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11.11.2013

EL INMORTAL

Por Jorge Luis Borges
+Notas de Jorge Luis Borges en ADN CreadoreS





Solomon saith: There is no new thing upon 

the earth. So that as Plato had an 

imagination, that all knowledge was but 

remembrance; so Solomon given his sentence,
that all novelty is but oblivion
Francis Bacon; Essays, LVIII



En Londres, a principios del mes de Junio de 1929, el anticuario Joseph Cartaphilus, de Esmirna, ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor [1715-1720] de la Iliada, de Pope. La princesa los adquirió; al recibirlos, cambió unas palabras con él.


Era, nos dice, un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmente vagos. Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas Lenguas; en muy pocos minutos pasó del francés al inglés y del inglés a una conjunción enigmática de español de Salónica y de portugués de Macao. 

En Octubre, la princesa oyó por un pasajero del Zeus que Cartaphilus había muerto en el mar, al regresar a Esmirna, y que lo habían enterrado en la Isla de Ios. En el último tomo de la Iliada halló este manuscrito.

El original esta redactado en inglés y abunda en latinismos. La versión que ofrecemos es literal.

I

Que yo recuerde, mis trabajos empezaron en un Jardín de Tebas Hekatómpylos, cuando Diocleciano era emperador. Yo había militado -sin gloria- en las recientes guerras egipcias, yo era tribuno de una legión que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo: la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnánimos el acero. 

Los mauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada eternamente a los dioses plutónicos; Alejandría, debelada, imploró en vano la misericordia del César; antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales.

Mis trabajos empezaron, he referido, en un Jardín de Tebas. Toda esa noche no dormí, pues algo estaba combatiendo en mi corazón. Me levanté poco antes del alba; mis esclavos dormían, la Luna tenia el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y ensangrentado venía del Oriente. A unos pasos de mi, rodó del caballo. 
Con una tenue voz insaciable me preguntó en latín el nombre del río que bañaba los muros de la ciudad. 

Le respondí que era el Egipto, que alimentan las lluvias. Otro es el río que persigo, replicó tristemente, el río secreto que purifica de la muerte a los hombres. Oscura sangre le manaba del pecho. Me dijo que su patria era una montaña que está del otro lado del Ganges y que en esa montaña era fama que si alguien caminara hasta el occidente, donde se acaba el mundo, llegaría al río cuyas aguas dan la inmortalidad. 

Agregó que en la margen ulterior se eleva la Ciudad de los Inmortales, rica en Baluartes y Anfiteatros y Templos. Antes de la aurora murió, pero yo determiné descubrir la ciudad y su río. Interrogados por el verdugo, algunos prisioneros mauritanos confirmaron la relación del Viajero; alguien recordó la llanura elísea, en el término de la tierra, donde la vida de los hombres es perdurable; alguien, las cumbres donde nace el Pactolo, cuyos moradores viven un siglo. 

En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla. Flavio, Procónsul de Getulia, me entregó doscientos soldados para la empresa. También recluté mercenarios, que se dijeron conocedores de los caminos y que fueron los primeros en desertar.

Los hechos ulteriores han deformado hasta lo inextricable el recuerdo de nuestras primeras jornadas. Partimos de Arsinoe y entramos en el abrasado desierto. Atravesamos el país de los trogloditas, que devoran Serpientes y carecen del comercio de la palabra; el de los garamantas, que tienen las mujeres en común y se nutren de Leones; el de los augilas, que sólo veneran el Tártaro. 

Fatigamos otros desiertos, donde es negra la arena, donde el Viajero debe usurpar las horas de la noche, pues el fervor del día es intolerable. De lejos divisé la montaña que dio nombre al Océano; en sus laderas crece el Euforbio, que anula los venenos; en la cumbre habitan los sátiros, nación de hombres ferales y rústicos, inclinados a la lujuria. Que esas regiones bárbaras, donde la tierra es madre de monstruos, pudieran albergar en su seno una ciudad famosa, a todos nos pareció inconcebible. 

Proseguimos la marcha, pues hubiera sido una afrenta retroceder. Algunos temerarios durmieron con la cara expuesta a la Luna; la fiebre los ardió; en el Agua depravada de las cisternas otros bebieron la locura y la muerte. Entonces comenzaron las deserciones; muy poco después, los motines. Para reprimirlos, no vacilé ante el ejercicio de la severidad. Procedí rectamente, pero un Centurión me advirtió que los sediciosos -ávidos de vengar la crucifixión de uno de ellos- maquinaban mi muerte. 

Huí del campamento con los pocos soldados que me eran fieles. En el desierto los perdí, entre los remolinos de arena y la vasta noche. Una flecha cretense me laceró. Varios días erré sin encontrar Agua, o un solo enorme día multiplicado por el Sol, por la sed y por el temor de la sed. Deje el camino al arbitrio de mi Caballo. En el alba, la lejanía se erizó de Pirámides y de Torres. 

Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido Laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes de alcanzarlo.



II

Al desenredarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho de piedra, no mayor que una sepultura común, superficialmente excavado en el agrio declive de una montaña. Los lados eran húmedos, antes pulidos por el tiempo que por la industria. Sentí en el pecho un doloroso latido, sentí que me abrazaba la sed. Me asomé y grité débilmente. 

Al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena; en la opuesta margen resplandecía -bajo el último sol o bajo el primero) la evidente Ciudad de los Inmortales. Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el fundamento era una meseta de piedra. Un centenar de nichos irregulares, análogos al mío, surcaban la montaña y el valle. 

En la arena había pozos de poca hondura; de esos mezquinos agujeros -y de los nichos- emergían hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos. Creí reconocerlos: pertenecían a la estirpe bestial de los trogloditas, que infestan las riberas del Golfo Arábigo y las grutas etiópicas; no me maravillé de que no hablaran y de que devoraran Serpientes.

La urgencia de la sed me hizo temerario. Consideré que estaba a unos treinta pies de la arena; me tiré, cerrados los ojos, atadas a la espalda las manos, montaña abajo. Hundí la cara ensangrentada en el Agua oscura. Bebí como se abrevan los animales. Antes de perderme otra vez en el Sueño y en los delirios, inexplicablemente repetí unas palabras griegas: Los ricos teucros de Zelea que beben el Agua negra del Esepo...

No sé cuántos días y noches rodaron sobre mi. Doloroso, incapaz de recuperar el abrigo de las cavernas, desnudo en la ignorada arena, dejé que la Luna y el Sol jugaran con mi aciago destino. Los trogloditas, infantiles en la barbarie, no me ayudaron a sobrevivir o a morir. En vano les rogué que me dieran muerte. Un día, con el filo de un pedernal rompí mis ligaduras. Otro, me levanté y pude mendigar o robar -yo, Marco Flaminio Rufo, Tribuno militar de una de las Legiones de Roma- mi primera detestada ración de carne de Serpiente.

La codicia de ver a los Inmortales, de tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedaba dormir. Como si penetraran mi propósito, no dormían tampoco los trogloditas: al principio inferí que me vigilaban; luego, que se habían contagiado de mi inquietud, como podrían contagiarse los perros. Para alejarme de la bárbara aldea elegí la más pública de las horas, la declinación de la tarde, cuando casi todos los hombres emergen de las grietas y de los pozos y miran el poniente, sin verlo. 

