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5.19.2012

COSAS DE MUJERES CON COSAS DE HOMBRES



Y uno se podría preguntar, qué cosas son las de las mujeres y qué cosas las de los hombres que hacen que ambas sean tan difíciles de compartir, y sí, me lo pregunté. Esto que ahora escribo en palabras es como una vista hacia atrás de momentos de pareja que compartí con el sexo opuesto, justamente, tomado como opuesto. Y en este opuesto es en donde encuentro la creencia de batalla con lo que es diferente. El tema sería, por qué se cae en esa idea, si en lo más profundo encuentro la necesidad de armonía entre esos supuestos opuestos, y con certeza no soy la única que así lo ansía, sin embargo lo cotidiano me muestra que aun estamos en medio de un pantano de disputas de derechos de hombre y mujer, a tal punto, que cuando escribo la palabra hombre o la palabra mujer viene un pensamiento que dice, cual va primero,  y con esto no le pongo peso a ninguna de las partes, sí más bien, me permito recapitular las ideas absurdas que fueron dando forma a esta batalla de los sexos, si, la batalla de los sexos sin sesos.

Pasó un tiempo antes de que retomé el escribir, y una gran parte de este espacio tomado, lo marcó la necesidad de observarme cada vez con mayor atención en las interpretaciones. Y en este caso, retomo en el momento que hice la pausa de escribir, que fue en la semana en donde se dio El Seminario de la Mujer Consciente. Desde ahí hasta este momento que retomé, el enfoque de la manera de observar cambió rotundamente, y sé que queda más aun por reveer. En el seminario, que está dirigido principalmente a la mujer, y su consciencia como tal, pude experimentar la falta de contacto que por lo menos en  mi desarrollo tuve con lo que sería la forma consciente de la mujer, y con esto a donde me dirijo es a revisar concretamente qué es ser mujer para mí.

En el seminario tocaron, entre otros, temas profundos que apuntan a desnudar los prejuicios que se relacionan con el parto natural, la crianza de los hijos, el papel de la mujer en la familia, el retomar esa sabiduría, volver al hogar principalmente. Estos temas, por más que uno podría decir que los conoce, lo que es importante realmente desde donde lo transmitieron, es si uno lo ejerce, sin embargo para esto lo primero sería reconocer lo que nos colocó como mujeres en un lugar no propio. Y para esto, lo primero que encontré oportuno es remontarme a las creencias que dieron forma a la mujer que soy y sacarles las caretas, y el tema que más me compete en esta etapa de mi vida es des-caretar, es el que hace a la convivencia entre hombre y mujer como pareja, en sí a la consciencia de saberse uno responsable de las acciones a la hora de compartir esta etapa.

Tengo 36 años de edad, y mis relaciones de pareja con hombres, podría decirse que fueron un verdadero tsunami emocional,  y esto, que ahora me da risa al verlo como una etapa de inmadurez hacia la madurez, generó en su momento situaciones desagradables a la hora de querer vivir una pareja, y más allá de quien sea el que podría nombrar como pareja. Lo que traigo, es que es, lo que en ese momento generó esa atracción tan desmedida y que luego colapsó en un charco seco de insatisfacciones, la conquista del desierto por decir así.

