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7.06.2011

¿TERROR DELIBERADO?

Por Juan José Oppizzi

Sus Artículos en ADN CreadoreS

¿Estamos sometidos mediáticamente a un criterio de catástrofe? ¿Existe en algunos medios de la palabra escrita, hablada y de la imagen la intención de difundir ideas apocalípticas? Estas preguntas parecen, por un lado, extrañas y por otro, obvias. Hay quienes lo negarán, en nombre de la objetividad informativa; otros lo afirmarán, esgrimiendo una justa crítica al sensacionalismo. Pero lo que aquí analizo está ubicado en un plano más sutil: se refiere a un propósito oculto, a una actitud cuya evidencia no es fácil de poner a la luz. En todo caso, la meneada objetividad informativa, además de no existir (puesto que proviene de seres humanos, que, en tanto sujetos, emitirán siempre productos subjetivos), bien puede tener a su cargo la parte seria del disfraz. Y el sensacionalismo, como ramificación carnavalesca, bien puede tener a cargo la labor complementaria, es decir la banalización suficiente como para que lo esencial pase inadvertido.

Un ejemplo casi perfecto podría verse en la manera de transmitir lo que sucedió en Haití. Mientras la objetividad informativa se ocupó correctamente de mostrar el horror de heridos, muertos y desamparados (tanto por el sismo de enero de 2010 como por la atroz ruina en que se debate ese país), el sensacionalismo empezó a descubrir temblores de tierra en diversos puntos del globo. La información seria estuvo seguida por una derivación paranoica, pero como su inicio era palpable (un terremoto y muchos temblores debidamente cubiertos con los datos reales y con las cifras comprobables de los organismos adecuados), adquirió realidad concreta. Bastó con ocultar (o ignorar que existe) el dato científico de que en todas las zonas sísmicas hay temblores diariamente. Si ubicamos los instrumentos de medición en los lugares claves de la actividad geológica, los informes siempre darán un altísimo número de anomalías en horas. 


Tras el movimiento de Haití, las noticias corrieron como reguero de pólvora con sacudidas en Tierra del Fuego, San Juan, Japón, algún lugar de Europa y otros de Asia Central. Los fenómenos que usualmente se producen sin cobertura periodística fueron puestos bajo la lupa de la información y en línea con el terremoto haitiano. Fue inútil que algunos especialistas (unos pocos, como para que sus voces no anularan el efecto dominó que se había creado) insistieran en que las diferentes placas tectónicas relacionan sus movimientos sólo cuando están en contacto (la placa sobre la que se halla Haití no tiene nada que ver con la que sostiene a la Tierra del Fuego ni ésta con la que soporta a Japón); la conclusión inducida condujo a la idea de que el planeta se estremeció como un perro que se sacude el agua. Y las deducciones fueron replicándose como otro sismo mental en la opinión pública: si el planeta se sacudió de un extremo al otro, es porque se desestabiliza; si se desestabiliza, es porque hay un cataclismo global inminente; ¡Ya lo decía la Biblia!, ¡Ya lo decía Nostradamus!, ¡ya lo decía Edgard Cayce!, ¡Ya lo decía (un poco más argentina y modestamente) Solari Parravicini!

¿Quién podría interesarse en sembrar miedo y para qué?

En primer lugar, ya nadie puede decir que los medios masivos de comunicación son ajenos a los centros de poder. La influencia sobre la opinión pública es una muestra directa de poder. El “quién” estaría allí en donde haya palancas que sirvan para mover los criterios masivos en función de los más diversos intereses, circunstanciales o de largo plazo. Es en esta última alternativa en la que resulta factible colegir planes globales a cargo de poderes también globales. La experiencia histórica demuestra que, a medida que la tecnología avanza, mejores son los resultados del impacto multitudinario de cualquier idea. Y quienes han tomado esa experiencia histórica como un muestrario de ejemplos, saben que el factor más apto para el logro de cualquier fin que involucre a la sociedad entera es el miedo. El “para qué” estaría respondido en esa conclusión. ¿Y cuál es el miedo planetariamente conocido desde la antigüedad (puesto que se relaciona con premisas biológicas)?: el miedo a la extinción del género. 


La idea de un Apocalipsis siempre retorna a la superficie del cavilar humano; subyace como temor primario al corte de la supervivencia del conjunto. Es posible hallarlo en todas las culturas del mundo, en los momentos históricos en los que algo amenaza seriamente la estabilidad colectiva. ¿Qué mejor, para el designio oculto de ignotos mandamases, que usar las alarmas naturales del hombre? ¿Qué mejor que estimularle el terror atávico? ¿Quién podría, bajo el imperio del miedo, discernir si se trata de una acción justificada o si se trata de una maniobra hábilmente inyectada? Ni Maquiavelo pudo contemplar el uso a un nivel tan monstruoso de una herramienta tan eficaz. Es suficiente que nos imaginemos una histeria mundial, con discursos e imágenes acordes, para tener noción del nulo margen de maniobra que podrían conservar el raciocinio, el análisis y el equilibrio. En la cúspide del miedo, cualquier propuesta (aun la peor que imaginemos) sería obedecida y avasallaría cualquier reacción que pudiere existir.

Las profecías apocalípticas, desde las más prestigiosas hasta las menos difundidas, desde los fragmentos correspondientes de la Biblia y las claves encriptadas de Nostradamus hasta los balbuceos semiconscientes de Edgard Cayce y los escritos borrosos del argentino Solari Parravicini (haciendo abstracción del mérito que le corresponde a sus entusiastas intérpretes), tienen una estructura similar: una catástrofe vengativa, de la que se verán libres los que sigan determinadas pautas de conducta. Es decir que el Apocalipsis tiene en su desarrollo una puerta de escape; no es un desastre absoluto y definitivo. En esa característica se ve la mano del instinto de conservación: hay una campana de alerta que busca siempre la posibilidad de la sobrevivencia del género. Para quien o quienes deseen explotar esta idea, la mayor parte del mecanismo está servido en bandeja; falta lo que los medios masivos le agregan: el correlato con los hechos cotidianos, las deducciones que se producen con apenas unas leves sugerencias. De esa manera, la palanca inductora pasa casi inadvertida y el sometimiento está prácticamente garantizado.


EDUCAUCION!

Por Roberto Daniel León



No hace mucho, había logrado –no sin esfuerzo- convencer a mi hija menor para que llevara a cabo una tarea de principio a fin, sin distracciones. El desafío consistía en que terminara de anudar sus zapatillas, caminara desde su habitación hasta el comedor, se calzara el guardapolvo, tomara su mochila y saliera para ser llevada a la escuela. Juro que todo apuntaba al éxito, cuando en medio de su desplazamiento hacia el objetivo, alguien, con forma de madre, le arrojó a la pasada una cuestión que nada tenía que ver con el emprendimiento. No hizo falta nada mas para marcar un nuevo fracaso en la grilla de mis experimentos, a tal punto que algunos de ellos están señalados casi proféticamente. Eso si: todos mis fracasos han sido exitosos y lo seguirán siendo.

Mientras transitábamos el camino de casa a la escuela –acción que en si misma no garantiza el aprendizaje- y aumentaba mi preocupación por aquello de llegar último, como aplauso de sordo, pude pensar en las cuestiones distractivas que le fueron arrojadas a la escuela, tanto como para que –a estas alturas- perdiera su objetivo.

Se dijo, y se sigue diciendo, que la escuela moderna debe enseñar a pensar. Hasta ahí todo muy bien, pero lo que no se quien dijo, es que para enseñar a pensar había que dejar de transmitir conocimientos. Para poder pensar, es necesario que existan elementos que se puedan comparar, asociar, conectar, evaluar, cuestionar, etc. Es decir, sin conocimiento no hay posibilidad de pensamiento; sería como intentar nadar sin agua. Nuestra escuela ha dejado de transmitir conocimiento hace muchos años. Es cierto, antes, la formalidad del conocimiento establecido como definitivo según las necesidades de la política de turno, no dejaban lugar al pensamiento crítico y al cuestionamiento; pero, al intentar incorporar el pensamiento crítico en la casi simplista expresión de “enseñar a pensar”, dejaron de hacer lo otro. Ambas cosas son indispensables para construir personas y sociedades con mejor calidad de vida. No es una u otra, son las dos.