Oré en voz alta, menos para suplicar el favor divino que para intimidar a la tribu con palabras articuladas. Atravesé el arroyo que los médanos entorpecen y me dirigí a la Ciudad. Confusamente me siguieron dos o tres hombres. Eran -como los otros de ese linaje- de menguada estatura; no inspiraban temor, sino repulsión. 

Debí rodear algunas hondonadas irregulares que me parecieron canteras; ofuscado por la grandeza de la Ciudad, yo la había creído cercana. Hacia la medianoche, pisé, erizada de formas idólatras en la arena amarilla, la negra sombra de sus muros. Me detuvo una especie de horror sagrado. Tan abominadas del hombre son la novedad y el desierto que me alegré de que uno de los trogloditas me hubiera acompañado hasta el fin. Cerré los ojos y aguardé -sin dormir- que relumbrara el día.

He dicho que la Ciudad estaba fundada sobre una meseta de piedra. Esta meseta comparable a un acantilado no era menos ardua que los muros. En vano fatigué mis pasos: el negro basamento no descubría la menor irregularidad, los muros invariables no parecían consentir una sola puerta. La fuerza del día hizo que yo me refugiara en una caverna; en el fondo había un pozo, en el pozo una escalera que se abismaba hacia la tiniebla inferior. 

Bajé; por un caos de sórdidas galerías llegué a una vasta Cámara circular, apenas visible. Había Nueve Puertas en aquel sótano; Ocho daban a un Laberinto que falazmente desembocaba en la misma Cámara; la Novena -a través de otro Laberinto- daba a una Segunda Cámara circular, igual a la primera. Ignoro el Número total de las Cámaras; mi desventura y mi ansiedad las multiplicaron. 

El silencio era hostil y casi perfecto; otro rumor no había en esas profundas redes de piedra que un viento subterráneo, cuya Causa no descubrí; sin ruido se perdían entre las grietas hilos de Agua herrumbrada. Horriblemente me habitué a ese dudoso mundo; consideré increíble que pudiera existir otra cosa que sótanos provistos de Nueve Puertas y que sótanos largos que se bifurcan. 

Ignoro el tiempo que debí caminar bajo tierra; sé que alguna vez confundí, en la misma nostalgia, la atroz aldea de los bárbaros y mi ciudad natal, entre los racimos.

En el fondo de un corredor, un no previsto muro me cerró el paso, una remota luz cayó sobre mi. Alcé los ofuscados ojos: en lo vertiginoso, en lo altísimo, vi un circulo de cielo tan azul que pudo parecerme de púrpura. Unos peldaños de metal escalaban el muro. La fatiga me relajaba, pero subí, sólo deteniéndome a veces para torpemente sollozar de felicidad. 

Fui divisando capiteles y astrágalos, frontones triangulares y bóvedas, confusas pompas del granito y del mármol. Así me fue deparado ascender de la ciega región de negros Laberintos entretejidos a la resplandeciente Ciudad.

Emergí a una suerte de plazoleta; mejor dicho, de patio. Lo rodeaba un solo edificio de forma irregular y altura variable; a ese edificio heterogéneo pertenecían las diversas cúpulas y columnas. Antes que ningún otro rasgo de ese monumento increíble, me suspendió lo antiquísimo de su fábrica. Sentí que era anterior a los hombres, anterior a la Tierra. 

Esa notoria antigüedad -aunque terrible de algún modo para los ojos- me pareció adecuada al trabajo de obreros inmortales. Cautelosamente al principio, con indiferencia después, con desesperación al fin, erré por escaleras y pavimentos del inextricable Palacio. -Después averigüé que eran inconstantes la extensión y la altura de los peldaños, hecho que me hizo comprender la singular fatiga que me infundieron-. 

Este Palacio es fábrica de los Dioses, pensé primeramente. Exploré los inhabitados recintos y corregí: Los Dioses que lo edificaron han muerto. Noté sus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban locos. Lo dije, bien lo sé, con una incomprensible reprobación que era casi un remordimiento, con más horror intelectual que miedo sensible. 

A la impresión de enorme antigüedad se agregaron otras; la de lo interminable, la de lo atroz, la de lo complejamente insensato. Yo había cruzado un Laberinto, pero la nítida Ciudad de los Inmortales me atemorizó y repugnó. Un Laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su Arquitectura, pródiga en simetrías, esta subordinada a ese fin. En el Palacio que imperfectamente exploré, la Arquitectura carecía de fin. 

Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los peldaños y la balaustrada hacia abajo. Otras, adheridas aéreamente al costado de un muro monumental, morían sin llegar a ninguna parte, al cabo de dos o tres giros, en la tiniebla superior de las cúpulas. 

Ignoro si todos los ejemplos que he enumerado son literales; sé que durante muchos años infestaron mis pesadillas; no puedo ya saber si tal o cual rasgo es una transcripción de la realidad o de las formas que desatinaron mis noches. Esta Ciudad -pensé- es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el Pasado y el Porvenir y de algún modo compromete a los Astros. 

Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz. No quiero describirla; un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de Tigre o de Toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odiándose, dientes, órganos y cabezas, pueden -tal vez- ser imágenes aproximativas.

No recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos y húmedos hipogeos. Únicamente sé que no me abandonaba el temor de que, al salir del último Laberinto, me rodeara otra vez la nefanda Ciudad de los Inmortales. Nada más puedo recordar. Ese olvido, ahora insuperable, fue quizá voluntario; quizá las circunstancias de mi evasión fueron tan ingratas que, en algún día no menos olvidado también, he jurado olvidarlas.
III

Quienes hayan leído con atención el Relato de mis trabajos recordaran que un hombre de la tribu me siguió como un perro podía seguirme, hasta la sombra irregular de los muros. Cuando salí del último sótano, lo encontré en la boca de la caverna. Estaba tirado en la arena, donde trazaba torpemente y borraba una hilera de Signos que eran como las Letras de los Sueños, que uno está a punto de entender y luego se juntan. 

Al principio, creí que se trataba de una Escritura bárbara; después vi que es absurdo imaginar que hombres que no llegaron a la palabra lleguen a la Escritura. Además, ninguna de las formas era igual a otra, lo cual excluía o alejaba la posibilidad de que fueran simbólicas. El hombre las trazaba, las miraba y las corregía. De golpe, como si le fastidiara ese juego, las borró con la palma y el antebrazo. Me miró, no pareció reconocerme. 

Sin embargo, tan grande era el alivio que me inundaba -o tan grande y medrosa mi soledad- que di en pensar que ese rudimental troglodita, que me miraba desde el suelo de la caverna, había estado esperándome. El Sol caldeaba la llanura; cuando emprendimos el regreso a la aldea, bajo las primeras estrellas, la arena era ardorosa bajo los pies. El troglodita me precedió; esa noche concebí el propósito de enseñarle a reconocer, y acaso a repetir, algunas palabras. 

El Perro y el Caballo -reflexioné- son capaces de lo primero; muchas aves, como el Ruiseñor de los Césares, de lo último. Por muy basto que fuera el entendimiento de un hombre, siempre sería superior al de irracionales.

La humildad y miseria del troglodita me trajeron a la memoria la imagen de Argos, el viejo Perro moribundo de La Odisea. Y así le puse el nombre de Argos y traté de enseñárselo. Fracasé y volví a fracasar. Los arbitrios, el rigor y la obstinación fueron del todo vanos. Inmóvil, con los ojos inertes, no parecía percibir los sonidos que yo procuraba inculcarle. A unos pasos de mí, era como si estuviera muy lejos. 

