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8.25.2012

LA MUERTE Y LA BRUJULA [1]


Por Giovanni Bottiroli
Sus Artículos en ADN Omni








1. DISTINCIONES


Para reconocer un Laberinto (y los distintos tipos de Laberinto) son necesarias al menos cuatro distinciones: 

La distinción entre Morfología y Lógica. Instintivamente, pensamos en el Laberinto como en algo dotado de una forma y con una existencia física. Esta última puede sin embargo faltar: el Laberinto puede existir como proyecto, o como ideación: pero aun si lo pensamos como un conjunto de habitaciones, corredores y entrecruzamientos, o algo parecido, sigue siendo un Laberinto Morfológico. Un Laberinto Lógico tiene, en cambio, un carácter esencialmente mental y carece de una configuración antropomórfica [1], excepto si tiene finalidades ejemplarizadoras y didácticas. Las paradojas de Zenón son Laberintos Lógicos, si bien nada impide a nuestra imaginación representarse al ralentí la carrera de Aquiles que persigue en vano la tortuga. Sin embargo, después de un breve momento preliminar, la imagen se bloquea o desaparece: no puede penetrar en la descomposición infinitesimal, evocada por la paradoja (“el sofista chino Hui Tzu razonó que un bastón, al que cercenan la mitad cada día, es interminable” [2]; esta secuencia de cortes puede imaginarse solamente durante las operaciones iniciales, luego el objeto se desvanece);

La distinción entre Tipos de Lógica. Existe una familia de Lógicas Disyuntivas (o separadoras), y una familia de Lógicas Conjuntivas: esta última, a su vez, debe dividirse entre Lógica Confusiva y Lógica Distintiva. El Laberinto se presenta, a primera vista, como una construcción confusiva porque en él ningún elemento posee una individualidad adecuada: los límites de cada elemento (corredor, paredes, setos, etc.) se anulan por la repetición que los multiplica, indefinidamente. Si el principio que regula lo separativo puede enunciarse así, con palabras de Borges: “Ser una cosa es, inexorablemente, no ser todas las otras cosas” [3], el principio de la confundibilidad puede definirse por medio de un vuelco: ser una cosa significa, inexorablemente, ser ya otra cosa o muchas otras. Las formas de confundibilidad son ciertamente numerosas, probablemente no se llegará nunca a señalarlas todas. Quizás su variedad puede clasificarse con alguna tipología. Aquí, me bastará con ilustrar su inspiración lógica: 

La distinción entre las Categorías Modales (por lo menos las categorías clásicas de lo posible, de lo efectivo, de lo necesario). A menudo Borges es leído como el escritor que ensalza las infinitas ramificaciones de lo posible. [4] Una narración como El jardín de senderos que se bifurcan parece ilustrar esta perspectiva filosófica: “En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta -simultáneamente- por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan” (F, 107). [5] Es más: puede parecer que en Borges lo efectivo esté constantemente incluido en lo posible, reabsorbido en él. Veremos que no es así; 

La distinción entre Régimen Superior e Inferior. Se trata de una diferencia de orden eminentemente estético, que aquí se tendrá en cuenta únicamente en cuanto concierne a una lógica, la confusiva para ser precisos, pero que puede y debería ser aplicada, cuando haya oportunidad, a todos los tipos de lógica, a todos los regímenes de sentido. Uno de los relatos que ilustra esta diferencia -lo veremos dentro de poco- es El inmortal. Estas distinciones no se han de entender como alternativas rígidas, su objetivo es enunciar un espacio problemático, una investigación que no quiere llegar a respuestas precipitadas. El grado de abstracción de este estudio podrá despertar perplejidades: no tengo ninguna dificultad en admitir cierta unilateralidad de mi reflexión, que una narración como El jardín de senderos que se bifurcan parece ilustrar esta perspectiva filosófica: 

“En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta, simultáneamente, por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan” intenta hacer emerger la lógica dentro de la literatura.


2. LA CONFUSION Y LO CONFUSIVO

Entre las diferentes articulaciones, inscritas virtualmente en El inmortal, querría privilegiar la existente entre la “nefanda Ciudad de los Inmortales” (A, 14) [6] y la arquitectura de los Laberintos. La ciudad se ofrece a su visitante como una “complejidad insensata”, atroz: 

“Yo había cruzado un laberinto, pero la nítida Ciudad de los Inmortales me atemorizó y repugnó. Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin. Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los peldaños y la balaustrada hacia abajo. (...) Ignoro si todos los ejemplos que he enumerado son literales; sé que durante muchos años infestaron mis pesadillas; no puedo ya saber si tal o cual rasgo es una trascripción de la realidad o de las formas que desatinaron mis noches. Esta ciudad (pensé) es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz. No quiero describirla; un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de tigre o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odiándose, dientes, órganos y cabezas, pueden (tal vez) ser imágenes aproximativas.” (A. 14-15). 
Este pasaje merece ser comentado con mucha atención. Contrapone dos tipos de laberinto, restringiendo sin embrago el uso del término al tipo estéticamente logrado. Pero, ¿Cuáles son los criterios que determinan esta aprobación? Tras un rápido examen, parecen emerger criterios “antropomórficos”, es decir la presencia (o la ausencia) de la finalidad y del sentido. Un Laberinto es una construcción con una finalidad, aunque solo sea la de confundir a los hombres, mientras que la Ciudad de los Inmortales carece de cualquier finalidad y se caracteriza por estar privada de sentido. Con todo, convendrá no precipitarse a ver en Borges, y en su relato, la evocación o la nostalgia de un “humanismo”. Humanismo significa atribuir al cosmos una organización teleológica: de acuerdo con las palabras de Kant, “el hombre solamente puede ser considerado finalidad última de la Naturaleza (den letzten Zweck der Naturde tal manera que con respecto a él todas las otras cosas naturales constituyen un sistema de finalidades (ein System von Zwecken)”. 
“...Si las cosas del mundo, en cuanto seres condicionados relativamente a su existencia, tienen necesidad de una causa suprema que actúe de acuerdo con finalidades, el hombre será la finalidad última de la creación (so ist der Mensch der Schöpfung Endzweck)”. [7] 
Extraño humanismo sería pues el de Borges, para quien existen objetos cuya finalidad es confundir al hombre. Cierto es que se trata de objetos artificiales, y no naturales. ¿Qué podría justificarlos? ¿Puede haber alguna nobleza en el confundir o en el confundirse? Sí, si se aprende a distinguir entre lo confusivo y la confusión (que es su forma inferior). 