Ejemplo: escuché enviar alumnos a investigar el proceso de las cuatro estaciones, que como sabemos tiene su explicación en la traslación de la tierra y la inclinación de su eje, etc. Ese conocimiento ya existe, ya fue investigado y no hay dudas razonables al respecto. ¿No sería mejor transmitir directamente el conocimiento, en vez de perder tiempo en dilaciones e iniciar, en todo caso, una investigación de algo más dudoso? Ese método es un vicio escolarizado, cuyo único logro es descomprimir la tarea docente en el aula (sin beneficio alguno para el alumno) y garantizar que terminarán su secundario sin saber un ápice de astronomía o geología, sin mencionar que en muchísimos casos aún la lecto escritura se encuentra ausente. Es frecuente observar que, debido a la ausencia de conocimientos previos, en el proceso de “investigación” de ciertos asuntos, los jóvenes copian de Internet y pegan en sus trabajos prácticos, disparates envidiables por cualquier humorista, que poco o nada tienen que ver con el tema propuesto.

Con esta metodología, el año escolar transcurre de pérdida de tiempo en pérdida de tiempo, sin que conocimiento alguno termine por quedar acabadamente instalado en la mayoría de los cascotes, muchos de los cuales permanecen vírgenes hasta el final de sus días, exhibiendo en alguna pared su certificado de “estudios” cursados... y aprobados!!! Permítaseme destacar que cuando digo MUCHOS, es precisamente eso lo que quiero decir. Como este deterioro lleva ya varias generaciones, sería mínimamente heroico esperar que en cuatro años de formación, los docentes adquieran los conocimientos que no adquirieron en 15 años de escolarización, con lo cual el círculo se repite y se ajusta cada vez más.


El sistema provee a los estudiantes de magisterio extraordinarias herramientas pedagógicas para transmitir nada. Saben muy bien como, pero no saben que. Por supuesto que hay casos de esfuerzo individual y de familias especiales que pusieron bases en la cabeza de sus hijos, construyendo individuos con conocimiento y capaces de pensar, pero por desgracia son relativamente pocos. Lo cierto es que la escuela llega tarde y sin remedio, distraída por un sinnúmero de actividades modernas y elegantes, que prácticamente eliminan de la escena el trabajo áulico, único que puede dar frutos. 

La cultura de la apariencia (algunos la llaman de consumo), hace que las familias crean que la cosa pasa por tener cosas, entonces quieren que sus hijos tengan la cosa que simula o supone el conocimiento, pero no les importa esto último que sería la esencia o el contenido, dado que el diploma se puede exhibir y el conocimiento, en cambio, está dentro de la cabeza. Este último también se podría exhibir, en caso de ser necesario, si la sociedad no hubiese abandonado también la palabra y su contracara que es la capacidad de escuchar. La situación se agrava considerablemente cuando alguno de estos chicos quiere ser maestro-a... y lo logra!!! De este modo, cuando algún docente aislado tiene la osadía de reprobar a sus alumnos porque no están a la altura de lo requerido, en vez de ayudar a sus hijos a estudiar y aprender, los padres marchan pidiendo la cabeza del docente.

Por lo que algunos amigos docentes pensantes me informan, los diseños curriculares actuales son excelentes, solo que hay al menos dos pequeños problemas: casi no hay quien esté en condiciones de transmitirlos y, en caso de ser ello posible, irían a parar a un enorme vacío cultural. Para que tuviesen alguna expectativa de éxito, serían imprescindibles importantes cambios de paradigmas en la sociedad. Para poner proa en esa dirección, será crucial la neutralización de los jíbaros multimediáticos, ya que de lo contrario este país sería Honduras, en menos que canta un gallo.



6.19.2011

SANGRE POR VOTOS

Por Gilad Atzmon




Con el fin de entender la última devastadora expedición israelí en Gaza uno debe comprender profundamente la identidad israelí y su odio inherente hacia cualquiera que no sea judío y hacia los árabes en particular. Este odio está impregnado en el plan de estudios, que es predicado por los dirigentes políticos e implícito en sus actos, y es transmitido por personalidades de la Cultura, incluso dentro de la denominada “izquierda israelí”. 


Crecí en Israel en la década de 1970. La gente de mi generación son actualmente líderes en el ejército, la Política, la Economía, la Universidad y las Artes. Fuimos entrenados para creer que unas semanas antes de unirme a las fuerzas armadas en la década de 1980, el General Rafael Eitan, el jefe del militar en ese momento, anunció que los "árabes fueron reventados como cucarachas en una botella". Se salió con la suya, y también con el asesinato de miles de civiles libaneses en la primera guerra del Líbano. En una palabra, los israelíes logran salirse con la suya. 

Por suerte, y por razones que aun están mucho más allá de mi comprensión, en determinado momento me desperté de esa ensoñación hebraica En algún punto me fui del estado judío y evadí ser un judío que sembraba el odio. Me había convertido en un adversario del estado judío y cualquier otra forma de la política judía. Sin embargo, estoy totalmente convencido de que es mi obligación primordial informar a todo ser que esté dispuesto a escuchar acerca de lo que nos enfrentamos. 

Aunque el propósito central del Sionismo era transformar Judíos para "darles un estado propio" y hacer de ellos gente como la de cualquier otro pueblo, ha fracasado miserablemente. La barbarie israelí que vimos esta semana y muchas veces antes ha ido mucho más allá de la bestialidad. Se trata de matar por el placer de matar. Y es indiscriminado. 

Pocas personas en Occidente son conscientes del hecho devastador de que matar a los árabes y los palestinos, en particular, es una muy efectiva receta política. Los israelíes son de hecho un pueblo confundido. Por mucho que insista en verse a sí mismo como una nación de “buscadores de shalom”, sino que también les encanta ser dirigidos por políticos con asombrosos records de actividad asesina. Tanto si se trata de Sharon, Rabin, Begin, Shamir o Ben Gurion, los israelíes aman a sus íderes "democráticamente elegidos" para ser beligerantes halcones con las manos chorreando sangre y respaldados por un sólido historial de crímenes contra la humanidad. 

Estamos a semanas de las elecciones en Israel y parece que ambos candidatos a primer ministro, por parte de Kadima y del Partido del Trabajo, el Ministro de Relaciones Exteriores Tzipi livni y el Ministro de Defensa, Ehud Barak, están muy a la zaga del candidato del Likud, el notorio halcón Benjamin «Bibi» Netanyahu. Livni y Barak necesitan su pequeña guerra. Ellos deberán demostrar a los israelíes que saben cómo organizar una masacre en masa. Tanto Livni y Barak tienen que proporcionar el votante israelí alguna exhibición real de matanza devastadora, Solo entonces los israelíes confiaran en su liderazgo. 

Esta es su única chance contra Netanyahu. Al parecer, Livni y Barak está lanzando toneladas de bombas sobre la población civil palestina, escuelas y hospitales, porque esto es exactamente lo que los israelíes quieren ver. Desafortunadamente, los israelíes no son conocidos por la misericordia y la gracia. En cambio, son apaciguados por las represalias y la venganza, son festejados con su brutalidad. Cuando el ex comandante de la Fuerza Aérea, Dan Halutz, se le preguntó cómo se siente al dejar caer una bomba en un barrio densamente poblado de Gaza. Su respuesta fue breve y precisa: «Se siente como un golpe de luz sobre el ala derecha», dijo. 

