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4.04.2011

¡CON “A”!

Por Roberto Daniel León




Andá a trabajar, haragán...! El presente mandato tiene sus orígenes en la cultura Judeo-Cristiana, según testimonia el mismísimo libro primero de la Biblia.

Dice en el Génesis que cuando Jehová echó a patadas del paraíso a Adán y Eva -por poco confiables en eso de los mandatos- los castigó con males que hasta ese momento no conocían: Con dolor parirás tus hijos (a ella) y ganarás el pan con el sudor de tu frente (a él). Con el tiempo, la necesidad de que el sistema funcione y la complicidad de los religiosos, lo que en principio era un castigo fue tornando a color rosa con aggiornamientos varios hasta convertirse en un derecho humano. Es decir: todos tenemos derecho a ser castigados. Pero, tratándose de la raza humana, la cosa no podía acabar en tan solo una contradicción: generaciones enteras creen que ese “derecho” es una obligación y es tal la fuerza del mandato, que se equipara a la intensidad del trabajo que realiza alguien con su calidad de persona; de modo que se escucha a menudo el elogio es muy trabajador-a, muy buena persona. 


Parecería -en esta era donde la confusión es la gran ramera babilónica del apocalíptico anuncio- que trabajar mucho tendría un efecto casi mágico en la construcción de una persona, así como en menor escala pero casi tan popular sería el efecto de la actividad física para la salud psíquica, que se promueve generalmente en práctica de deportes como panacea antiadicciones, entre otras virtudes, que casi dejan sin trabajo a psicólogos y psiquiatras.

Esta valoración abstracta del trabajo, pegando el concepto a la dignidad, la libertad, el desarrollo y varios etcéteras con formato de slogan, contribuyen a instalar con cepo y grilletes que eso no se discute. Cualquiera que ose cuestionar estas valoraciones, sufrirá el aislamiento social y quedará sellado con la nada honrosa denominación de haragán.

Lo cierto es que los únicos realmente beneficiados por el trabajo, son los dueños de las riquezas, no los trabajadores. Recuérdese que los primeros no están sometidos al mandato: ellos tienen mucho dinero y no necesitan trabajar para vivir y a nadie se le ocurre decirle haragán a un rico. Los que tienen que trabajar, popularmente asumido, son los pobres. Cuando no lo hacen, ellos si son considerados haraganes, tanto por los que se beneficiarían con su trabajo, como por sus pares que, mayoritariamente, creyeron el cuento y se desloman para no ser víctimas de la despiadada crítica a que, de no hacerlo, serían sometidos por las otras víctimas que hacen de policías del sistema.

Tan a la vista que no se ve, está la experiencia concreta de millones de trabajadores que de ninguna manera alcanzan a saborear las míticas mieles –tan siquiera- del alto poder adquisitivo y que van como burros tras la zanahoria (o la sofisticada imagen de ella), por la que –a fuerza de no alcanzar- suele ocurrir que comiencen a perder interés. Para el caso que ello ocurra, los previsores ideólogos se reservan a modo de azote, el acicate de las deudas. Obligados a procurarse su propio garrote para poder “ser”; deben, luego existen. “...están condenados al insomnio por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar”. (Patas Arriba, de Eduardo Galeano).

Después de más de 40 años de deslomarse al sol o al frío, realizando duras tareas y obedeciendo fiel y respetuosamente las órdenes, siempre pobre y luego jubilado con la mínima, concluyó mi padre en una sobremesa: ...el trabajador gana lo suficiente para volver a trabajar al otro día...

Aún espero con ansias que alguien me explique, razonablemente, la diferencia entre esto y la esclavitud; tanto como espero poder entender alguna vez cuanta justicia hay en eso de que los pobres, como si tal condición fuese poca desventaja, tienen que ser además: trabajadores, creyentes, honestos, limpitos, educados, respetuosos, abstemios, sumisos y, preferentemente, negros.




EL SOBRINO DE LA TÍA JULIA

Por Juan José Oppizzi


Sus Artículos en ADN CreadoreS




El escritor Mario Vargas Llosa publicó en estos días de Marzo de 2011 una carta dirigida a protestar por lo que él llamó un “pedido de censura”. Fue por la anterior carta pública del director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, sugiriendo a los organizadores de la anual Feria del Libro de Buenos Aires que no lo incluyeran como invitado para abrirla. Tal misiva está impregnada de ese lloroso quejido que emiten los que siempre desean ser víctimas de la censura. El asunto es: ¿a qué censura se refiere el señor Vargas Llosa? Nadie le impide asistir a la Feria del Libro. La posición de Horacio González no pasó de ser una sugerencia a los organizadores a fin de que no se lo invitara a encabezar la apertura, no para que se le impidiera asistir. En todo caso, lo que el director de la Biblioteca Nacional hizo fue usar de su derecho a cuestionar las ideas de cualquier persona, según los principios de libertad que Mario Vargas Llosa dice defender. Salvo, claro, que el señor Mario se crea incuestionable. No voy a juzgar acá la conveniencia o la inconveniencia de tal expresión de deseos de González (aunque pienso que le dio a Vargas Llosa un libreto que no era necesario darle); lo que me interesa es la retorcida argumentación que despliega el escritor ex-peruano (se nacionalizó español).

Primeramente debo hacer notar que me parece una ingratitud de parte de Vargas Llosa el criticar a Jorge Rafael Videla. La dictadura del Proceso, y las de todos los países latinoamericanos triturados en la década de los setenta, cumplieron –bajo la sabia dirección de Henry Kissinger– con el trabajo sucio que les permitió a los liberales hacer sin mucha resistencia el horroroso experimento socioeconómico de los noventa, al que el señor escritor ex-peruano defiende con tanta pasión. Vargas Llosa pertenece a una organización internacional que maneja el franquista (reciclado en el discurso) ex Presidente del Gobierno de España, José María Aznar, encargada de difundir los idearios más cavernícolas del capitalismo mundial y de disfrazarlos con argumentos buenitos. En su momento también colaboró con la oscura y fanática secta fascista del reverendo coreano Moon. Además, convendría recordarle a este campeón de la libertad el poco (el ningún) brío que sus colegas de ideología liberal (Fraga Hiribarne, Aznar, Büchi, Alsogaray, Sormann, Fukuyama, etc) pusieron en criticar las barbaridades cometidas en los años de plomo de América Latina. La censura de su libro La tía Julia y el escribidor bajo la bota de Videla fue una de las torpezas medievales de alguien que, como el obtuso militar argentino, no tenía la agudeza ni la astucia como para ver el panorama a largo plazo (¡Perjudicar a alguien que luego estaría en el mismo segmento político de tantos seguidores del Proceso!). Convengamos, también, en que Vargas Llosa en esa época aún no había puesto decididamente su talento literario al servicio de una siniestra derecha internacional, y que, por eso, la condena a las “horrendas dictaduras militares” le es a él mucho más cómoda que la que puede emitir algunos de los otros liberales con conciencia sucia.

La calificación de “piqueteros intelectuales” y “kirchneristas” al grupo de intelectuales de “Carta abierta” me parece de una cortedad burda. Se entronca con el criterio que muchos ideólogos argentinos de orientación parecida a la de Vargas Llosa utilizan para medir a cualquier opinante: si no descarga sobre el gobierno los dardos que consideran obligatorios, recibe motes despectivos. ¿Se puede calificar de “piqueteros intelectuales” y “kirchneristas” al recientemente fallecido David Viñas, a Osvaldo Bayer, a Vicente Battista? (ya sufren, en otros ámbitos, las estampillas de traidores Víctor Hugo Morales, Horacio Verbisky, Eduardo Aliverti, Liliana Daunes, Ricardo Forster, Teresa Parodi, León Gieco, etc.) ¿Se puede embolsar a un grupo de intelectuales que sufrió –mucho más que el señor Vargas Llosa– la persecución de la dictadura argentina de 1976-1983 en el mismo criterio censor de los criminales que los acosaron? ¿No es una injusticia flagrante, un sarcasmo destructivo?

El cuerpo principal de la carta de Mario Vargas Llosa está dedicado a criticar al nacionalismo. Nada más fácil y redituable, expositivamente hablando, en virtud de los antecedentes que se registran de la confusión entre amor al terruño y xenofobia; especialmente si se lo hace desde un falso punto de vista de la libertad. Y él apela a argumentos falaces: involucra a San Martín y al Che Guevara en el palabrerío sofístico. ¡Tan luego al Che!, a quien su hijo Alvarito no duda en tachar de “idiota delirante” en ese panfleto irrespetuoso y mendaz llamado Manual del perfecto idiota latinoamericano y que papá Mario avala en un vistoso prólogo. Dice en un párrafo de su misiva: “Si tal mentalidad hubiera prevalecido siempre en la Argentina (se refiere a lo que llama “estrecho nacionalismo de los intelectuales kirchneristas”), el General José de San Martín y sus soldados no se hubieran ido a inmiscuir en los asuntos de Chile y Perú y, en vez de cruzar la Cordillera de los Andes impulsados por un ideal anticolonialista y libertario, se hubieran quedado cebando mate en su tierra...” ¡Increíble!; justamente él, Vargas Llosa, encomia el ideal “libertario y anticolonialista”, cuando, por su credo neoliberal, al mismo tiempo apoya las rapacidades colonialistas y antilibertarias del capitalismo. Y no menos absurda es su alusión al Che: dice que, de seguir las directivas kirchneristas, “...se hubiera eternizado en Rosario, ejerciendo la medicina en vez de ir a jugarse la vida por sus ideas revolucionarias y socialistas en Guatemala, Cuba, el Congo y Bolivia.” ¡Nuevo hallazgo!; usa de arma lo mismo que en otras ocasiones –las más– se desgañita en descalificar; habla admirativamente de las ideas “revolucionarias y socialistas”, cuando otras veces se llena la boca con el libreto de que los ideales sólo deben alimentar el arte y no pretender influencia sobre la sociedad.

