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2.11.2013

ENCUENTRO EN LAS PLEYADES [2/7]

Por Preston B. Nichols







II

A BORDO DE UN OVNI


Durante la mayor parte de la década de los setenta estuve trabajando para un importante contratista de defensa de Long Island. Fue en 1974 ó 1975 cuando mi jefe me dijo que había sido seleccionado para formar parte de un grupo especial que analizaría cierta Tecnología Extranjera localizada en una base no especificada de las Fuerzas Aéreas estadounidenses. Supuse que lo que íbamos a examinar era algún tipo de Tecnología rusa o china y comenté que me encantaría unirme al grupo.

Entonces simplemente me dijo que la tarea no era voluntaria tenía que ir. Fuimos seis los que subimos al avión que despegó del aeropuerto Republic Field de Long Island. Volamos durante un rato y después aterrizamos. Mirando desde el aire, calculé que nos dirigíamos a Ohio. Así que tocamos suelo y antes de que pudiéramos desembarcar, el piloto avanzó por la pista e inmediatamente entró en un hangar. Entonces nos llevaron directamente del avión a la parte trasera de una furgoneta sin ventanas. Después de viajar durante dos o tres horas, no teníamos ni idea de dónde podíamos estar. Finalmente la furgoneta se detuvo y se abrieron las puertas traseras. Salimos a algún tipo de hangar subterráneo que se encontraba totalmente vacío. No había viento ni ningún tipo de característica que pudiera describir el lugar, sólo puertas que se abrían y cerraban. Desde una apertura se podía ver un pasillo. Nos llevaron por ese pasillo hasta un control de seguridad, donde nos dieron una charla informativa sobre el tema.

Ya he mencionado que en total formábamos un grupo de seis personas. Uno de ellos era mi jefe, pero ni él ni ninguno de los demás recuerda gran cosa de lo que pasó. La charla corrió a cargo de unos empleados de las Fuerzas Aéreas, fácilmente reconocibles por sus uniformes. Mi jefe entabló algunos diálogos bastante extensos con ellos. Finalmente, después de ser informados sobre varios factores de seguridad, nos llevaron a otro hangar, donde vimos un OVNI con forma de disco. Miré a uno de los empleados de las Fuerzas Aéreas y le dije: 
-¡Eh!, eso es un OVNI.- El piloto respondió: 
-Cállese. Se supone que no debemos decir cosas como ésta. Es un Aparato Extranjero. 
Entonces nos dijo que nos encontrábamos en el Grupo de Tecnología Aérea Extranjera. Por supuesto, se trataba de una muy sagaz utilización del lenguaje. A continuación los empleados de las Fuerzas Aéreas que representaban al Grupo de Tecnología Aérea Extranjera procedieron a ofrecernos una visita guiada del OVNI.

Desde fuera, el Aparato era plateado y tenía el aspecto del típico Platillo Volante en forma de disco. Parecía tener unos 15 metros de diámetro y 6 metros de alto. También tenía una cúpula de quizá unos 4,5 metros de ancho. Toda la Nave descansaba sobre tres patas que salían de la parte inferior. Había una rampa que ascendía desde el suelo hasta una puerta situada en el borde del Artefacto.

El aspecto más sorprendente de este Platillo Volante se hizo patente cuando subí a bordo. Por dentro era absolutamente enorme. La Nave sólo medía unos 15 metros de diámetro, y sin embargo caminamos en una dirección durante lo que me parecieron unos diez minutos. El espacio era de literalmente cientos o miles de pies. En aquel momento no lo supe explicar. Con los conocimientos que ahora poseo, está claro que penetramos en una Realidad Artificial cuando entramos en la Nave.

Este es un aspecto clave para la construcción de un OVNI y su capacidad de viajar de un lugar a otro. Más adelante hablaré sobre ello. Aunque he dicho que caminábamos por una Realidad Artificial, era algo tan real como la habitación en la que usted esta sentado ahora mismo. El siguiente punto de interés que observé es que no se podía ver ningún tipo de control. Ni botones, ni palancas, ni mandos. Mientras caminábamos por el pasillo de compartimento en compartimento, las luces se encendían justo antes de que entráramos. Miré hacia atrás y vi que las luces se apagaban cuando nosotros salíamos de una zona. La iluminación estaba muy bien controlada. Mientras seguíamos inspeccionando el Aparato, uno de los empleados de las Fuerzas Aéreas nos informó de que el Platillo originalmente había tenido una atmósfera extraña, pero que había sido "retroequipado" para que ésta fuera compatible con los seres humanos. 

Finalmente llegamos a un compartimento que identificamos como la Sala de Control. La parte más destacada de esta zona eran Tres Butacas colocadas en la parte frontal. Cuando digo butacas quiero decir exactamente eso. Estaban diseñadas para poder reclinarse cómodamente. En la parte trasera había un conjunto de asientos más pequeños. Nuestro grupo fue informado entonces de que las Butacas contenían todo tipo de bobinas, cables y otros objetos. Resultaba evidente que cuando una persona o entidad se encontrara reclinada en la Butaca, ésta podría captar los pensamientos directamente de su mente. Los lectores de The Montauk Project: Experiments in Time observarán que esta Tecnología resulta increíblemente similar a la de la así llamada Silla de Montauk.

En las paredes, frente a las butacas, había cuatro Pantallas de Observación. Éstas estaban también conectadas con los Procesos Mentales del Operador. Sentado en la Silla, uno podía solicitar ver diferentes Mapas, Cartas Estelares o fotografías del exterior del Aparato. Sólo con pensarlo, uno podía observar lo que había fuera del Aparato, en cualquier dirección. Detrás de las Pantallas de Observación había otra pequeña Sala que contenía una gran cantidad de Cristales de Roca. Éstos, conectados en varios puntos por cables, estaban rodeados por unas bobinas en espiral. Las paredes de esta Sala no eran más que Pantallas de Observación. No existían ventanas, ni aquí ni en ningún otro lugar del Aparato.

Entonces nos subieron a un Nivel Superior al del Area de Control. Aquí se encontraban las habitaciones de la Tripulación. Además de las instalaciones habituales, este Nivel contenía Laboratorios y una amplia Instalación Médica. Los Laboratorios contenían mesas de gran tamaño, posiblemente para la experimentación con seres humanos. Bajo la Sala de Control, en la parte inferior del Platillo, había una habitación enorme llena de diferentes agrupaciones de Cristales, todos interconectados por cables.

Ni yo ni mis colegas pudimos reconocer nada de la habitación, excepto que la instalación eléctrica estaba muy bien hecha. Parecía consistir básicamente en Oro, Plata y Platino. Nos dijeron que no había gran cosa de Cobre. Saliendo de esta amplia "Sala de Cristales" había cuatro habitaciones más pequeñas que conectaban con cuatro cápsulas semicirculares situadas debajo del centro de la Nave. Cada una de estas cápsulas contenía un surtido de lo que parecían ser Antenas. La sección inferior del Platillo quedaba aislada del resto de la Nave y estaba rodeada por una enorme Bobina. Esta Bobina en realidad consistía en un montón de vueltas de alambre grueso y se parecía a un Neutralizador Magnético de los que se utilizan en los televisores. La enorme Bobina estaba conectada con el conjunto de Cristales de la Sala Central, que parecían ser el Núcleo Central de Energía. Así es cómo estaba básicamente construida la Nave.

