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4.23.2011

¡AY, MIRTHA!, ¿LO DIGO O NO LO DIGO?

Por Juan José Oppizzi
Sus Artículos en ADN CreadoreS


La actriz Mirtha Legrand o, con más propiedad, María Rosa Martínez Suárez, debe su trascendencia a un factor que tal vez nunca imaginó: un programa de televisión. Desde antes de 1970, Almorzando con Mirtha Legrand es una audición que pervive, con altos y bajos y con reiteradas –y jamás concretadas– amenazas de acabar. Ha visto las pantallas en blanco y negro, las de color y los actualísimos plasmas. Ha mostrado el rostro fresco de la diva, las primeras arrugas y las súbitas vueltas a la tersura con auxilio de finos bisturíes. Y la exhibe hoy con su (hay que reconocer) gallarda estampa de anciana elegante. De no haber existido esa ametralladora de inmediateces que es el televisor, de no haber vivido justo en la época del surgimiento de los canales de aire, tal vez Mirtha Legrand no hubiera pasado de ser una referencia en libros de historia del cine, y estaría apoltronada en algún lujoso piso del centro de Buenos Aires, masticando un larguísimo olvido. Pero, no; quisieron los hados (como dirían los antiguos para explicar lo inexplicable) que “Chiqui” fuera lo que es.

El debut de María Rosa se produjo en algunas películas compartidas con su hermana gemela, María Aurelia, conocida como Silvia Legrand. La novedad de contar con un par de chicas lindas, tan extremadamente parecidas, tapó gran parte de la mediocridad de muchos filmes y logró encubrir las escasas dotes de ambas para la actuación. (De paso, digamos que la fecha de estreno de la célebre Los martes orquídeas sirve para establecer un dato caro a los fisgoneos femeninos y ferozmente guardado por la melliza habladora: su edad). Mirtha fue siempre la delgadita, por eso lo de “Chiqui” en oposición a su más robusta hermana, “Goldi”. Hacia fines de los años 70’, María Aurelia grabó algunos cortos publicitarios y luego se retiró de los estudios, rayos de luz y lentes, para no volver a mostrarse, salvo en contadísimas ocasiones. María Rosa, en cambio, inició un recorrido tenaz ante las cámaras, que la puso en una actualidad sin fin.

El tono de los almuerzos es el de una mesa de la alta burguesía, con el debido toque versallesco y una informalidad muy bien fingida. Mirtha, ayudada por una curiosa voz bitonal que con los años ha virado a extremos de contralto y soprano aguda respectivamente, hace las veces de señora de la casa. El curso del tiempo volvió notorias ciertas brusquedades en el trato con los colaboradores, subsanadas con abrazos ante cámaras y explicaciones (como las que daba en torno de la mujer que sirvió la mesa durante muchísimos programas y que identificaba como “Luisita, hija de una prima”) para demostrar que el amor por ellos (y el de ellos por ella) era superior a cualquier desborde de carácter. La evolución de los medios para grabar puso más tarde en claro –por tomas de sonido subrepticias– que, entre bambalinas, la señora es una guaranga que insulta a todos quienes tienen la desgracia de caer bajo sus descalificaciones, y que la simpatía de la mayor parte de sus próximos se limita a un aguante por necesidad de empleo. Quizá el título del ciclo de audiciones debió cambiar y llamarse “Almorzando con los monólogos de Mirtha Legrand”, en vista de las mínimas oportunidades de sus invitados por decir algo en más de cinco palabras. “Chiqui” pregunta y responde, acota y especula, afirma y niega. No hay segundo en donde se produzca algún silencio benéfico, ni lapso en donde sus dos registros vocales dejen de funcionar a pleno. 

El mayor mérito de semejante verborragia es implantar la creencia en la vastísima formación de la actriz. Y (nobleza obliga) es preciso convenir en que lo ha logrado en amplias franjas de la audiencia; la cantidad de palabras encubre la vaciedad del contenido. Lo que es más difícil de entender es cómo esa misma audiencia tolera los virajes temáticos de la estrella; por ejemplo estar ante un hombre fundamental de la medicina, que intenta hacer claros y simples algunos temas medulares, e interrumpirlo para destacar el lustre de sus zapatos o los colores de la corbata. Los barquinazos que le ha traído esa incontinencia de cacatúa son equivalentes a los aportados por su básica ignorancia de los temas que se tocan en la mesa. No le bastan las precauciones de los libretistas ni los apuntes en letra gigantesca (a fin de ahorrarse el uso de anteojos, por quién sabe qué negación absurda); las acotaciones inoportunas van de la mano con las erratas históricas, artísticas o conceptuales; la lista de situaciones ridículas podría conformar una enciclopedia, junto al recuerdo de las veces en que muchos de sus invitados le propinaron buenos cachetazos verbales o la dejaron hablando sola.

Tantos años de difusión del programa permiten establecer algunos cambios en lo que es el manejo que hace su conductora. Siempre con base en la superficialidad, Mirtha atravesó períodos diversos en los acontecimientos del país. No hay indicios de que hechos tan extremos como las persecuciones, las listas negras, los campos de concentración o los asesinatos masivos quedaran reflejados en alguna palabra suya o en algún gesto solidario hacia las víctimas. No. “Chiqui” sólo recuerda el lapso en donde, bajo el gobierno de María Estela Martínez, su programa fue levantado. Resulta irónico que haya sido bajo el mando de una mujer con características neuronales parecidas a las de Mirtha que ésta sufriera tal episodio. Sin embargo, en los últimos años la glamorosa matrona ha pasado a tomar posición política; sus manifestaciones la acercan a la zona ideológica en donde seguramente estuvo desde el vamos: la derecha. Ya no matiza las gimnasias bucales sólo con las archisabidas muletillas bobas; ahora también lanza dardos venenosos en dirección al “zurdaje” (como supo denominarlo hace unos años). 

La pertenencia del medio en donde actúa a una corporación periodística dominante, la incluye en el equipo de primera línea a la hora de cerrar filas en torno a los objetivos estratégicos de la empresa. Un gordo porcentaje de sus invitados forma parte de la constelación de personeros que, con mayor o menor jerarquía, se mueve en aquel rumbo. Aun con estos antecedentes, no deja de ser insólito oírla decir que “tiene miedo” de las condiciones de la sociedad argentina actual, como si reinaran amenazas para su integridad física o para su libre expresión (¡pocas veces se la ha escuchado decir tantas barbaridades con tanta libertad!).

Por desgracia, para un gran número de público, Mirtha Legrand es una referente crucial en la lectura de la realidad.