Echado en la arena, como una pequeña y ruinosa esfinge de lava, dejaba que sobre él giraran los cielos, desde el crepúsculo del día hasta el de la noche. Juzgué imposible que no se percatara de mi Propósito. Recordé que es fama entre los etíopes que los Monos deliberadamente no hablan para que no los obliguen a trabajar y atribuí a suspicacia o a temor el silencio de Argos. 

De esa imaginación pasé a otras, aún mas extravagantes. Pensé que Argos y yo participábamos de universos distintos; pensé que nuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra manera y construía con ellas otros objetos; pensé que acaso no había objetos para él, sino un vertiginoso y continuo juego de impresiones brevísimas. 

Pensé en un mundo sin Memoria, sin Tiempo; consideré la posibilidad de un Lenguaje que ignorara los sustantivos, un Lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos. Así fueron muriendo los días y con los días los años, pero algo parecido a la felicidad ocurrió una mañana. Llovió, con lentitud poderosa. Las noches del desierto pueden ser frías, pero aquélla había sido un fuego. 

Soñé que un río de Tesalia -a cuyas Aguas yo había restituido un Pez de Oro- venia a rescatarme; sobre la roja arena y la negra piedra yo lo oía acercarse; la frescura del aire y el rumor atareado de la Lluvia me despertaron. Corrí desnudo a recibirla. Declinaba la noche: bajo las nubes amarillas la tribu, no menos dichosa que yo, se ofrecía a los vívidos aguaceros en una especie de éxtasis. 

Parecían coribantes a quienes posee la Divinidad. Argos, puestos los ojos en la esfera, gemía; raudales le rodaban por la cara; no sólo de Agua, sino -después lo supe- de lagrimas. Argos, le grité, Argos.

Entonces, con mansa admiración, como si descubriera una cosa perdida y olvidada hace mucho tiempo, Argos balbuceó estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y después, también sin mirarme: Este Perro tirado en el estiércol.

Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real. Le pregunté qué sabia de La Odisea. La practica del griego le era penosa; tuve que repetir la pregunta. Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde que la inventé.

IV

Todo me fue dilucidado, aquel día. Los trogloditas eran los Inmortales; el riacho de Aguas arenosas, el río que buscaba el jinete. En cuanto a la ciudad cuyo renombre se había dilatado hasta el Ganges, nueve siglos hacía que los Inmortales la habían asolado. 


Con las reliquias de su ruina erigieron, en el mismo lugar, la desatinada ciudad que yo recorrí: suerte de parodia o reverso y también templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y de los que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre. 

Aquella fundación fue el último símbolo a que condescendieron los Inmortales; marca una etapa en que, juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación. Erigieron la Fábrica, la olvidaron y fueron a morar en las cuevas. Absortos, casi no percibían el Mundo Físico.

Esas cosas Homero las refirió, como quien habla con un niño. También me refirió su vejez y el postrer Viaje que emprendió, movido, como Ulises, por el propósito de llegar a los hombres que no saben lo que es el mar ni comen carne sazonada con sal ni sospechan lo que es un remo. Habitó un siglo en la Ciudad de los Inmortales. 


Cuando la derribaron, aconsejó la fundación de la otra. Ello no debe sorprendemos; es fama que después de cantar la guerra de Ilión, cantó la guerra de las ranas y los ratones. Fue como un dios que creara el Cosmos y luego el Caos.

Ser Inmortal es baladí; menos el hombre, todas las Criaturas lo son, pues ignoran la Muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse Inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa convicción es rarísima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o a castigarlo. 


Más razonable me parece la rueda de ciertas religiones del Indostán; en esa rueda, que no tiene principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente; pero ninguna determina el conjunto... Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la república de hombres Inmortales había logrado la perfección de la tolerancia y casi del desdén. Sabia que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. 

Por sus pasadas o futuras virtudes todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del Pasado o del Porvenir. Así como en los juegos de azar las cifras pares y las cifras impares tienden al equilibrio, así también se anulan y se corrigen el ingenio y la estolidez, y acaso el rústico poema del Cid es el contrapeso exigido por un solo epíteto de las Églogas o por una sentencia de Herálito. 

El pensamiento mas fugaz obedece a un dibujo invisible y puede coronar, o inaugurar, una forma secreta. Sé de quienes obraban el mal para que en los siglos futuros resultara el bien, o hubiera resultado en los ya pretéritos... Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales. 

Homero compuso La Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, La Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy Dios, soy Héroe, soy Filósofo, soy Demonio y soy Mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy.

El concepto del mundo como sistema de precisas compensaciones influyó vastamente en los Inmortales. En primer término, los hizo invulnerables a la piedad. He mencionado las antiguas canteras que rompían los campos de la otra margen; un hombre se despeñó en la mas honda; no podía lastimarse ni morir, pero lo abrasaba la sed; antes que le arrojaran una cuerda pasaron setenta años. 


Tampoco interesaba el propio destino. El cuerpo era un sumiso animal doméstico y le bastaba, cada mes, la limosna de unas horas de sueño, de un poco de Agua y de una piltrafa de carne. Que nadie quiera rebajarnos a ascetas. No hay placer mas complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos. A veces, un estímulo extraordinario nos restituía al Mundo Físico. 

Por ejemplo, aquella mañana, el viejo goce elemental de la Lluvia. Esos lapsos eran rarísimos; todos los Inmortales eran capaces de perfecta quietud; recuerdo alguno a quien jamas he visto de pie: un pájaro anidaba en su pecho.

Entre los corolarios de la doctrina de que no hay cosa que no esté compensada por otra, hay uno de muy poca importancia teórica, pero que nos indujo, a fines o a principios del Siglo X, a dispersarnos por la faz de la Tierra. Cabe en estas palabras: Existe un río cuyas aguas dan la Inmortalidad; en alguna región habrá otro río cuyas Aguas la borren. 


El número de ríos no es infinito; un Viajero inmortal que recorra el mundo acabará, algún día, por haber bebido de todos. Nos propusimos descubrir ese río.

La muerte -o su alusión- hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un Sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. 


Entre los lnmortales, en cambio, cada acto -y cada pensamiento- es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el Futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. 

Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales. Homero y yo nos separamos en las puertas de Tánger; creo que no nos dijimos adiós.
V

Recorrí nuevos Reinos, nuevos Imperios. En el Otoño de 1066 milité en el Puente de Stamford, ya no recuerdo si en las filas de Harold, que no tardó en hallar su destino, o en las de aquel infausto Harald Hardrada que conquistó seis pies de tierra inglesa, o un poco más. En el Séptimo Siglo de la Héjira, en el arrabal de Bulaq, transcribí con pausada caligrafía, en un Idioma que he olvidado, en un Alfabeto que ignoro, los Siete Viajes de Simbad y la Historia de la Ciudad de Bronce. 


En un patio de la cárcel de Samarcanda he jugado muchísimo al Ajedrez. En Bikanir he profesado la Astrología y también en Bohemia. En 1038 estuve en Kolozsvar y después en Leipzig. En Aberdeen, en 1714, me suscribí a los Seis Volúmenes de La Iliada, de Pope; sé que los frecuenté con deleite. Hacia 1729 discutí el origen de ese poema con un Profesor de retórica, llamado, creo, Giambattista; sus razones me parecieron irrefutables. 