La frialdad de Halutz, su actitud asesina, fue suficiente para promocionarle poco después un ascenso a jefe de las Fuerzas Armadas. Fue el general Halutz quien lideró al ejército israelí a la Segunda Guerra del Líbano y fue el mismo hombre quien perpetró la destrucción de la infraestructura de ese país y gran parte de Beirut.

Al parecer, en la política israelí sangre árabe se traduce en votos. Evidentemente, sería muy razonable culpar a Livni, Barak y al jefe las actuales Fuerzas Armadas del Estado Mayor, Gabriel Askhenazi, de asesinato en primer grado, crímenes de lesa humanidad y violaciones evidentes de los Convenios de Ginebra. Pero sería mucho más significativo a tener en cuenta que Israel es una “democracia”. Livni, Barak y Askhenazi están dando al pueblo israelí lo que quieren: se llama sangre árabe y debe suministrarse en grandes cantidades. 

Esta práctica repetitiva y asesina, conducida por estos políticos, habla sobre el pueblo israelí en su conjunto y no sólo de unos pocos políticos y generales. Estamos tratando con una sociedad bárbara que se ha impulsado políticamente por su sed de sangre y sus inclinaciones letales. No debe haber ningún error: no hay lugar para estas personas entre las naciones civilizadas. Por qué los israelíes están alejados de cualquier noción de humanismo es una gran pregunta. Los humanistas generosos e ingenuos como nosotros pueden argumentar que la Shoah, el Holocausto, dejó una gran cicatriz en el alma de Israel. 

Esto puede explicar por qué los israelíes cultivan obsesivamente ese recuerdo muy contentos con el apoyo de sus hermanos y hermanas de la Diáspora. Los israelíes dicen que "nunca más" y lo que quieren decir es que Auschwitz no se repita. Esto, de alguna manera, los habilita a castigar a los palestinos por los crímenes cometidos por los nazis. Sin embargo, los realistas tenemos que admitir que matando es como los israelíes interpretan el significado de ser judío. Muchos de nosotros venimos a descubrir que no hay alternativa humanista en el sistema de valores hebreo para sustituir el asesinato.

El Estado judío está ahí para demostrar que la autonomía nacional judía es un concepto inhumano. Crecí en Israel después de 1967 Me crié en la estela de la victoria mítica de Israel. Fuimos entrenados para adorar al "israelí que dispara desde la cadera", el grupo comando que dispara su rifle Uzi automática en la dirección de los árabes y logra ganar contra cuatro ejércitos en solo seis días. 

Que me haya llevado dos décadas es quizá demasiado tiempo para comprender que los israelíes que "disparan desde la cadera" eran en realidad los maestros de la matanza indiscriminada. Barak fue uno de los héroes de 1967 él era un maestro asesino indiscriminado. Al parecer, el gabinete israelí acaba de aprobar su plan para la mayor incursión en Gaza desde 1967. Livni es más o menos de mi edad y, como sabemos por las noticias, ella ha internalizado el mensaje: ahora tiene la acumulación de las credenciales necesarias para ser considerada una asesina indiscriminada. Tanto Barak y Livni están llevando a Israel y Palestina hacia una campaña electoral de la masacre. Sangre árabe y palestina es el combustible de la política israelí. 

Pensé que se podría advertirles a Livni y Barak que eso no va a ayudarlos en las urnas. Netanyahu es un halcón real, auténtico. Él no tiene que pretender ser un asesino, y tanto como yo lo desprecio, aún tiene que llevar a Israel a una guerra. Es probable que él entienda mejor que nadie de qué se trata el poder de la disuasión...



6.14.2011

LA DEFENSA FISHER

Por Garry Kasparov


Me resultaría imposible hablar de forma desapasionada sobre Bobby Fischer por más que lo intentara. Nací el año que logró un puntaje perfecto en el campeonato de los Estados Unidos de 1963: once victorias, sin derrotas ni empates. En ese momento tenía apenas veinte años, pero hacía años que era evidente que estaba destinado a convertirse en una figura legendaria.

Su libro Mis 60 partidas memorables fue una de mis primeras y más preciadas posesiones de Ajedrez. Cuando Fischer tomó la corona mundial de manos de mi compatriota Boris Spassky en 1972, yo ya jugaba y seguía cada movimiento que llegaba de Reykjavik. El estadounidense había aplastado a otros dos grandes maestros soviéticos en su camino al título, pero en la URSS había muchos que admiraban en silencio su desenvoltura y su asombroso talento.

Soñaba con jugar con Fischer algún día, y terminamos por competir tiempo después, si bien en los libros de historia y no tablero de por medio. Abandonó el Ajedrez competitivo en 1975 y se alejó del título que tanto había codiciado toda su vida.

Pasaron diez años más antes de que yo recibiera el título de manos del sucesor de Fischer, Anatoly Karpov, pero rara vez un entrevistador perdía la oportunidad de ponerme por delante el nombre de Fischer. “¿Le ganaría a Fischer?” “¿Jugaría con Fischer si éste volviera?” “¿Sabe dónde está Bobby Fischer?” En ocasiones sentía que estaba jugando una partida contra un fantasma. Nadie sabía dónde estaba Fischer ni si, dado que seguía siendo el ajedrecista más famoso del mundo, pensaba en un regreso.

Después de todo, en 1985 tenía cuarenta y dos años y aún era mucho más joven que dos de los jugadores que yo acababa de enfrentar en las instancias de calificación para el Campeonato Mundial. Pero trece años lejos del tablero es mucho tiempo. En cuanto a enfrentarlo, supongo que me habría gustado tener la oportunidad, y lo decía, ¿Pero cómo se puede jugar con un mito? Tenía que preocuparme por Karpov, que no era ningún fantasma. El Ajedrez había seguido adelante sin el gran Bobby, por más que muchos ajedrecistas no lo habían hecho.

Por lo tanto, fue toda una sorpresa ver reaparecer al Bobby Fischer de carne y hueso en 1992, a lo que le siguió la primera partida de Ajedrez de Fischer en veinte años, a la que a su vez le siguieron otras veintinueve. Fischer abandonó su exilio autoimpuesto atraído por la oportunidad de enfrentar a su viejo rival, Spassky, en el vigésimo aniversario de su encuentro por el campeonato mundial, así como por un premio de cinco millones de dólares. Fue así que un Fischer gordo y barbudo apareció ante el mundo en un balneario de Yugoslavia, un país en proceso de cruenta división.

Las circunstancias eran bizarras. El retorno súbito, el trasfondo de la guerra, un oscuro banquero y traficante de armas como sponsor. Pero ¡Era Fischer! No se podía creer. El Ajedrez desplegado por Fischer y Spassky en Svefi Stefan y Belgrado fue, previsiblemente, descuidado, aunque hubo unos pocos flashes de la vieja brillantez de Bobby. 

Pero, ¿Era realmente un regreso, o desaparecería tan pronto como había aparecido? ¿Y cómo entender las extrañas cosas que Fischer hacía en las conferencias de prensa? ¿El gran campeón norteamericano escupía sobre un cable del gobierno de los Estados Unidos? ¿Decía que no había jugado en veinte años porque había sido “puesto en la lista negra… por el judaísmo mundial”? ¿Acusaba a Karpov y a mí de haber arreglado nuestros juegos? Uno tenía que mirar hacia otro lado, pero no podía.

Aún en su mejor momento había preocupación por la estabilidad de Fischer, a lo largo de una vida de estallidos y provocaciones. Luego, estaban las historias de sus dos décadas fuera del tablero, rumores que de algún modo habían circulado por el mundo del Ajedrez. Que había empobrecido, que se había vuelto un fanático religioso, que repartía literatura antisemita en las calles de Los Angeles.