Por la Tecnología que pude observar, quedaba claro que la Propulsión del Aparato estaba basada en Principios Electromagnéticos. Las cuatro cápsulas contenían Antenas que generaban un Campo Eléctrico. El Campo Magnético lo aportaba la Bobina eléctrica antes citada. Más adelante daré una descripción más detallada. Como parte de nuestra investigación, activamos las Bobinas del Platillo y colocamos voltímetros en los cables para poder medir los diferentes voltajes. También observamos corrientes alternas, varias formas de Ondas y diferentes Frecuencias. Se hizo levitar el Aparato entre 3 y 6 metros sobre el suelo del hangar para que pudiéramos llevar a cabo otros experimentos y pruebas. Habían instalado todo tipo de Antenas y equipo electrónico muy sofisticado; algunas piezas eran únicas. Nunca las había visto antes ni las he vuelto a ver después, excepto en esa ocasión.

Había algunos Analizadores de Señales, de Espectro y computadoras muy avanzadas. Basándome en mis primeras observaciones y en las teorías propuestas por nuestro grupo, tenía que existir algún tipo de Sistema Técnico de Manipulación de la Realidad. Si definimos la realidad como un Sistema de Percepción pactado y una interacción que se atiene a ciertas reglas, la Manipulación de la Realidad se refiere a alteraciones de ese Sistema. O, lo que es más importante, a crear un sistema diferente que pueda actuar de interfaz con el Sistema Original de Realidad.

Sé que si yo estuviera construyendo una Nave Espacial no querría depender de una Nave que mantiene artificialmente (mediante una máquina) un espacio enorme dentro de un aparato pequeño. Si las maquinas fallaran, todo se encogería y quizá desaparecería. Sería una pesadilla. Si fuera yo quien la construyera, querría un Sistema Pasivo. No habría Electricidad ni Fuerza. Teniendo en cuenta la forma física de la estructura del Aparato que había examinado, estaba claro que tenían que haber creado una Realidad Alternativa en su interior. El cómo realizarlo ya es otro tema y mas adelante hablaré de ello.

Después de trabajar con mi equipo de ingenieros, llegué a la conclusión de que había un único Sistema tras los controles que utilizaba las tres Butacas para captar órdenes de los seres sentados en ellas. El conjunto de Cristales detrás de la Sala de Control era una computadora. En cuanto a la mayor agrupación de Cristales de la Planta Inferior, junto con los despliegues de Antenas, todo ello dentro de una Bobina que rodeaba la base, lo definí como un Generador de Realidad Espaciotemporal. Era un sistema autónomo y al parecer una instalación sencilla.

Tras regresar a mi trabajo en Long Island, mis compañeros no hicieron mención alguna a la visita al Platillo Volante. Se trataba de un asunto confidencial y no debíamos hablar sobre el mismo. Cuando finalmente les pregunté, no se acordaban. Al mismo tiempo, yo tenía mis propios problemas de falta de memoria. Estaba viviendo una vida soterrada de la que no tuve conocimiento completo hasta años después. Fue en esa "otra" vida donde pude ser testigo de otro OVNI. Ello ocurrió en las instalaciones subterráneas de Montauk. En mi vida soterrada, estaba trabajando tanto en los Laboratorios Brookhaven como en el Proyecto Montauk y vi ese Aparato durante un encargo de trabajo. Ese Platillo era de forma más ovalada que el de Wright-Patterson que ya he descrito. Tenía las mismas Pantallas de Observación y Butacas, pero también Mandos y Botones, además de varios Sistemas Operativos. Para ese Proyecto yo no estaba encargado de una Manipulación Inversa, sino que únicamente me habían pedido que ayudara a desmontar los diferentes Sistemas, así como la propia Nave.

El Aparato se podía desmontar por secciones, que es algo parecido a las informaciones que han circulado sobre las Naves de los alienígenas grises. En los dos Platillos que pude observar de cerca, el Casco parecía formar una Unidad completa. Mientras desmontábamos el Aparato de Montauk me pareció ver un Sistema de Control, otro de Ordenadores y algún tipo de Propulsión, pero nunca pude descubrir exactamente de qué se trataba.

También había algún tipo de Sala de Radio. Es evidente que este Aparato no funcionaba con un único Sistema de Manejo correlativo como el que he descrito anteriormente. Este Platillo nunca fue activado, pero no estoy seguro de por qué. Quizá no podían hacerlo funcionar o no sabían cómo hacerlo. Para mí está claro, por lo que he podido experimentar personalmente, que el OVNI de Wright-Patterson era la Forma Más Avanzada disponible y podríamos considerarlo como el Cadillac de los Platillos Volantes. La única cosa Más Avanzada sería un Vehículo Puramente Espiritual. Profundizaré en los aspectos técnicos de este vanguardista Platillo Volante, pero antes relataré mi siguiente encuentro personal con un OVNI.



Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin

1.28.2013

LOS PODERES DEL CHAMAN [2/7]

Por Francisco Trujillo









LOS RECINTOS INTERIORES

Cuando llegamos a nuestro destino, la noche había caído completamente; no había luna, de tal manera que reinaba la oscuridad. Descendimos del camión al parecer en ninguna parte; nos despedimos del par de hermanos y permanecimos todavía un rato en el mismo lugar organizando nuestras cosas bajo la luz de la lámpara eléctrica, mientras los faros del camión se alejaban lentamente hasta desaparecer.
-¡Síganme! -dijo Antonio- Tengan cuidado, no se vayan a resbalar.
Bajamos por una pendiente de tierra no muy pronunciada pero resbaladiza, atravesamos algunos matorrales y, por fin, después de un rato de caminar, pudimos ver a lo lejos o tres bombillas eléctricas encendidas, lo que indicaba la ubicación de un pequeño poblado, hacia el cual encaminamos nuestros pasos. El cielo casi no tenía nubes y estaba completamente estrellado; se admiraba a la perfección la Vía Láctea surcando majestuosa el cielo; la temperatura era templada y el perfume de la vegetación denso y embriagante.

Llegamos a la calle principal, la cual subía y bajaba en un trazado irregular por entre casa de adobe desnudo y techumbre de teja; una jauría invisible nos ladraba con insistencia, pero ningún ser humano apareció. Torcimos algunas veces por aquel camino hasta que, finalmente, por una callejuela empedrada mucho más estrecha, fuimos a dar hasta una puerta de madera raída, cuyas resquebrajaduras dejaban escapar el trémulo brillo con los que los habitantes de la casa se alumbraban. Antonio tocó y, luego de un rato de espera, pudimos oír que alguien desatrancaba la puerta.

Cuando esta se abrió, me sorprendí: una mujer delgada, ya mayor pero sin edad aparente, quien podía ser tanto la madre de la familia, como la abuela o la bisabuela, apareció ante nosotros portando una vela encendida a la altura  del pecho, lo que llenaba su rostro de brillos y sombras fantasmagóricas. Se nos quedó viendo y de inmediato reconoció a nuestro guía; volteó al interior de la casa y pronunció algunas palabras en una lengua irreconocible para mí, luego volvió a mirarnos y se dirigió a Antonio en la misma lengua.
-Son mis amigos -respondió éste en castellano-, son dos, venimos de ver a don Pepe.
La mujer volvió a hablar hacia el interior de la casa, como haciendo una pregunta, esperó la respuesta pero no hubo tal, sin embargo asintió, como si le hubieran contestado; volteó hacia nosotros y dio unos pasos atrás, abriendo la puerta para dejarnos libre el acceso. Antonio sonrió.

Al entrar, lo que encontramos excedió por completo mis expectativas: se trataba de una habitación más bien grande, que tenía el piso de tierra y las paredes mal encaladas. Sorprendentemente el techo descansaba sobre un sinnúmero de troncos pelados que servían como vigas, asentadas verticalmente  en el piso; más tarde me enteré de que un terremoto había azotado no hacía mucho tiempo la zona y los habitantes de la casa habían echado mano de aquel improvisado recurso para prevenir el derrumbe de la habitación, que había resultado dañada. Sin embargo, más allá de las razones técnicas, la primera impresión que tuve de la casa de asombro: con todos aquellos troncos plantados en su interior, uno al lado de otro, muy cercanos entre sí, tanto que nos tuvimos que quitar la mochilas para poder pasar entre ellos, aquello parecía una especie de bosquecillo muerto, una cámara claustrofóbica del purgatorio de los bosques.

