la rebeldía de una guerra marcada por idealismos de
derechos que muestran la necesidad de desenmascarar y cambiar al sexo opuesto,
cuando en realidad, lo que desenmascara es la necesidad de ganar una batalla
con armas similares, aunque con harapos de otro color, es decir, la sumisa, la víctima, la
fidelidad, la que todo comprende y acepta, la que todo da, la que todo hace, la
que todo permite, y luego, cuando eso dio el fruto podrido, uno salta con el
cumulo de lo que uno no es ni tolera, el tsunami
emocional. Y más aun, se regocija desde
ese personaje con sus pares cuando cuenta que tuvo el valor de volcar esa lava
reprimida a quien llama en ese momento, zángano. Entonces, frente a esto, veo el vacío de
historias que en sí conducen al mismo lugar, la desdicha del romance, la
pérdida del contacto amoroso, la insatisfacción sexual, la ausencia de cariño,
la inmadurez emocional tanto de la mujer, como del hombre. La caída del Edén. Y
la historia se repite, una y otra vez. Y el virus de la guerra de opuestos por
el género se propaga, y uno se justifica con que es normal que se esté solo ya
que las parejas están ahora en situaciones críticas. Sin embargo lo crítico, es
no poder compartir las diferencias y lo armónico sería el compartirlas, de lo
contrario existiría un solo género humano.
Entonces , me pregunto si es posible este compartir, más aun,
me cuestiono que es lo que genera el cortocircuito de los géneros, quién
quiere mandar a quien, quien no se deja
mandar y manda, quién dice ser sometido y se somete, quien hace más por menos o
menos por mas, la mujer o el hombre?
Lo que siento, es que esto ya, por decirlo así, aburrió. Carece
de importancia quien tiene más cargas, eso le compete a las creencias, quienes
necesitan madurar para compartir es lo que nos compete a ambos.
Y me pregunto qué es lo que hay que madurar, la observación en
las creencias es un enfoque que rescato necesario, lo que en cierta manera se
postulo como el modelo ideal de pareja, sinónimo de prejuicios, sinónimo de
sometimiento, sinónimo de insatisfacción, sinónimo de tiranía, sinónimo de rebeldía,
sinónimos más sinónimos tras sinónimos de lo que en si completa lo incompleto
de las relaciones. Y es aquí donde la frase colectiva, así son los hombres o
mujeres, carece de valor, ya que a medida que recorro las actitudes que fueron
dando forma a las ilusiones de romances,
comprendo que parte de la historia es
necesario madurar.
Como mujer, se de haberme sometido a las deidades de los
personajes con quien compartí momentos de mi vida en pareja. Y esas deidades no
fueron más que espejos desafiándome a cambiar una visión limitada de compartir.
Una visión limitada de la mujer.
Las máscaras se caen, una tras otra, la falta de valor promueve
lo posesivo que teme perder lo que poseyó dejándose poseer, es la pieza que
mueve el juego de quien se somete para
en algún momento dar el paso y cazar la presa para someterla y quienes caen en
este tablero, juegan el mismo juego desde hace tiempo para complacer lo que
manipula el poder entre ambos. Yo tengo el poder, aunque, mal interpretado. El C.C.E.S comando controlador establecido por el sistema, es muy sutil al momento de entrar en el juego, los extremos vividos
al estar en pareja, se ven inexplicables.
La máxima libertad versus el máximo control, la máxima
aceptación versus la rebelión de los géneros, la adoración a la mujer versus el aburrimiento del hombre, la conquista al hombre versus la histeria
diagnosticada por Freud. Entonces, a estas alturas me cuestiono que es lo que
sucede cuando uno entra a relacionarse a nivel afectivo con un ser de un género
distinto, qué sucede que luego de esa bella sensación de expansión y libertad
que uno experimenta al conocer a alguien que le despierta atracción, las emociones se contraen en los recuerdos y
llevan tanto al hombre como a la mujer a situaciones de inmadurez al momento de
compartir, y uno diría a simple vista,
es que falta amor, y con
honestidad siento que va más allá de esto.