Parecía todo demasiado fantástico, demasiado en línea con todas las historias sobre cómo el ajedrez vuelve loca a la gente –o cómo la gente loca juega al Ajedrez— que han encontrado tan buen lugar en la literatura. Una cosa era cierta: las viejas preguntas sobre Fischer volvían con vida nueva. Empecé a recibir llamados antes de que Fischer moviera siquiera un peón, y terminamos teniendo un diálogo bizarro a través de la prensa, a medida que los periodistas derivaban las respuestas de uno al otro. Mientras me llamaba tramposo y mentiroso repetidamente en las conferencias de prensa, Fischer decía que el primer obstáculo para jugar un match contra mí era que le debían al menos 100.000 dólares en derechos por la edición soviética de su libro. Qué ironico que su obra maestra, My 60 Memorable Games, una gran influencia en mi juego, fuera presentado como tema de conflicto.

A la distancia, puede que fuera una compensación kármica, dado que era Fischer quien, ahora, tenía que lidiar con incontables preguntas sobre la posibilidad de jugar conmigo. Pero al menos todo el mundo sabía dónde estaba yo, ¿Y qué podía decir yo sino que por supuesto jugaría con él? Nunca creí que ocurriera, en especial porque Fischer, que todavía se llamaba a sí mismo Campeón Mundial, nunca habría pasado el riguroso entrenamiento y los eventos preparatorios que requiere semejante encuentro competitivo.

Según resultó, Fischer no jugó de nuevo después de vencer a Spassky en aquel match de 1992. El juego de Fischer estaba oxidado y él sonaba perturbado, pero en el Ajedrez siempre había visto claro y había sido honesto consigo mismo. El entendía que ya no podía conquistar el Olimpo del Ajedrez. Pero el fantasma había renovado su licencia para acosarnos durante algún tiempo. Fischer fue tema de tapa algunas veces más, después de eso.

El 11 de Septiembre, su obscena tirada celebrando los ataques (contra las Torres Gemelas en Nueva York) fue difundida en una radio de Filipinas y luego recorrió el mundo por Internet. En Julio de 2004, fue arrestado en Japón por tener un pasaporte inválido y fue detenido durante ocho meses, hasta que se le concedió la ciudadanía islandesa como una forma de sacarlo del cautiverio (Fischer había sido un fugitivo de la ley en los Estados Unidos desde que jugó en Yugoslavia en 1992, porque ésta se hallaba bajo sanciones de la ONU en ese momento. En una conferencia de prensa antes del match, Fischer escupió sobre un cable del gobierno de George H.W. Bush en el que se le advertía que no jugara. Pero había viajado amplia y libremente fuera de los Estados Unidos durante una docena de años y su detención en Japón lo sorprendió tanto como a todos).

Entonces, el 17 de Enero de 2008, murió en Reykjavík después de una larga enfermedad cuyo tratamiento había rehusado. Aún esto parecía de algún modo típico de Fischer, quien creció jugando Ajedrez contra sí mismo, dado que no tenía a nadie más con quien jugar. Había luchado hasta el final y se había demostrado como su más peligroso oponente.

Las extraordinarias vida y personalidad de Fischer producirán, seguramente, incontables libros y probablemente películas y tesis doctorales. Pero hay pocas dudas de que ninguno de los autores de esas obras futuras estará más calificado para escribir sobre Bobby Fischer que Frank Brady. Relación cercana del joven Fischer, él mismo una “persona del Ajedrez” (como las llamamos), así como un experimentado biógrafo, Brady escribió también la primera y la única biografía sustancial sobre él: Bobby Fischer: Profile of a Prodigy (1965, edición revisada en 1973).

Es difícil imaginar un tema más difícil que Bobby Fischer para ser expuesto de modo riguroso y neutral. Era un solitario que no confiaba en persona alguna. Su carisma atraía tanto a cholulos maravillados como a críticos despreciativos.

Fischer tenía opiniones fuertes de la clase que tiende a crear sentimientos igualmente categóricos en aquellos que lo conocían –y en aquellos que no. Tuvo una familia muy pequeña y tanto su madre, Regina Fischer, como su hermana mayor, Joan Targ, han fallecido. La inaccesibilidad general de Fischer también provocó incontables rumores y mentiras sobre él, convirtiendo la tarea del biógrafo en un desafío.

Con todo eso en mente, el libro de Brady es un acto de equilibrio impresionante y un gran logro. Aún antes de abrir el libro, no hay razón para dudar de que Brady apreciaba a Bobby Fischer y que tiene un interés como amigo así como fan en en el héroe norteamericano del Ajedrez. Pero hay pocos rastros obvios de ello en Endgame, que no vacila en presentar los lados más oscuros del carácter de Fischer sin pretender juzgarlos o diagnosticarlos. El resultado es una oportunidad para el lector de sopesar la evidencia y llegar a sus propias conclusiones –o evitar completamente el juicio y simplemente disfrutar de leer una historia de ascenso y caída que tiene no pocas afinidades con la tragedia griega.

Una imprecisión que es algo más que una exageración dramática ocurre cuando Brady dice que Fischer no era consciente que su oponente soviético en la Olimpíada de Varna en 1962, el gran campeón mundial Mikhail Botvinnik, había recibido ayuda en el análisis de una partida pospuesta (Ndr: en el Ajedrez profesional, después de 40 movidas, se puede interrumpir el partido a pedido de uno de los dos jugadores y se prosigue otro día; esto da chances a los jugadores de analizar con más tiempo las posibles variantes del juego en la continuación). La costumbre soviética (Ndr: de que unos jugadores del equipo ayudaran a otros en el análisis) era ampliamente conocida y, en este caso, era más natural, dado que era una competencia por equipos. No es posible que Fischer no hubiera sabido que esto era lo que ocurría.


Empezar por el final parece lo más natural dado que es allí donde más se han mezclado realidad y ficción en el pasado. ¿Por qué, cómo, pudo Bobby Fischer, que amaba el Ajedrez y sólo el Ajedrez más que nadie antes o después, abandonar el juego tan pronto como conquistó el título? No se trataba de una estrella tratando de marcharse cuando estaba en la cima; Fischer no tenía planes de retirarse. Tenía 29 años y estaba en su mejor momento, y finalmente tenía la fama y la fortuna que siempre supo que merecía.

Fischer regresó de vencer a Spassky en Reykjavík—El Match del Siglo— como campeón mundial, estrella mediática y condecorado combatiente de la Guerra Fría. Se desplegaron ofertas sin precedentes de millones de dólares y acuerdos publicitarios, básicamente cualquier cosa en la que él estuviera dispuesto a poner su nombre o su cara. Con escasas excepciones, rechazó todo.

Hay que tener en cuenta que el mundo del Ajedrez de la era anterior a Fischer era risiblemente pobre aún para los modestos estándares de hoy. Las estrellas soviéticas eran subsidiadas por el Estado, pero en el resto del mundo la idea de vivir solamente de jugar al Ajedrez era un sueño. Cuando Fischer dominó el torneo de Estocolmo de 1962, una pesada calificación de cinco semanas en el ciclo para el campeonato mundial, su premio fue de 750 dólares.

Por supuesto, fue el mismo Fischer quien cambió la situación, y todo jugador de Ajedrez posterior debe agradecerle por sus incansables esfuerzos para obtener para el Ajedrez el respecto y la recompensa que él sentía que merecía. Se ganó el apodo que Spassky le dio: “el presidente honorario de nuestro sindicato”. Estos esfuerzos significaron que era, a menudo, la peor pesadilla del organizador de un evento, pero esto no era asunto de Bobby. Diez años después de Estocolmo, la bolsa para el Campeonato Mundial de 1972 entre Fischer y Spassky fue la astronómica cifra de 250.000 dólares, más acuerdos colaterales para recibir una parte de los derechos de televisación.