Pero, como todo sofista, puede tropezar en piedras desconocidas. Habla de su admiración por Juan Bautista Alberdi y le adjudica que “...llevó su amor a la justicia y a la libertad a oponerse a la guerra que libraba su propio país contra Paraguay, sin importarle que los fanáticos de la intolerancia lo acusaran de traidor”. Allí parece tener un bache referencial. ¿Sabrá don Mario que la Guerra de la Triple Alianza tuvo como artífices y sostenedores fanáticos a Bartolomé Mitre y a Domingo Faustino Sarmiento, sucesivos presidentes argentinos? ¿Sabrá que esas veneradas figuras del “período liberal” del siglo XIX intercambiaban correspondencia confidencial en donde se planeaba el exterminio de toda la población paraguaya y la destrucción del Paraguay como país? ¿Sabrá que los motivos de la guerra no fueron ni el nacionalismo (al que, obviamente se usó para justificar la matanza) ni ideal alguno, sino el pedestre deseo de eliminar a un creciente competidor comercial, es decir la muy capitalista costumbre del monopolio económico?

El gran escritor ex-peruano cae luego en la remanida selección (muy propia del discurso neoliberal de los noventa) de las izquierdas latinoamericanas: rescata los regímenes que estuvieron o están en el poder en Chile, Brasil y Uruguay. Les adjudica haber sido “capaces de renovarse, renunciando no sólo a sus tradicionales convicciones revolucionarias reñidas con la democracia ‘formal’ sino al populismo, al sectarismo ideológico y al dirigismo, aceptando el juego democrático, la alternancia en el poder, (y aquí viene la inevitable exposición de colmillos) el mercado, la empresa y la inversión privadas, y las instituciones formales que antes llamaba burguesas”. Hace lo mismo que ciertos sectores de la derecha argentina: pondera de lejos lo que aborrecería de cerca. Me pregunto qué calificativo le merecería a la muy puntillosa camarilla neoliberal vernácula la presencia en el sillón de Rivadavia de un José Mujica o de un Lula Da Silva. Seguramente dirían que José Mujica es “ese tupamaro bruto” y que Lula Da Silva es “ese negro resentido”. Para los Vargas Llosa la única izquierda potable es la remota o la inexistente. Ni soñar con tocarle un pelo a la insignes empresas e inversiones privadas, al dios Mercado y a las venerables instituciones burguesas. Por supuesto, las frutillas del postre son los gobiernos de Cuba y de Venezuela: ahí la argumentación parece calcada de “Selecciones del Readers digest” (tal vez una de las fuentes formativas principales de su etapa liberal, sea ese pasquín afortunadamente desaparecido).

La penúltima parte de la carta de Vargas Llosa adquiere el suspenso de una mala película yanqui, en donde el populacho enloquecido, en Rosario, asaltó un ómnibus e intentó asesinar a los asistentes a una conferencia de liberales (entre los cuales estaba él). Según su conclusión, eso ilustra “la triste vigencia de aquella confrontación entre civilización y barbarie que describieron con tanta inteligencia y buena prosa (si bien con grandiosa injusticia y parcialidad, diría yo) Sarmiento en su Facundo y Esteban Echeverría en ese cuento sobrecogedor que es El matadero”. ¡Qué horror! ¡Hordas salvajes, asaltando un vehículo en donde viajaban los más civilizados representantes de las más modernas y elevadas concepciones filosóficas del mundo, que la masa ignorante no comprende! ¡Menos mal que ese linchamiento no se produjo! (como suele suceder en los relatos que requieren la presencia del autor para difundirse).

Y la última parte de la carta es increíble. Llega al extremo de presentar –con pena, eso sí– a Horacio González como un eventual destructor de libros de la Biblioteca Nacional que no coincidan con sus convicciones políticas o que desentonen con las corrientes progresistas del pueblo argentino.

Lo que debería apenar a Mario Vargas Llosa es haber tirado por la borda un pasado lúcido y haberlo cambiado por un presente lleno de dogmatismos fósiles a los que ve en los adversarios pero no en su propio razonamiento.





3.03.2011

EL HUEVO O LA GALLINA?

Por Roberto Daniel León



Felizmente, el libre ejercicio de pensamiento obtenido por la humanidad contra viento, marea, espadas, hogueras y otras sutilezas, nos ha permitido avanzar en la construcción de apreciaciones mas precisas, aunque claro, siempre perfectibles. Habernos permitido dudar de las verdades absolutas, es un paso que, a mi criterio, supera y mucho a un pisotón en la luna.

La relatividad de Einstein, es una observación filosófica antes que científica. Que lo observado depende del observador y de su estado, nos posibilita entre otras cosas, dejar entrar a nuestro mundo otras condiciones que, no por ignoradas, debemos presumir inexistentes. Sin embargo, a la hora de establecer parámetros comunes, deberíamos ser cuidadosos de utilizar solo aquello que sabemos y podemos demostrar al menos razonablemente, evitando construir sobre la aventura de la imaginación y el absolutismo, a fin de no regresar a las sombras originales.

Tendemos, en un característico afán reduccionista de esta época, a catalogar eventos y condiciones por orden de importancia, alfabético o cronológico, y lo hacemos aún a martillazos cuando no encaja en nuestro esquema de pensamiento. Convengamos, antes de continuar, que la posibilidad de un razonable ejercicio del pensamiento, aún permanece vedado a inmensos sectores de la sociedad, entre-tenido y ador-mecido no por casualidad.


La disquisición acerca del ser y-o estar (de eso se trata), con relación a cierta preeminencia de uno u otro concepto, debiera comenzar por permitirnos des establecer el criterio de que habría una mayor importancia en una de esas manifestaciones respecto a la otra. Porque, en definitiva, porqué habría de haberla? 

Estimo que ambas condiciones son referenciales. Estar requiere de referencias externas y respondería a las cuestiones ¿Dónde? o ¿Cuándo?, en tanto que ser requiere de referencias internas y responde a las cuestiones ¿Qué? o ¿Cómo?,

Ajenos a lo que se cree, según la cultura de que se trate, y por lo que razonablemente se conoce, nace un ser humano con potenciales condiciones para procesar determinados estímulos, con los que poco a poco irá construyendo una persona, Estos estímulos se originan en su entorno inmediato y se amplían luego a la sociedad y la cultura en que el individuo está. El proceso que realice con todos esos estímulos –que no son otra cosa que palabras y actitudes- determinará un ser que, de nuevo, responderá a un qué y un cómo altamente influenciado por el entorno. La calidad de los estímulos iniciales, determinarán por consecuencia u oposición, el como será y donde estará. Cierto es que la cultura actual pasa por alto ciertas cuestiones fundamentales y fundacionales y suele confundirse el ser con la profesión (sos telemarqueter), y la calidad o reafirmación del ser con sus posesiones (si no tenés... no sos nadie).

Pásase por alto entonces al sujeto, que en nuestro análisis sería el ser, y contémplase al objeto funcional a la estructura social (en la mayoría de los casos, simple consumidor).

Respecto al estar, podríamos determinar al menos dos condiciones: un estar físicamente, en referencia geográfica; y un como estar en referencia actitudinal. Este último aspecto adquiere una relación directa con el ser.


Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández

2.28.2011

UN VERDADERO COMENTARIO ACERCA DE LA VERDAD [*]


Por Sergio Rocchietti


¿Para tí la verdad ya no es
verdad? Es que sufres.

Las Troyanas, Eurípides 


En un breve texto llamado: Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral, Friedrich Nietzsche comienza su escrito presentándonos una fábula. Se podría decir que no es manera de empezar, y menos tratándose de la verdad. No dejemos de lado la indicación, "si vas a hablar de la verdad comienza por una fábula", sentencia que cual las gnómicas, son anteriores a la filosofía griega, o lo que es lo mismo a sus inicios oficiales, pero resulta que la acabamos de acuñar y allí la dejamos. La verdad inicio de la fábula. La fábula inicio de la verdad.


Dice Nietzsche que "...hubo una vez una estrella en la que inteligentes animales inventaron el conocimiento. Fue ese el más orgulloso y mentiroso minuto de la 'historia universal', pero sólo un minuto... tras pocos resuellos de la naturaleza, la estrella se congeló y los inteligentes animales hubieron de morir".

Una manera contundente de arrojarnos que el conocimiento humano nada vale... en la naturaleza. Una manera contundente de decirnos que el conocimiento humano no interesa nada más que a los humanos y, si somos rigurosos, a algunos de entre ellos (sus consecuencias luego de la ciencia ya conciernen a todos). Una manera eficaz de plantear los límites del conocimiento y lo ilimitado de nuestro yo, que ya quisiera extenderse por todo el universo.