El olor a incienso flotaba en todas partes en forma de densas nubes. Sobre una de las paredes descansaba una especie de altarcillo, el cual mostraba varias imágenes de santos, alumbrados por la luz de una docena de veladoras. Aparte de la mujer y nosotros, ahí no se encontraba nadie.

Mientras Antonio en voz baja ultimaba detalles con la mujer, tuve la extraña sensación, mirando de vez en vez a Edgar cuya cara de asombro, supongo, era igual a la mía, de que en el interior de aquellos troncos, entre las gruesas y retorcidas ramas que no les habían  sido cortadas antes de meterlos, vivían animales, ardillas, insectos y pájaros, los mismos animales que en el exterior, pero todos ellos en igual estado que los troncos secos y pelados, momificados, mutilados, con tan sólo un frío y escuálido aliento vital que los animaba; tuve la impresión de que estaban ocultos, y que en cuanto se hubieran acostumbrado a nuestra presencia volverían a salir, para chirriar y cantar por el interior de aquella habitación, iluminada por la luz mortecina de unos veladores.

Incluso llegué a imaginarlos, casi los pude ver moviéndose ligeramente, como sombras, con las cuencas de los ojos vacías, muertos de vida y descoloridos. El silencio imperante era una especie de sombra fantasmal de sus cantos. Antonio terminó de hablar con la mujer. Ambos asintieron con la cabeza.
-Nos quedamos -dijo-, tráiganse sus cosas.
Emprendimos el camino hacia otras habitaciones de la casa. Luego de atravesar otra puerta, fuimos a dar a la oscuridad absoluta, pues ya la lámpara había sido apagada y la vela de la mujer se había quedado en la sala de los árboles. Yo cargaba de nuevo mi mochila en la espalda, caminando con los brazos extendidos como un sonámbulo. Avanzamos por un largo pasillo, luego entramos a un cuarto, también a oscuras, una nueva puerta y otra habitación, subimos unas escaleras de madera, dimos vuelta, otro pasillo y entramos a una nueva habitación, ésta sí iluminada, de nuevo con un velador.
-Esperen aquí -dijo la mujer, ahora en perfecto castellano.
Caminó hasta un extremo del cuarto, se agachó, tomó algo del suelo y jaló de él. Yo no había visto de qué se trataba, al principio sólo pude darme cuenta de que era algo grande y pesado, dados los visibles esfuerzos que nuestra anfitriona hacía. Era otra puerta, ahora en el piso.
-Vengan -dijo, tomó una veladora encendida y comenzó a bajar por el boquete abierto. 
La seguimos los tres por una escalera de madera, no muy alta, tal vez de unos tres metros, que se retorcía sobre sí misma, como las escaleras llamadas de caracol, pero mucho más tosca y enclenque. El cuarto al que llegamos estaba también a oscuras y no tenía más muebles que un colchón viejo arrumbado en una esquina.

La mujer siguió su camino; abrió otra puerta en el suelo y volvió a bajar; la seguimos por otra escalera similar y llegamos a otro cuarto muy parecido al anterior; con la misma planta irregular que los dos superiores, el mismo piso de madera y también una puerta en el suelo. Esta habitación no tenía ni siquiera un colchón, de tal manera que tuvimos que acomodarnos en el piso. Nuestra anfitriona nos dejó la veladora y antes de irse recomendó: "Nomás no vayan a salirse por puerta, ¿eh, Toñito?"

No se refería a ninguna de las puertas horizontales, sino a una normal, vertical, que apenas se dibujaba en una de las paredes por la poca luz que nos iluminaba. Antonio nos hizo saber que al día siguiente nos internaríamos en la sierra para visitar a su maestro, de manera que debíamos descansar lo mejor posible. Sin mayores ceremonias y sin probar alimento, sólo unos sorbos de agua, nos acostamos a dormir.

Cuando desperté, la mañana ya estaba bastante avanzada; los rayos del sol entraban por una pequeña ventana abierta muy alto en una pared diferente a aquella en la que estaba la puerta prohibida por la mujer. Abrí los ojos y permanecí acostado un rato, sin pensar en nada, simplemente observando lo que ocurría: cerca de la puerta vertical, Antonio, sentado con las piernas cruzadas y a quien yo veía de costado, manipulaba quién sabe qué con mucho cuidado a la altura del suelo. Edgar no estaba ya en su bolsa de dormir, ni se le veía por ninguna parte.

Un ligero polvillo flotaba por la habitación permaneciendo invisible, pero cuando en su flotar sin sentido llegaba a interponerse al haz de luz de la ventanilla, adquiría de pronto existencia, se encendía con fulgores metálicos.

Antes de que tomara la decisión de incorporarme se levantó la puerta del piso, de donde emergió Edgar sonriente.
-¿Qué lugar! -dijo, mientras volvía a cerrar la puerta-. ¿Todavía hay dos pisos más para llegar al baño! ¡Sólo faltan aquí unas pinturas para estar como en Altamira!, ¿no? -se quedó parado, esperando sonriente alguna respuesta.
Antonio se puso de pie, cargando algo entre las manos. Volteó a verme y me dijo algo así como "Ah, ya despertaste..." o "ya era hora". Edgar subió los hombros y se fue a sentar sobre su bolso de dormir.

Antonio se sacudió el pantalón y abrió la puerta vertical, junto a la que se encontraba. Detrás de ella había nada, es decir no había una habitación, ni una pared ni otra puerta... sólo el cielo, profundamente azul.

Al instante me puse de pie para asomarme por aquella puerta tan fuera de lo común. Volteé a mirar a Edgar, que sonreía ante mi actitud, como si me hubiera contado un chiste.

Nos encontrábamos en una casa pegada a la pared del desfiladero, y por eso sus habitaciones se encontraban una sobre otra. Pero ¿Qué hacía ahí, viendo el vacío, una puerta? Hasta hoy lo ignoro. Desde ella podía verse una buena parte de la sierra verde y serenamente grandiosa. Hacia abajo se adivinaba la ruta serpenteante de un río.
-¿Dónde estamos? -pregunté a mis amigos, inclusive asustado.
-En el cielo -sentenció edgar-, el camión en el que veníamos se desbarrancó y nos morimos, ¿Qué, no te diste cuenta?
-En la puerta del cielo -rectiificó Antonio, al tiempo que extendía hacia mí las manos, entre las que acunaba una buena cantidad de hongos grisazulados, los cuales había estado limpiando cuando yo desperté-, en la puerta del cielo y estamos vivos, bien vivos -volvió a decir- ¿Quieres traspasarla? Come un honguito.
Ya tenía hambre, pues desde la noche de nuestra partida, por indicación de Antonio, no habíamos comido nada; pero los hongos no eran una comida propiamente dicha, además la sorpresa de encontrarme en aquel lugar me había producido un poco de náuseas, de tal manera que denegué la invitación.

Antonio mismo se llevó un hongo a la boca y comenzó a masticarlo, fue hasta donde se encontraba Edgar, le ofreció y éste también comenzó a comer. Yo lancé una última mirada al vacío, tuve intenciones de santiguarme, pero no lo hice, fui a sentarme cerca de ellos y tomé, del manojo que ya Antonio había colocado sobre el suelo, un hongo mediano, que sin más me llevé a la boca.