El Cuatro de Octubre de 1921, el Patna, que me conducía a Bombay, tuvo que fondear en un puerto de la costa eritrea [1]. Bajé; recordé otras mañanas muy antiguas, también frente al Mar Rojo; cuando yo era Tribuno de Roma y la fiebre y la magia y la inacción consumían a los soldados. En las afueras vi un caudal de Agua clara; la probé, movido por la costumbre. 

Al repechar la margen, un árbol espinoso me laceró el dorso de la mano. El inusitado dolor me pareció muy vivo. Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche, dormí hasta el amanecer.

...He revisado, al cabo de un año, estas paginas. Me consta que se ajustan a la verdad, pero en los primeros capítulos, y aun en ciertos párrafos de los otros, creo percibir algo falso. Ello es obra, tal vez, del abuso de rasgos circunstanciales, procedimiento que aprendí de los poetas y que todo lo contamina de falsedad, ya que esos rasgos pueden abundar en los hechos, pero no en su Memoria... 


Creo, sin embargo, haber descubierto una razón mas íntima. La escribiré; no importa que me juzguen fantástico. La Historia que he narrado parece irreal porque en ella se mezclan los sucesos de dos hombres distintos. 

En el Primer Capítulo, el jinete quiere saber el nombre del río que baña las murallas de Tebas; Flaminio Rufo, que antes ha dado a la ciudad el epíteto de Hekatómpylos, dice que el río es el Egipto; ninguna de esas locuciones es adecuada a él, sino a Homero, que hace mención expresa, en La Ilíada, de Tebas Hekatómpylos, y en La Odisea, por boca de Proteo y de Ulises, dice invariablemente Egipto por Nilo. 

En el Capítulo Segundo, el romano, al beber el Agua inmortal, pronuncia unas palabras en griego; esas palabras son homéricas y pueden buscarse en el fin del famoso Catálogo de las Naves. Después, en el vertiginoso Palacio, habla de «una reprobación que era casi un remordimiento»; esas palabras corresponden a Homero, que había proyectado ese horror. 

Tales anomalías me inquietaron; otras, de orden estético, me permitieron descubrir la verdad. El Ultimo Capitulo las incluye; ahí esta escrito que milité en el Puente de Stamford, que transcribí, en Bulaq, los Viajes de Simbad el Marino y que me suscribí, en Aberdeen, a La Ilíada inglesa de Pope. Se lee, inter alia: «En Bikanir he profesado la astrología y también en Bohemia». 

Ninguno de esos testimonios es falso; lo significativo es el hecho de haberlos destacado. El primero de todos parece convenir a un hombre de guerra, pero luego se advierte que el narrador no repara en lo bélico y sí en la suerte de los hombres. Los que siguen son mas curiosos. Una oscura razón elemental me obligó a registrarlos; lo hice porque sabía que eran patéticos. 

No lo son, dichos por el romano Flaminio Rufo. Lo son, dichos por Homero; es raro que éste copie, en el Siglo Trece las Aventuras de Simbad, de otro Ulises. y descubra a la vuelta de muchos siglos, en un reino boreal y un idioma bárbaro, las formas de su Ilíada. En cuanto a la oración que recoge el nombre de Bikanir, se ve que la ha fabricado un hombre de letras, ganoso -como el autor del Catálogo de las Naves- de mostrar vocablos espléndidos [2].

Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el Tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron Símbolos de la Suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto.

Posdata de 1950. Entre los comentarios que ha despertado la publicación anterior, el más curioso, ya que no el mas urbano, bíblicamente se titula A coat of many colours -Manchester, 1948- y es obra de la tenacísima pluma del doctor Nahum Cordovero. Abarca unas cien paginas. 


Habla de los centones griegos, de los centones de la baja latinidad, de Ben Jonson, que definió a sus contemporáneos con retazos de Séneca, del Virgilius evangelizans, de Alexander Ross, de los artificios de George Moore y de Eliot y, finalmente, de “la narración atribuida al anticuario Joseph Cartaphilus”. 

Denuncia, en el Primer Capítulo, breves interpolaciones de Plinio -Historia naturalis, V, 8-; en el Segundo, de Thomas de Quincey -Writings, III, 439-; en el Tercero, de una epístola de Descartes al embajador Pierre Chanut; en el Cuarto, de Bernard Shaw -Back to Methuselah, V-. Infiere de esas intrusiones, o hurtos, que todo el documento es apócrifo.

A mi entender, la conclusión es inadmisible. Cuando se acerca el fin, escribió Cartaphilus, ya no quedan imágenes del recuerdo; solo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos.



A Cecilia Ingenieros

Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin
Portada: Ernst Fuchs.


NOTAS:

[1] Hay una tachadura en el manuscrito: quizá el nombre del puerto ha sido borrado.

[2] Ernesto Sábato sugiere que el “Giambattista” que discutió la formación de La llíada con el anticuario Cartaphilus es Giambattista Vico; ese italiano defendía que Homero es un personaje simbólico, a la manera de Plutón o de Aquiles.

5.07.2013

LA ULTIMA PREGUNTA

Por Isaac Asimov





La Ultima Pregunta se formuló por primera vez, medio en broma, el 21 de mayo de 2061, en momentos en que la Humanidad (también por Primera Vez) Se Bañó en Luz. La Pregunta llegó como resultado de una apuesta por cinco dólares hecha entre dos hombres que bebían cerveza, y sucedió de esta manera:

Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos de los fieles asistentes de Multivac. Dentro de las Dimensiones de lo Humano sabían qué era lo que pasaba detrás del rostro frío, parpadeante e intermitentemente luminoso -kilómetros y kilómetros de rostro- de la gigantesca Computadora. Al menos tenían una vaga noción del Plan General de Circuitos y Retransmirores que desde hacía mucho tiempo habían superado toda posibilidad de ser dominados por una sola persona.

Multivac se autoajustaba y autocorregía. Así tenía que ser, porque nada que fuera humano podía ajustarla y corregirla con la rapidez suficiente o siquiera con la eficacia suficiente. De manera que Adell y Lupov atendían al monstruoso gigante sólo en forma ligera y superficial, pero lo hacían tan bien como podría hacerlo cualquier otro hombre. La Alimentaban con Información, adaptaban las Preguntas a sus necesidades y traducían las Respuestas que aparecían. Por cierto, ellos, y todos los demás Asistentes tenían pleno derecho a compartir la gloria de Multivac.

Durante décadas, Multivac ayudó a Diseñar Naves y a trazar las Trayectorias que permitieron al hombre llegar a la Luna, a Marte y a Venus, pero después de eso, los pobres recursos de la Tierra ya no pudieron serles de utilidad a las Naves. Se necesitaba demasiada Energía para los Viajes largos y pese a que la Tierra explotaba su Carbón y Uranio con creciente eficacia había una cantidad limitada de ambos.

Pero lentamente, Multivac aprendió lo suficiente como para Responder a las Preguntas Más Complejas en forma Más Profunda, y el 14 de Mayo de 2061 lo que hasta ese momento era Teoría se convirtió en Realidad.