Agreguemos lo siguiente, hablando del conocimiento, "hubo eternidades en las que no existió; si desaparece nada pasará. Pues no hay para ese intelecto otra misión fuera de la vida humana".

Afirmación hecha con un martillo; hecha para hacer añicos las esperanzas en el conocer y recordatorio eficaz de nuestra vanidad vana. Pero hay más, recomendamos una lectura atenta e íntegra del artículo citado, y nos aventuramos a hacer dos preguntas, ¿Por qué ese momento duró un minuto? y ¿Por qué los animales murieron? Respuestas a producir.


EL PSICOANALISTA OBRA LA VERDAD

Decir que el psicoanalista obra la verdad no es decir que el psicoanalista hace ‘la’ verdad y menos decir que hace ‘la verdad’. Hay una gran distancia entre el obrar y el hacer. La verdad no es mas que la permanencia en un nombre de una extraña resonancia (que quisiéramos nuestra) que nos da una leve e imperceptible idea de lo que no hay. Absoluto. Eso es lo que no hay. Permanencia absoluta y constante: religión. Aunque nos enojemos (por ‘falsa’) con la etimología ciceroniana (por Cicerón) de la religión como aquello que re-liga o lo intenta, seamos prudentes y pacientes y aceptemos el sesgo verdadero que ella conlleva (la ‘falsa’ etimología). Lo absoluto es lo ilimitado por no ‘estar atado’, sigamos en el juego de las etimologías, y lleguemos a que las religiones por medio de sus re-ligaduras, vuelven a unir lo que se desata, en nosotros y eso nos hace bien. Religión: ‘volver a reunir’ y así se vuelven a hacer absolutos constantes. Potencias de los íconos. 

Dos campos se extienden ante mí, por eso me detengo y observo. Hasta aquí he llegado, me detengo y examino ¿Qué camino seguiré? Hagamos, aunque nos cueste, abolición de las trascendencias supuestas y elijamos las inmanencias de la labor.

En el inicio de Freud, el descubrimiento del inconciente, O. Mannoni escribe:
"La obra de Freud apunta a una verdad, aquellos que la comentan tienen que elegir entre diferentes perspectivas de acceso, según su propia concepción de la verdad".
Destaquemos que apuntar a una verdad no es llegar a la verdad, presunción que percute los tímpanos, llegar a ‘la verdad’. Desgarremos: no a la verdad, sí, una verdad. Si una verdad surge es con la palabra, si una verdad aparece es originando más palabras que velarán su surgir y desplazarán a diestra y siniestra sus retoños.

No hay verdad más que la de la palabra (verdadera). Inútil es anticiparse, nunca sabremos cuáles lo lograrán. Ser verdaderas (en nosotros). Aquel que comente tendrá que acceder a una obra según su concepción de la verdad. Brevemente, la verdad nos hace concebir. De allí, concepción de la verdad. La verdad concibe algo en nosotros y luego hacemos, y luego pensamos, y luego damos razones. Pero, la verdad no es una idea. No pensamos con la verdad, pensamos a la verdad. Y eso no es verdad. Ahí, sólo pensamos. Nada de verdad.



LA VERDAD NO ES LO QUE QUEDA LUEGO QUE TODO SE VA

Inútil discutir la aporías del todo si ya no se está en lo parcial, en lo provisorio. Inútil discutir las aporías de lo universal si ya no se está en lo fragmentario. Por eso no alargaremos innecesariamente nuestro camino. Queda la verdad cuando lo que es del todo ya no está. Destáquese del todo y quizás surjan las lecturas correctas.

Queda la verdad cuando lo que es del todo no está. Y no es que no está porque se ha ido, hemos hecho mucho para que no esté (aceptar lo fragmentario, lo provisorio de todas nuestras pretenciones; cada enunciado es un fragmento, hay allí una pista para los despistados). Claro que siempre vuelve, pero no es cuestión de que no lo echemos de nuevo (la aspiración al todo, la presión del todo). Insistiremos.

Ahora, ese es un lugar; la verdad queda establecida en un lugar de despejamiento. Instante fugaz y repentino, vislumbrado y perdido, jamás permanecemos ahí.

La verdad es una cuestión singular en el asunto humano. Y aún más, logra su eficacia una vez que surgida se olvida. No contaremos esa novela.


En el apéndice de la Presentación autobiográfica (1924), nos dice Freud [**]:
"Dos temas recorren el presente trabajo: mi peripecia de vida y la historia del psicoanálisis. Están unidos del modo más estrecho. La presentación autobiográfica muestra como el psicoanálisis se convirtió en el contenido de mi vida, y obedece al justificado supuesto de que no merece interés nada de lo que me ha sucedido personalmente sino se refiere a mis vínculos con la ciencia".
Me pregunto: ¿Qué hizo Freud para que su vida sólo tenga interés -para nosotros- en relación al psicoanálisis, su obra?

Me respondo, enfrentarse.

¿Con quién? No con otro que consigo mismo. Claro está, que enfrentarse consigo mismo no fue sino enfrentarse con otro (que era él mismo; hagámos aporías de los reflejos). Con todo lo que no sabía de sí, con lo Otro (desconocido) que era él para sí mismo (aquí se sitúa la hipótesis de Lo Inconciente). Con las ‘verdades’ (que eran tales antes que cayeran) que habían sido erigidas para que él no supiera; aquellas que no se encontraban más a disposición. Desalojadas de un sitio accesible.

No podemos más que exhumar las armas herrumbadas de ese combate. Testimonio de ello son las cartas Nº 69, 70 y 71 de Sigmund Freud enviadas a W. Fliess.

Destaquemos de la primera lo siguiente: 
"Y en seguida quiero confiarte el gran secreto que poco a poco se me fue trasluciendo en las últimas semanas. Ya no creo más en mi neurótica".
"Ya no creo más" -proseguimos nosotros- en lo que antes creía.

¿Cuántas veces estamos dispuestos a no creer más en lo que antes creíamos? En lo que creemos es en lo que nos sostenemos.

Firmes creencias sostienen firmes convicciones que nos proveen de firmes actitudes para ser firmes en la vida. "¡Mantente firme!", insistía un padre ante su pequeña hija, tratando de corregir militarmente lo que la naturaleza había hecho al "darle" un representante del sexo "débil", que para cumplir con el exhorto, se mantenía "firme"-mente atónita cada vez que un atisbo de agresión verbal llegaba a ella.

Prosigue Freud: "Ahora no sé dónde estoy, pues no he alcanzado la inteligencia teórica de la represión y su juego de fuerzas..."

"¿Y si éstas dudas no fuesen sino un episodio en el progreso hacia un conocimiento ulterior?"

Poder no saber adonde se está, o adonde se va. Es toda una virtud. Una fuerza. Poder estar aún sin saber dónde se está. Es toda una cuestión. Poder no saber; permanecer en una ignorancia provisoria preparando un alumbramiento, es toda otra cuestión.
"Desde hace cuatro días, mi autoanálisis, que considero indispensable para el esclarecimiento de todo el problema, ha proseguido en unos sueños y me ha proporcionado los más valiosospuntos de apoyo y aclaraciones".
"Ser completamente sincero consigo mismo es un buen ejercicio..."
"Mi autoanálisis es de hecho lo esencial que ahora tengo, y promete volverse de supremo valor para mí cuando llegue a su término".
¿Dónde apoyarse sino es en uno mismo se dirá? Se dirá apresuradamente, pues, no es sino ajenizándose que se puede llegar a hacer de sí una cuestión, pregunta, examen, problema. Por eso, agrega Freud en la carta Nº 75:
"Mi autoanálisis sigue interrumpido; ahora advierto porqué. Sólo puedo analizarme a mí mismo con los conocimientos adquiridos objetivamente (como lo haría un extraño); un genuino autoanálisis es imposible, de lo contrario no existiría la enfermedad. Puesto que todavía tropiezo con enigmas en mis pacientes, es forzoso que esto mismo me estorbe en el autoanálisis".
El enfrentamiento consigo mismo no es sino, enfrentarse a la peligrosa oportunidad de recorrer el territorio de uno siendo otro, no es mío es del Otro, dirá Jacques Lacan, de un Otro del lenguaje, de la historia, de los recovecos, de los agujeros, las ausencias, lo que se perdió y lo que nunca llegó a estar y que jamás podrá estar porque hablamos y estamos partidos, perdidos, arrojados. Lo que Natura non da... es lo pleno (lo absoluto, lo ilimitado que debe reunirse para que pueda apacentarme en ese lugar). Siempre chatos y miopes, insatisfechos y angustiados, siempre con esas posibilidades de nuestra fragilidad inherente y de nuestra fortaleza posible. Ambas por hablar. Ambas por decir.

Hablo y cada palabra cae de mí, por delante y por detrás, creando escenografías, esas palabras y esas escenografías forman aquello que será mi "visión del mundo" o "cosmovisión", palabra acuñada filosóficamente por Dilthey, que no agradaba mucho a Freud, él prefería mantenerse "en torno a una cosmovisión". Prefería girar alrededor de ella para encontrar sus imperfecciones, sus senderos inexplorados, todavía no surgidos.

