Carmen de Areco, 21 de Enero de 2009
Pastor Matías,
de mi consideración:
Acabo de recibir de parte de un familiar su impersonal invitación, la cual quiero agradecer, a fin de no herir gratuitamente la –seguramente buena- intención de quien me la entrega, ni de quien la envía.
No obstante, por respeto a mis propias convicciones, quiero poner en su conocimiento que no soy creyente. Pasé por ello alguna vez y no deseo regresar, de modo que aceptar su invitación sería retroceder, respecto a lo avanzado hasta aquí. Podrá reparar Ud. seguramente, que utilizo con propiedad la palabra avanzado.
Aunque esta declaración escandalice las mentes de los astutamente atemorizados creyentes, a mi no me interesa someterme a la voluntad de ningún dios, sea real o imaginario, y menos que menos cuando se trata del dios de la Biblia, munido de una conducta y una perversión tal, que pone en evidencia su origen humano. Creado y sostenido por hombres incapaces de hacerse cargo de su propia responsabilidad y deseosos de contar con algo donde poner afuera sus miserias y temores, en vez de hacerlas pasar por sí mismo, lo cual redundaría en crecimiento.
No me interesa tampoco una fe que entrega “verdades” reveladas en bandeja de plata, que no deja lugar para la duda y que por lo tanto detiene la búsqueda. Yo me aventuro por mis propios caminos y, lo descubierto hasta ahora, no deja de sorprenderme ni me ha decepcionado. Acepté hacerme cargo de las consecuencias y logré crecer, aunque no conforme a vuestro criterio seguramente. Sin embargo, aunque los creyentes no lo crean (por cuanto les han enseñado que no puede ser), soy feliz. No ha sido gratis, el proceso –que aún continúa- tiene un precio que, le confieso, bien vale la pena. El dinero ha dejado de ser lo más importante para mí, por lo que su escasez no me angustia, así que por ese lado, el anzuelo no tiene carnada. Los problemas familiares, he logrado resolverlos en tanto me ha interesado hacerlo, cuando he considerado que merecía la pena. He amado y he sido amado. En algunos casos resultó muy doloroso y de ahí también aprendí. Pude conservar y priorizar los recuerdos felices y disfrutarlo, así que en realidad los llamados problemas sentimentales, no son tales. Soy afortunado también, porque no tengo enfermedades; y no las tengo, particularmente, desde que sané mi cabeza. No necesito estar a salvo, porque así cualquiera se siente bien. El gran desafío es sentirse bien y obrar bien, aún en medio de la inseguridad. Por elección personal. Quizá pueda reconocerme usted el mérito de ser feliz, aún cuando se que no hay vida después de esta.
Por último, debe saber usted que no necesito de la obligación ni de la transformación impuesta por ningún dios, para decidir amar a mis semejantes, lo suficiente como para no matar aún a quienes se lo merecen. Le aseguro que es mucho más de lo que algunos reconocidos cristianos han hecho. Si usted es de verdad un creyente, todo esto será en vano, por cuanto ya le habrán advertido que mis palabras son herramienta del diablo, el cual habla por mí. Es uno de los reaseguros para mantener cautivo al creyente. Si, en cambio, usted es simplemente un engañador profesional que vive del cuento religioso, entonces al menos sabrá que no puede contar conmigo.
Roberto Daniel León
Portada: Pachakamakin
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