Es propio del hombre [8], según muchos autores, sentirse atraído por lo confusivo. El Psicoanálisis proporciona una explicación: en los hombres, la característica más importante del deseo es el deseo de ser –y por lo tanto de confundirse con algún otro. Vivimos siempre más allá de nuestros límites porque el hombre es un animal “que ultrapasa” (¿Es así como hay que interpretar el Übermensch de Nietzsche?). 

En cuanto seres confusivos no podemos no sentir atracción por los Laberintos. Pero esto no implica la aprobación de todos los ejemplos de caos, de todo tipo de contaminación o de contagio: y de hecho el personaje de Borges evoca, como la más terrible de las pesadillas, la posibilidad de que la Ciudad de los Inmortales contamine el pasado y el futuro, hasta implicar a los astros, e impedir a cualquiera la posibilidad de ser valiente y feliz. 

Este disgusto por una cierta versión de lo posible, por el régimen de lo confusivo inferior, representa un buen punto de partida para investigar el Laberinto como proyecto mental, arquitectura estilísticamente determinada.  Un Laberinto Lógico es una posibilidad de la mente, un impulso que se puede aliar con la inteligencia esratégica pero que también puede dilatarse en sí mismo, proliferar, pulular, aspirar como un torbellino o absorber, como una extensión de arenas movedizas. Cuando un mundo posible, que la imaginación racional se ve obligada a construir para explicar un evento en la concatenación de sus causas, tiende a proliferar, la reacción, ampliamente justificable, puede consistir en restringir y seleccionar con obstinación: llegando de este modo a otra forma de unilateralidad. Nos identificamos con la racionalidad separativa hasta convertirnos en una reencarnación suya. En este sentido podremos hablar de sujetos (reales o ficticios), que aportan un estilo únicamente de racionalidad. En algunos de los relatos de Poe y de Borges, este es el modo de pensar de la policía. 

Los hechos son los hechos, es inútil “buscarle tres pies al gato”, dice el comisario Treviranus (La muerte y la brújula, 120) [9]; probablemente a Yarmolinski le han matado por error. Entre los principios del régimen separativo (pero también del distintivo), se halla aquel según el cual no es inevitablemente necesario añadir un significado a un hecho. En lo confusivo, en cambio, esta barrera queda eliminada de inmediato, y se obtiene que: es posible que nada tenga sentido, que la realidad sea un caos morfológico, la reunión irracional de los acontecimientos, o bien que todo tenga sentido. 

Como dice Lönnrot “si la realidad puede prescindir de la obligación de ser interesante, no pueden prescindir de ello las hipótesis” (MB, 145). En esta semántica compacta, el caso representa la hendidura ilusoria, la articulación evanescente, en definitiva, la imposibilidad del vacío. Es precisamente a causa de su perspectiva semántica que Lönnrot se dispone a caer en la trampa de Red Scharlach.





Arte: Rob Scharein
Diagramación & DG: Pachakamakin




CITAS:

[1] Podríamos definir como antropomorfo un laberinto que puede ser recorrido, aunque solo virtualmente, por un individuo de nuestra especie.

[2] Avatares de la tortuga en Borges, Otras inquisiciones, Buenos Aires, Emecé, 1960 p.150.
[3] De alguien a nadie, en Otras inquisiciones, Buenos Aires, Emecé, 1960, p. 202. En adelante citado OI.
[4] Cfr. G. Deleuze, Le pli. Leibniz et le Baroque, 1988. Después de haber definido a Borges como un “discípulo de Leibniz (p. 93), Deleuze precisa: “Se comprende por qué Borges cita al filósofo chino (Ts’ui Pên) en lugar de evocar a Leibniz. El hecho es que querría que Dios hiciese existir todos los mundos inconciliables al mismo tiempo, en lugar de escoger solamente uno, el mejor” (p. 94). Y añade “… lo que le impide a Dios dar existencia a todos los posibles, aunque inconciliables, es el hecho de que sería un Dios mentiroso, un Dios engañador… Dios juega, pero impone las reglas del juego (contrariamente al juego sin reglas de Borges)” (pp. 94-95).
[5] Borges, Ficciones, Buenos Aires, Emecé, 1960. Aquí y a continuación citado con la sigla F, seguida del número de la página de la edición referida.
[6] Borges, El Aleph, p. 14. En sigla A: seguida de la página en la edición Buenos Aires, Emecé, 1957.
[7] I. Kant, Kritik der Urtheilskraft, 1790.
[8] Utilizo la noción aristotélica de idion (propio), que no debe confundirse con la esencia. En el idion hay una flexibilidad que la noción “esencia” no puede albergar. A propósito de este tema, y para el planteamiento general de este artículo, me permito remitir a mis textos, Retorica. L ’intelligenza figurale nell’arte e nella filosofia, Bollati Boringhieri, Torino 1993 y Teoria dello stile, La Nuova Italia, Firenze 1997. 

[9] Borges, La muerte y la brújula, en Ficciones, cit. En adelante este relato se citará en siglas: MB.