Absolutos o fragmentarios. Partidarios de la ‘cosmovisión’, imagen del universo, o imagen del mundo (según Heidegger) o practicantes del fragmento, de lo provisorio; el combate es inútil (si creemos que lo es). Ya está presente en lo que se ha opuesto en Parménides (Ser) y Heráclito (la dinámica), nuestro origen griego y occidental. Otra fábula. Otra manera de ‘hablar’, fari en latín, fabulari, conversación. Blá–bla-blá. A veces se producen choques con los escollos que podemos llamar ‘palabras verdaderas’ (J. Lacan) o verdaderas ‘palabras’ (palabras-piedra) que nos hacen tropezar y caer y entender que lo que era verdad hasta allí ahora pasa a ser creencia y creencia revocable (o sostenida). Y el olvido. Y el lugar de las nuevas verdades. Ligadas a los nuevos decires. Somos fragmentarios porque cada palabra lo es y porque nuestra conciencia lo es y también porque nuestras potencias son discretas. Necesitamos de la vigilia tanto como del dormir. Y del sueño. Somos absolutos y mínimos, según la ocasión que no ocasionamos, que nos ocasiona absolutos y mínimos.


NO VOLVEMOS AL INICIO. VOLVEMOS A LA FABULA [***]

Dice F. Nietzsche que "...hubo una vez una estrella en la que inteligentes animales inventaron el conocimiento. Fue ese el más orgulloso y mentiroso minuto de la 'historia universal', pero sólo un minuto... tras pocos resuellos de la naturaleza, la estrella se congeló y los inteligentes animales hubieron de morir".




DOS NOTAS DOS Y TRES ASTERISCOS

Uno. La hipótesis bio-antropológica no verificable en tiempo y lugar, se habla de 70.000 años a 60.000 años antes de Cristo, y no cuantificable, se plantea entre 600 y 1.000, al grupo originario que da como resultado en la actualidad, a miles de millones de humanos sobre la Tierra (más de seis mil millones). O sea, para especificar: descendemos de un grupo de no más de esa cantidad de personas que en alguna región de Africa (se habla de seis regiones posibles) pudieron pasar por el llamado ‘cuello de botella’ biológico que representó las modificaciones de las condiciones clímáticas de esa época y sobrevivir. El homo sapiens no tiene más de 200.000 años de existencia y esa ‘prueba’ modificó sustancialmente también las posibilidades simbólicas de los mismos, pre-determinando nuestro futuro. Agreguemos simplemente que pudimos no existir. Lo cual no es muy importante. Lo importante es que existimos y lo que compartimos todos los seres humanos. Todos. El 98 punto 98 por ciento de ADN. ¡Los monos tienen más diversidad biológica que nosotros! Esperemos que eso (nuestros comunes ancestros) alguna vez tengan alguna consecuencia político-cultural entre nosotros. Que nuestro lejano origen común nos haga tener destinos ‘humanos’ y no ‘inhumanos’ (a desarrollar y debatir y plantear: una pista sobre ello sería la ampliación de la consideración histórico antropológica y no comenzar los relatos siempre en las mismas ‘historias’ de dominación que aparecen con la escritura, con la geo-mensura y la contabilidad de los imperios, el famoso escriba tenía esa función).

Dos. Dijimos que la indicación de F. Nietzsche –a nuestro entender- era: "si vas a hablar de la verdad comienza por una fábula", sentencia que proponemos como las de antes de la filosofía, cuando había hombres sabios, según los griegos. En el mismo texto citado anteriormente el autor propone: 
“¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal”. 
El ubicar a la verdad en el lenguaje es la gran operación de Nietzsche (por consiguiente: amar a los sofistas y detestar al personaje Sócrates junto con Platón). El sumergirla allí hace que el lenguaje transforme a la verdad en una forma retórica más. Y que por ese motivo se derrumbe la ilusión universal que la misma Verdad (bajo la forma del religar) porta en sí misma como posibilidad. Claro está que ese derrumbe no es (ni será) universal. La verdad será una cuestión individual y el religarse también. Lo cual traerá otras consecuencias, el psicoanálisis será una de ellas.
[*] “Es por su relación con la verdad que el psicoanálisis se desmarca de toda psicoterapia no a nivel de su finalidad sino de sus medios, y ante todo de su material: síntoma, asociación libre, interpretación … Sólo hay curación pensable bajo la condición de la verdad –el psicoanálisis se niega tanto como es posible a practicar la sugestión. No hay curación sin la verdad”.
Curación y verdad, François Balmes, pág 47.

Inmensa frase (‘No hay curación sin la verdad’) que condensa tantos apretados hilos que nos costaría demasiado espacio seguirlos uno por uno en sus desarrollos posibles. Elegimos, (siempre tenemos que elegir) destacar esto: el psicoanálisis no es sin la verdad. Y el problema surge en pensar una verdad como condición y no como finalidad (lugar de llegada o arribo). Un punto desde donde ampliar esta cuestión está dado por la propia metodología de la práctica del psicoanálisis en su racionalidad inclusiva del inconciente y en el producto que de ella se recibe. Una razón conjetural e inclusiva no es una racionalidad exacta y científica.

Por lo anterior, que dejamos en estado de bosquejo, pudimos llamar a este texto, en tono irónico pero no por ello menos verdadero, ‘un verdadero comentario acerca de la verdad’. Si la racionalidad no incluye lo paradojal se mutila de lo que más nos interesa: una eficacia de la cura (que no es cura).


[**] Nos hemos referido ya, en este texto, a la Presentación autobiográfica (1924), de S. Freud, lo hacemos una vez más:
“No se tenga la impresión de que en este último período de mi trabajo yo habría vuelto la espalda a la observación paciente, entregándome por entero a la especulación. Más bien me he mantenido siempre en estrecho contacto con el material analítico, y nunca he dejado de elaborar temas especiales, clínicos o técnicos. Y aun donde me he distanciado de la observación, he evitado cuidadosamente aproximarme a la filosofía propiamente dicha. Una incapacidad constitucional me ha facilitado mucho esa abstención. Siempre fui receptivo para las ideas de G. T. Fechner, y en puntos importantes me he apuntalado en este pensador. Las vastas coincidencias del psicoanálisis con la filosofía de Schopenhauer -no sólo conoció el primado de la afectividad y la eminente significación de la sexualidad, sino aun el mecanismo de la represión- no pueden atribuirse a una familiaridad que yo tuviera con su doctrina. He leído a Schopenhauer tarde en mi vida. En cuanto a Nietzsche, el otro filósofo cuyas intuiciones e intelecciones coinciden a menudo de la manera más asombrosa con los resultados que el psicoanálisis logró con trabajo, lo he rehuido durante mucho tiempo por eso mismo; me importa mucho menos la prioridad que conservar mi posición imparcial”.
¿Es ese rehusamiento una decisión? Pensamos que sí. Y sin embargo, siempre hay un ‘pero’ se dice, agreguemos que siempre hay un ‘sin embargo’. Sin embargo una decisión puede ser interrogada. No lo haremos. Dejaremos las herramientas para ello. Uno, las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, editadas (parcialmente, vol. I y II) en castellano por la editorial Nueva Visión. Recomendamos del Tomo I, la reunión 45 del 1 de Abril de 1908, Lectura y discusión Nietzsche: el ideal ascético. Tercera parte de la Genealogía de la moral. Y del Tomo II, la reunión 56 del 28 de Octubre de 1908, Presentación: Ecce Homo de Nietzsche, cuyo orador fue Häutler. De esta última reunión queremos destacar el párrafo siguiente:
“El profesor Freud desearía mencionar que nunca pudo estudiar a Nietzsche, en parte a causa de la semejanza de sus descubrimientos intuitivos con nuestras laboriosas investigaciones y en parte a causa de la riqueza de sus ideas, que siempre le impidió a Freud pasar de la primera página en sus tentativas de leer a Nietzsche”.
Dijimos que no interrogaríamos la decisión, no lo hacemos aún cuando le encontramos una nueva base del rehusamiento de Freud en leer a Nietzsche, que es la que prosigue: no leo a F. N. “en parte a causa de la semejanza de sus descubrimientos intuitivos con nuestras laboriosas investigaciones y en parte a causa de la riqueza de sus ideas”. Es desde esa nueva formulación que se puede interrogar la decisión. Oponiendo por ejemplo, “descubrimientos intuitivos” a “laboriosas investigaciones”, y así en más.

Agregamos tres recomendaciones. A la ya citada de las Actas la relacionamos con Los miércoles por la noche, alrededor de Freud (La construcción del discurso psicoanalítico a la luz de las Actas de la Soc. Psic. De Viena), de Mauro Vallejo, editorial Letra Viva, Buenos Aires, Argentina, 2008.

Otra se reúne en un autor, Paul L. Assoun. De él recomendamos: Freud, la filosofía y los filósofos, Editorial Paidós Ibérica, Barcelona, España, 1982. Y Freud y Nietzsche, editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1984.

[***] Como hemos citado en la nota dos la extensa respuesta a la pregunta de qué es la verdad se amplia en la pluma de G. Aganbem; la proponemos también, porque queda bien en claro que la verdad es siempre con el lenguaje y es siempre asunto del lenguaje y de nosotros con esa creencia insólita de que la mesa (desiganada) es la m-e-s-a (nombrada). Agreguemos que sin esa creencia insólita la vida, la nuestra, y la de aquellos que no pueden compartir esa creencia (insólita) se hace muy dificil.
“¿Qué es pues la verdad? Una multitud en movimiento de metáforas, de metonimias, de antropomorfismos, en una palabra: una suma de relaciones humanas que han sido poéticamente elevadas, traspuestas, ornamentadas, y que, después de un largo uso, parecen a un pueblo firmes, canónicas y vinculantes... Mientras que toda metáfora de la intuición es individual y sin par, y por eso puede siempre huir de toda determinación, el gran edificio de los conceptos muestra la rígida regularidad de un palomar romano y exhala en la lógica la severidad y la frialdad que son propias de la matemática. Quien esté impregnado de esta frialdad, difícilmente creerá que el concepto, óseo y octogonal como un dado, y como éste inamovible, no es en cambio otra cosa que el residuo de una metáfora... Sólo a través del olvido de este mundo primitivo de las metáforas, sólo a través del entiesamiento y la cristalización de lo que era en el origen una masa de imágenes surgentes, en una oleada ardiente, de la capacidad primordial de la fantasía humana, sólo a través de la creencia invencible en que este sol, esta ventana, estamesa es una verdad en sí, en una palabra: sólo porque el hombre se olvida en cuanto sujeto, y en particular en cuanto sujeto de la creación artística, puede vivir con un poco de reposo y de seguridad ...” (los fragmentos del Philosopbenbucb están contenidos en el Vol. X de la edición Króner de las obras de Nietzsche).
Giorgio Aganbem, La imagen perversa (La semiología desde el punto de vista de la Esfinge) del libro Estancias.


 Portadas: Pinturas de Lucian Freud
Diagramación & DG: Pachakamakin

2.06.2011

LA CONTAMINACION DEL SUELO

Por Cristian Frers






El suelo es un recurso natural que corresponde a la capa superior de la corteza terrestre. Contiene Agua y Elementos nutritivos que los seres vivos utilizan. El suelo es vital, ya que el ser humano depende de él para la producción de alimentos, la crianza de animales, la plantación de árboles, la obtención de Agua y de algunos recursos minerales, entre otras cosas. En él se apoyan y nutren las plantas en su crecimiento y condiciona, por lo tanto, todo el desarrollo del Ecosistema.

Cuando un suelo ha sido continuamente utilizado, se deteriora, se degrada, y deja de poseer y aportar sus cualidades iniciales. Podemos decir que un suelo está contaminado, cuando las características físicas, químicas o biológicas originales han sido alteradas de manera negativa, debido a la presencia de componentes de carácter peligroso o dañino para el Ecosistema. Entonces, la productividad que el suelo tenía se pierde total o parcialmente.

Las Propiedades naturales del suelo le permiten autoregenerarse en ciertas condiciones no muy extremas, pero al someterse a actividades industriales, agrarias, entre otras acciones de gran incidencia sobre el suelo, sus Propiedades quedan anuladas y pierde la capacidad de autogeneración.

Los problemas más comunes en relación al suelo tienen que ver con las actividades de las personas. Los suelos sufren el vertido constante de todo tipo de residuos, dado que son capaces de retener y acumular los agentes contaminantes durante años, siendo los más habituales los metales pesados, los hidrocarburos, los aceites minerales y los pesticidas. 


Aunque a corto plazo no se advierten los efectos nocivos de dichos residuos, con el paso del tiempo cualquier alteración del suelo, o incluso, los cambios climáticos pueden ocasionar la liberación de los contaminantes almacenados, pudiendo afectar a otros medios como el aire o las Aguas superficiales y subterráneas. Además, como los contaminantes se mueven a través de las capas más permeables del terreno, se corre el riesgo de afectar a las zonas limítrofes.

Los problemas directamente derivados del uso antrópico de los suelos son actualmente muy severos. La erosión, la desertificación, la contaminación, la compactación, el avance de las ciudades y urbanización, y la pérdida de fertilidad, se encuentran entre los problemas más graves que afectan hoy a los suelos.

Si tomamos en cuenta la erosión, veremos que la erosión del suelo se está acelerando en todos los continentes y está degradando unos 2.000 millones de hectáreas de tierra de cultivo y de pastoreo, lo que representa una seria amenaza para el abastecimiento global de víveres. Cada año la erosión de los suelos y otras formas de degradación de las tierras provocan una pérdida de entre 5 y 7 millones de hectáreas de tierras cultivables. 


En los países subdesarrollados, la creciente necesidad de alimentos y leña han tenido como resultado la deforestación y cultivo de laderas con mucha pendiente, lo que ha producido una severa erosión de las mismas. Para complicar aún más el problema, hay que tener en cuenta la pérdida de tierras de cultivo de primera calidad debido a la Industria, los pantanos, la expansión de las ciudades y las carreteras. 

La erosión del suelo y la pérdida de las tierras de cultivo y los bosques reduce además la capacidad de conservación de la humedad de los suelos y añade sedimentos a las corrientes de Agua, los lagos y los embalses.

La Información disponible de investigación sobre los tipos, causas, grado y severidad de la degradación de tierras es todavía insuficiente en la mayoría de los países de América Latina. Esta falta de información dificulta enormemente la identificación y la puesta en práctica de Estrategias efectivas de conservación y rehabilitación de tierras

En la actualidad, la contaminación de los suelos se encuentra cada vez más en el punto de mira de la Gestión Ambiental, debido principalmente al riesgo que un suelo contaminado puede suponer para la salud humana y para el correcto funcionamiento de los Ecosistemas.

La gestión de un suelo contaminado consiste en un proceso gradual en el tiempo, en el que se parte de una Fase Inicial con poca información y se avanza por Fases, en las que se va adquiriendo más Conocimiento sobre la problemática de contaminación. Este proceso debe basarse en las siguientes Etapas:




1. Reconocimiento preliminar. Consiste en la recopilación de la Información que permita valorar la posibilidad de que se hayan producido o se produzcan contaminaciones significativas en el suelo en el que se ha desarrollado una actividad. 

2. Evaluación preliminar. 
La existencia de indicios de contaminación conllevará la realización de un Informe de Evaluación Preliminar. Se debe disponer de una primera aproximación real a la magnitud del problema, definir el origen y la naturaleza del foco de contaminación, los vectores de transferencia y los sujetos que deben protegerse, y definir si se necesitan actuaciones de emergencia.

3. Evaluación detallada.
Esta Fase consiste en la realización detallada del Informe de Evaluación que debe permitir caracterizar con precisión los focos de contaminación, delimitar el alcance de la contaminación, determinar si el riesgo es aceptable o inaceptable y, en este segundo caso, obtener la Información suficiente para pasar a la Fase de Estudio siguiente.

4. Recuperación. 
Considerar un suelo como contaminado supone la obligación de desarrollar las actuaciones de Recuperación Ambiental del emplazamiento.


Los Procesos de Descontaminación son caros, pero si tenemos en cuenta que el suelo es un medio natural que nos proporciona múltiples beneficios, y que necesita miles de años para formarse, tendríamos que pensar que todo lo que hagamos por el beneficio del suelo es poco. 


Por lo tanto sería conveniente establecer una serie de Factores, en virtud de los cuales, se vayan descontaminando los suelos. Es decir, la peligrosidad de la contaminación dependerá de efectos como puede ser el poder tamponador o lo vulnerable que sea el suelo ante la contaminación, etc.

Uno de los Factores a evaluar con más importancia es la extensión de la contaminación, así como la Naturaleza y la medida en que los contaminantes estén concentrados. Es muy importante la naturaleza de éstos porque dependiendo del peligro que aporten al suelo, este se contaminará más o menos rápido, y con mayor o menor profundidad.

En resumen, cabe decir que la gestión por el mantenimiento de los suelos en su estado original, impidiendo su contaminación por usos excesivos y abusivos y limpiando y descontaminando aquellos emplazamientos ya deteriorados debe tomarse como una rama más de la Conservación del Ambiente, quizás menos llamativa a los ojos de la Opinión Pública, pero igual de importante que cualquier otro tipo de actuación.

Para solucionar los problemas mencionados, se deben considerar soluciones que impliquen una acción inmediata y, también, Métodos de Prevención para impedir mayor deterioro futuro. Parte del deterioro causado lo puede solucionar la Naturaleza misma con sus Ciclos Naturales. Por ello la acción del ser humano debiera contribuir a crear las condiciones necesarias para que la Naturaleza emprenda su obra de restauración. 


Sin embargo, recuperar el suelo una vez que éste ha sido destruido es un proceso lento si se lo deja sólo a su ritmo natural, y muy costoso si se trata de acelerarlo. Por lo tanto, lo más razonable es evitar que se destruya el suelo.




Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin

1.27.2011

LA TÍTERE



Por Juan José Oppizzi
Sus Artículos en ADN CreadoreS


Hoy la memoria me trajo una brisa de otros días. Fue por el estímulo de haber escuchado una grabación musical. Como por un rayo de luz, me vi en el año 1963. Yo concurría a una escuela rural, la número 21 Juan Martín de Pueyrredón, del paraje La Isabel, en el partido de Salto argentino; estaba en lo que entonces era el “primer grado inferior”. Allí me vi, pues, aprestándome con mis otros escasos treinta compañeritos para asistir a una función en el cine Roma de aquella ciudad bonaerense. En lo personal, fue la primera salida a una distancia de más de diez kilómetros sin mis padres. El arribo a la sala nos intimidó: había cientos de otros niños en la misma instancia. El griterío era infernal. La alharaca de los alumnos ocasionaba las reprensiones de las maestras; había breves espacios de calma y luego se repetían los bullicios y los alaridos docentes en procura de orden. Nadie escuchaba al próximo ni a sí mismo. Nuestro exiguo contingente guardaba una compostura que no tardó en atraer las críticas de los infantes más agresivos de las otras escuelas. Ya en las butacas, hubimos de ser flanqueados en los laterales por la directora y la única maestra, dedicadas a repeler las flechas verbales provenientes de cualquier extranjero escolar. Nos quedaban más expuestos la retaguardia y el frente, blanco de avioncitos de papel, confituras en forma de proyectil o escupitajos furtivos que invariablemente daban en los blancos más voluminosos de nuestras educadoras.

Cuando al fin se apagaron las luces, hubo un alarido uniforme que indicó la complacencia por el fin de la espera. La función consistía en un espectáculo (luego supe que fue uno de los últimos) a cargo de miembros de la compañía de marionetas llamada Piccoli di Podrecca. En casa, mis padres y otros familiares de la misma edad evocaban alguna vista de estos muñecos, considerándolos dentro de lo mejor que habían apreciado en sus existencias. Al grupo lo formaban gentes de diversas nacionalidades –aunque predominaban los italianos, como es lógico por su punto de inicio– y sus periplos tenían un circuito igual de cosmopolita. Muchísimos años después averigüé que el fundador de esa compañía, el signore Podrecca, había fallecido en el año 1959, luego de sembrar el mundo con la fantasía radiante de su corte de seres artificiales y de colaboradores. Huyendo del horror de la Segunda Guerra Mundial, decidió una gira que sería permanente y que abrió cauce al arte de los titiriteros. La Argentina contó con uno de los hombres más relevantes en tal especialidad: el gran Javier Villafañe.

Ha dicho Borges en la milonga Jacinto Chiclana: “Los años no dejan ver el entrevero y el brillo”. Por suerte, yo sigo viendo el brillo de aquel escenario mágico, donde hombres y mujeres de madera actuaban para cientos de niños boquiabiertos. Un caballero hamacaba delicadamente a una frágil dama. Primero, el vaivén era suave; después, la niña desaparecía de escena y el retorno de la hamaca golpeaba al pobre hombre hasta enviarlo, a su vez, fuera de nuestra vista; rengo y maltrecho, él insistía en complacer a su compañera, que no se daba por enterada. Un adusto violinista vestido de negro (reminiscencias de Niccoló Paganini, tal vez) ejecutaba su instrumento un rato, hasta que empezaba a desintegrarse: cabeza, brazos, piernas, torso y violín se desparramaban en círculos caóticos por el aire. Sin que dejara de sonar la música, las piezas anatómicas del raro instrumentista volvían a componer la persona y terminaba su actuación tan completo como había entrado al escenario. Y el número que motiva estas letras nostálgicas era algo así como teatro de marionetas dentro del teatro de marionetas: en una fiesta, un inventor presentaba una muñeca cantante, a cuerda; una mariposa giratoria debía ser manipulada en su espalda a fin de que la niña artificial pudiese desplegar trinos de soprano de coloratura. La duración de la cuerda era bastante más breve que la pieza musical; por lo tanto, su voz y sus movimientos declinaban abruptamente y era necesario girar el mecanismo para darle nuevo impulso. La muñeca tenía un vestido largo, azul, y su canto sonaba con la agilidad de un ave. Interpretaba un vals. Algo así como un sello de fuego me incrustó en el alma esa voz.

Cuando en la radio a transistores de mi casa yo escuchaba, al paso, alguna voz parecida a la de aquella muñeca del teatro, pedía que se dejara la sintonía allí y exclamaba: “¡La títere!”, pensando que era la misma. El tiempo me soldó al oído el gusto por la ópera, y a lo largo de muchos años, al escuchar yo, fascinado, interpretaciones líricas femeninas, mis padres seguían diciendo, entre jocosos y graves: “Es como la títere”.

Nada menos que cuarenta y seis años después, en 2009, compré una colección de registros de voces de la ópera y, recorriendo sus delicias, oí aquel vals y gocé de aquellos gorjeos. El impacto me hizo creer (¿y acaso no es posible?) que era la misma grabación empleada para figurar el canto de la marioneta vestida de azul. La pieza –ahora lo sé– es el Aria de la muñeca, de Los cuentos de Hoffmann, de Jack Offenbach, un músico francés de apellido alemán, que durante casi toda su vida estuvo dedicado a componer operetas mediocres, y que, para liberarse del yugo de su propia obra, decidió escribir algo más profundo. El tema de esta pieza es el amor (¡cuándo no!), representado por tres mujeres que rondan al escritor Ernesto Teodoro Hoffmann (persona que anduvo realmente por el mundo bajo ese nombre y con esas dotes). Uno de los episodios cuenta el enamoramiento del artista respecto de la acrobática –y automática– soprano, sin sospechar –¡Ay convencionalismos de los libretos!– que se trata de un robot. La versión que a partir de 2009 tengo en mis manos –con ruido de cuerda y todo– es de una cantante llamada Vina Bovy (cómoda síntesis para esquivar el interminable Johanna Paulina Felicidad Bovy van Overberghe), originaria de la ciudad belga de Gante en el año 1900. El neblinoso registro data de 1937 y, según los datos biográficos que lo acompañan, esta señora expiró en 1983. Acaso, como ya me lo pregunté, no sea absurdo imaginar que ella fue la voz de aquella marioneta que en el lejano 1963 le dejó a un niño de cinco años la impresión decisiva para que luego se inclinara por admirar el canto operístico.



Portada: Marioneta, de Maricarmen Ruiz
Diagramación & DG: Pachakamakin

7.12.2010

EXPLORANDO LAS GRIETAS DE LA GEOMETRIA SAGRADA


Por Gustavo Fernández



Ya he perdido la cuenta de ensayos, artículos e investigaciones de campo a través de los cuales he intuido, más que descifrado, la sospecha de que la llave técnica, práctica, para acceder a otros planos de la Realidad puede estribar en la manipulación de formas, campos o estructuras geométricas (si hablamos de dos dimensiones) o topológicas (si nos desenvolvemos en tres). Sin duda, no se tratará de pasar las veladas jugando con lápiz, regla y compás; es posible que se trate, más bien, de ejercicios intelectuales donde los conceptos (mejor aún, las ideas) expresadas formal y materialmente a través de las gráficas o ecuaciones, se corresponden (en el sentido más lato del Principio de Correspondencia) con procesos mentales y éstos, por Ley del Mentalismo con modificaciones espacio-temporales. Un portal dimensional es, a todas luces, un cambio espacio-temporal ajeno a (pero contenido en) otro momento (no empleo aquí el término como “instante”, sino como “momento matemático”) espacio-temporal.


EXPLORANDO LAS GRIETAS DE LA GEOMETRIA SAGRADA

De lo que estoy hablando es de intuición y pasos mecánicos: intuyo que en las manipulaciones geométricas está, dije, la clave del acceso a otras dimensiones. Deseo dedicar mis afanes a experimentar pasos técnicos que sistematicen la apertura de esos portales. En síntesis, apunto a diseñar una metodología que permita a todos y cada uno de nosotros acceder cuando deseemos —o cuando ciertas circunstancias estén dadas— a esos otros planos. Se podrá argüir (y en principio debemos aceptar el debate) que el acceso a esos otros planos de Realidad requiere condiciones espirituales antes que tácticas racionales (sean éstas por manipulación de la Geometría Sagrada o de la Mecánica Cuántica). Debemos, dije, aceptar ese debate. Pero asimismo debemos, entonces, hacernos algunos planteos lógicos (no por racionales, sino por obvios).

Por ejemplo, tendremos pleno derecho a exigir una definición acabada (y demostrable) de lo que entendemos por “espiritual”. Si es lo “no material”, aquello que existe en otra dimensión, vibratoriamente ajena a estas cuatro en las que nos desenvolvemos, será percibido desde aquí como “no material” (por tangible que resulte en el “allá”) y por ende susceptible de ser definido como “espiritual” (insisto: por “no material”). Si lo “espiritual” se asocia a lo “moralmente más elevado”, permítasenos recordar que demonios, djinns y otros tantos entes de parecido perfil también son por definición “espirituales”, con lo cual concluiríamos que lo espiritual es condición de su naturaleza de manifestación, no de conducta moral. Aunque tales imágenes suelen parecerme “kitsch” y degradantemente out, valen como ejemplos. 

Cielo e infierno más purgatorio no serían más que “n” dimensiones, planos o universos paralelos. En plan de objetar aquello de las “condiciones espirituales” para acceder a estos planos, podría también decirse que se puede necesitar cierta “sintonización” psíquica para conectar con los mismos. Es posible que ello lo logre lo devocional, la lectura de Chopra, el “copiar y pegar” los mensajes de Oxalc o Ashtar Sheran, el encenderle una vela violeta a Saint Germain, el cultivar con amor arándanos mientras entonamos mantrams angelicales o el frotar cristales hora tras hora contra nuestro sufrido entrecejo. Es posible. Pero también es posible que todo eso nos haga sentir mejor, estar más plenos, hallar algunas respuestas, pero no tenga nada que ver con la conexión con planos espirituales si es que se da el albur de ser éstos, después de todo, “sólo” universos paralelos.

No seré un iconoclasta, hoy. Sólo me propongo explorar otra alternativa. Esta alternativa se vincula a un muy interesante fenómeno geométrico-topológico conocido como “banda (o cinta) de Moebius”, llamada así en honor a su descubridor, el astrónomo y físico suizo August Ferdinand Möbius [1], quien sin embargo, pese a la casi obsesión intelectual que le acompañó el resto de su vida, nunca pudo explicar. Repitamos el experimento. 

August Ferdinand Möbius


Tomemos una banda de papel cualquiera. Como sabemos, tiene dos caras y cuatro lados, con vértices A, B, C y D. Si deseamos hacer un anillo, sabemos que podemos unir A con C y B con D, quedándonos un anillo de lógicamente dos caras y dos lados o bordes (dos, obviamente, desaparecerán al pegarlos entre sí). Pero si esta unión la efectuamos luego de hacer una torción al papel de modo que ahora A pegue sobre D y B sobre C, surgen las sorpresas: constatando, por ejemplo, al deslizar un bolígrafo sobre su superficie, resultará una sola cara. Y si deslizamos nuestro dedo desde un punto cualquiera en el borde nuevamente habrá quedado uno solo ¿Adónde se fueron el lado y el borde faltantes?. No hay construcción matemática que pueda explicarlo. Final. 

Construcción de una Cinta de Moebius
Cinta de Moebius terminada


Hay otras opciones divertidas. Si tomando un par de tijeras cortan la banda exactamente por su línea media, obtendrán ustedes una Banda de Moebius el doble de larga y la mitad de ancha. Pero si el corte lo realizan descentrado, resultarán tantas Bandas de Moebius entrelazadas como cortes hagan. Insisto una vez más: estoy convencido de que si profundizamos el estudio de la Geometría Sagrada -en el escritorio, la biblioteca, pero también en el terreno, ya sea en las antiguas construcciones o los reservorios de energía telúrica de que está cubierto el planeta que, en su disposición, es absolutamente geométrico- descubriremos cómo abrir el paso a otras dimensiones. Humildemente en mis esfuerzos personales, quizás soberbio en mis inquietudes intelectuales, esa es la búsqueda a la que estoy dedicado. A través de mis deambulares, siempre late la expectativa de abrir una puerta. Y atento a la Sincronicidad, descubro que ciertos avatares de mi vida particular se van correspondiendo causalmente con pasos en pro de esos hallazgos. Podría, reconociendo lo solitario que es, siempre, el camino del monje, sentarme a lamer las heridas del camino, mirar con nostalgias los jirones de vida afectiva que uno va dejando atrás y recitar con el Dante aquello de “nel mezzo de mia vida, me retrovai en una selva oscura” (“En el medio de mi vida, me encontré en un bosque oscuro”). 


Pero comprendo que todo pasa por algo porque —esa es la enseñanza de la Geometría Sagrada— lo que nos ocurre microcósmicamente está en consonancia (Correspondencia) con algo que ocurre macrocósmicamente. Ver más allá de lo aparente, en nuestro interior y a nuestro alrededor, y descubrir que lo uno resuena con lo otro. En estos agitados —intelectualmente— días he comprendido muchos pequeños trozos de información dispersa, perlas de conocimiento de algún collar por enhebrar. He descubierto que en todas las imágenes religiosas de cualquier vertiente doctrinal, una rodilla descubierta es la señal del Iniciado al Adepto ordenándole divulgar algún saber. Que el tan común saludo militar “¡A la orden!”, es resabio del saludo “a la Orden” (masónica). Que ya he comprobado en catorce iglesias distintas (sobre veintidós censadas) -la última, pocos días atrás, la Basílica Nuestra Señora del Carmen, en Nogoyá, Entre Ríos— que si con una brújula medimos la línea imaginaria que por la nave central comunica el portal de acceso con el altar, aquella se desviará del Norte Magnético exactamente 52º. Siempre. Y si esto se repite en iglesias de trescientos, doscientos o cien años de antigüedad, no es casualidad. Es una orden arquitectónica del Vaticano. 

“¡A la Orden!”, señores prelados. Pero, ¿Por qué?. Los curas no lo saben. Pero está allí. Yo lo intuyo. Cincuenta y dos grados. Las catedrales señalan la puerta -una de tantas- a las estrellas, discutía en Guardianes de la Luz, Barones de las Tinieblas. Cincuenta y dos grados. Qué casualidad, la misma inclinación de las paredes laterales de la Gran Pirámide. Y las patas de la Oca, emblema de aquel juego laberíntico que como tantos otros juegos (las Cartas, el Ajedrez) son el resabio de viejos caminos de conocimiento, la pata de la Orden de la Oca medieval debe tener su primer y tercer dedos separados, precisamente, por cincuenta y dos grados. Geometría Sagrada. La Geometría que resuelve los problemas que la Aritmética —enseñando que la lógica no lo puede todo— no logra resolver. Imposible dividir aritméticamente 10 en tres partes iguales, siempre obtendremos una aproximación de 3,3333….33333 etc., pero con compás puedo dignamente dividir un segmento en tres partes exactamente iguales. 

Extraño, con regla y compás puedo construir fácilmente cualquier polígono regular, excepto un heptágono, y el mágico número 7 adquiere entonces otra significación. Geometría Sagrada. Y la cuadratura del círculo, aritméticamente imposible, es posible geométricamente. Y la Geometría construye las formas, y las formas dan realidad al universo. Del mismo modo que el movi-miento no puede existir sin una dirección determinada, la energía no existe sin una forma definida. No es que la energía “forme” una partícula o una onda. La forma “es” la energía. Y nos permite entonces -digo, a través de las expresiones geométricas de las formas- resonar con otras energías (formas). Miento, no puede existir sin una dirección determinada, la energía no existe sin una forma definida. No es que la energía “forme” una partícula o una onda. La forma “es” la energía. Y nos permite entonces -digo, a través de las expresiones geométricas de las formas- resonar con otras energías (formas). 

El Principio de Resonancia es sencillo. Si hacemos sonar un diapasón en una habitación donde haya un piano, cada cuerda del instrumento afinada en el mismo tono comenzará a vibrar. Esto es la resonancia. Todas las cuerdas restantes, afinadas en distintas notas, permanecerán inmóviles. A través de la resonancia, la energía es transferida del diapasón a la cuerda, provocando la vibración. Así, es como entramos en resonancia con campos telúricos. Así es como podemos ascender vibratoriamente. Los biólogos piensan que el secreto de la vida se halla contenido en el ADN, pero se concentran en su estructura química. Lo que aquí sugiero es que la estructura física de aquél puede ser de tanta o mayor importancia, cumpliendo una doble función: con su estructura química al transmitir el código genético, con su estructura física, al resonar con las vibraciones. La forma es la base de la salud. Si tomo un grupo de células de mi hígado y las cultivo en una Matriz de Petri, no crecerá como un hígado clonado, sino como una masa indiferenciada de tejido, y si se reinjertaran, se desarrollarían como cáncer. En ratas, células del hígado reinjertadas se transformaron en tumores metastásicos. Lejos de la matriz bioenergética las células no cuentan con un “molde” energético y geométrico para su diferenciación. El cáncer es desorganización geométrica de la energía.

También en la docencia esotérica, las elecciones profesionales reflejan muchas expectativas, aspiraciones, sueños. En mi caso, debo admitir que trabajar esta disciplina me lleva, humildemente y casi en un susurro, a afirmar que, si fuera posible (¿Y por qué no?) dedicaría en un futuro exclusivamente mis esfuerzos intelectuales al estudio —y obvia aplicación— de esta disciplina. No es sencillo (aunque siempre ansiado) encontrar una Síntesis, una Piedra Filosofal del Conocimiento verdadero, una herramienta de multiuso intelectual y espiritual con la que continuar el camino; y no creo estar muy lejos de la verdad si sostengo que es precisamente la Geometría Sagrada, la gema del Grial, si no el Grial mismo. Suena rimbombante, soberbio, casi solipsista, digamos. Pero no mentiroso. Pues de ello se trata: así como Einstein buscaba una ecuación Universal que explicara al Universo en su conjunto y en sus mínimas partes, la Geometría Sagrada enhebra en una continuidad armónica el Macro y el Microcosmos. 