Es apenas exagerado decir que el impacto de Fischer en el mundo del Ajedrez fue tan grande en términos financieros como en el tablero. El campeonato del mundo se convirtió en una mercancía caliente y, como sabemos, el dinero manda. Los torneos de Ajedrez y los jugadores adquirieron una nueva respetabilidad, aunque no todo sobrevivió al propio Fischer. Mi serie épica de matches contra Anatoly Karpov de 1985 a 1990 avivaron las llamas del sponsoreo hasta convertirlas en un incendio –no sólo íbamos a jugar por una más grande gloria soviética ahora que sabíamos que había millones de dólares por ganar. Habíamos aprendido de Fischer más que puro Ajedrez. El match del campeonato del mundo del año pasado, en el cual Viswanathan Anand de India defendió su título contra Veselin Topalov de Bulgaria en Sofia, tenía una bolsa de alrededor de tres millones de dólares, a pesar de no contar con publicidad real alguna fuera del mundo del Ajedrez. Más allá de las federaciones corruptas y de la falta de una organización coherente entre ellos, los principales jugadores de hoy ganan bastante bien sin tener que, además, enseñar o escribir libros mientras intentan, al mismo tiempo, trabajar en su propio Ajedrez.

Joven, famoso, rico y en la cima del mundo, Fischer se tomó primero algún tiempo libre. Luego, un poco más; luego, más. Los grandes torneos eran relativamente escasos por entonces, y no sorprendió a nadie que Fischer no jugara durante el primer año posterior a obtener el título. Pero ¿el segundo año? El ciclo de tres años del campeonato del mundo, manejado por la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), ya estaba en marcha para definir al hombre que desafiaría a Fischer en 1975. Obviamente, no podía esperar hasta entonces para jugar su primer partida después de derrotar a Spassky.

Pero eso fue exactamente lo que hizo. Mucho antes de que esos tres años acabaran, sin embargo, ya tenían lugar las discusiones acerca del formato del match del campeonato mundial de 1975. Sin sorpresas para nadie, Fischer tenía muchas ideas firmes sobre cómo se debía manejar el evento, incluyendo volver al viejo sistema de no limitar el número de partidas. Como con muchos otros de los eternos debates del mundo ajedrecístico sobre Fischer, Brady hace piadosamente corta esta larga historia, dejando al lector decidir si las demandas de Fischer eran o no extremas, pero la justa o descaradamente egoísta FIDE no cedió en todo y para Fischer era todo o nada. Al final, renunció al título.

Esta desconcertante noticia desató uno de las mayores brotes de psicoanálisis in absentia que el mundo haya visto jamás. ¿Por qué no jugaba? ¿Creía tan firmemente que sus sistema para el campeonato era el único correcto que estaba dispuesto a entregar el título? ¿Había sido todo un bluff, una estratagema para ganar una ventaja o más dinero? ¿Siquiera sabía él por qué?

Una teoría que no fue oída mucha era que Fischer podía haber estado más que un poco nervioso acerca del desafiante, el líder de la nueva generación, Anatoly Karpov, de 23 años. De hecho, cuando propuse esta posibilidad en mi libro de 2004 sobre Fischer, My Great Predecessors Part IV, la respuesta hostil fue abrumadora. No se trataba de meras protestas de los fans de Fischer diciendo que había calumniado a su héroe. Hay gran cantidad de evidencia para argumentar que Fischer era el favorito por lejos en el match, si hubiese tenido lugar. Esto incluye el testimonio del propio Karpov, quien dijo que Fischer era el favorito y más tarde estimó sus personales chances de victoria en un 40 por ciento.

No sostengo que Karpov hubiera sido el favorito, ni que fuera mejor jugador que Fischer en 1975. Pero sí creo que hay un fuerte caso circunstancial de que Fischer tenía buenas razones para no apreciar lo que vio de su retador. Hay que recordar que Fischer no había jugado una partida seria de Ajedrez en tres años. Esto explica por qué insistía en un match de longitud ilimitada, jugada hasta que uno de los dos jugadores alcanzara diez victorias. Dado que las tablas (empates) predominan en el más alto nivel, un match de ese tipo habría durado probablemente muchos meses, dando a Fischer tiempo para desentumecerse y probar a Karpov, a quien nunca había enfrentado.

Karpov era el producto líder de una nueva generación que Fischer había creado. Tenía un enfoque distinto al de todos los demás jugadores que Fischer había derrotado en su marcha hacia el título y él tenía poca experiencia lidiando con esta nueva especie. En las eliminatorias, Karpov había aplastado a Spassky y luego derrotado a otro bastión de la vieja generación, Viktor Korchnoi. Puedo imaginar a Fischer revisando las partidas de esos encuentros, especialmente el juego meticuloso de Karpov y su mano firme contra Spassky, y empezando a sentir algunas dudas.

Frank Brady descarta esta posibilidad rápidamente, quizás con justicia, dado que no hay forma de que sepamos alguna vez qué había en la cabeza de Fischer o, más desgraciadamente, que podría haber ocurrido si el match Fischer-Karpov hubiera tenido lugar. Pero me sorprendió leer que hubo contemporáneos que atribuyeron la no realización del encuentro puramente a los temores de Fischer. Brady cita al columnista de Ajedrez del New York Times, Robert Byrne, quien escribió un artículo titulado: El temor de Bobby Fischer a la caída, justo unos pocos días después de que Karpov recibiera el título. Byrne no mencionaba a Karpov como amenaza –dice que no habría tenido chance alguna–, pero señaló que Fischer siempre había tomado grandes precauciones contra la derrota, al punto de declinar del mismo modo la participación en otros eventos cuando sentía que demasiado quedaba librado al azar.

La refutación de Brady erra el punto: “Lo que todos parecían olvidar era que, sobre el tablero, Bobby no temía a nadie”. ¡Sí, una vez en el tablero, él estaba bien! Donde Fischer tenía sus grandes crisis de confianza era siempre antes de llegar al tablero, antes de subir al avión. El perfeccionismo de Fischer, su absoluta creencia en que no podía fallar, no le permitía poner esa perfección en riesgo. Y en Karpov, no tengo dudas, especialmente después de un corte de tres años, Fischer vio un riesgo significativo.

Uno de los incontables debates sin fin acerca de Fischer era si sus excesos eran producto de un alma desequilibrada pero sincera, o una extensión de su omnívoro impulso de conquista. Fischer tenía principios firmes, pero el depredador que había en él era bien consciente del efecto que sus actitudes y comportamientos tenían sobre sus oponentes. En 1972, el caballeresco Boris Spassky no estaba preparado para lidiar con las dilaciones sin fin de Fischer y las quejas, y jugó muy por debajo de su nivel normal.

Karpov, por su parte, había vencido a Spassky convincentemente en 1974 sin ningún ardid. Se puede sostener un buen caso con el hecho de que el match con Spassky fue uno de los mayores esfuerzos de Karpov y que Fischer no habrá dejado de advertir la calidad de su retador. Los matices de la vida real a menudo desconcertaban a Fischer, pero siempre veía muy claramente en blanco y negro. Junto con su juego moderno, Fischer habrá visto a un joven duro que no tenía ninguna de las nociones románticas de la generación más vieja y que no se descolocaría por las demostraciones fuera del tablero (Todos los informes dicen que Fischer era escrupulosamente correcto en el tablero). Sin importar cuán sincero Fischer pueda haber sido acerca de sus quejas –condiciones de juego, modales del oponente y, siempre, dinero–, eran tan parte de su repertorio como la Defensa Siciliana.

La debacle de la renuncia de Fischer llevó a otra pregunta sin respuesta. ¿Habría jugado Fischer si la FIDE hubiera cedido a todas sus demandas? La FIDE había aceptado todas sus condiciones excepto una: que si el match quedara empatado 9–9, Fischer mantendría el título. Esto significaba que el retador tenía que vencer al menos 10–8, una ventaja sustancial para el campeón. Si la FIDE hubiera accedido y Fischer hubiera aparecido con más demandas, se podría haber cerrado el caso de buena fe. En cambio, nos perdimos el que podría haber sido uno de los más grandes matches de la historia y deberemos preguntarnos eternamente qué hubiera hecho Fischer. Bajo esa luz, 10–8 apenas parece tan gran desventaja.