A lo que voy, es que aun, la gran mayoría, somos incapaces de
compartir sin entrar en juegos demandantes. Aun, somos incapaces de ser
individuos que comparten la belleza de la vida sin echar encima de otro el
vagón de responsabilidades de lo que nos corresponde reconocer, lo que nos
falta lo que nos sobra. Lo que embriagó con cosquillas nuestra idea y pintó la
ilusión de una relación con acuarelas de creencias de todos los colores,
aunque, similares en la textura que se deshace con las gotas que derraman
nuestros ojos con cada emoción que va liberando lo iluso de la forma creída.
Aquí, la razón se ve superada al momento de querer comprender
que es lo que uno debe hacer o dejar de hacer. Y precisamente, no sé si se
trata de esto. Más bien veo una relación como la respiración, así como fluye la respiración, podría fluir
el compartir, así como el oxígeno nos renueva, así se ve maravilloso renovar el
compartir, entonces me pregunto, en qué momento uno deja de respirar, en qué
momento uno necesita el oxigeno de otra persona para poder vivir, en qué
momento el hombre y la mujer, dejaron de reconocerse como tal y permitieron el
sometimiento de los géneros a las creencias, en qué momento la sexualidad dejó
de formar parte del encuentro con sentido y se transformó en una vacía
insatisfacción que ya no encuentra morbo de donde agarrarse para intentar sobrevivir
a esta decepción.
Entonces, es aquí donde el seminario metió el dedo en la llaga,
lo que se aceptó como mujer y se sostuvo como hombre, y es aquí donde conmemoro
el haber podido pertenecer a un modelo de familia tradicional, que me dio la
posibilidad de ver el tirano y la víctima que tomaron el papel de padre y
madre, y los hijos que fueron jueces en
donde de tanto juzgar se condenaron inconscientemente a vivir experiencia similares, hasta, que el
martillo de las creencias se quebró, y el vacío generado por esos instantes en
donde uno deja de respirar, dejó que esa pesadez se funda en la consciencia y
así pueda uno volver a elegir. Y aquí estoy parada ahora, no en la dulce espera
ya que sería amargo el resultado, sino más bien dispuesta a compartir momentos
con el sentido de mantener la conciencia despierta en cada relación, y porque
en cada relación, porque el ser mujer no atañe solamente a serlo en pareja con
un hombre, más bien, atañe a vivirlo momento a momento, a sentirlo presente en
cada actitud, a compartirlo más allá del género, a descubrirlo más allá de los
prejuicios, a reconocerlo como el avatar del tesoro femenino dispuesta en esta
tierra para crear espacios armónicos y contenerlo con la dulzura y la firmeza
de la misma tierra que nos sostiene. Y lo primero que cae en la cuenta de re- aprender es el compartir entre mujeres, y desde esta integridad sin rivalidad,
el compartir el sentido con el hombre, ya dejaría de ser por una falta de, más
bien se generaría en ambos desde una sumatoria de, que llevado con sentido,
manifestaría la alquimia perfecta del encuentro. Ya que tanto la Mujer como el
Hombre seguramente estamos en esta tierra para generar provecho no guerra ni
desdicha. Entonces lo que pasó hasta ahora podría ser una figura dibujada a
merced de lo que se alimenta de esta separación, lo que promueve la idea de la
división de uno, la creencia de la media naranja faltante.
Entonces me pregunto cuál es el fruto de relaciones íntegras, y
podría ser una posibilidad, la unidad en el sentido de compartir y la
individualidad en el sentido de la
maduración. Ninguna fruta madura partida
a la mitad aunque pertenezca al mismo árbol. De la misma manera se podría
decir, que ningún ser madura íntegramente si vive a medias su vida con las
esperanza de que otro complete lo que él no se atreve a madurar.
Con este aroma maduro, que va más allá de lo duro de escuchar,
concluye la semana, dejándome renovada al saberme mujer para serlo,
reconociendo cada semana, más que por el número del día que acompaña al mes del
año, por la posibilidad con sentido de trascendencia que cada día da si se lo
conoce, y aquí, en este Valle, se reconoce el sentido de cada día, y se integra
el vivir a este sentido para aprovecharlo y trascenderlo permitiendo a la
consciencia que se pose y eche raíces en la profundidad donde el peso de las creencias
cayó y así liberarlas. De eso se trata la vivencia, de reconocerla, liberarla,
transformarla y continuar la vida que se conquista en la experiencia. Aquí es
donde estoy y aquí es donde voy…
Imagen: Fotografía de Andrea Fabiana Marqués