La Energía del Sol fue almacenada, modificada y utilizada directamente en todo el planeta. Cesó en todas partes el hábito de quemar Carbón y fisionar Uranio y toda la Tierra se conectó con una pequeña Estación -de un kilómetro y medio de diámetro- que circundaba el planeta a mitad de distancia de la Luna, para funcionar con rayos invisibles de Energía Solar.

Siete días no habían alcanzado para empañar la Gloria del Acontecimiento, y Adell y Lupov finalmente lograron escapar de la Celebración Pública, para refugiarse donde nadie pensaría en buscarlos: en las desiertas Cámaras Subterráneas, donde se veían partes del poderoso cuerpo enterrado de Multivac. Sin asistentes, ociosa, clasificando Datos con clicks satisfechos y perezosos, Multivac también se había ganado sus vacaciones y los asistentes la respetaban y originalmente no tenían intención de perturbarla.

Se habían llevado una botella, y su única preocupación en ese momento era relajarse y disfrutar de la bebida. 

-Es asombroso, cuando uno lo piensa -dijo Adell. En su rostro ancho se veían huellas de cansancio, y removió lentamente la bebida con una varilla de vidrio, observando el movimiento de los cubos de hielo en su interior. 
-Toda la Energía que podremos usar de ahora en adelante, gratis. Suficiente Energía, si quisiéramos emplearla, como para derretir a toda la Tierra y convertirla en una enorme gota de Hierro líquido impuro, y no echar de menos la Energía empleada. Toda la Energía que podremos usar por siempre y siempre y siempre.
Lupov ladeó la cabeza. Tenía el hábito de hacerlo cuando quería oponerse a lo que oía, y en ese momento quería oponerse; en parte porque había tenido que llevar el hielo y los vasos.
-No para siempre -dijo.

-Ah, vamos, prácticamente para siempre. Hasta que el Sol se apague, Bert.

-Entonces no es para siempre.

-Muy bien, entonces. Durante miles de millones de años. Veinte mil millones, tal vez. ¿Estás satisfecho?
Lupov se pasó los dedos por los escasos cabellos como para asegurarse de que todavía le quedaban algunos y tomó un pequeño sorbo de su bebida. 
-Veinte mil millones de años no es ‘para siempre’.
-Bien, pero superará nuestra época ¿Verdad?

-También la superarán el Carbón y el Uranio.

-De acuerdo, pero ahora podemos conectar cada Nave Espacial individualmente con la Estación Solar, y hacer que vaya y regrese de Plutón un millón de veces sin que tengamos que preocuparnos por el combustible. No puedes hacer eso con Carbón y Uranio. Pregúntale a Multivac, si no me crees.

-No necesito preguntarle a Multivac. Lo sé.
- Entonces deja de quitarle méritos a lo que Multivac ha hecho por nosotros -dijo Adell, malhumorado-. Se portó muy bien.

-¿Quién dice que no? Lo que yo sostengo es que el Sol no durará eternamente. Eso es todo lo que digo. Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero ¿Y luego? -Lupov apuntó con un dedo tembloroso al otro- Y no me digas que nos conectaremos con otro Sol.
Durante un rato hubo silencio. Adell se llevaba la copa a los labios sólo de vez en cuando, y los ojos de Lupov se cerraron lentamente. Descansaron. 

De pronto Lupov abrió los ojos.

-Piensas que nos conectaremos con otro Sol cuando el nuestro muera, ¿verdad?

-No estoy pensando nada.

-Seguro que estás pensando. Eres malo en lógica, ése es tu problema. Eres como ese tipo del cuento a quien lo soprendió un chaparrón, corrió a refugiarse en un monte y se paró bajo un árbol. No se preocupaba porque pensaba que cuando un árbol estuviera totalmente mojado, simplemente iría a guarecerse bajo otro.

-Entiendo -dijo Adell-, no grites. Cuando el Sol muera, las otras Estrellas habrán muerto también.

-Por supuesto -murmuró Lupov-. Todo comenzó con la Explosión Cósmica Original, fuera lo que fuese, y todo terminará cuando todas las Estrellas Se Extingan. Algunas se agotan antes que otras. Por Dios, los gigantes no durarán Cien Millones de años. El Sol durará Veinte Mil Millones de años y tal vez las Enanas durarán Cien Mil millones por mejores que sean. Pero en un Trillón de años estaremos a oscuras. La Entropía tiene que incrementarse al Máximo, eso es todo.

-Sé todo lo que hay que saber sobre la Entropía -dijo Adell, tocado en su amor propio.

-¡Qué vas a saber!

-Sé tanto como tú.

-Entonces sabes que todo se extinguirá algún día.

-Muy bien. ¿Quién dice que no?

-Tú, grandísimo tonto. Dijiste que teníamos toda la energía que necesitábamos, para siempre. Dijiste ‘para siempre’.
Esa vez le tocó a Adell oponerse. 
-Tal vez podamos reconstruir las cosas algún día.
-Nunca.

-¿Por qué no? Algún día.

-Nunca.

-Pregúntale a Multivac.

-Pregúntale tú a Multivac. Te desafío. Te apuesto cinco dólares a que no es posible.
Adell estaba lo suficientemente borracho como para intentarlo y lo suficientemente sobrio como para Traducir los Símbolos y Operaciones necesarias para Formular la Pregunta que, en palabras, podría haber correspondido a esto: 
 ¿Podrá la Humanidad algún día, sin el gasto neto de Energía, devolver al Sol toda su Juventud aún después que haya muerto de Viejo? 
O tal vez podría reducirse a una Pregunta más simple, como ésta: 
 ¿Cómo puede disminuirse masivamente la cantidad neta de Entropía del Universo? 
Multivac enmudeció. Los lentos resplandores oscuros cesaron, los clicks distantes de los Transmisores terminaron. 

Entonces, mientras los asustados técnicos sentían que ya no podían contener más el aliento, el Teletipo adjunto a la Computadora cobró vida repentinamente.

Aparecieron cinco palabras impresas:



DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.


-No hay apuesta -murmuró Lupov. Salieron apresuradamente.
A la mañana siguiente, los dos, con dolor de cabeza y la boca pastosa, habían olvidado el incidente. 

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Jerrodd, Jerrodine y Jerrodette I y II observaban la imagen estrellada en el visiplato mientras completaban el pasaje por el Hiperespacio en un lapso fuera de las Dimensiones del Tiempo. Inmediatamente, el uniforme de Polvo de Estrellas dio paso al predominio de un único disco de mármol, brillante, centrado. 

-Es X-23 - dijo Jerrodd con confianza. Sus manos delgadas se entrelazaron con fuerza detrás de su espalda y los nudillos se pusieron blancos.
Las pequeñas Jerrodettes, niñas ambas, habían experimentado el pasaje por el Hiperespacio por primera vez en su vida. Contuvieron sus risas y se persiguieron locamente alrededor de la madre, gritando: 
-Hemos llegado a X-23… hemos llegado a X-23… hemos llegado a X-23… hemos llegado…

-Tranquilas, niñas -dijo rápidamente Jerrodine-. ¿Estás seguro, Jerrodd?