En mi vida me atrajeron en tiempo pasado, desafíos inconscientes de parejas que hacen tortuosa una relación, el sometedor, el tirano, el mujeriego, el machista, el egoísta, el cómodo, el vicioso, el maquiavélico, en sí, el modelo resultante de la rebeldía de una guerra marcada por idealismos de derechos que muestran la necesidad de desenmascarar y cambiar al sexo opuesto, cuando en realidad, lo que desenmascara es la necesidad de ganar una batalla con armas similares, aunque con harapos de otro color,  es decir, la sumisa, la víctima, la fidelidad, la que todo comprende y acepta, la que todo da, la que todo hace, la que todo permite, y luego, cuando eso dio el fruto podrido, uno salta con el cumulo de lo que uno no es ni tolera, el tsunami emocional. Y más aun,  se regocija desde ese personaje con sus pares cuando cuenta que tuvo el valor de volcar esa lava reprimida a quien llama en ese momento, zángano.  Entonces, frente a esto, veo el vacío de historias que en sí conducen al mismo lugar, la desdicha del romance, la pérdida del contacto amoroso, la insatisfacción sexual, la ausencia de cariño, la inmadurez emocional tanto de la mujer, como del hombre. La caída del Edén. Y la historia se repite, una y otra vez. Y el virus de la guerra de opuestos por el género se propaga, y uno se justifica con que es normal que se esté solo ya que las parejas están ahora en situaciones críticas. Sin embargo lo crítico, es no poder compartir las diferencias y lo armónico sería el compartirlas, de lo contrario existiría un solo género humano.


Entonces , me pregunto si es posible este compartir, más aun, me cuestiono que es lo que genera el cortocircuito de los géneros, quién quiere  mandar a quien, quien no se deja mandar y manda, quién dice ser sometido y se somete, quien hace más por menos o menos por mas, la mujer o el hombre?

Lo que siento, es que esto ya, por decirlo así, aburrió. Carece de importancia quien tiene más cargas, eso le compete a las creencias, quienes necesitan madurar para compartir es lo que nos compete a  ambos.

Y me pregunto qué es lo que hay que madurar, la observación en las creencias es un enfoque que rescato necesario, lo que en cierta manera se postulo como el modelo ideal de pareja, sinónimo de prejuicios, sinónimo de sometimiento, sinónimo de insatisfacción, sinónimo de tiranía, sinónimo de rebeldía, sinónimos más sinónimos tras sinónimos de lo que en si completa lo incompleto de las relaciones. Y es aquí donde la frase colectiva, así son los hombres o mujeres, carece de valor, ya que a medida que recorro las actitudes que fueron dando forma a las ilusiones de romances, comprendo que parte de la historia  es necesario madurar.

Como mujer, se de haberme sometido a las deidades de los personajes con quien compartí momentos de mi vida en pareja. Y esas deidades no fueron más que espejos desafiándome a cambiar una visión limitada de compartir. Una visión limitada de la mujer.

Las máscaras se caen, una tras otra, la falta de valor promueve lo posesivo que teme perder lo que poseyó dejándose poseer, es la pieza que mueve el  juego de quien se somete para en algún momento dar el paso y cazar la presa para someterla y quienes caen en este tablero, juegan el mismo juego desde hace tiempo para complacer lo que manipula el poder entre ambos. Yo tengo el poder, aunque, mal interpretado. El C.C.E.S comando controlador establecido por el sistema, es muy sutil al momento  de entrar en el juego, los extremos vividos al estar en pareja, se ven inexplicables.

La máxima libertad versus el máximo control, la máxima aceptación versus la rebelión de los géneros, la adoración a la mujer versus el aburrimiento del hombre, la conquista al hombre versus la histeria diagnosticada por Freud. Entonces, a estas alturas me cuestiono que es lo que sucede cuando uno entra a relacionarse a nivel afectivo con un ser de un género distinto, qué sucede que luego de esa bella sensación de expansión y libertad que uno experimenta al conocer a alguien que le despierta atracción,  las emociones se contraen en los recuerdos y llevan tanto al hombre como a la mujer a situaciones de inmadurez al momento de compartir, y uno diría a simple vista,  es que falta amor, y con honestidad siento que va más allá de esto.

A lo que voy, es que aun, la gran mayoría, somos incapaces de compartir sin entrar en juegos demandantes. Aun, somos incapaces de ser individuos que comparten la belleza de la vida sin echar encima de otro el vagón de responsabilidades de lo que nos corresponde reconocer, lo que nos falta lo que nos sobra. Lo que embriagó con cosquillas nuestra idea y pintó la ilusión de una relación con acuarelas de creencias de todos los colores, aunque, similares en la textura que se deshace con las gotas que derraman nuestros ojos con cada emoción que va liberando lo iluso de la forma creída.