Comimos uno tras otro de aquello s hongos azulosos, mientras Antonio explicaba que iríamos a la montaña a buscar a Don José, el chamán, y que "los niños" nos guiarían. Tiempo después entendí que con aquella expresión se estaba refiriendo a los hongos, o tal vez a los espíritus buenos que la ingestión de los hongos permite ver.

Los tres estábamos sentados a la mitad de la habitación, Antonio de espaldas a la puerta que daba al vacío, Edgar de lado y yo de frente. Mientras los ingeríamos -en total unos seis o siete cada uno-, y al tiempo que Antonio seguía con sus indicaciones, una nube apareció por la puerta, primero se asomó y después poco a poco se fue introduciendo, como habiendo comprobado que ahí no correría peligro. Penetró lentamente, densa y con muchísimo cuidado, como para no lastimarse.

Yo la vi desde el principio; no dije nada pero la sorpresa que de seguro reflejó mi rostro hizo que mis amigos voltearan. Edgar permaneció mirándola, callado e inmóvil, Antonio fue a sentarse a mi lado, aunque no muy cerca, para contemplar mejor la maravilla. Nadie hizo un sólo comentario, inclusive Antonio guardó silencio. La nube entró husmeó por acá y por allá, rozó mi rostro con su mano fría, envolvió por un segundo a mis amigos y luego salió, tan lenta y delicadamente como había entrado.

Cuando terminamos, Antonio se incorporó y dijo:

-Prepárense, que ya nos vamos. No vayan a salirse ¿eh? -y señaló al vacío con un movimiento de cabeza-. Vengo en un momento.

Subió por las escaleras, abrió la puerta del techo y desapareció. Edgar también se puso de pie, dijo que iría al baño y salió por la puerta del piso. Yo me quedé sentado con el sabor de los hongos punzándome en la lengua y sin ninguna sensación extraña en absoluto, tal vez solamente que el hambre había desaparecido.

Me tiré de espaldas, con la vista fija en el haz luminoso que entraba por la ventanilla, esperando su regreso y a sentir los efectos del "honguito", como lo había llamado Antonio.

Nada sucedió... Pasó el tiempo y yo seguía ahí, solo sin hablar y sin nada claro en la mente; observando las partículas del polvo revolverse en el tubo de luz, primero lenta y armónicamente, pero tomando fuerza poco a poco, formando pequeños remolinos y figuras, luego revolviéndose artificiosamente y por fin derramándose como en una cascada.

El tiempo seguía pasando y ninguno de mis compañeros regresaba; comencé a creer que me quedaría ahí todo el día, todos los días del mundo, inclusive que la muerte misma no llegaría por mí nunca y que permanecería para siempre mirando caer aquella cascada de polvo.

Llegué a escuchar que el torrente luminoso, cuando iba  a estrellarse contra el piso, sonaba como un pequeño río de pequeñísimas piedras preciosas. Me incorporé hasta quedar sentado para echar una ojeada por la puerta: el cielo había cambiado de color, ahora era amarillo, un amarillo intenso y simpático, tanto que me hizo reír. Volví a acostarme, porque me sentí incapaz de mantenerme sentado; no era precisamente por falta de fuerzas, sino que sentía que aquella era mi posición, en la cual debería permanecer.

Mucho tiempo después, me percaté de que el sonido, al principio atribuido al choque del chorro de polvo luminoso, en realidad tenía otro origen, pues éste no producía ruido alguno; en verdad se trataba del sonido que producían las paredes, pues ellas también estaban compuestas de una materia líquida y oscura  que caía en cascada. Las paredes eran líquidas; me encontraba en un acantilado, frente a la nada amarilla dentro de una gran cascada en la cual había un número indeterminado de habitaciones, unas sobre otras, y sin embargo, no sentí miedo, no sentí nada.

Un aleteo repentino llamó mi atención, y volví a incorporarme. En el quicio de la puerta vi un gran Búho, parado solemnemente, mirándome con curiosidad; en el pico llevaba un pequeño ratón, casi partido en dos, pude experimentar el tremendo dolor que aquella bestiecilla debió haber sentido cuando su captor lo hirió, y a pesar de ello no tuve para el Búho ni odio ni cualquier otro tipo de rencor, pues entendí que aquellas eran las reglas, y así debían suceder las cosas.

El Búho permaneció mirándome un momento, luego colocó su presa en el piso y comenzó a caminar hacia mí; yo no podía creerlo, simplemente lo vi venir, en espera, eso sí, de un gran acontecimiento. Cuando el animal pasó por la zona donde la luz de la ventana se proyectaba, adquirió características nuevas: originalmente su plumaje era gris y amarillento, pero cuando la luz lo iluminó se volvió tremendamente blanco, con tonos azules, además de que sus plumas comenzaron a lanzar brillos repentinos, como si se hubieran hecho de cristal; entonces pude escuchar claramente sus garras, ahora metálicas, golpeando contra el piso, aunque el sonido de las paredes fluyendo densamente en cascada no disminuyó sino que por el contrario, aumentó su fuerza. Se me acercó casi con curiosidad científica, como un doctor revisando a un paciente con una enfermedad extraña. Yo ya había olvidado que tenían que llegar por mí.

Cuando llegó a mi lado, aquel Búho magnífico con plumaje de cristal, se me quedó mirando con sus ojos tan amarillos y profundos como el cielo más allá de la puerta, y sonrió; no sé cómo decirlo, entiendo que un ave no puede sonreír, pues su pico es rígido, pero este Búho sonrió hasta humanamente, con un gesto comprensivo, luego extendió las magníficas alas y comenzó a batirlas; estas crecieron y crecieron, hasta llegar a tocar las paredes y el techo y a ocupar toda la habitación, toda, apretándome, impidiéndome respirar. Quise lanzar un grito pero el ahogo que experimentaba me lo impidió.

Cerré los ojos en medio de la desesperación, quise mover el cuerpo pero me resultó imposible. Sin desearlo bien a bien los abrí y pude respirar perfectamente: Antonio me tomaba de los hombros y el Búho ya no se veía por ninguna parte. En realidad, debo decir que experimenté la presencia de Antonio como si él se encontrara  en una colina y yo en otra, muy distantes entre sí, como si en efecto estuviera allí, pero a la vez muy pero muy lejos. Me dijo algunas palabras pero no las entendí.

De pronto en mi campo visual apareció Edgar, muy diferente: es difícil explicarlo... parecía tener varios cuerpos a la vez. parecía encerrar dentro de sí tanta vida  que un solo cuerpo le resultaba insuficiente. No sé cómo poner en claro lo que ví, parecía uno de esos dibujos que se utilizan en los test psicológicos, el cual si se observa de determinada manera, puede adivinarse una figura, que cambia si se observa de otra; la única diferencia es que yo veía todas las diversas posibilidades a un mismo tiempo: había conviviendo en él animales, plantas y hombres, muchas clases de hombres. Con Antonio no pasaba lo mismo, seguía igual.

-El ha decidido que te quedes -dijo Antonio, y esto sí lo entendí, como una voz lejana y ronca en una caverna, llena de ecos y de miles de significados.

-Toma, Antonio- siguió hablando con la misma voz, al tiempo que me extendía un extraño objeto-, no vayas a perder esto. Te va a cuidar.

Se trataba de una especie de amuleto; era la cabeza disecada de un pequeño animal, algo así como una Sarihueya; cuando lo tomé entre mis manos, pude sentirlo cálido y protector. Mis dos amigos siguieron hablando pero ya no comprendí nada más. Tomaron algunas cosas y se fueron, dejando las puertas horizontales cerradas, pero la vertical abierta, abierta al vacío.







Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin
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1.18.2013

ENCUENTRO EN LAS PLEYADES [1/7]

Por Preston B. Nichols








OVNI´s: UNA HISTORIA GENERAL

Los Objetos Volantes No Identificados (OVNI) han estado presentes, bajo diferentes formas, desde el alba de la humanidad. Existen menciones de misteriosos artefactos
voladores tanto en antiguos manuscritos sánscritos como en la Biblia. Está el Carro
de Fuego de Ezequiel en el Antiguo Testamento y existen numerosas descripciones
similares en la Literatura Antigua, por si desea buscarlas. No son nada nuevo en la
historia de la humanidad, pero la comprensión de su naturaleza exacta es algo que
ciertamente hay que mejorar. Ésta es la intención del presente libro.

La ufología moderna empieza, en un sentido popular, en 1947, con los avistamientos de Kenneth Arnold en el noroeste de Estados Unidos y la colisión de Roswell, Nuevo México. Este segundo incidente está particularmente bien documentado y ha sido mencionado en diferentes libros y en una película de la televisión por cable. Aunque estos acontecimientos fueron comentados por la prensa general, los avistamientos anteriores no fueron tan conocidos. En este sentido, la moderna ufología empezó como mínimo en los años treinta. 


El avistamiento más temprano del que personalmente he sido informado data de 1936. Por esas fechas -no es coincidencia cuando los militares estaban llevando a cabo sus primeros experimentos con el radar. Por vez primera podían observar un objeto no identificado en el cielo y ver, mirando a la pantalla del radar, que tenía corporeidad y que no era de naturaleza ilusoria. Ésta fue la primera prueba científica sólida. En esa época a los OVNI se les llamaba "desconocidos voladores", pero por alguna razón la abreviatura D.V no cuajó. 

Los rumores sobre colisiones OVNI contemporáneas empezaron aproximadamente en 1936 y siguieron durante toda la Segunda Guerra Mundial, hasta el primer choque documentado que tuvo lugar en Roswell en 1947. Desde esa fecha, las colisiones empezaron a ocurrir a un ritmo de aproximadamente una cada tres o cuatro meses. Es por este motivo que las Fuerzas Aéreas iniciaron el proyecto Libro Azul, que constaba como mínimo de dos niveles. La primera prioridad era que las Fuerzas Aéreas buscaran y descubrieran todo tipo de informaciones relativas a avistamientos y colisiones OVNI.

Esta parte llevaba el título de "datos para la inteligencia militar". Concernía básicamente a la seguridad de la nación. La segunda prioridad era ocultar la información y mantenerla alejada de las manos de potenciales enemigos. Eso también significaba mantenerla lejos del público en general. Además de mantener la información fuera del ojo público por razones de "seguridad nacional", existía otra preocupación de tipo psicológico. Los militares pensaron que podía desencadenarse un pánico nacional que podía haber tenido consecuencias desconocidas y posiblemente catastróficas.

La retransmisión radiofónica del año 1939 de La guerra de los mundos había demostrado que las masas podían reaccionar muy mal ante la noticia de que los alienígenas habían legado al planeta Tierra. En ese caso concreto, algunas personas empezaron a levantar barricadas por todo el estado de Nueva Jersey, otras salieron huyendo y otras simplemente se vieron presas del pánico cuando la radio, en una retransmisión de la famosa nove la de H.G. Wells, anunciaba que los marcianos habían aterrizado. No se trataba de una broma por parte de la emisora ni de Orson Welles, el narrador de la historia. La emisión había sido perfectamente anunciada con anterioridad, como la lectura de una famosa novela.

Existe una implicación antropológica todavía más profunda de por qué el gobierno está tan preocupado por el tema OVNI y es tan quisquilloso con él. Si usted habla con alguien normal de la calle y le pregunta dónde está Dios, muchos apuntarán hacia el cielo y dirán "Dios está ahí arriba".

Si de repente llegara una cultura muy avanzada en una nave espacial, es más que probable que grandes grupos de población empezaran a adorar a los seres de las naves espaciales como si fueran ángeles y creerían que son los embajadores de Dios. Con todas las diferentes sectas religiosas que se podrían formar alrededor de esos seres de las estrellas, el gobierno perdería el control. En resumidas cuentas, lo que puede que empezara como una postura política prudente y válida acabó en un tema de control. Muchas personas afirmarían que ya desde un buen principio se trató de un tema de control. Sea como sea, las autoridades elegidas por el pueblo no hicieron pública la información, eso suponiendo que ellas a su vez hubieran sido informadas. Así pues, la información sobre el tema OVNI quedó exclusivamente reservada a una poderosa élite. Aunque es posible que esta élite de poder tuviera varios motivos para mantener las cosas en secreto, es obvio que han existido filtraciones y que se han hecho circular informaciones distorsionadas para mantener al público confuso y manipulado.

Mi información proviene de mis propias experiencias. Soy Ingeniero de profesión y
entiendo todos los aspectos del radar. He conocido personas que han desarrollado
su carrera dentro de la industria y que han oído incontables historias. Algunos de los
relatos que han llegado hasta mí podrían ser filtraciones y otros simplemente
información adquirida por deducción lógica. Éste es el telón de fondo frente al cual
situaré mi exposición. Empezaré por contarles mis propias experiencias personales
con los OVNI, empezando por la infancia.




ENCUENTROS CON LOS OVNI

Mi primera experiencia paranormal tuvo lugar cuando tenía cinco o seis años. En una ocasión me desperté y vi lo que yo creí que era el rostro de Dios mirándome desde la puerta. Estaba claro que no era la cara de mi padre ni de mi madre. Tenía la piel de un color muy claro y estaba rodeado por un largo cabello blanco. Aunque me encontré con ese rostro muchas veces, no recuerdo ninguna otra experiencia inusual hasta la adolescencia. Todavía no sé si la cara que veía estaba directamente relacionada con mi ulterior relación con los OVNI.

Fue en 1961 o en 1962, a la edad de quince o dieciséis años, cuando vi mi primer OVNI. Justo antes de esa época, mis padres me habían construido un pequeño cobertizo rojo en el extremo de nuestro patio posterior. Yo estaba loco por la electrónica y ellos querían que tanto yo como mis juguetes saliéramos del interior de la casa. Decían que mientras llevaba a cabo mis experimentos hacía los ruidos mas espeluznantes que jamás habían oído. Naturalmente, en esa época todavía no había aprendido a instalar correctamente el Retroalimentador Negativo de un Amplificador de Sonido. Si esto se hace mal, salen gritos y lamentos que parecen los de un alma en pena. Tardé cierto tiempo en saber por qué. 

Resultó que todo lo que hacía falta para anular los alaridos era invertir los conductores de las terminales de salida de los transformadores, pero hasta que lo descubrí puede que el Amplificador estuviera emitiendo chillidos durante una semana. Mediante la construcción del cobertizo, mis padres me permitían continuar con mi afición y al mismo tiempo se aseguraban de que estuviera lo más lejos posible de la casa.

En poco tiempo tuve la cabaña llena de receptores de radio y un par de viejos televisores. Incluso conseguí cierto equipo de pruebas que parecía sacado del laboratorio de Marconi. Como yo tenía más material de pruebas que todos mis compañeros de clase juntos, supongo que, como estudiante de Instituto, lo estaba pasando todo lo bien que podía.

Una noche en que estaba haciendo unos experimentos en mi Laboratorio, no lograba que los Transmisores de Radio conectaran con otra cosa que no fuera un extraño zumbido. Seguía apareciendo por los Transmisores. De repente, se fue la electricidad y las luces se apagaron. Salí fuera y observé un objeto refulgente en forma de disco que flotaba en el patio a unos 60 metros del suelo. Calculé que el ancho sería de unos 15 metros y la altura quizá de seis. El color era un blanco brillante. De forma repentina, el disco pasó encima de mi cabeza y se marchó. Subió en vertical y después realizó algunas maniobras imposibles antes de ascender de nuevo en línea recta. También me di cuenta de que mi casa y las de toda la vecindad se habían quedado a oscuras. Al cabo de un rato volvió la electricidad.