Irónicamente, después de que Fischer saliera de la escena, la FIDE implementó algunas de sus sugerencias, incluyendo el match ilimitado. Karpov recibió también la protección de la cláusula de revancha, que le dio al menos una ventaja tan grande como la que Fischer había exigido. El absurdo de un match ilimitado sólo se demostró de forma concluyente cuando Karpov y yo nos batimos durante el record de 48 partidas a lo largo de 152 días antes de que el encuentro fuera abandonado sin un ganador. Y sólo jugábamos a seis victorias, no las diez que deseaba Fischer.

Brady ofrece un relato sencillo del ascenso de Fischer al estrellato como el más joven campeón norteamericano de la historia en 1957, a los catorce años, que de allí saltó a la palestra mundial. Desafía la incredulidad que un norteamericano solitario pudiera derrotar a lo mejor que la maquinaria soviética del Ajedrez podía producir. Pero incluso Walt Disney hubiera vacilado en concebir la historia de una pobre madre soltera que trataba de completar su educación mientras mudaba a su familia de un lugar a otro y a su joven, distraído hijo, de una escuela a otra –todo ello mientras era investigada por el FBI como posible agente comunista.

Regina Fischer era una mujer extraordinaria y no sólo por producir un hijo campeón de Ajedrez. Pese a su preocupación porque Bobby pasaba demasiado tiempo en el tablero, comprendió que era la única cosa que lo hacía feliz y pronto transformó esa pasión en suya. Luchando constantemente por financiar los esfuerzos de su hijo, escribió una vez una carta directamente al líder soviético Nikita Khrushchev pidiéndole que invitara a Bobby a un festival de Ajedrez.

Como único hijo, yo mismo, de una decidida madre-manager-promotora, no puedo sino preguntarme qué hubiera sido de Fischer si su situación familiar hubiera sido diferente. Perdí a mi padre a temprana edad, pero, a diferencia de Fischer, estaba rodeado de familia. El padre de Fischer no figuró y, de un modo un poco decepcionante, Endgame falla en aclarar una de las más sórdidas historias que circularon acerca de Fischer en los últimos años, esto es, la fuerte posibilidad de que el científico nacido en Alemania Hans Gerhardt Fischer no fuera el padre de Bobby. Su nombre estaba en el certificado de nacimiento expedido en Chicago en 1943, pero nunca entró en los Estados Unidos desde que Regina se mudara allí de Rusia, vía Paris, con su hija Joan. Otro científico, un judío húngaro que enseñaba en los Estados Unidos y de nombre Paul Nemenyi, era muy próximo a Regina y envió dinero a la familia durante años. Sus retratos fotográficos lucen, además, tentadoramente similares al adulto Bobby Fischer. Más allá de una breve mención, sin embargo, Brady, claramente, no está interesado en la controversia.

El foco está puesto en Bobby y el Ajedrez, como debe ser, aunque esperaba un poco más de carne en el tema de la naturaleza del prodigio y el desarrollo temprano de Fischer, más allá de su famoso comentario “simplemente resulté bueno” –aunque quizás no hay nada más. La naturaleza del genio puede no ser definible. La pasión de Fischer por los rompecabezas se combinaba con interminables horas dedicadas al estudio y al juego del Ajedrez. La habilidad para sostener esas horas de trabajo es, en sí misma, un don innato. El trabajo duro es un talento.

Generaciones de artistas, autores, matemáticos, filósofos y psicólogos han considerado qué es lo que hace a un gran jugador de Ajedrez. Más recientemente, científicos con máquinas avanzadas para escanear el cerebro se han unido a la cacería, buscando por sitios calientes de actividad cuando un maestro estudia una movida. Una veta obsesivo-competitiva es suficiente para crear un buen jugador de squash o un buen (o mal) banquero de inversión. No es suficiente para crear a alguien como Fischer.

Esto no es necesariamente un cumplido. Muchos fuertes jugadores de Ajedrez llevan adelante carreras exitosas como negociantes de acciones o de divisas, así que supongo que hay una considerable superposición de habilidades requeridas como el cálculo intuitivo y el establecimiento de patrones. La aptitud para jugar Ajedrez no es nada más que eso. Mi argumento ha sido siempre que lo que uno puede aprender de usar las propias habilidades–analizar las propias fortalezas y debilidades—es mucho más importante. Si uno puede programarse a sí mismo para aprender de sus experiencias mediante la revisión asidua de lo que funcionó y lo que no, y por qué, el éxito en el Ajedrez puede ser muy valioso en verdad. De este modo, el juego me ha enseñado mucho acerca de mis procesos de toma de decisiones que es aplicable en otras áreas, pero ese esfuerzo tiene poco que ver con dones innatos.

La brillantez de Fischer era suficiente para convertirlo en una estrella. Fue su implacable, incluso patológica, dedicación lo que transformó el deporte. Fischer investigaba constantemente, estudiando todo partido de alto nivel en busca de nuevas ideas y mejoras. Estaba obsesiones con rastrear libros y periódicos, incluso con aprender suficiente ruso como para expandir el rango de sus fuentes. Estudiaba a cada oponente, al menos aquellos que consideraba dignos de preparación. Brady relata lo que era cenar con Fischer y oír un monólogo de un increíblemente profundo análisis del adolescente sobre las aperturas de David Bronstein antes de que ambos se encontraran en el torneo de Mar del Plata de 1960. Nadie se ha preparado tan profundamente fuera de los encuentros del campeonato mundial. Hoy, cualquier partida de Ajedrez jugada alguna vez, incluso siglos atrás, está disponible para un novato con el click de un mouse. Pero en la era anterior a la computadora, la búsqueda obsesiva de Fischer era una ventaja competitiva fundamental.

En su juego, Fischer era sorprendentemente objetivo, mucho antes de que las computadoras desnudaran tantos dogmas y presunciones que los humanos han usado para navegar el juego por siglos. Posiciones que habían sido consideradas inferiores durante largo tiempo fueron revitalizadas por la habilidad de Fischer para mirar todo con ojos frescos. Sus métodos concretos desafiaban preceptos básicos, tales como que el bando más fuerte debe seguir atacando a las fuerzas sobre el tablero. Fischer demostró que la simplificación –la reducción de fuerzas mediante intercambios de piezas—era, a menudo, la vía más fuerte en tanto se mantuviera la acción. El gran cubano José Capablanca había jugado de este modo medio siglo antes, pero la interpretación moderna de Fischer de “la victoria mediante la claridad” fue una revelación. Su fresco dinamismo comenzó una revolución: el período que va de 1972 a 1975, cuando Fischer estaba ya en su autoexilio como jugador, fue más fructífero en la evolución del Ajedrez que toda la década precedente.

El enfoque independiente de Fischer tuvo un impacto aún mayor sobre el mundo del ajedrez que sobre sus resultados personales. No me refiero a ninguna “movida especial”, como imaginan a menudo aquellos que no están familiarizados con el juego. Era simplemente que Fischer jugaba cada juego hasta la muerte, como si fuera la última. Fue este espíritu de lucha lo que sus contemporáneos recuerdan más acerca de él como jugador de Ajedrez.

Si el genio es difícil de definir, la locura lo es aún más. Otra vez, debo aplaudir la habilidad de Brady para navegar entre riscos traicioneros como los que presenta Fischer en sus palabras y acciones, al rara vez intentar explicarlas o defenderlas. Ni tampoco intenta diagnosticar a Fischer, quien jamás fue examinado apropiadamente por un profesional, y en cambio fue declarado culpable, inocente o enfermo por millones de amateurs desde lejos. Brady también evita la trampa de argumentar si alguien con una enfermedad mental es o no responsable por sus acciones.

