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8.11.2013

UNA BUSQUEDA DE UNIDAD

Por Pablo de Santis
+Pablo de Santis en ADN CreadoreS

Sus Artículos en ADN CreadoreS



Es cierto que nos distraemos con pantallas sucesivas, mails irrelevantes, el ritual del zapping y el solitario en su versión difícil. No tengo Facebook y ni siquiera entiendo el concepto de "red social", pero sé que la mayoría de la gente pasa de una cosa a otra en fracción de segundos. Algún borroso conocido "ha subido una nueva fotografía" de sus vacaciones. A menos que haya pasado las vacaciones a bordo del Costa Concordia, es poco probable que tenga algún interés. 

Los más jóvenes suman a estas tentaciones los videojuegos que acechan en la Wii, en la PlayStation 3, en tablets, celulares y hasta en el microondas. Sé que todas estas cosas, múltiples y multifacéticas, se disputan la atención del posible Lector y, sin embargo, me sorprende cómo no hemos dejado de aspirar -al menos en lo que a Ficciones se refiere- a la Unidad.

El Imaginario -llamemos así a los rasgos generales que muestran las Fantasías de una época- se ha comportado siempre de un modo muy caprichoso. Su única coherencia descansa en la contradicción. La Literatura de Ciencia Ficción soñó desde la época de Julio Verne con Viajes Espaciales, pero cuando el Módulo de la Apolo XI alcanzó la superficie de la Luna, los Viajes Espaciales desaparecieron de la imaginación popular. 


Tremendas computadoras como la HAL de 2001: Odisea del espacio, nos atemorizaron a los que nunca habíamos visto ni siquiera una Drean Commodore, pero cuando las Máquinas llegaron a los hogares, se despidieron de la Narrativa. La Generación que nació conectada a las PC conoce a la perfección los avatares de Harry Potter, de El señor de los anillos y de Las crónicas de Narnia, pero nada de relatos sobre Computadoras, asesinas o no. La Ficción siempre trata de lo que no está.

A pesar de los distintos soportes, la Lectura se ha mantenido más o menos idéntica a sí misma a lo largo de los siglos. Acaso el único Cambio Memorable haya ocurrido en el Siglo IV: el Paso de la Lectura en voz alta a la silenciosa. En un famoso pasaje del Libro VI de sus Confesiones, San Agustín se sorprende de que Ambrosio, Obispo de Milán, lea en silencio. 



"Cuando leía sus ojos se deslizaban por las páginas y su corazón buscaba el sentido, pero su voz y su lengua no se movían." 

Leemos a veces en voz alta, sobre todo a los niños, pero la Lectura es en esencia un silencio que ha durado siglos. Es probable que la capacidad de concentración se haya reducido un poco, pero eso es todo: los procedimientos mentales que exige un Texto han sido los mismos a lo largo del tiempo. Es un Trabajo y un Juego; como Trabajo es fácil y como Juego, difícil. Y es sobre todo una búsqueda porque son pocos los Libros que nos gustan, pero sobre todo, los Libros que corresponden a ese día, a ese momento de Lectura. La Lectura no es un descubrimiento constante de la Historia de la Literatura: es un descubrimiento del momento en que vivimos, de la página que rime con el día.

Hay siempre en la Lectura una búsqueda de la Unidad. En los Poemas es evidente por su laboriosa construcción de un instante, y también en los Cuentos; pero aun en la Novela, con la Lectura discontinua que exige el Género -leemos aquí o allá, bien despiertos o un poco dormidos, en casa o en viaje-, sabemos que la experiencia verdadera está en encontrar, bajo las peripecias diversas, un Centro para nuestra atención. Por variados que sean los episodios de una Novela, sólo percibimos como irremplazables aquellas Historias donde cada detalle colabora con la construcción de una Figura única. Como si hubiera en los Libros un Símbolo escondido que sólo termina de ser dibujado en la última página.

Creo que esa misma búsqueda de Unidad puede explicar inclusive la supervivencia del diario de papel. Si seguimos leyendo el diario, a pesar de que todo el mundo anda con tablets, teléfonos y computadoras portátiles, no es por sus ventajas sino por sus limitaciones. Frente a la versión digital tiene casi todo en contra, pero es lo que tiene en contra lo que lo ha hecho sobrevivir. Donde fracasa, triunfa. El diario en papel refleja nuestra aspiración por la Unidad, esto es, lo acabado, lo que tiene Principio y Final, aquello a lo que nada se puede agregar. 