Lo siguiente que observé fue a mi madre saliendo a toda prisa de la casa. Estaba muy excitada y dijo: 

-Viste eso? ¿Viste eso?  
-Sí, mamá, claro que lo vi -respondí.
-¿Sabes lo que era? -dijo.
 -No lo sé. Me pareció un platillo volante.
Ella me dijo que, fuera lo que fuera, había hecho que el televisor dejara de funcionar. Entonces le comenté que las radios de mi taller también lo habían hecho. Esta experiencia en particular fue mi primer "Encuentro del Primer Tipo". Éste es un término popular dentro del mundo de la ufología que se refiere al avistamiento de un OVNI. Un "Encuentro de Segundo Tipo" es cuando se ve al OVNI aterrizar en una vecindad inmediata. El "Encuentro de Tercer Tipo" es cuando o bien la persona es llevada a bordo o entra en comunicación con los alienígenas. A veces las experiencias de abducción se denominan "Encuentros de Cuarto Tipo".

Ese avistamiento de un OVNI en el patio de mi casa resultó ser el primero de muchos. Aproximadamente por esa época (primeros años de la década de los sesenta) se dieron muchos avistamientos por la zona de Islip, la ciudad de Long Island donde crecí y todavía sigo viviendo. Un día, recuerdo que fue en 1964, me encontraba con un grupo de chicos del Instituto. De repente, la escuela empezó a vaciarse y todos los estudiantes corrieron hacia afuera. Sobre el campo de béisbol de detrás de la escuela había un aparato en forma de boomerang que realizaba algún tipo de maniobras aéreas. Era muy extraño y parecía medir solamente unos 120 centímetros de diámetro.

Todavía no estoy seguro de lo que era, pero de súbito desapareció. Ése fue mi segundo encuentro con un OVNI. Ocurrían avistamientos con relativa frecuencia cuando empecé mis estudios en el Suffolk Community College de Selden. De hecho, numerosos estudiantes de todo el campus fueron testigos de avistamientos. Como yo formaba parte del Departamento de Tecnología Eléctrica y poseía un conocimiento considerable de Radio, decidí hacerlos un poco más interesantes instalando todo tipo de Analizadores de Espectro, Receptores de Radio y Cámaras. El experimento salió bien. Una noche llegamos a filmar unos OVNI en el cielo. Eran imágenes muy claras y todos aquellos que se quedaron conmigo hasta tarde por la noche pudieron observar personalmente los avistamientos.

Todo ese material podía ser considerado como una actividad extracurricular de la escuela y por eso no estaba sometida a ningún tipo de medida de seguridad. Es por eso que, cuando llegué a la mañana siguiente para recoger lo grabado, me decepcionó ver que habían sacado todas las películas de las cámaras. Resultó que alguien de la Universidad había informado sobre nuestras actividades. La consecuencia fue que empezamos a ser vigilados por algún tipo de autoridad gubernamental. Justo cuando habíamos encontrado el filón, ellos actuaron rápidamente y nos confiscaron las pruebas. 

A pesar de las dificultades con nuestros intentos de filmación, progresé en otros aspectos. Esa temporada en la Universidad fue la primera vez que tuve oportunidad de analizar las Ondas Electromagneticas o señales de identificación que generan estos objetos en forma de platillo. Lo que aprendí de esa investigación fue cómo reconocer los OVNI.

Estos aparatos producen una interferencia. muy clara en las Radios de Onda Corta y también en las Bandas de Frecuencia VHF y UHF. Los dibujos del espectro tenían forma de montaña.

Aprendí a reconocerlos principalmente por el sonido que se escucha por los altavoces cuando están situados en el punto de captación AM, cuando el control automático de volumen está apagado. En esas condiciones suenan como un murmullo, un zumbido o un pitido. También existen ciertos patrones en el ruido de fondo que se pueden captar. Conseguí llegar a detectarlos bastante bien y ahora lo hago básicamente escuchando a través de auriculares.

Todo esto resultaba muy interesante pero era estrictamente un trabajo extracurricular con respecto a mis tareas del curso. A medida que los acontecimientos fueron avanzando, terminé ocupándome de otros temas y cuestiones. El más destacado fue un Proyecto Antigravedad bastante inusual que acabó en fracaso comercial y fue abandonado después de que me presionaran para que lo dejara. Entre unas cosas y otras, no fue hasta aproximadamente 1974 cuando tuve otro encuentro espectacular con un OVNI.




Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin

1.01.2013

LOS PODERES DEL CHAMAN [1/7]

Por Francisco Trujillo
Sus Artículos en ADN Omni





LA MORADA DEL PODER

Aquella fue la primera ocasión en que tuve alguna experiencia con las drogas, es decir, con sustancias más fuertes que una taza de café, un cigarro, o una Coca Cola. Antonio, uno de mis dos compañeros de viaje, había extendido el brazo para alcanzarme el cigarro de marihuana del cual se había abstenido de fumar luego de que Edgar, quien lo encendió, se lo pasara. Tomé el cigarro humeante y me lo acerqué a los ojos, para verlo mejor. Nos encontrábamos a un punto más o menos indefinido en la Sierra de Oaxaca.

Antonio era el guía de la expedición;para aquel entonces ya había terminado sus estudios de ingeniería y supuestamente realizaba su tesis, peros dos o tres años atrás había tenido contacto con un personaje absolutamente fuera de lo común y, bajo sus enseñanzas, había comenzado el arduo camino de Iniciación en el chamanismo,  lo cual lo había alejado no sólo  de la Academia, sino de muchas otras facetas de forma de vida en la cual los tres nos habíamos formado. Edgar cursaba regularmente el último año en Filosofía y, al igual que yo, estudiante también del último año pero de derecho, se había asombrado al constatar la serie de cambios experimentados por la personalidad de Antonio, de tal manera que cuando éste nos invitó a Oaxaca a conocer a su maestro, aceptamos de inmediato.

Tomé el cigarro y, después de observarlo con detenimiento, me lo llevé a los labios para fumar, profunda y hasta alegremente: aquello era algo que había deseado hacer desde hacía mucho tiempo, pero también había tenido miedo, verdadero miedo de llevar a cabo, y en esa ocasión experimenté la euforia de lo prohibido, el encanto que atrapa a las bestias ante la vista del fuego; pero a diferencia de ellas, que salen huyendo, yo me acerqué al fuego y comí de él sin reservas, dejando todo temor de lado, sintiendo debajo de la piel latir mi libertad sin otra compañía.
-¡Fuerte! -me indicó Antonio-. Fuerte y aguántalo adentro hasta que no puedas.
Yo seguí las indicaciones; di tres fumadas de esa manera y regresé el cigarro a Edgar, quien ya había exhalado lo poco de humo que le quedaba en los pulmones.

habíamos salido de la ciudad de México aún de madrugada; Edgar y yo con toda la facha de campistas expertos, con nuestras enormes mochilas a cuestas, grandes botas, una cámara fotográfica, cantimploras y demás, mientras Antonio calzaba huaraches y cargaba sus escasas pertenencias en un morral de yute. Su apariencia magra resultaba extraña, de corta estatura, con el cabello ni corto ni largo y una despreocupada manera de vestir.

El cómodo autobús que abordamos en la estación del Distrito Federal nos dejó cerca del mediodía, en una ciudad pequeña de estado de Oaxaca, donde abordamos otro, esta vez mucho menos acogedor, el cual, luego de más o menos dos horas de camino, dejamos en un pueblo al pie de la imponente cordillera a cuyas entrañas pretendíamos penetrar. No tuvimos que esperar mucho para conseguir un vehículo que nos ayudara a hacerlo. Antonio ya conocía alguna gente y le resultó sencilllo contratar a un par de hermanos -quienes transportaban productos agrícolas- para que nos llevaran en el próximo viaje a bordo de su camión de redilas.

Salimos cerca de las cuatro de la tarde, instalados en la cabina, por un momento de terracería que trepaba por las altísimas paredes rocosas que nos separaban de nuestro objetivo. apenas habíamos iniciado el ascenso cuando antonio propuso al par de hermanos que nos permitieran realizar el viaje en la parte de atrás, junto con la carga. estos se miraron algo extrañados, pero evidentemente preferían ir con más espacio en la cabina, pues asintieron de inmediato.

Nos acomodamos sobre algunos bultos, sentados y con el cuerpo extendido, a mayor altura que los choferes, desde donde la experiencia de viajar resultó por completo diferente a lo que, cuando menos Edgar y yo, habíamos conocido. Instalados de tan cómoda manera, fue cuando Edgar propuso fumar la marihuana, y Antonio aceptó con un drástico: "Bien. está bien. No les hará ningún daño".

Cuando iniciamos el camino, el ambiente era seco, semidesértico, pero conforme avanzamos la vegetación fue haciéndose más y más tupida, así como cambiando de especie. de la misma manera, el aire al chocar con nuestra piel, al principio caliente, muy caliente y casi duro, fue refrescándose, y un perfume húmedo comenzó a rodearnos, a abrazarnos maternalmente.

El camión trepaba por aquella pendiente, por un lado del camino chocaba contra las paredes peladas de la montaña, mientras que por el otro se derramaba estrepitosamente hacia el precipicio, el cual paso a paso se nos mostraba más profundo.

Edgar y yo platicábamos con cuantas palabras nos venían a la mente, mientras Antonio lo hacía con monosilábicos y frases muy cortas. era como si estuviéramos asecndiendo no solamente a una montaña, sino literalmente a las alturas, donde las cosas del mundo pierden sentido, y aquello que en él se calla  por quién sabe qué tantos motivos adquiriera fuerza propia, como si se fuera deshaciendo de sus ataduras y fluyera pleno de naturalidad en nuestra charla, a la vez que, aunque de una manera distinta, el silencio de Antonio iba adquiriendo mayor y más profundo significado conforme nos alejábamos del suelo de los mortales.

La tierra árida ya había quedado bastante lejos de nosotros, y la vegetación había adquirido, por donde se dejaba ver, fuerza y vivacidad, cuando, luego de dos o tres fumadas más, caí en la cuenta de que el ruido del motor, que rebotaba en las paredes de piedra y en parte regresaban a nuestros oídos, había tomado nuevas característica, se había hecho mucho más terso y melódico, como un canto ronco, proveniente de la garganta de un gigante, o mejor, de un espíritu gigante, que nos estuviera dando la bienvenida.

Guardé silencio, lo cual al principio no pareció afectar el flujo de la conversación. me entregué dócilmente a aquel canto, a medias rugido poderoso y a medias susurro protector, me dejé llevar por sus oledas, por sus cambios de forma y de intensidad, por sus subidas lentas, lentísimas, así como por  sus bajadas abruptas. Mi atención visual, por el contrario, no recaía en ningún objeto en particular: miraba ampliarse más y más la bóveda del horizonte conforme subíamos, las paredes de roca viva y la vegetación estallando por acá y por allá en centellas verdes de artificio; asimismo reparaba en el movimiento de las manos de Edgar, las cuales ilustraban plásticamente sus aseveraciones, que en los huaraches de Antonio, dócil y femeninamente adaptados. Tal era el hechizo en el cual aquel canto salvaje y benévolo me había atrapado.

En un momento indefinido captó mi atención, sin que por ello me olvidase del canto, la particular belleza del rostro de Edgar, su carne regordeta la cual a cada sacudida del camión temblaba con alegría juvenil, llena de vida, llena de vida como nunca la había visto, con una barba mal recortada, rala y tersa, como la de un cabritillo; el cabello más bien largo y que el soplo del viento hacía ondular como sucede con las plantas marinas en medio de una fuerte corriente. Su rostro brillaba, rosado como el de un conejo recién nacido.

No sé qué cara puse, qué gesto, yo supongo que de inmensa maravilla, pero cuando Edgar reparó en él soltó una tremenda carcajada, la cual se vino a sumar al canto de nuestro gigante como la voz de un coro de mujeres que lo bordara melódicamente con arabescos brillantes. me sentía... no feliz, porque feliz no es la palabra; me sentía perfectamente lúcido, tal vez mucho más que de costumbre, y totalmente consciente de mi libertad, entendiendo que estaba ahí por mi propio deseo y que si alguien en ese momento me hubiera propuesto estar en otra parte, en cualquier otra parte, en la cama con Marilyn Monroe o capitaneando el más grande y lujoso trasatlántico del mundo, yo no hubiera aceptado, pues me encontraba en mi lugar preciso.
-Es la cima del mundo, no es cierto? -me preguntó Antonio de repente , con una sonrisa de comprensión, identica a la que hacen los ancianos ante las desazones de los jóvenes.
Edgar dejó de reír inmediatamente, con un gesto de incomprensión ante la frase que en apariencia no venía al caso. Volteó a mirar a Antonio y volvió a estallar en una carcajada, la cual, retorcida y hermosa, se integró de nuevo al canto ronco que nos acunaba. Sus ojos profundamente azules, como estrellas agigantadas, brillaban con violencia.
-Eso -dijo Antonio, ahora dirigiéndome a Edgar-, ríe porque precisamente eso es lo que debes hacer en este momento. ¿No es cierto?
Edgar asintió, carcajeando. Yo observaba todo desde el trono brillante de mi libertad; el mundo se alejaba más y más de nosotros, y las nubes, cada vez más cercanas, se derramaban por los bordes del cielo, como la espuma de un tarro de cerveza.

Antonio contiuó: "La hierba les ha abierto los ojos del corazón, porque los tienen cerrados y no pueden abrirlos por ustedes mismos: son todavía demasiado débiles o tienen, como alguien dijo por ahí, demasiada poca fe. Aquí no hay problema; abránlos, déjenlos abiertos, porque nos estamos acercando al centro del mundo, y aquí la fuerza es luz. Aquí no les pasará nada."

Edgar ya había dejado de reír y ahora escuchaba con atención a nuestro guía, pero aún su voz, en los cientos de voces femeninas que se había convertido, cantaba magníficamente en conjunción con la de nuestro gran espíritu anfitrión.
-Ustedes pueden pensar que algo los obligó a ser como son -prosiguió Antonio-. a tenerle miedo a algunas cosas, a desear todo aquello que desean, pero no es así, sino que ustedes mismos han optado por esa posibilidad, han preferido esa oferta. Nadie les ha puesto una pistola en la sien para que se vistan como lo hacen o para que hablen así o para que hagan determinados gestos; ustedes han decidido hacerlo pues así les ha convenido, y el que ahora me acompañen no señala otra cosa que su deseo de cambiar. pues bien: alégrense porque pueden hacerlo.
-¿Qué te pasa? -cuestionó Edgar de golpe, con gesto de verdadero asombro-, ¿Que te crees Cristo, o qué?
-¿Cristo? -preguntó sonriendo Antonio-. De veras que te vas  a los extremos, Edgar. Aunque sí, ¿Por qué no?, tal vez Cristo tenga algo que ver aquí, tal vez tu Cristo sea una de las razones por las cuales te has decidido a ser como eres.
-El tiene una forma de ser -dije yo, casi sin desearlo-, una forma de ser desde que nació: es un conejo con barbas de chivo -y me reí, lo que a Edgar no le hizo mucha gracia. Esta vez mi risa también se integró al canto mayor.
-La forma de ser no existe -dijo Antonio, sonriendo pero muy en serio-. la forma de ser es eso, simplemente una forma, como la forma de las nubes, ¿No las ven?, cambian todo el tiempo, no dejan de cambiar -y ambos discípulos volteamos hacia arriba al mismo tiempo-. El ser es lo único que existe, y cada uno de nosotros es una grieta por la cual él fluye.
"Las formas que va adoptando conforme pasa el tiempo, las formas que nosotros le vamos dando son pasajeras y no tienen nada que ver con el ser -aseguró-, solamente que él las escogió, son las máscaras que nos hemos decidido a modelar frente al espejo en una tienda de antiguedades."

"El ser es Poder -continuó-. Es el Poder mismo, el cual no tiene origen ni tendrá fin, y al cual nosotros no podemos ni tocar ni manipular, ¡Vaya!, ni siquiera conocer , pero que nos da aliento y que somos nosotros mismos. Al ser, es decir al Poder, no podemos más que ejercerlo o traicionarlo, y normalmente lo traicionamos, o no? -nos preguntó."

Hasta entonces, en medio de aquel canto mágico compuesto por tantas y tan bellas voces, con tantas ideas tan nuevas fluyendo de la boca de Antonio y compartiendo mi asombro con Edgar, fue que caí en la cuenta de que la marihuana había obrado su efecto sobre mí. lo entendí repentinamente, y en el acto experimenté el golpe en mi ánimo de una desagradable oleada de escrúpulos, de sentimientos de culpa y de miedo... ¿Qué me estaba sucediendo? ¿Qué sería lo siguiente? ¿Perdería el control? Antonio de inmediato pareció darse cuenta de lo que ocurría.
-¡Calma! -me dijo, y se incorporó para poder colocar la palma de su mano derecha sobre mi frente, con lo que de inmediato sentí alivio-. ¡Cálmate! Nada malo te va a pasar.
-Fijate cómo son las formas del ser -continuó dirigiéndose a Edgar-. Y tu también, Mario -me dijo-, fíjense cómo la forma cambió: el ser de Mario continúa siendo el mismo, pero de pronto llega el miedo y todo lo cambia. Si traicionamos al Poder él nos traiciona, nos contesta con jugarretas, con engaños que si no conocemos, si no sabemos distinguir, se adueñan de nosotros. El ser es como el haz de luz de un proyector, siempre fluye igual, impasible y brillante, mientras las formas del ser son como los cuadros que forman la película proyectada: tuercen ese ser que los atraviesa, le dan colores y formas, pero colores y formas que no le corresponden por sí mismos. Los cuadros pasan unos tras otros frente al haz de luz, y en la pantalla se proyecta una película. Nosotros creemos, pues nos hacen creerlo así  y porque decidimos finalmente creerlo, que esa película es nuestra propia vida, pero no es así pues se trata solamente de imágenes; el ser, el Poder, es lo que les da vida, pero permanece escondido a los ojos del que no sabe distinguirlo; y así vamos, viviendo entre sombras, entre sombras brillantes y bellas, si quieren ustedes, pero al fin entre sombras...
De la cuestión del ser, Antonio pasó, si no recuerdo mal, a las drogas. Repitió, más bien dirigiéndose a mí, mientras el camión continuaba su ascenso y el sol su descenso, que esas sustancias nos ayudan a "abrir los ojos interiores", pero que lo hacen fuera de nuestro control.
-Y hay algo muy importante -añadió-: en la antigüedad, cuando los hombres tenían una forma más religiosa de ver el universo, el uso de las drogas se encontraba restringido a prestar servicios espirituales, y no cualquiera ni en cualquier circunstancia podía acceder a ellas; en cambio en las sociedades modernas son usadas indiscriminadamente y sin ningún respeto, lo cual nos ha llevado a una incomprensión casi absoluta de sus facultades, convirtiendo lo que fue un camino para el crecimiento espiritual en un vicio y nada más, en un medio de degradación y en grandes problemas para todo el mundo, ¿No es cierto, Edgar? -y Edgar asintió, riendo un poco tontamente, como lo había venido haciendo desde hacía un rato.
"El uso de las drogas -continuó- tiene un fin, un fin mágico, el cual hay que saber respetar, porque si no todo puede voltearse y, en lugar de liberar nuestro poder, puede encadenarnos definitivamente en nuestros vicios y nuestras debilidades..."

Guardó silencio repentinamente. la tarde ya se encontraba bien avanzada. Llamó entonces mi atención el que las nubes, observadas por Antonio desde hacía rato y que antes se encontraban a una altura indefinida e inalcanzable, se habían apilado en los bordes de la montaña y se encontraban a corta distancia de nosotros. la temperatura había descendido y la humedad se hacía más densa. Luego de un momento, sin aviso previo, llegamos al cielo y ¡Paff!, de pronto nos encontramos dentro de las nubes, en sus entrañas perfectas.

Yo nunca antes habia estado dentro de una nube; había caminado en la neblina y también tomado baños de vapor, pero nada de ello resultaba comparable a esta nueva sensación. Repentinamente todo desapareció, sumido en una absoluta y brillante blancura; de pronto fue como si me encontrara solo, como si mis compañeros hubieran desaparecido en un limbo donde los equilibrios de este mundo se hubieran esfumado, donde ninguno de los tantos y tantísimos asuntos tan importantes que componen nuestra vida hubieran desparecido en la más profunda oscuridad.

La conversación de Antonio se esfumó también, junto las risotadas de Edgar y el eco del motor, metamorfoseado en canto. Todo se hizo silencio, acompañado de una blancura silencios, acariciadora y fría.

Las partículas que forman las nubes ocupan un punto intermedio entre vapor y la lluvia; puede sentírselas chocar, en chispas heladas, contra la piel del rostro, contra los brazos y las manos; se las siente colgar de los bordes de las fosas nasales, entre el cabello, contra los párpados y contra los globos de los ojos abiertos. la lluvia finísima que ellas formaban como un velo de denso vapor tejido en punto cerrado, obró un efecto purificador sobre mi ánimo; hizo las veces de bienvenida, como el paso por la antesala del lugar al que estábamos llegando y que se trataba, evidentemente, de un lugar mágico sagrado.

No sé cuánto tiempo duró nuestro paso por la nube, tal vez dentro de ella el tiempo no fluía de la manera que todos conocemos, tal vez iniciaba una marcha hacía atrás, se detenía o simplemente se retorcía sobre sí mismo, pero si hubiera durado una hora o dos, o solamente unos cuantos segundos, de lo que si estoy seguro es que aquella experiencia me llevó a una calma absoluta, lo cual no debe entenderse como quietud, sino como armonía, como un movimiento continuo y equilibrado: todas las voces que componen mi conciencia en ese momento comenzaron a fluir, unas junto a otras, rozándose placenteramente, como un conjunto de livianos delfines que nadaran en medio del océano vibrante e infinito del universo.

De la misma manera repentina como entramos a la nube salimos de ella, y lo que entonces apareció ante nuestra vista confirmó mi intuición de que estábamos entrando a un lugar sagrado: la carretera ahora corría por la cima recortada de la cadena montañosa que, a tramos, sobresalía de un brillante mar de nubes, por entre el cual, acá y allá como islas de ensueño, podían verse los picos más altos de otras montañas. A lo lejos, el sol estaba a punto de hundirse en el horizonte, como una perfecta e incandescente gota de metal fundido.







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