A fines de los ’90, Bobby Fischer comenzó a dar esporádicas entrevistas de radio que mostraron un pozo de odio hacia el mundo que se ahondaba –profanas diatribas antisemitas, júbilo después del 11 de Septiembre de 2001. Repentinamente, todo aquello que había sido sólo rumores de los pocos que habían pasado algún tiempo con él desde 1992 era público en Internet. Fue una conmoción para la comunidad del Ajedrez, y muchos trataron de responder de una forma o de otra. Fischer estaba enfermo, decían algunos, quizás esquizofrénico, y necesitaba ayuda, no censura. Otros culpaban a sus años de aislamiento, a los fracasos personales, a las persecuciones tanto reales como imaginarias del gobierno norteamericano, de la comunidad ajedrecística y, por supuesto, de los soviéticos, de inspirar su ánimo de venganza.

Claramente, esta completa paranoia estaba mucho más allá de la más calculada “locura” –incluso suscitada en defensa de principios—de sus años de jugador, bien descripta por Voltaire en su Diccionario Filosófico: 
“Tened en vuestra locura razón suficiente para guiar vuestras extravagancias; y no olvidéis ser excesivamente obstinado y lleno de opiniones”.
Esto es, locura deliberada y exitosa que difícilmente puede ser llamada locura. Después de que Fischer dejó el Ajedrez, las fuerzas oscuras en su interior no tenían ya un objetivo.

Pese a lo desagradable de su declive, Fischer merece ser recordado por su Ajedrez y por lo que hizo por el Ajedrez. Una generación de jugadores norteamericanos y del mundo aprendieron el juego gracias a Fischer y debería continuar inspirando a las futuras generaciones como un modelo de excelencia, dedicación y logro. No hay moraleja al final de una fábula trágica, nada contagioso que necesite una cuarentena. Bobby Fischer fue único, y sus fallas tan banales como brillante su Ajedrez.


Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández

6.10.2011

ARVEJAS SECAS REMOJADAS…


Por Roberto Daniel León



Dicen que un buen cigarro proporciona tiempo para pensar, o algo que llevarse a la boca. Tuve suerte. Un amigo me regaló un buen cigarro y yo me regalaba el placer de saborearlo después del almuerzo; cuando en mi afán de sostener la teoría y la práctica de que todo lo que tiene letras debe ser leído, posé mis ojos en una lata de arvejas cuyo exterior tenía letras. Algunas de ellas estaban destinadas a la marca del producto y otras a diversas especificaciones. Segundas en el orden de importancia, con relación a su tamaño (las más pequeñas ya no las veo) y ¿Coherentemente? agrupadas, llamaron mi atención unas que transcribo a continuación respetando el orden en que se encontraban: “arvejas secas remojadas”. Dado que aprendí a leer con el sistema antiguo, el fantasma de mi maestro de tercer grado apareció en el monitor y dijo -como si tal cosa– “… acá hay algo que no está bien”. Caramba, pensé. Será que arvejas se escribe con “h” o “b” larga, ahora? Cambiaron tantas cosas….

–“No, nene”, me dijo... (para los fantasmas no pasa el tiempo), “…acá hay una contradicción”. Cierto… dije en voz alta. Intenté explicarle que desde que me acostumbré a verlas, leerlas y escucharlas en abundancia, ya no las notaba tan fácilmente como antes. Por supuesto, no aceptó la excusa y quería que escribiera 100 veces en el cuaderno de deberes una oración que comenzó a dictarme inmediatamente: “Los servicios públicos tienen que ser privados. El estado es ineficiente.” No... me está jodiendo... aquí hay, además de maestro muerto, gato encerrado. Justamente él, no puede pretender que escriba eso en sentido afirmativo. Quise cuestionárselo... pero ya se había ido. Por qué me habrá dicho semejante cosa? De qué estábamos hablando...? Ah... sí. De las arvejas. No... de las contradicciones!!!  Eureka!!!

Ya lo entiendo. Era feo mi querido maestro, pero no idiota. Los conceptos de público y privado, son opuestos. Hace años, durante el lamentable fervor menemista-privatista, había – profesionales incluidos – muchos que se atrevían a decir, por ejemplo, que los hospitales debían ser manejados como una empresa, porque si no, daban pérdida. Quién diablos dijo que los servicios públicos tienen que dar ganancia? Si son públicos, son servicios que se prestan con los dineros del erario público. Son los impuestos que vuelven al pueblo. Por eso, los servicios públicos tiene que prestarlos el estado. Porque son servicios, no un negocio. Una empresa se forma con el objetivo de obtener ganancias. Es un negocio. No presupone la prestación de un servicio para todos. Y si no, por citar un ejemplo de servicio público como las comunicaciones, porqué las localidades pequeñas no tenemos acceso al servicio 0610? O un servicio de internet de alta velocidad? Fácil... porque no es negocio para la empresa. Ergo, este “servicio público” se presta solo donde da ganancia. Tiene lógica desde el punto de vista empresario, pero no desde el concepto de servicio.

Ahora llego a la otra parte: el estado es ineficiente. No escatimaron esfuerzo los menemistas y sus cómplices, en meternos muy adentro esa muletilla por todos los medios posibles. No paraban de hablar y no nos daban tiempo para pensar. Cierto es que tampoco teníamos mucha práctica en eso (pensar). No olvidemos que la tele no lo permite.

Ortega y Gasset, duro crítico de nuestras actitudes, decía y con razón, que los argentinos confundimos los edificios con las instituciones. Ejemplo cotidiano de esto, es el comentario que a menudo escuchamos en conversación de vecinos: “... ah, si. La escuela X es muy buena escuela”; limitando el concepto al edificio sin dudas, porque la eficiencia y calidad de esa institución pública estará dada por la eficiencia y calidad de sus directivos y docentes. Cuando éstos no estén mas, por jubilación, muerte o traslado, “la escuela X” puede dejar de ser buena. Porque bondad, eficiencia, capacidad, etc. son atributos de personas; no de entes impersonales. Entonces el estado, no es ineficiente. Pueden serlo (de hecho lo son) las personas que lo administran. De esta manera descubrimos que dándole una mano de pintura a la Casa Rosada, no cambiaremos nada. Cabe preguntarse que pasaría si nos decidiéramos a cambiar a las personas que lo administran, alternativa que no figura en la propuesta de ningún candidato. Entiéndase bien. Cambiar a las personas que administran el estado, no es cambiar sus caras. Se trata de cambiar a esa clase de personas.

Hay padres que tienen hijos que se deleitan, por ejemplo, en destrozar sistemáticamente el sofá. Los influenciados por la modernidad, que no quieren hacerse cargo de las cosas, cambian el sofá. Los mas antiguos y responsables, le ponen límites al nene. Los primeros, están fabricando un dirigente político según el actual concepto. Los segundos, están fabricando un ciudadano responsable.

Los servicios públicos, para que realmente sean públicos, debe prestarlos el estado. Y deben ser eficientes. Porque el estado somos nosotros. Y para administrarlo, debemos escoger a los mejores.



                                                                                

EL HOMBRE, EL CLIMA Y LOS DESASTRES


Por Juan José Oppizzi


Cuando una granizada, un huracán o una inundación se precipita sobre las viviendas y los elementos que le sirven para existir al hombre, esos hechos adquieren la categoría de “desastre”. Tales “desastres” son catalogados como “naturales” para diferenciarlos de los que el hombre desencadena, como las guerras, las persecuciones, las limpiezas étnicas o las contaminaciones del medio ambiente. El conocimiento actual tiende a achicar las diferencias entre el concepto de desastre natural y el de desastre provocado, en virtud de que respecto de los primeros ha surgido una certeza: el grado de responsabilidad humana. 