Cada noticia, aun las que refieren hechos que no han terminado, tiene su punto final. Las crónicas diarias deben ofrecer una visión cerrada de las cosas, sin actualización posible, aunque esa clausura sea una ficción, porque la vida continúa. No toleramos que todas las cosas estén ocurriendo, necesitamos que algunas hayan ocurrido, necesitamos huir del presente en permanente transformación, para comprenderlo bajo la forma de relato unitario.

Una de mis Novelas favoritas es El tirador [1975], de Glendon Swarthout. Autor y Libro olvidados por igual, a pesar de que su versión cinematográfica fue el último trabajo de John Wayne. Cuenta la Historia de John Books, un pistolero de cincuenta y tantos años, que llega a El Paso después de ocho días de cabalgata para ver a un médico que lo salvó una vez. Es el año 1901, la Reina Victoria acaba de morir y Books es el último de su especie. El Médico le receta láudano y le dice que el fin está cerca. Books, que en principio no quiere que se sepa que está en la ciudad, al enterarse de que tiene las horas contadas se resigna a que la noticia corra de taberna en taberna. Hay muchos que sueñan con enfrentarse con John Books. Y él no habrá de decepcionarlos.

Al comienzo de la Novela, Books, para distraerse de su dolor, compra un diario:

Pensó: Éste es el último Periódico que leeré. No compraré otro. Toda la vida los recorrí apenas con la vista, y nunca saqué todo lo bueno de uno solo. Bien, leeré hasta la última palabra de éste, y cuando termine sabré con seguridad qué ocurría en el mundo, el Vigésimo Segundo día de Enero del año 1901.

Y lee del Principio al Final, día tras día, el mismo diario ya amarillento, hasta que parte rumbo a su último duelo. Nos gusta el diario por la misma razón que a este tirador: porque convierte un día en algo cerrado. Una Unidad, un Objeto, un Relato. En el diario, un día es la metáfora de un día.

No podemos salvar a los Personajes como John Books, condenados por la necesidad de la trama, pero podemos asistir al espectáculo de sus decisiones, al ejemplo de su libertad. Aunque existan los Libros del tipo Elige tu propia aventura, sabemos que la Literatura no funciona así, sabemos que toda decisión nuestra sobre el destino de los personajes es una impostación: nosotros elegimos el Libro, que los Personajes elijan lo demás. Esta fatalidad, sin embargo, nada tiene de fatalista. El Cuento siempre habla de un mundo que cambia; la Novela, de un Personaje que Cambia. Y los Personajes cambian a partir de sus Decisiones.

Recuerdo haber visto durante años en los carteles de la calle la publicidad de un Curso de "Lectura veloz". Podemos aventurar que toda Lectura, inclusive la más lenta, es veloz. Mucho más veloz que lo que nos exige la Tecnología. Porque al leer un Texto, aunque no sea de Gran Complejidad, necesitamos entrar en un mundo simbólico, descubrir el sentido específico con el que se usan las palabras, y a menudo aceptar la mirada de alguien muy distinto de nosotros. La velocidad de la Lectura es de una clase muy especial: ida y regreso en un Unico Viaje.




Arte: Ares
Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin

4.22.2013

PANTALLA TOTAL


Por Jean Baudrillard







Video, pantalla Interactiva, multimedia, Internet, realidad virtual: la Interactividad nos amenaza por todos lados. Lo que estaba separado se ha confundido en todas partes, y en todas partes se ha abolido la distancia: entre los sexos, entre los Polos Opuestos, entre el Escenario y la Sala, entre los Protagonistas y la Acción, entre el Sujeto y el Objeto, entre Lo Real y su Doble. Y esta confusión de los términos, esta colisión de los Polos hacen que en ningún sitio exista ya un juicio de valor posible: ni en Arte, ni en la Moral, ni en Política. 

Mediante la abolición de la distancia, del pathos de la distancia, todo se vuelve indeterminable. Incluso en el ámbito físico: la excesiva proximidad del Receptor y de la Fuente de Emisión crea un Efecto Larsen que interfiere en las Ondas. 