-¿De qué hay que estar seguro? -preguntó Jerrodd, echando una mirada al tubo de metal justo debajo del techo, que ocupaba toda la longitud de la habitación y desaparecía a través de la pared en cada extremo. Tenía la misma longitud que la Nave.
Jerrodd sabía poquísimo sobre el grueso tubo de metal excepto que se llamaba Microvac, que uno le hacía preguntas si lo deseaba; que aunque uno no se las hiciera de todas maneras cumplía con su tarea de conducir la Nave hacia un Destino prefijado, de abastecerla de Energía desde alguna de las diversas Estaciones de Energía Subgaláctica y de computar las Ecuaciones para los Saltos Hiperespaciales. 

Jerrodd y su familia no tenían otra cosa que hacer sino esperar y vivir en los cómodos sectores residenciales de la Nave.

Cierta vez alguien le había dicho a Jerrodd, que el ‘ac’ al final de ‘Microvac’ quería decir ‘computadora análoga’ en Inglés Antiguo, pero estaba a punto de olvidar incluso eso.

Los ojos de Jerrodine estaban húmedos cuando miró el visiplato. 


- No puedo evitarlo. Me siento extraña al salir de la Tierra.
-¿Por qué, caramba? -preguntó Jerrodd-. No teníamos nada allí. En X-23 tendremos todo. No estarás sola. No serás una pionera. Ya hay un millón de personas en ese planeta. Por Dios, nuestros bisnietos tendrán que buscar nuevos mundos porque llegará el día en que X-23 estará superpoblado. -Luego agregó, despues de una pausa reflexiva: - Te aseguro que es una suerte que las Computadoras hayan desarrollado Viajes Interestelares, considerando el ritmo al que aumenta la Raza. 

-Lo sé, lo sé -respondió Jerrodine con tristeza.
Jerrodette Ie dijo de inmediato: 
-Nuestra Microvac es la mejor Microvac del mundo. 
-Eso creo yo también -repuso Jerrodd, desordenándole el pelo.
Era realmente una sensación muy agradable tener una Microvac propia y Jerrodd estaba contento de ser parte de su Generación y no de otra. En la juventud de su padre las únicas Computadoras eran unas enormes máquinas que ocupaban un espacio de ciento cincuenta kilómetros cuadrados. Sólo había una por Planeta. Se llamaban ACs Planetarias. Durante mil años habían crecido constantemente en tamaño y luego, de pronto, llegó el refinamiento. En lugar de Transistores hubo Válvulas Moleculares, de manera que hasta la AC Planetaria más grande podía colocarse en una Nave Espacial y ocupar sólo la mitad del Espacio Disponible. 

Jerrodd se sentía eufórico siempre que pensaba que su propia Microvac personal era muchísimo Más Compleja que la Antigua y Primitiva Multivac que por primera vez había domado al Sol, y casi tan complicada como una AC Planetaria de la Tierra (la más grande) que por primera vez resolvió el problema del Viaje Hiperespacial e hizo posibles los Viajes a las Estrellas. 

-Tantas Estrellas, tantos Planetas -suspiró Jerrodine, inmersa en sus propios pensamientos-. Supongo que las familias seguirán emigrando siempre a Nuevos Planetas, tal como lo hacemos nosotros ahora.

-No siempre -respondió Jerrodd, con una sonrisa-. Todo esto terminará algún día, pero no antes de que pasen billones de años. Muchos billones. Hasta las Estrellas se extinguen, ¿Sabes? Tendrá que aumentar la Entropía.

-¿Qué es la Entropía, papá? -preguntó Jerrodette II con voz aguda.

-Entropía, querida, es sólo una palabra que significa la cantidad de desgaste del Universo. Todo se desgasta, como sabrás, por ejemplo tu pequeño Robot walkietalkie, ¿Recuerdas?

-¿No puedes ponerle una Nueva Unidad de Energía, como a mi Robot?

-Las Estrellas son Unidades de Energía, querida. Una vez que se extinguen, ya no hay más Unidades de Energía.
Jerrodette Ie lanzó un chillido de inmediato. 
-No las dejes, papá. No permitas que las Estrellas se extingan.

-Mira lo que has hecho -susurró Jerrodine, exasperada.
-¿Cómo podía saber que iba a asustarla? -respondió Jerrodd también en un susurro.

-Pregúntale a la Microvac -gimió Jerrodette I-. Pregúntale cómo volver a encender las Estrellas.

-Vamos -dijo Jerrodine-. Con eso se tranquilizarán.
-[Jerrodette II ya se estaba echando a llorar, también].
  Jerrod se encogió de hombros.
Jerrodd se encogió de hombros.

-Ya está bien, queridas. Le preguntaré a Microvac. No se preocupen, ella nos lo dirá.
 Le preguntó a la Microvac, y agregó rápidamente:
-Imprimir la respuesta.
Jerrodd retiró la delgada cinta de celufilm y dijo alegremente: 
-Miren, la Microvac dice que se ocupará de todo cuando llegue el momento, y que no se preocupen. 
Jerrodine dijo: 
-Y ahora, niñas, es hora de acostarse. Pronto estaremos en nuestro nuevo hogar.
Jerrodd leyó las palabras en el celufilm nuevamente antes de destruirlo: 


DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.


Se encogió de hombros y miró el visiplato. El X-23 estaba cerca.

VJ-23X de Lameth miró las negras profundidades del Mapa Tridimensional en pequeña escala de la Galaxia y dijo: 

-¿No será una ridiculez que nos preocupe tanto la cuestión?
MQ-17J de Nicron sacudió la cabeza. 
-Creo que no. Sabes que la Galaxia estará llena en cinco años con el actual ritmo de expansión.
Los dos parecían jóvenes de poco más de veinte años. Ambos eran altos y de formas perfectas. 
-Sin embargo, dijo VJ-23X- me resisto a presentar un informe pesimista al Consejo Galáctico.

-Yo no pensaría en presentar ningún otro tipo de informe. Tenemos que inquietarlos un poco. No hay otro remedio.
VJ-23X suspiró. 
-El espacio es infinito. Hay cien billones de Galaxias disponibles.

-Cien billones no es infinito, y cada vez se hace menos infinito. ¡Piénsalo! Hace veinte mil años, la Humanidad resolvió por primera vez el problema de utilizar Energía Estelar, y algunos siglos después se hicieron posibles los Viajes Interestelares. A la Humanidad le llevó un millón de años llenar un pequeño mundo y luego sólo quince mil años llenar el resto de la Galaxia. Ahora la población se duplica cada diez años…
VJ-23X lo interrumpió.
-Eso debemos agradecérselo a la inmnortalidad.

-Muy bien. La inmortalidad existe y debemos considerarla. Admito que esta inmortalidad tiene su lado complicado. La galáctica AC nos ha solucionado muchos problemas, pero al resolver el problema de evitar la Vejez y la Muerte, anuló todas las otras cuestiones.

-Sin embargo no creo que desees abandonar la vida.

-En absoluto -saltó MQ-17J, y luego se suavizó de inmediato-. No todavía. No soy tan viejo. ¿Cuántos años tienes tú?

-Doscientos Veintitrés. ¿Y tú?

-Yo todavía no tengo Doscientos. Pero, volvamos a lo que decía. La población se duplica cada Diez años. Una vez que se llene esta Galaxia, habremos llenado otra en Diez años. Diez años más y habremos llenado Dos más. Otra Década, Cuatro más. En Cien años, habremos llenado Mil Galaxias; en Mil años, Un Millón de Galaxias. En Diez mil años, todo el Universo conocido. Y entonces, ¿qué?
VJ-23X dijo: 
-Como problema paralelo, está el del Transporte. Me pregunto cuántas Unidades de Energía Solar se necesitarán para trasladar Galaxias de individuos de una Galaxia a la siguiente.