Ya está suficientemente proclamado el efecto de la mano del hombre sobre el cambio climático. Y vale la pena subrayar que también la idea del cambio climático está siendo manejada en forma alevosa, y la mayoría de la gente repite argumentos que están más cargados con el viejísimo tinte apocalíptico de los predicadores efectistas que con los análisis claros de una realidad concreta. Alguna vez debería hacerse un estudio sobre el gran negocio mediático que le implica a numerosos charlatanes el hablar disparates y fabricar teorías absurdas, aparte de la confusión que desparraman. Pero aquí me interesa apuntar, más que nada, ángulos poco frecuentados del problema. Por ejemplo, algunos datos de la historia de nuestra Pampa.

En la actualidad, la Pampa suele dividirse en Húmeda y Seca. La Húmeda es la del este, más o menos desde la línea fronteriza entre las provincias de Buenos Aires y La Pampa, hasta el Río de la Plata y el Océano Atlántico. La Seca es la ubicada al oeste de esa línea, es decir la que coincide más o menos con el territorio de la provincia de La Pampa. Hace doscientos años, no había pampas húmedas o secas; toda la región era predominantemente seca. Había unos pocos grandes cursos de agua –el río Salado del sur, el Arrecifes, el Vallimanca, el Quequén, el Sauce Grande, dichos con sus actuales nombres– y los que hoy revisten el carácter de arroyos respetables eran apenas cañadones intermitentes. Las lagunas eran mucho menos abundantes. Los aborígenes apreciaban las zonas húmedas, dado que las estaciones de calor reducían las posibilidades de aprovisionarse de agua potable. Sus asentamientos eran en terrenos que quedaban a salvo de aluviones (aunque las lluvias solían ser más espaciadas que ahora). Cuando los colonizadores europeos invadieron por completo las tierras de esta zona, en la segunda mitad del siglo XIX comenzó el primer gran cambio ecológico: la forestación. Excepto el ombú, una hierba gigante, en toda la Pampa no existían vegetales que pudieran dar la misma sombra. Desde 1850, llegaron árboles ajenos al medio: higuerillas, acacias, sauces, paraísos, eucaliptos, álamos, cipreses, pinos, cedros, abetos, araucarias, ligustros; sin contar los frutales: naranjos, mandarinos, limoneros, manzanos, olivos, durazneros, ciruelos, nogales, castaños. El efecto de la población arbórea fue casi inmediato: el aumento de la sombra disminuyó la evaporación del agua; la cuota multiplicada de oxígeno cambió la composición del aire; el tejido de raíces modificó la manera de absorber y recuperar los líquidos en los suelos.

Después llegó el otro gran cambio: la explotación intensiva de la ganadería. Enormes masas de animales ovinos y vacunos se distribuyeron por extensiones que antes habían visto discurrir el ciclo de sus pastizales en forma lenta. El consumo rápido de hierbas obligó a la tierra a una renovación igualmente acelerada, con la añadidura del abono animal.

A esa altura, la humedad ambiente empezó a crecer, las lluvias se hicieron más frecuentes, los vientos llenos de polvo de otrora comenzaron a transportar mayor cantidad de nubes, se hizo habitual un fenómeno que solía visitar la región muy de vez en cuando: la niebla. Los ríos se fortalecieron; las lagunas mantuvieron sus caudales todo el año; los cañadones dibujaron arroyos persistentes.

Y entonces llegó el mayor de los factores de cambio: la explotación agrícola. Por primera vez se araron miles de hectáreas; se sembró maíz, trigo, girasol, lino. Los campos se vieron tapizados por nuevos vegetales no graníferos: el cardo de Rusia, el sorgo de Alepo, la alfalfa y más recientemente la celebérrima soja. Algunos, dañinos; otros, complementarios de las siembras y de los abonos, y otros, ambas cosas. El régimen de absorción de agua se alteró; surgió pronto un fenómeno que, de insignificante, pasó a ser importante: la erosión.

Tantas modificaciones fueron acompañadas del poblamiento humano. Se formaron parajes, villorrios, ciudades. Se trazaron caminos, se construyeron puentes. Vino el ferrocarril. Los caminos y las vías férreas se hicieron sobre terraplenes. Se construyeron diques y represas, que formaron inmensos espejos de agua, a su vez fuente de ciclos ampliados de condensación y evaporación.

Aquí voy a exponer una teoría que puede sonar extraña, ya que contradice las afirmaciones masivas habituales: hasta ahora, las modificaciones realizadas por el hombre sobre su medio ambiente han ido más rápido que los cambios palpables de éste. Pero, justamente, ése es el problema principal. Las granizadas, los huracanes, las lluvias, no son muy diferentes de lo que eran hace doscientos años, aunque algo hayan variado; sólo que ahora inciden sobre una estructura que en aquel entonces no existía. Una granizada de 1800 en esta región podía afectar a los animales autóctonos y a los centros poblados indígenas (mejor preparados que muchas de nuestras modernas construcciones); un huracán quizá a lo sumo rompía algunos ombúes; el desborde de un río no era algo digno de mención para los habitantes primitivos de la Pampa, salvo por impedirles el paso al otro lado en algunos días. Los fenómenos climáticos –pese a lo que digan exaltados sabihondos– no son más intensos ahora que en el pasado. Hasta podría citar la novela Los hijos de capitán Grant, de Julio Verne (hombre bien informado, si los hubo), en la que se menciona una pedrada ocurrida hacia 1830 en Guaminí (recordemos que parte de dicha novela se desarrolla en esos lugares), oportunidad en que murieron ñandúes, liebres, peludos y zorros. Imaginemos el escándalo que harían los gritones mediáticos de hoy si sucediera algo como eso arriba de nuestras modernas cabezas y de las de nuestras refinadas mascotas. Asimismo, un argumento puramente físico desmiente que los vientos de la actualidad sean peores que los de aquellos años: la cantidad de árboles que hay a lo ancho de la Pampa le pone obstáculos a la marcha de las masas de aire inferiores.

Una granizada actual encuentra millones de techos, de vehículos y de árboles frutales donde caer. Un huracán se apoya en millones de construcciones y puede hacer volar millones de objetos. Un desborde de río puede tapar millones de viviendas ribereñas, arrastrar miles de puentes y romper cientos de diques. Aun si esos fenómenos tuviesen la mitad del volumen que tenían en épocas remotas, igualmente harían miles de veces más daño, a causa de todas las cosas que hay expuestas a dañarse. El desarrollo de muchísimas recientes obras como carreteras, barrios nuevos de ciudades, elevación de terrenos, modalidad de laboreo de los campos, canalizaciones para el drenaje de diversas fuentes de agua temporarias y permanentes, etc., no siempre –o mejor dicho casi nunca– fue contemplado en línea con estudios de hidráulica, de topología o de antecedentes geográficos. Simplemente se realizaron de acuerdo con criterios momentáneos (cuando no oportunistas) e individuales, es decir no en función de la pertenencia a la comunidad. Entonces cuando parte de una ciudad queda arrasada, porque las viviendas de los planes sociales no fueron construidas previendo la eventual fuerza de los vientos, porque se rellenó absurdamente el lecho de una cañada, porque no se revisó la profundidad y características de las napas subterráneas o porque se creyó que el pacífico río cercano seguiría en el mismo nivel de crecidas aun cuando se le vuelca el triple de escurrimientos que diez años antes, entonces la rapidísima solución argumental es la del “inexplicable comportamiento del clima”, la de las lluvias “inéditas”, los vientos “nunca vistos”, las crecientes “inesperadas y más grandes de la historia”...

Una de las incógnitas con las que nos hallamos en cuanto accedemos a la indagación del cambio climático es hasta qué punto es un cambio y hasta qué punto el hombre cambió los elementos sobre los que el clima actúa. Si no logramos establecer con exactitud una y otra cosa, las soluciones que se puedan aplicar serán parciales. Tal vez los efectos del dichoso cambio aún no sean tan palpables; quizá cuando lo sean no puedan revertirse.