La excesiva proximidad del Acontecimiento y de su difusión en Tiempo Real crea una indeterminabilidad, una virtualidad del Acontecimiento que le quita su dimensión histórica y lo sustrae a la Memoria. Que las Tecnologías de Lo Virtual produzcan lo indeterminable, o que sea nuestro Universo indeterminable el que suscita a su vez esas Tecnologías, incluso esto es indeterminable.

Y todo esto se consolida dondequiera que opere esta promiscuidad, esta colisión de los Polos.


Incluso en el reality show, donde se asiste, en la emisión en directo, en el acting televisivo inmediato, a la confusión de la existencia y de su doble. Ya no hay separación, ni vacío, ni ausencia: uno entra en la pantalla, en la Imagen Virtual sin obstáculo. Uno entra en su propia vida como en una Pantalla. Uno enfila su propia vida como una combinación digital.

A diferencia de la Fotografía, del Cine y de la Pintura, donde hay un Escenario y una Mirada, tanto la Imagen Video como la pantalla del Ordenador inducen una especie de inmersión, de relación umbilical, de interacción "táctil", como decía ya Marshall McLuhan de la Televisión. 


Inmersión celular, corpuscular: uno penetra en la sustancia fluida de la Imagen para modificarla eventualmente, del mismo modo que la Ciencia se infiltra en el Genoma, en el Código Genético, para transformar desde ahí al Cuerpo mismo. Uno se mueve como quiere y hace lo que quiere con la Imagen Interactiva, pero la inmersión es el precio de esta disponibilidad infinita, de esta Combinatoria Abierta. 

Lo mismo ocurre con el Texto, con cualquier Texto "Virtual". Aquello se trabaja como una Imagen de Síntesis, lo que no tiene ya nada que ver con la Trascendencia de la Mirada o de la Escritura. Ahora bien, es en la separación estricta del Texto y de la Pantalla, del Texto y de la Imagen, donde la Escritura es una Actividad de pleno derecho, nunca una interacción.

Del mismo modo, sólo en la separación estricta del Escenario y de la Sala el Espectador es un Actor de pleno derecho. Pero resulta que todo concurre hoy en día a la abolición de esta fractura: la inmersión del Espectador se vuelve algo fácil, interactivo. ¿Apogeo o fin del Espectador? Cuando todos se vuelven Actores ya no hay Acción ni Escenario. Fin de la Ilusión Estética.


Las Máquinas sólo producen Máquinas. Eso es cada vez más cierto a medida que se van perfeccionando las Tecnologías Virtuales. A cierto Nivel de Maquinización, de inmersión en la Maquinaria Virtual, deja de haber distinción Hombre/Máquina: la Máquina está en los dos lados del interfaz. 


Quizá ya sólo seamos su propio Espacio, el Hombre convertido en la Realidad Virtual de la Máquina, su Operador en Espejo. Eso guarda relación con la esencia misma de la Pantalla. No existe un Más Allá de la Pantalla como existe un Más Allá del Espejo. Las Dimensiones del Tiempo mismo se confunden allí en el Tiempo Real. 

Y como la característica de cualquier superficie virtual es, ante todo, estar allí Vacía y, por tanto, poder ser Llenada por lo que sea, de nosotros depende entrar en Tiempo Real, en Interactividad con el Vacío.

Paralelamente, todo lo que es producido por el medium de la Máquina es una Máquina. Los Textos, Imágenes, Películas, Discursos y Programas surgidos del Ordenador son Productos Maquínicos y tienen esas características: artificiaImente expandidos, potenciados por la Máquina, las Películas desbordantes de Efectos Especiales, los Textos que se hacen largos, repletos de redundancias debidas a la maligna voluntad de la Máquina de funcionar a cualquier precio (es su pasión) y a la fascinación del Operador por esta posibilidad limitada de funcionamiento. 


De ahí el carácter pesado, en las Películas, de toda esa violencia y esa sexualidad pornografiada, que sólo son Efectos Especiales de violencia y de sexo, ni siquiera fantasmados por seres humanos, pura violencia maquínica que ya no nos afecta. De ahí todos esos Textos que parecen obra de Agentes Virtuales "inteligentes", cuyo único gesto es el de la Programación, mientras que el resto se desarrolla según criterios automáticos. 