Aquí, la razón se ve superada al momento de querer comprender que es lo que uno debe hacer o dejar de hacer. Y precisamente, no sé si se trata de esto. Más bien veo una relación como la respiración, así como fluye la respiración, podría fluir el compartir, así como el oxígeno nos renueva, así se ve maravilloso renovar el compartir, entonces me pregunto, en qué momento uno deja de respirar, en qué momento uno necesita el oxigeno de otra persona para poder vivir, en qué momento el hombre y la mujer, dejaron de reconocerse como tal y permitieron el sometimiento de los géneros a las creencias, en qué momento la sexualidad dejó de formar parte del encuentro con sentido y se transformó en una vacía insatisfacción que ya no encuentra morbo de donde agarrarse para intentar sobrevivir a esta decepción.

Entonces, es aquí donde el seminario metió el dedo en la llaga, lo que se aceptó como mujer y se sostuvo como hombre, y es aquí donde conmemoro el haber podido pertenecer a un modelo de familia tradicional, que me dio la posibilidad de ver el tirano y la víctima que tomaron el papel de padre y madre, y los  hijos que fueron jueces en donde de tanto juzgar se condenaron inconscientemente  a vivir experiencia similares, hasta, que el martillo de las creencias se quebró, y el vacío generado por esos instantes en donde uno deja de respirar, dejó que esa pesadez se funda en la consciencia y así pueda uno volver a elegir. Y aquí estoy parada ahora, no en la dulce espera ya que sería amargo el resultado, sino más bien dispuesta a compartir momentos con el sentido de mantener la conciencia despierta en cada relación, y porque en cada relación, porque el ser mujer no atañe solamente a serlo en pareja con un hombre, más bien, atañe a vivirlo momento a momento, a sentirlo presente en cada actitud, a compartirlo más allá del género, a descubrirlo más allá de los prejuicios, a reconocerlo como el avatar del tesoro femenino dispuesta en esta tierra para crear espacios armónicos y contenerlo con la dulzura y la firmeza de la misma tierra que nos sostiene. Y lo primero que cae en la cuenta de re- aprender es el compartir entre mujeres, y desde esta integridad sin rivalidad, el compartir el sentido con el hombre, ya dejaría de ser por una falta de, más bien se generaría en ambos desde una sumatoria de, que llevado con sentido, manifestaría la alquimia perfecta del encuentro. Ya que tanto la Mujer como el Hombre seguramente estamos en esta tierra para generar provecho no guerra ni desdicha. Entonces lo que pasó hasta ahora podría ser una figura dibujada a merced de lo que se alimenta de esta separación, lo que promueve la idea de la división de uno, la creencia de la media naranja faltante.

Entonces me pregunto cuál es el fruto de relaciones íntegras, y podría ser una posibilidad, la unidad en el sentido de compartir y la individualidad en el sentido de  la maduración.  Ninguna fruta madura partida a la mitad aunque pertenezca al mismo árbol. De la misma manera se podría decir, que ningún ser madura íntegramente si vive a  medias su vida con las esperanza de que otro complete lo que él no se atreve a madurar.

Con este aroma maduro, que va más allá de lo duro de escuchar, concluye la semana, dejándome renovada al saberme mujer para serlo, reconociendo cada semana, más que por el número del día que acompaña al mes del año, por la posibilidad con sentido de trascendencia que cada día da si se lo conoce, y aquí, en este Valle, se reconoce el sentido de cada día, y se integra el vivir a este sentido para aprovecharlo y trascenderlo permitiendo a la consciencia  que se pose  y eche raíces en  la profundidad donde el peso de las creencias cayó y así liberarlas. De eso se trata la vivencia, de reconocerla, liberarla, transformarla y continuar la vida que se conquista en la experiencia. Aquí es donde estoy y aquí es donde voy…


Imagen: Fotografía de Andrea Fabiana Marqués
Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández