Esta semana, la colmó principalmente el silencio de estar
conmigo misma. Lo incómodo que suele resultar este estado no es algo que
necesite ocultar, ya que solo lo estaría haciendo de mí misma. Cada una de las
personas aquí, se dedica a lo suyo. Es decir, no se está pendiente de lo que
hace el otro. Más bien se eligen momentos en común para compartir mates,
desayunos, almuerzos, cenas. Si bien, esto en teoría sería aceptable y hasta
diría, común. No lo es a la hora de la práctica y aquí es momento de ser sincero
con uno mismo, ya que si veo las distintas convivencias que se dieron en mi
vida, la mayoría presentó conflicto estando de un lado o del otro, ya sea
atento o desatento a lo que hacían los demás. Ahora no dispongo de otra
distracción que no sea yo. Y esto me lleva a preguntarme qué puedo hacer con mi
día aquí. Y solo hasta mi día aquí puedo llegar hoy a ver, ya que sería algo
contradictorio en este momento, pensar en otro día más además de hoy.
Y así es cómo me encontré frente a un tapiz en donde los
pensamientos pasaban y pasaban, como para que en algún momento se me ocurra
pensar que ese es mi pensamiento y lo tome, y así comenzaría una acción con la
idea absurda de que esa era mi idea. La única opción que encontré fue observar,
como en un libro con sus hojas un poco desordenadas, entre esas líneas y puntos
suspensivos, cuáles son esas incógnitas, esos interrogantes, que hicieron
caricaturas de mí misma haciendo mil cosas a la vez, y esto me llevó a recorrer
distintos lugares de mi vida en los que siempre encontraba algo para hacer, y
no creo ser la única que tenga esa habilidad, es algo así como el eslogan de
moda para un sistema basado en la no profundidad. Mientras uno más hace, menos
se detiene a pensar lo que hace.
Sin embargo qué pasa cuando uno no encuentra nada de donde
agarrarse, se pincha el globo de la rutina de la acción y en la pregunta de la
vecindad citadina: ahora quién podrá distraerme? Aparezco sólo yo con mi
vestido floreado hasta los pies, mis manos, mis piernas, y la mirada puesta en
la nada. Y sólo la certeza de saber que estoy en el lugar indicado para verme,
me mantiene en pie frente a mí misma con sus personajes mirándome y esperando
de el OK para que comiencen a actuar.
Y frente a todo esto, ni siquiera me atrevo a decir que de
la cadena interminable de pensamientos, algo me pertenece. Esta idea comienza a
aterrizar sin paracaídas, las veo venir y estrellarse contra el piso, sé que
ahora es menos precipitado, tienen el amortiguador de lo que se vivió ya, sin
embargo, las siento y aunque mi rostro con algunos de sus personajes no lo
acompaña, se dé que se trata. Es como si estas actitudes que se descubren
descendieran al mismo infierno que les dio origen. La ignorancia, y esto desde
dónde lo veo no es vergonzoso. Más bien, forma parte del desconocimiento. Y en
ese mismo momento que descienden a este caldero donde supuestamente se pagan
las culpas de los pecados, uno cae en la cuenta que es un pescado de sí mismo.
Es decir, quedó atrapado durante un tiempo que no voy a definir como corto o
largo en esa red de pensamientos que creó a cada personaje.
Y ahí es cuando el estrado del Juicio Final queda vacante
para la conciencia que sólo conoce la experiencia, y con ella se exime a sí
misma de toda culpa y decide ascender hacia la única realidad posible,
conocerse uno mismo sabiendo ya que el infierno y el cielo existen en un mismo
lugar, que lo que uno decida creer es lo que hace posible esa existencia. Y con
esto no voy a caer en la simpleza de creer que uno puede, por decir así,
controlar todas esas líneas de creencias que durante tanto tiempo nos
condenaron a un mismo lugar, la ignorancia, sino más bien, darme cuenta que lo
que hoy vivo, responde a elegir qué camino tomar. Y esto define el lugar en
donde estoy ahora. De lo contrario, estaría confesando mis supuestos pecados en
la iglesia del barrio más cercana que es el camino más fácil para alejarme del
único templo que me comulga: la conciencia.
Y es en estos momentos cuando uno confirma que la cuántica y
la metafísica, y demás misteriosas técnicas milenarias, están para algo más que
para estar de moda, existen para ponerlas en práctica. Y para eso, más que
nombrarla, visualizarla, promulgarla, es necesario adquirirla con la
experiencia, y como dicen aquí con la honestidad, y le agrego, la necesaria
para darnos cuenta de qué poco ponemos en práctica de lo que decimos. Así como
poco de lo que pensamos observamos, y por ende lo que hacemos no nos pertenece,
nos aburre, acción por acción, y luego la famosa depresión aguardando
comprensión en el diván de Freud.
Sé que nunca tuve duda de que algo tan extremo no podía ser
realmente confiable, sin embargo, reconozco que en algún peldaño de la historia
esa experiencia existió y por alguna razón la tomé. Y cuando esta idea se
destiñe, es el momento en que se ilumina la creencia y es de-mente creer en
ella. Y lo atrevido y posible es salir de esos peldaños y más aun, lo
entusiasmarte es darse cuenta que ya es necesario saborear, y el temor al cielo
deja de existir porque ya dejé de condenarme.
Al escuchar todo esto que digo, me pregunto, a qué se debe
este cuestionamiento desde algo que al parecer nada tendría que ver, y sí, todo
tiene que ver. Y ya que está de moda decir que todo está conectado, prefiero
meterme un poco más en este dicho, y para eso lo que encuentro es llevarlo a la
práctica y ahí ver si funciona o no, el tema es que quizás lo hace de maneras
sutiles, y atreverme a reconocer esas conexiones me lleva además de observarlo,
a accionar acorde a eso. De lo contrario sería una línea más, disponible de
tomar alguna vez que me atreva a más que pensar y sacar conclusiones. Y esto al
parecer, es porque uno se enfrenta con toda una serie de cosas que son
cómoda-mente aceptadas, y cambiarlas no se trata de imaginación o
visualización, se trata de ver como se tiñe o justifica la realidad en que se
vive con esas interpretaciones sutiles. Entonces de nada sirve creer en un
milagro si no me atrevo a crear ese milagro viviéndolo.
Y para mi entender, esto es lo ilimitadamente posible dentro
del límite que es uno mismo. Entonces me pregunto, hasta qué punto es necesario
actuar la inacción para darme cuenta de cuánto accioné de manera inconsciente,
hasta qué punto de inconsciencia es necesario llegar para darme cuenta de la
existencia de la consciencia en cada momento. Hasta que punto de división es
necesario llegar para darme cuenta que existe un punto en común no divisible
que es uno mismo. Y responderme hasta qué punto, me lleva a ver una ruleta
girando y girando, con una esferita que cae al azar en un casillero como bola
sin manija, entregada al mejor postor, que es la suerte si es que llega, y al
mismo tiempo veo esa esferita en una altura de mi vida que impulsada por el
giro aburrido de sí misma decidió saltar el curso cómodo de ese círculo vicioso
y se atrevió a recorrer su curso que es diferente a la rutina de la ruleta, y
eso hace posible que se elija una y otra vez sin temor a avanzar sabiéndose
dueña de lo que elige vivir. Y si bien continúo sentada frente a todo esto, y
podría decir que nada cambió en este paisaje, sin embargo puedo reconocer que
el entrar en esta situación me llevo a un lugar extremo de mí misma.
Y aunque aún no se cuál es mi próximo paso, tampoco es algo
que esté generando problemas. Sé que este momento es necesario en mi vida. Sé
cuánto me he movido, sé cuanto soy capaz de hacer mirando hacia afuera. Sin
embargo aun no soy consciente de cuánto puedo hacer mirando desde adentro, y
percibo que para eso estoy aquí. Y el silencio que vivo es tan profundo, que
hasta la respiración parece estar suspendida en este instante.
Pasaron uno, dos o tres días. No lo sé con exactitud, hasta
que decidí dedicarme a leer. En el lugar hay libros dispuestos para que uno, si
así lo desea los tome. Como es de costumbre tomo más de uno; todo es tentador.
Sin embargo, esto también trae algo así como el no querer perderse de nada;
aquí me detengo nuevamente y puedo ver la ansiosa idea pululando sutilmente
alrededor de mis dedos. Mira esto, aunque esto es mejor, pero no dejes aquel, y
más aun, allí hay más. Toma todo.
Aunque seguramente hay más en algún lugar. Respiro profundo
y pongo stop a este zapping ansioso, lo cuestiono, dime de donde provienes.
Comienza la acción. Veo que lleva las agujas del tiempo finito, tan fino que se
quiebra cuando comienza el final. Y tan irreal que vuelve a surgir con un nuevo
comienzo. Entonces, me pregunto quién cree ser este tiempo de metal, solo
existe en ese lugar que motiva la ansiedad a perderse de algo. Y algo, es menos
que nada. Y al verlo, puedo notar como manipulo mucho de lo que no terminé, y
un ejemplo palpable, son la cantidad interminable de libros que están abiertos
en mi PC, en los distintos escritorios que ocupé, en las universidades que asistí...
y aseguro que fueron más de dos. Ahí en donde el puntaje de lo que uno
supuestamente sabe se mide con la presión de este tiempo y se califica con un
rango del uno al diez. Porque el once, que es un número maestro, escapa de las
garras de esta regla de competencias profesionales.
Me detengo y elijo qué realmente de todo esto ahora me
gustaría leer; sé que todo está a mi alcance, el tema es, qué realmente
necesito ahora. Y nuevamente lo sutil entra, solo que para eso estoy aquí, para
eso escribo ahora, para darme cuenta cuánto de lo que desconozco me manejó y
cuánto manejé. Una vez más, el silencio penetra, cala esa ansiedad, la traspasa
y se detiene mirándome de frente, se desvanece y resurjo otra vez.
Muchas veces me pregunté, y en cierto punto me pesó la idea
de que no terminaba lo que comenzaba, y más allá de que se dé la existencia de
un sistema creado con el calzado de la ansiedad para correr con ese tiempo
extraño y sé de las calificaciones de tinta que se borran en un papel, se
también, cómo se inmiscuyó en mi manera de actuar durante una etapa de mi vida.
Y sé que eso marcó el valor frente a ese sistema, y sé de las luchas de
intentar pertenecer a él de alguna manera para ser aceptada como estudiante,
como profesional, como hija. No me cabe la menor duda de que eso es irreal
dentro de lo real, sin embargo existió y aun existe para otras personas, que de
una manera u otra intentan pertenecer, y con esto no quito la vocación o el don
de lo que se escoge hacer en la vida, sino más bien cuestiono la manera en que
esto se presenta, y cómo ese desordenado sistema llega a generar
resentimientos, malos entendidos, frustraciones. Que lo único que logran es
distraer lo que nos llena de gozo hacer. A tal punto que nos cuesta decidir qué
libro leer.
Y sin ir más lejos, confirmé más aun esto casi al finalizar
la semana, cuando conversando con Caco me comenta que aquí en Chile, en
Valparaíso, se presentaba la semana del clown y motivada para que fuera, lo
tomé. Y sabiendo lo que el clown significa para mí entender, dentro del teatro,
algo así como un área que me permite cuando lo práctico, encontrar de una
manera divertida personajes que en sí en la vida diaria, quizás no me animaría
a mostrar con tanta liviandad.
Así partí al encuentro de esta invitación. Que después de
haber estado varios días aquí en la parcela, se que significaría mucho más que
ver un espectáculo callejero. Y así fue, tomé el tren en destino a Valparaíso,
descendí y previamente al espectáculo me dediqué a recorrer el lugar lo mas que
podía hacer con mis pies, así que caminé y lo primero que recorrí fue el mar
con su puerto. Me intrigó mucho al llegar el no ver una entrada directa a la
costa, ya que había rejas por todos lados, paredes, que en sí no permiten que
uno ingrese por cualquier lugar. Me dio la sensación de que el mar estaba
encarcelado en medio de una ciudad, es una locura pensar esto, lo sé, sin
embargo, recorrí durante largo tiempo las veredas que costeaban el mar hasta
encontrar una entrada, lo único que faltaba es que tuviera cartelitos con
horarios de visita. En fin, esto no es novedad, sin embargo aun existe en una
ciudad, y más aun, se acepta con indiferencia y siento que esto es lo
cuestionable.
Luego de un largo rato, disfrutando de algunos puestos de
venta de artesanías, decidí caminar Hacia el lugar donde se presentarían los
clowns. Al llegar, justo comenzaba el espectáculo, lo disfruté riéndome sin
parar, pues lo que muestran los clowns es una obra protagonizada por los prejuicios
de lo que creemos ser, pero con nariz de payaso. Pasé el rato sin siquiera
notarlo, cuando menos me dí cuenta, había terminado la función. Ahí me pregunté
qué seguía, y en ese mismo momento, apareció Diego, un chico que conocí apenas
llegue a la parcela en Limache cuando se festejaba la bienvenida del verano.
Diego, me saludo con una gran sonrisa amistosa, se sorprendió de verme ahí y
más aun, me invitó a que luego nos encontráramos ya que tenía que tocar música
con su banda en un pasacalles de la ciudad.
Al no tener en sí un plan fijo, no pregunté mucho de qué se
trataba, y entusiasmada por su cordialidad lo acompañé. Así fue como después de
un largo rato de andar entre buses llegamos a la universidad en donde se
encontraban varios estudiantes con el fin, para mi sorpresa, de reclamar por
medio de un pasacalles una educación gratuita universitaria. Sin embargo, este
reclamo, no era común a lo que se relaciona con la palabra reclamo, aquí el
instrumento que dirigía la marcha era el arte.
Ahí fue cuando el silencio se apoderó de mí nuevamente y
comencé a retroceder en el tiempo, el entusiasmo de ver esa etapa de mi vida
que estaba resentida, ahora, expresada por un grupo de jóvenes bailando con sus
pies, tocando instrumentos musicales, haciendo acrobacias, cantando
armoniosamente, cómplices unos con otros de este sentido de manifestarse, me
estremeció el alma misma.
Y uno se preguntaría por qué resentida, pues sí, lo que no
pude hacer en su momento como estudiante, ya que la resistencia a un sistema educativo
limitado fue para mí una piedra gigante para desarrollarme en esa época, que me
costó lo que sería un largo tiempo de aceptación y comprensión a mí manera de
concebir la educación como una posibilidad de crecimiento creativo, receptivo,
disponible para que uno pueda desarrollarse con la posibilidad de cuestionar y
la libertad de expresarlo, en donde las calificaciones no sean sometidas a la
tirana mesa de educadores mal pagos, en su mayoría. Sino más bien, que el
compromiso y la dedicación motivada por el entusiasmo de aprender lo que a uno
le gusta sea acompañado por quienes se llaman profesores.
Y decir que esta sea accesible, no solamente desde mi manera
de entender incluye que sea gratuita, sino también, que los elementos que se
necesitan para ese desarrollo estén disponibles, al alcance de quien aprende.
Ya que sería algo ilógico ser rotulado atleta, sin antes haber corrido por la
pista. Y esto, no solamente que generó un desanimo en esa época, sino que abocó
mi tiempo a la parte del sistema que me daba algo supuesto a cambio, el
trabajo. Ya que el dinero según lo que el mismo sistema propone, es sinónimo de
libertad y justamente por esta razón es que condiciona a un sistema de
educación con ese supuesto poder de decidir cuánto de las migajas del
presupuesto, le corresponde a la educación de un pueblo, a la cultura, a la
salud, a la dignidad.
Esto, además de ser visto a nivel general como una falta de
sentido de la realidad de quiénes pensábamos así por no seguir el camino
marcado, fue y es a nivel familiar como una rebeldía que intentaba cambiar lo
que es así por ley dormida, y que como tal si uno quiere ser alguien, que es
poco en la vida. Debe acatar las reglas del juego, que obviamente no son más
que reglas de dos por dos, con principio y final conocido, sistema de educación
limitado a la conveniencia del sistema general que se alimenta de la ignorancia
sometida del pueblo. Ya que solo se estudia lo que se quiere enseñar y la
manera de hacerlo es como le convenga al bolsillo del estado que entrega la
limosna.
Y ver que todas estas palabras recobraban forma y sentido
frente a esta manifestación artística llegó a recorrer mis ojos con lágrimas de
alegría y entusiasmo de saberme comprendida, y al mismo tiempo, llevó a
preguntarme si en algún momento cesaría esa escasez en el desarrollo humano, si
en algún momento sería posible que la juventud se exprese con plenitud en lo
que le agrada hacer, sin tener que recurrir a manifestaciones para defender un
derecho que como tal no es defendible, ya que existe en cada uno de nosotros al
momento de nacer. Y es el derecho natural a desarrollarnos con plenitud, no a
medias tintas, ni por necesidad económica, ni por cumplidos. Por plenitud. Y
aquí hago un paréntesis, ya que si bien sé que es reconocible manifestarnos, al
mismo tiempo me pregunto cuántos de nosotros somos conscientes de que este
derecho está implícito en nuestro origen. Y al mismo tiempo cuántos de nosotros
reconocemos que estos sistemas se alimentan de lo que evitamos en la mayoría de
los casos reconocer, que es el camino que permite desplumar las creencias, los
prejuicios, siendo responsables a conciencia de la inconsciencia no reconocida
aun. Y esa inconsciencia es la puerta a la misma libertad, si uno comprende que
esta lo integra y que solo actúa cuando uno no quiere tomar el papel principal
en la vida. Ser uno mismo.
Con este sentido enriquecido, regreso a la parcela y en ese
trayecto veo que aunque parece incómodo a veces profundizar, detrás de cada una
de las situaciones que vivo y viví, se oculta lo que de una manera u otra me
permite reconocer que es lo que generé y genero con cada elección. Y si bien,
aun no soy consciente de todo y sé que bastante falta por recorrer, el poder
darme cuenta de que esta posibilidad existe, que está a mi alcance, que no se
trata de algo que necesite estudio universitario precisamente, sino más bien se
trata de dedicarme a ver mi manera de interpretar la vida, las cosas cotidianas
que se presentan, las palabras, los gestos, lo que es y lo que no es. Y por
medio de eso encontrar lo que de una manera u otra desconozco de mí misma y que
está pidiéndome a gritos que lo reconozca. Por medio de la lengua del Inconsciente, que con sus símbolos y jugadas no es más que la posibilidad de
hacer el diccionario propio de la vida con una sola definición que integra a
todas: la conciencia en cada interpretación.
Y al haber tomado la decisión de salirme de la gran ruleta
azarosa, ahora que me atreví a saltar más alto -de los lineamientos chatos de
la rutina-. Recibo la posibilidad de dedicarme a ver quién soy, que creo y que
no creo de mí misma. Y el entorno que me acompaña, las personas que aquí están
y que sé que en su recorrido esto ya es huella hecha, integran la posibilidad
que la misma creación me da al haberme trasgredido en esa condena mediocre y
cómoda , con el hecho de haber elegido no ser lo que se debe ser por
conveniencia del otro. Y este no ser, más allá de la filosofía que implica, se
reconoce cuando me atrevo a desafiar lo que creo y lo cuestiono una y otra vez
sin miedo, y esta forma de des ocultarme se traslada a lo que vivo diariamente,
ni más ni menos. No se trata de nada extravagante, ni de misterios, ni de
fantasmas o espíritus que me hablan del más allá. El único lugar que encuentro
posible para verme esta aquí, ahora, al escucharme, al observar, al elegir. Al
reconocerme con honestidad y entusiasmo como un aprendiz de la vida, que sin
error eligió experimentar para despertar y así evolucionar.
Ahora, recibiendo el entusiasmo que dejó esta semana, voy al
encuentro de una nueva semana, que es una posibilidad alentadora a descubrir lugares
no tangibles de mí misma, aunque sí existentes. Y ese mapa sutil, está lleno de
tesoros que se abren con la llave de la conciencia posada en uno mismo. Y el
pirata del inconsciente, comienza a jugar a mi favor cuando se da cuenta que me
atreví a observarlo y escucharlo, pues el desafío y la osadía es una virtud
cuando uno la toma, más aun, sabiendo que puede ser una tempestad cuando el
pirata se apodera del timón. Y trascender el sabor de la adrenalina, que fue el
combustible del pasado inconsciente, hace posible que ahora lo desconocido sea
lo que hay por conocer por uno mismo.
Así me despido dando la bienvenida al propósito de mi
existencia…