Nada que ver, por cierto, con la Escritura Automática, que jugaba al choque frontal mágico de las Palabras y los Conceptos, mientras que aquí se trata sólo del automatismo de la Programación, de la declinación automática de todas las posibilidades. Por delante el design maquínico del cuerpo, del Texto, de la Imagen. 

Eso se llama la Cibernética: dar Ordenes a la Imagen, al Texto, al Cuerpo, desde el interior en cierto modo, desde la Matriz, jugando con el Código o las Modalidades Genéticas. 

Es, además, este Fantasma de performance ideal del Texto o de la Imagen ‑esta posibilidad de corregir sin fin‑ lo que provoca en el "creador" ese vértigo de Interactividad con su propio Objeto, a la vez cae el vértigo ansioso de no haber ido hasta los Límites Tecnológicos de sus Posibilidades. De hecho, es la Máquina -Virtual- la que nos habla, es ella la que nos piensa.

Pero ¿Existe realmente la posibilidad de Descubrir Algo en el Ciberespacio? Internet no hace más que simular un Espacio Mental Libre, un Espacio de Libertad y Descubrimiento. De hecho, solo ofrece un Espacio desmultiplicado, aunque convencional, donde el Operador interactúa con Elementos conocidos, Sitios establecidos, Códigos instituidos. 


Más Allá de esos parámetros de investigación no existe nada. Cualquier Pregunta es asignada a una Respuesta anticipada. Uno es el interrogador automático al mismo tiempo que el contestador automático de la Máquina. 

A la vez Codificador y Descodificador, de hecho nuestro propio Terminal, nuestro propio Corresponsal. Es eso el extasis de la Comunicación. Ya no hay otro enfrente, ni tampoco destino final. El Sistema gira así sin fin y sin finalidad. 

Y su única posibilidad es la de una reproducción y de una involución al Infinito. De ahí el confortable vértigo de esa Interacción electrónica e informática, similar al de una droga. Uno puede pasarse toda la vida en ella, sin discontinuidad. La droga misma no es más que el ejemplo perfecto de una interactividad enloquecida en un circuito cerrado.

Para domesticarnos se nos dice: el Ordenador no es sino una máquina de escribir, sólo que más práctica y compleja. Lo cual es falso. La máquina de escribir es un objeto perfectamente exterior. La página flota al aire libre y yo también. Tengo una relación física con la Escritura. 
Toco con los ojos la página en blanco o la página escrita, cosa que no puedo hacer con la Pantalla. El Ordenador es, en cambio, una verdadera prótesis. 

Yo mantengo con él una relación no sólo Interactiva, sino también Táctil e Intersensorial. Yo mismo me convierto en un Ectoplasma de la Pantalla. De ahí provienen, sin duda, de esa incubación de la Imagen Virtual y del Cerebro, las insuficiencias que afectan a los Ordenadores y que son como los lapsus de nuestro propio Cuerpo.

En cambio, el hecho de que la Identidad sea la de la Red y nunca la de los Individuos, el hecho de que la prioridad se dé a la Red más que a los Protagonistas de la Red, conlleva la posibilidad de disimularse en Ella, de desaparecer en el Espacio impalpable de Lo Virtual y no estar ya localizable en ningún lugar, ni siquiera para Uno Mismo, lo cual resuelve todos los problemas de identidad, sin contar los problemas de alteridad. 


Así, la atracción de todas estas Máquinas Virtuales se debe sin duda menos a la sed de Información y de Conocimiento, e incluso a la de Contacto, que al deseo de desaparecer y a la posibilidad de disolverse en una operabilidad fantasmal. Forma planeante que hace las veces de felicidad, de una evidencia de felicidad por el hecho mismo de que ya no tiene razón de ser.

La Virtualidad sólo se aproxima a la felicidad porque retira subrepticiamente cualquier referencia a las Cosas. Nos da todo, pero de manera sutil nos escamotea al mismo tiempo Todo. El sujeto se realiza en ella perfectamente, pero cuando el sujeto está perfectamente realizado, se convierte de forma automática en Objeto y cunde el pánico.





Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin
Portada: Pachakamakin