En algún punto, casi por el medio, está el ser humano. Y es en su esfera vivencial donde podemos aplicar los descubrimientos de aquella. Repasemos el concepto. La Geometría Sagrada puede comprenderse según en qué dirección miremos: hacia lo infinitamente grande o hacia lo infinitamente pequeño. Pero podemos comprenderlo mejor si partimos de un punto intermedio, por ejemplo, nuestro propio entorno. ¿Dónde está allí la Geometría Sagrada? Ya he citado a lo largo de varios artículos algunos ejemplos. Valga volver sobre el particular: muchas iglesias católicas tienen una desviación de la nave central -proyección del acceso hasta el altar- respecto del Norte Magnético, tanto como 52º. El mismo ángulo que la Gran Pirámide. Y que la abertura de la Pata de la Oca, símbolo esotérico de raigambre. Aún más, ciertos ritos masónicos sostienen que ese, y no otro, debe ser el ángulo que separe las patas del compás emblemático. O los pentáculos que se descubren sobre tantas geografías al unir en un mapa centros espirituales o devocionales. O la correspondencia entre la disposición de las tres Pirámides de Gizeh y el Cinturón de Orión. O entre las catedrales góticas francesas y la Constelación de Virgo. La Geometría Sagrada está presente en el octógono de las iglesias templarias, en el misterio de las catedrales (Fulcanelli dixit), en las “divinas proporciones” (o “Número Aureo”) de

Notre Dame de París y el Partenón, en la disposición y distancia de los centros ceremoniales del Anahuac mexicano que reproducen en un todo la disposición y distancia de los planetas del Sistema Solar entre sí, en tiempos en que oficialmente en Europa sólo se conocía el mismo hasta Saturno. En el trazado de las calles de tantas ciudades (Washington en Estados Unidos y La Plata en Argentina). En las relaciones de planta entre el Vaticano y (otra vez) Gizeh. En las “líneas Ley” extendidas sobre toda Inglaterra y Francia. En los Laberintos de Cnossos. En las espirales astronómicas y la “iglesia retorcida” de Saint Outrille. En la “estrella de David” (en realidad, el “sello de Salomón) del rosetón principal de acceso a la catedral -obviamente católica- de la ciudad de Formosa, Argentina. Los ejemplos son innumerables y su sola mención agotarían. La Geometría Sagrada une lo humano con lo cósmico; las proporciones de la Gran Pirámide proyectadas desde el Ecuador hacia un Polo, culmina en el centro de la Luna centrada en la cara superior de la cuadratura del círculo terrestre. ¿Casualidad? No. Causalidad. Proporciones entre el sistema solar y las Pirámides de Gizeh. Mencioné de paso las “líneas Ley”, llamadas así por vincular poblaciones o sitios antiguos cuyos nombres finalizan en la sílaba “Ley” o “Leigh”. 

Pero no puedo dejar de señalar la importancia del aporte de la Geometría Sagrada en este punto, toda vez que la “geometrización de la superficie terrestre”, de acuerdo a determinados y puntillosos criterios, permite establecer —otra vez— figuras geométricas como pentáculos, o indicar puntos coincidentes con anomalías magnéticas o de características energéticas particularmente significativas para la vida humana (como la red de Bruce Cathie, las Líneas Hartmann, etc). De hecho, me pregunto cuántos geobiólogos, radiestesistas o especialistas en Feng Shui se han abocado a estudiar, siquiera por curiosidad, la Geometría Sagrada; de hacerlo —como yo lo he hecho— encontrarían allí no solamente argumentos y evidencias de peso, sino criterios muy útiles para optimizar la vida cotidiana de sus consultantes. Cathie, sin incursionar (que sepamos) en aspectos tan sutiles, señalaba ya en los tardíos ’60 que las “líneas de fuerza” geométricamente señaladas por él sobre el globo terrestre explicaban la naturaleza de la propulsión —o el comportamiento— de los OVNI.

No fue nunca tomado en serio por ovnílogos que ni siquiera tuvieron la humildad intelectual —o la metodología científica— de investigar antes de opinar. Y que —sugestiva señal de poca perspicacia— nunca se plantearon esta hipótesis que aquí esbozo (y dejaré para otra oportunidad ampliar): si es correcta la teoría del Campo Unificado einsteniano y la Gravedad, entonces, no es una “fuerza” en sentido electromagnético sino la deformación espacio-temporal en un punto dado y, en consecuencia, esta inevitable e indetenible fuerza que nos atrae hacia el centro de la Tierra (en nuestro caso) es “sólo” una manifestación geométrica del espacio-tiempo, ¿Entonces no es obvio que cualquier otra línea de energía geométrica -sobre este planeta o cualquiera en el espacio, etc.- tendrá una fuerza tan aprovechable (si sabemos dirigirla) como la propia gravedad? Que es como decir, ¿Y si la Naturaleza de los OVNIs o, cuando menos, sus sistemas de traslación, fueran revisados con criterios de Geometría Sagrada? Un “pantáculo energético” sobre la superficie terrestre. 

En este conjunto de patrones comunes, que todo pase por unos pocos polígonos y poliedros no es casual, pues es fácil comprobar que esas mismas figuras y formas se repiten a escala cósmica. Los mismos patrones organizan y ordenan al Universo. Esto es —si para ustedes semejante “aval” es importante— una verdad científica, toda vez que el descubrimiento de los fractales constata para el paradigma tecnológico contemporáneo la validez milenaria de la voz de Toth hablándonos desde el más remoto pasado:
“Es verdad, es cierto y muy verdadero, que lo que es arriba es como lo que es abajo y lo que es abajo es como lo que es arriba para hacer el milagro de Una Sola Gran Cosa bajo el Sol”. 
En consecuencia, la repetición de esos patrones geométricos en el legado de tantos pueblos antiguos y tantos grupos de conocimiento esotérico de hoy no habla solamente de la Sabiduría de comprender que el Todo es Geometría Pura. Habla también de otra cosa. Y aquí entra a tallar la Síntesis. Pues si el Orden Universal, la Armonía Cósmica [2] responde a patrones geométricos, la armonía personal (en nuestra vida de interrelaciones sociales, en nuestros afectos, en nuestro trabajo, nuestra salud física y psíquica y, claro, nuestra espiritualidad) también dependerá de que exista -o no- orden, organización, relaciones proporcionales. Y esta Organización ha de ser una expresión “fractal” de aquella que ordena al Universo. Enfoquémonos en este punto. Si admitimos que podemos “corresponder” (asociar con fundamento) los eventos de nuestra vida con formas y figuras geométricas, a fin de cuentas éstos no resultarán más que proyecciones fractales inmensamente microcósmicas de aquellas que -en la otra dirección- se perciben en el Cosmos. 

Por definición, los problemas, los conflictos, los obstáculos todos, más allá de su manifestación aparente (o “percipiente” en nuestra vida cotidiana) serán la expresión del desorden y desorganización cada vez más alejada del patrón geométrico original. Pues bien, como ya se ha señalado, se cumple a rajatabla el Principio de Correspondencia, y por carácter transitivo, será la aplicación conciente del Principio del Mentalismo lo que nos permitirá vivir en resonancia con una Serialidad positiva de eventos En nuestras vidas. Trabajaremos pues, en Psicogeometría, representando -que es hacer real lo ideal- polígonos y poliedros en función de ciertas aplicaciones en situaciones cotidianas. [3] Se comprenderá entonces que, así, la Geometría Sagrada se transforma -dicho está- en una Síntesis genial de la Realidad. Y abre, lógicamente, vías de especulación e investigación fascinantes. Por ejemplo, ante el misterio de los “agrogramas” [4]

No solamente Tiene sentido e interpretación bajo la luz de los preceptos de la Geometría Sagrada. Está en el albedrío de cada uno el comprender que se trata de un “metalenguaje” de orden superior. Dos “agrogramas”, que quizás deben ser comparados con (y estudiados a la luz de) la sapiencia maya, en este ejemplo, parte de su calendario astronómico y millonario en años. Finalmente —last but not least, como solía escribir el genial Antonio Ribera— es necesario dar a la Geometría Sagrada su justo lugar en nuestra vida. Su “sacralidad” es más un referente a su presencia en la cultura que a una naturaleza divina; no debemos deificarla ni creer que a través de ella seremos, como self made men, apoteósicamente disparados a la meta del camino espiritual. Es, lo escribí ya, una herramienta, pero eso sí, formidable. A fin de cuentas, Dios/Diosa, Él/Ella es el/la Gran Arquitecto/a del Universo y debe ser, necesariamente, un/a formidable Geómetra. No sé. Tal vez un día de estos, en la cima de un cerro consagrado o en las profundidades de una caverna telúrica, con un viejo libro de Geometría del colegio en una mano y un péndulo en la otra, encuentre algunas respuestas.



Portada: Ilustración de M.C. Escher
Diagramación & DG: Pachakamakin


CITAS

[1] Tal su apellido original, pero como las antiguas máquinas de escribir no tenían diéresis, se solía reemplazar por la pronunciación aproximada, “oe”. Sigo esta tradición al escribir, por costumbre entonces, Moebius. 
[2] Como ya he escrito en alguna ocasión, prefiero hablar de “Armonía” y no “Equilibrio”, pues este puede ser de dos clases: estable e inestable. El inestable -un cuchillo sobre su filo- requiere de fuerzas de tensión para lograrse y se pierde a la menor contingencia. El estable -un cubo apoyado sobre una de sus caras- no, pero al mismo tiempo cuenta con una brutal inercia que le impide todo cambio, toda “evolución a otra situación”. Al igual que en el espíritu humano, un “equilibrio” interior puede ser inestable (exigir grandes tensiones para lograrse, y al mismo tiempo y por ende extremadamente imprevisible y momentáneo) o estable (pero fosilizado, anquilosado, entonces el individuo no evoluciona). Algo similar a la expresión “paz interior”: la “paz” es la de los cementerios. Por eso remitimos a la expresión “Armonía”. 
[3] A título meramente informativo, diremos que trabajamos en Psicogeometría con doce figuras y formas, doce “mudras” y doce “posturas”
[4] También conocidos como “agroglifos”, “círculos en las cosechas”, “crop circles”, etc.