-Muy buena observación. La Humanidad ya consume dos Unidades de Energía Solar por año.

-La mayor parte de esta Energía se desperdicia. Al fin y al cabo, nuestra propia Galaxia sola gasta Mil Unidades de Energía Solar por año, y nosotros solamente usamos dos de ellas.

-De acuerdo, pero aún con una Eficiencia de un Cien por Ciento, sólo podemos postergar el Final. Nuestras necesidades energéticas Crecen en Progresión Geométrica, y a un ritmo mayor que nuestra población. Nos quedaremos sin Energía todavía más rápido que sin Galaxias. Muy buena observación. Muy, muy buena observación.

-Simplemente tendremos que construir Nuevas Estrellas con Gas Interestelar.

-¿O con calor disipado? -preguntó MQ-17J, con tono sarcástico.

-Puede haber alguna forma de revertir la Entropía. Tenemos que preguntárselo a la Galáctica AC.
VJ-23X no hablaba realmente en serio, pero MQ-17J sacó su contacto AC del bolsillo y lo colocó sobre la mesa frente a él. 
-No me faltan ganas -dijo-. Es algo que la Raza Humana tendrá que enfrentar algún día.
Miró sombríamente su pequeño contacto AC. Era un Objeto de apenas Cinco centímetros cúbicos, nada en sí mismo, pero estaba conectado a través del Hiperespacio con la gran Galáctica AC que servía a toda la Humanidad y, a su vez era parte integral suya. 

MQ-17J hizo una pausa para preguntarse si algún día, en su vida inmortal, llegaría a ver la Galáctica AC. Era un pequeño mundo propio, una telaraña de Rayos de Energía que contenía la Materia dentro de la cual las oleadas de los planos medios ocupaban el lugar de las antiguas y pesadas Válvulas Moleculares. Sin embargo, a pesar de esos funcionamientos subetéreos, se sabía que la Galáctica AC tenía Mil Diez metros de ancho.

Repentinamente, MQ-17J preguntó a su contacto AC: 
- ¿Es posible revertir la Entropía?
VJ-23X, sobresaltado, dijo de inmediato: 
-Ah, mira, realmente yo no quise decir que tenías que preguntar eso.

-¿Por qué no?

-Los dos sabemos que la Entropía no puede revertirse. No puedes volver a convertir el humo y las cenizas en un árbol.

-¿Hay árboles en tu mundo? -preguntó MQ-17J.
El sonido de la Galáctica AC los sobresaltó y les hizo guardar silencio. Se oyó su voz fina y hermosa en el contacto AC en el escritorio. Dijo: 


DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.


VJ-23X dijo: 
-¡Ves!
Entonces los dos hombres volvieron a la pregunta del informe que tenían que hacer para el Consejo Galáctico. 

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La mente de Zee Prime abarcó la Nueva Galaxia con un leve interés en los incontables racimos de Estrellas que la poblaban. Nunca había visto eso antes.

¿Alguna vez las vería todas? Tantas Estrellas, cada una con su carga de Humanidad… una carga que era casi un peso muerto. Cada vez más, la verdadera esencia del hombre había que encontrarla allá afuera, en el Espacio.

¡En las Mentes, no en los cuerpos! Los Cuerpos Inmortales permanecían en los Planetas, suspendidos sobre los Eones. A veces despertaban a una actividad material pero eso era cada vez más raro. Pocos Individuos Nuevos nacían para unirse a la multitud increíblemente poderosa, pero, ¿qué importaba? Había poco lugar en el Universo para Nuevos Individuos.

Zee Prime despertó de su ensoñación al encontrarse con los sutiles manojos de otra Mente.
-Soy Zee Prime. ¿Y tú?

-Soy Dee Sub Wun. ¿Tu Galaxia?

-Sólo la llamamos Galaxia. ¿Y tú?

-Llamamos de la misma manera a la nuestra. Todos los hombres llaman Galaxia a su Galaxia, y nada más. ¿Por qué será?

-Porque todas las Galaxias son iguales.

-No todas. En una Galaxia en particular debe de haberse originado la Raza Humana. Eso la hace diferente.
Zee Prime dijo: 
-¿En cuál?

-No sabría decirte. La Universal AC debe estar enterada.

-¿Se lo preguntamos? De pronto tengo curiosidad por saberlo.
Las Percepciones de Zee Prime Se Ampliaron hasta que las Galaxias mismas se encogieron y se convirtieron en un Polvo Nuevo, más difuso, sobre un fondo mucho más grande. Tantos Cientos de Billones de Galaxias, cada una con sus Seres Inmortales, todas llevando su Carga de Inteligencias, con Mentes que vagaban libremente por el Espacio. Y sin embargo una de ellas era única entre todas por ser la Galaxia Original. Una de ellas tenía en su Pasado vago y distante, un período en que había sido la única Galaxia poblada por el Hombre. 

Zee Prime se consumía de curiosidad por ver esa Galaxia y gritó: 
Universal AC! ¿En qué Galaxia se originó el hombre?
La Universal AC oyó, porque en todos los Mundos tenía listos sus Receptores, y cada Receptor conducía por el Hiperespacio a algún punto desconocido donde la Universal AC se mantenía independiente. 

Zee Prime sólo sabía de un Hombre cuyos Pensamientos habían penetrado a distancia sensible de la Universal AC, y sólo informó sobre un globo brillante, de Sesenta centímetros de Diámetro, difícil de ver. 
-¿Pero cómo puede ser eso toda la Universal AC? -había preguntado Zee Prime.
La mayor parte -fue la Respuesta- está en el Hiperespacio. No puedo imaginarme en qué Forma está allí. Nadie podía imaginarlo, porque hacía mucho que había pasado el día- y eso Zee Prime lo sabía- en que algún Hombre tuvo parte en construir la Universal AC. Cada Universal AC Diseñaba y Construía a su Sucesora. Cada Una, durante su Existencia de un Millón de Años o más, acumulaba la Información necesaria como para Construir una Sucesora mejor, más intrincada, Más Capaz en la cual dejar sumergido y almacenado su propio Acopio de Información e Individualidad. 

La Universal AC interrumpió los Pensamientos erráticos de Zee Prime, no con palabras, sino con Directivas. La Mentalidad de Zee Prime fue dirigida hacia un difuso mar de Galaxias donde Una en particular se agrandaba hasta Convertirse en Estrellas. Llegó un Pensamiento, infinitamente distante, pero infinitamente claro. 



ESTA ES LA GALAXIA ORIGINAL DEL HOMBRE.


Pero era igual, al fin y al cabo, igual que cualquier otra, y Zee Prime resopló de desilusión.

Dee Sub Wun, cuya mente había acompañado a Zee Prime, dijo de pronto: 
-¿Y una de estas Estrellas es la Estrella Original del Hombre?
La Universal AC respondió: 



LA ESTRELLA ORIGINAL DEL HOMBRE SE HA HECHO NOVA. 
ES UNA ENANA BLANCA.

