Por Roberto Daniel León
Dicen que un buen cigarro proporciona tiempo para pensar, o
algo que llevarse a la boca. Tuve suerte. Un amigo me regaló un buen cigarro y
yo me regalaba el placer de saborearlo después del almuerzo; cuando en mi afán
de sostener la teoría y la práctica de que todo lo que tiene letras debe ser
leído, posé mis ojos en una lata de arvejas cuyo exterior tenía letras. Algunas
de ellas estaban destinadas a la marca del producto y otras a diversas
especificaciones. Segundas en el orden de importancia, con relación a su tamaño
(las más pequeñas ya no las veo) y ¿Coherentemente? agrupadas, llamaron mi
atención unas que transcribo a continuación respetando el orden en que se
encontraban: “arvejas secas remojadas”. Dado que aprendí a leer con el sistema
antiguo, el fantasma de mi maestro de tercer grado apareció en el monitor y
dijo -como si tal cosa– “… acá hay algo que no está bien”. Caramba, pensé. Será
que arvejas se escribe con “h” o “b” larga, ahora? Cambiaron tantas cosas….
–“No, nene”, me dijo... (para los fantasmas no pasa el
tiempo), “…acá hay una contradicción”. Cierto… dije en voz alta. Intenté
explicarle que desde que me acostumbré a verlas, leerlas y escucharlas en
abundancia, ya no las notaba tan fácilmente como antes. Por supuesto, no aceptó
la excusa y quería que escribiera 100 veces en el cuaderno de deberes una
oración que comenzó a dictarme inmediatamente: “Los servicios públicos tienen
que ser privados. El estado es ineficiente.” No... me está jodiendo... aquí
hay, además de maestro muerto, gato encerrado. Justamente él, no puede
pretender que escriba eso en sentido afirmativo. Quise cuestionárselo... pero
ya se había ido. Por qué me habrá dicho semejante cosa? De qué estábamos
hablando...? Ah... sí. De las arvejas. No... de las contradicciones!!! Eureka!!!
Ya lo entiendo. Era feo mi querido maestro, pero no idiota.
Los conceptos de público y privado, son opuestos. Hace años, durante el
lamentable fervor menemista-privatista, había – profesionales incluidos –
muchos que se atrevían a decir, por ejemplo, que los hospitales debían ser
manejados como una empresa, porque si no, daban pérdida. Quién diablos dijo que
los servicios públicos tienen que dar ganancia? Si son públicos, son servicios
que se prestan con los dineros del erario público. Son los impuestos que
vuelven al pueblo. Por eso, los servicios públicos tiene que prestarlos el
estado. Porque son servicios, no un negocio. Una empresa se forma con el
objetivo de obtener ganancias. Es un negocio. No presupone la prestación de un
servicio para todos. Y si no, por citar un ejemplo de servicio público como las
comunicaciones, porqué las localidades pequeñas no tenemos acceso al servicio
0610? O un servicio de internet de alta velocidad? Fácil... porque no es
negocio para la empresa. Ergo, este “servicio público” se presta solo donde da
ganancia. Tiene lógica desde el punto de vista empresario, pero no desde el
concepto de servicio.
Ahora llego a la otra parte: el estado es ineficiente. No
escatimaron esfuerzo los menemistas y sus cómplices, en meternos muy adentro
esa muletilla por todos los medios posibles. No paraban de hablar y no nos
daban tiempo para pensar. Cierto es que tampoco teníamos mucha práctica en eso
(pensar). No olvidemos que la tele no lo permite.
Ortega y Gasset, duro crítico de nuestras actitudes, decía y
con razón, que los argentinos confundimos los edificios con las instituciones.
Ejemplo cotidiano de esto, es el comentario que a menudo escuchamos en
conversación de vecinos: “... ah, si. La escuela X es muy buena escuela”;
limitando el concepto al edificio sin dudas, porque la eficiencia y calidad de
esa institución pública estará dada por la eficiencia y calidad de sus
directivos y docentes. Cuando éstos no estén mas, por jubilación, muerte o
traslado, “la escuela X” puede dejar de ser buena. Porque bondad, eficiencia,
capacidad, etc. son atributos de personas; no de entes impersonales. Entonces
el estado, no es ineficiente. Pueden serlo (de hecho lo son) las personas que
lo administran. De esta manera descubrimos que dándole una mano de pintura a la Casa Rosada , no
cambiaremos nada. Cabe preguntarse que pasaría si nos decidiéramos a cambiar a
las personas que lo administran, alternativa que no figura en la propuesta de
ningún candidato. Entiéndase bien. Cambiar a las personas que administran el
estado, no es cambiar sus caras. Se trata de cambiar a esa clase de personas.
Hay padres que tienen hijos que se deleitan, por ejemplo, en
destrozar sistemáticamente el sofá. Los influenciados por la modernidad, que no
quieren hacerse cargo de las cosas, cambian el sofá. Los mas antiguos y
responsables, le ponen límites al nene. Los primeros, están fabricando un
dirigente político según el actual concepto. Los segundos, están fabricando un
ciudadano responsable.
Los servicios públicos, para que realmente sean públicos,
debe prestarlos el estado. Y deben ser eficientes. Porque el estado somos
nosotros. Y para administrarlo, debemos escoger a los mejores.