-¿Los hombres que la habitaban murieron? -preguntó Zee Prime, sobresaltado y sin pensar.
La Universal AC respondió: 


COMO SUCEDE EN ESTOS CASOS, UN NUEVO MUNDO 
PARA SUS CUERPOS FÍSICOS FUE CONSTRUIDO EN EL TIEMPO.

-Sí, por supuesto -dijo Zee Prime, pero aún así lo invadió una sensación de pérdida. Su Mente dejó de centrarse en la Galaxia Original del Hombre, y le permitió volver y perderse en pequeños puntos nebulosos. No quería volver a verla.
Dee Sub Wun dijo: 
- ¿Qué sucede?
- Las Estrellas están muriendo. La Estrella Original ha muerto.

- Todas deben morir. ¿Por qué no?

- Pero cuando toda la Energía se haya agotado, nuestros cuerpos finalmente morirán, y tú y yo con ellos.

- Llevará Billones de Años.

- No quiero que suceda, ni siquiera dentro de Billones de Años. ¡Universal AC¿Cómo puede evitarse que las Estrellas mueran?
Dee Sub Wun dijo, divertido: 
-Estás preguntando cómo podría revertirse la Dirección de la Entropía.
Y la Universal AC respondió: 


TODAVÍA HAY DATOS INSUFICIENTES 
PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.


Los Pensamientos de Zee Prime volaron a su propia Galaxia. Dejó de pensar en Dee Sub Wun, cuyo cuerpo podría estar esperando en una Galaxia a un Trillón de Años Luz de distancia, o en la Estrella siguiente a la de Zee Prime. No importaba.

Con aire desdichado, Zee Prime comenzó a recoger Hidrógeno interestelar con el cual construir una pequeña Estrella Propia. Si las Estrellas debían morir alguna vez, al menos podrían construirse algunas.

El Hombre, mentalmente, era uno solo, y estaba conformado por un Trillón de Trillones de Cuerpos sin edad, cada uno en su lugar, cada uno descansando, tranquilo e incorruptible, cada uno cuidado por Autómatas perfectos, igualmente incorruptibles, mientras las Mentes de todos los Cuerpos se fusionaban libremente entre sí, sin distinción.

El Hombre dijo: 
-El Universo está muriendo.
El Hombre miró a su alrededor a las Galaxias cada vez más oscuras. Las Estrellas Gigantes, muy gastadoras, se habían ido hace rato, habían vuelto a lo Más Oscuro de la Oscuridad del Pasado distante. Casi todas las Estrellas eran Enanas Blancas, que finalmente se desvanecían. 

Se habían creado Nuevas Estrellas con el Polvo que había entre ellas, algunas por Procesos Naturales, otras por el Hombre mismo, y también se estaban apagando.

Las Enanas Blancas aún podían chocar entre ellas, y de las Poderosas Fuerzas así liberadas se construirían Nuevas Estrellas, pero una sola Estrella por cada Mil Estrellas Enanas Blancas destruidas, y también éstas llegarían a su fin.

El Hombre dijo: 
-Cuidadosamente administrada y bajo la dirección de la Cósmica AC, la Energía que todavía queda en todo el Universo, puede durar billones de años. Pero aún así eventualmente todo llegará a su Fin. Por mejor que se la administre, por más que se la racione, la Energía gastada desaparece y no puede ser repuesta. La Entropía aumenta continuamente.
El Hombre dijo: 
-¿Es posible no revertir la Entropía? Preguntémosle a la Cósmica AC.
La AC los rodeó pero no en el Espacio. Ni un solo Fragmento de Ella estaba en el Espacio. Estaba en el Hiperespacio y hecha de algo que no era Materia ni Energía. 

La Pregunta sobre su Tamaño y su Naturaleza ya no tenía sentido comprensible para el Hombre. 
-Cósmica AC -dijo el Hombre- ¿Cómo puede revertirse la Entropía?
La Cósmica AC dijo: 


LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES 
PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA. 


El Hombre ordenó: 
-Recoge datos adicionales.
La Cósmica AC dijo: 


LO HARÉ. HACE CIENTOS DE BILLONES DE AÑOS QUE LO HAGO. 
MIS PREDECESORES Y YO HEMOS ESCUCHADO MUCHAS VECES ESTA PREGUNTA. TODOS LOS DATOS QUE TENGO SIGUEN SIENDO INSUFICIENTES.

-¿Llegará el momento -preguntó el Hombre- en que los Datos sean suficientes o el problema es insoluble en todas las circunstancias concebibles?
La Cósmica AC respondió: 


NINGÚN PROBLEMA ES INSOLUBLE 
EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS CONCEBIBLES.


El Hombre preguntó: 
-¿Cuándo tendrás suficientes datos como para responder a la pregunta?
La Cósmica AC respondió: 


LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES 
PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

-¿Seguirás trabajando en eso? -preguntó el Hombre.
La Cósmica AC respondió: 
- SÍ. El Hombre dijo:
- Esperaremos.
Las Estrellas y las Galaxias murieron y se convirtieron en Polvo, y el Espacio se volvió negro después de Tres Trillones de Años de desgaste. 

Uno por Uno, el Hombre se Fusionó con la AC, cada Cuerpo Físico perdió su Identidad Mental en forma tal que no era una pérdida sino una Ganancia.

La última Mente del Hombre hizo una pausa antes de la Fusión, contemplando un Espacio que sólo incluía la borra de la Ultima Estrella Oscura y nada aparte de esa Materia increíblemente delgada, agitada al Azar por los restos de un calor que se gastaba, asintóticamente, hasta llegar al Cero Absoluto.

El Hombre dijo: 
-AC, ¿Es éste el final? ¿Este Caos no puede ser revertido al Universo una vez más? ¿Esto no puede hacerse?
AC respondió: 

LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES 
PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA. 


La última Mente del Hombre se Fusionó y sólo AC existió en el Hiperespacio.

La Materia y la Energía se agotaron y con ellas el Espacio y el Tiempo. Hasta AC existía solamente para la Ultima Pregunta que nunca había sido respondida desde la Epoca en que dos Técnicos en Computación medio alcoholizados, Tres Trillones de años antes, Formularon la Pregunta en la Computadora que era para AC mucho menos de lo que para un hombre el Hombre.

Todas las otras Preguntas habían sido Contestadas, y hasta que esa Ultima Pregunta fuera respondida también, AC no podría liberar su Conciencia. Todos los Datos recogidos habían llegado al Fin. No quedaba nada para recoger. Pero toda la Información reunida todavía tenía que ser completamente Relacionada y Unida en todas sus posibles Relaciones.

Se dedicó un Intervalo sin Tiempo a hacer esto. Y sucedió que AC Aprendió cómo Revertir la Dirección de la Entropía.

Pero no había ningún Hombre a quien AC pudiera dar una Respuesta a la Ultima Pregunta. No había Materia. La Respuesta -por Demostración- se ocuparía de eso también.

Durante otro Intervalo sin Tiempo, AC pensó en la mejor Forma de hacerlo. Cuidadosamente, AC Organizó el Programa.

La conciencia de AC abarcó todo lo que alguna vez había sido un Universo y pensó en lo que en ese momento era el Caos.

Paso a paso, había que hacerlo.

Y AC dijo:

¡HÁGASE LA LUZ! 


Y la Luz se hizo…




FIN




Arte: Ivan Titor
Diseño & Diagramación: Pachakamakin