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8.22.2012

MANDEN FRUTA

Por Roberto Daniel León







Mandá AMOR al 2008. Cada pocos minutos, en casi todos los canales de TV, este o similares mensajes invitan al consumidor a comprar via mensaje de texto. En este caso particular, la oferta es de “las palabras más dulces”, para seducir a alguien que bien podría ser del sexo opuesto. La publicidad del “servicio” está evidentemente dirigida a los más jóvenes, como público apto para consumir este tipo de ofertas.

Reza una expresión mas o menos modernosa del capitalismo, que toda crisis es una oportunidad de negocios. En este sentido, la excelente periodista canadiense Naomi Klein, hablando del shok económico, sugiere que aún mas allá de esta expresión, los sectores económicamente poderosos no solo aprovechan las crisis para hacer negocios, sino que a falta de ellas, las provocan con el mismo fin. En mi particular interpretación, traduzco la expresión como aprovecharse de la necesidad del otro.

Cuando el pibe manda “AMOR” al 2008, lo que envía en realidad es dinero. Ahora bien, confirmado el negocio, ¿Cuál es la crisis que provee la oportunidad para ese negocio? La crisis de la palabra, entendiéndose como crisis, la carencia de ella. 

¿Qué persona y-o institución faltó de tal manera en las últimas generaciones, para que tengan que comprar palabras? El mercado moderno está bien aceitado, ya nadie encara negocios sin la certeza de que funcionará; de modo tal que si se venden palabras, es porque está demostrado que hay muchos clientes, aunque solo escuchando un poco basta para saberlo.

Sospecho que el énfasis desmedido en las formas y la imagen, conduce a un gradual deterioro de la construcción. Los padres en general prefirieron –y lo siguen haciendo- ver la tele antes que hablar con sus hijos. Cuando digo hablar, me refiero a una conversación, un intercambio donde se aporten palabras, mucho mas allá del escueto “¡no molestes!”. 

Por otra parte, siempre influenciados por el culto a la apariencia, muchos siguen preocupados por que sus hijos tengan un “título”, pero no conocimientos, y la escuela se doblega dia tras día haciéndose cómplice de semejante imbecilidad. Los “profesionales” de muchas disciplinas -hasta algunos psicólogos, aunque suene disparatado-, promueven los deportes y ejercicios físicos en general, con un cartel de panacea aloevérica que todo lo cura, mientras en el mercado se venden PALABRAS por teléfono.

¿Puede ser que un adolescente no disponga en su vocabulario de palabras dulces? ¿Que las tenga que comprar? Si, evidentemente. ¿De cuanto podrá servir una palabra que le es ajena y además fuera de contexto? Las personas se construyen con palabras. 

Es lo que nos diferencia de los animales y, cuanto más atravesados por la palabra, más lejos del animal primigenio. La ausencia de palabra nos regresa lentamente –o no tanto- a lo más instintivo y primitivo del reino al que pertenecemos por origen. 

No es de extrañar la brutalidad o bestialidad de actos cada vez mas frecuentes, cometidos contra personas de cualquier edad o género. Cuando a alguien le dicen bestia o animal, generalmente a modo de insulto, se está reconociendo aún sin saberlo, que la palabra no pasó por ese cuerpo. La carencia de palabra no solo deja sin terminar a la persona, sino que dificulta seriamente el aprendizaje, por no decir que lo hace imposible. 

Hacen falta más de 100 palabras para crecer y desarrollarse. Los libros las proveen con generosidad. Y las palabras dulces, deberían ser provistas por los padres, con amor. Aunque solo sea para tumbarles el negocio a los aprovechadores de las crisis.





Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin
Portada: Pachakamakin

7.29.2012

ROMPER EL SILENCIO

Por Roberto Daniel León


Algo de hambre y algo de ganas de comer pizza me condujeron -dónde sino- a una pizzería. Mesa grande en la vereda (por los últimos calorcitos en un incipiente otoño) rodeada de estómagos festejantes y dentro, solo una pareja. Escogí el interior y -sin alarde de originalidad- pedí pizza y cerveza. Me senté debajo de donde se encuentra el televisor, para no verlo, en arriesgado desafío a la ley promulgada por don Isaac Newton. 

Pronto comprobé que no ver sería insuficiente, ya que del engendro se estaba extrayendo su máxima potencia en volumen, para ametrallar el aire y hacer rebotar en las membranas auditivas, las voces superpuestas y simultáneas de conductores y participantes de un programa de entretenimientos. No era Tinelli, pero uno de los conductores hablaba -gritaba, en realidad- como él. 

Cuando percibí que a nadie parecía molestarle y mi resistencia se acercaba a su límite, invadido también por el temor a que la vibración favoreciera la manifestación de la Ley de Isaac, decidí aumentar la apuesta y arriesgar también la revelación de mi estado llamando a la joven que atendía las mesas, a la que solicité con mi último aliento cuerdo que disminuyera el volumen. Argumenté que como los conductores del programa hablaban todos a la vez, no se entendía nada -lo cual, bien mirado, constituye el lado bueno de la desgracia- y que por lo tanto era en vano el exceso de volumen. 

Amablemente la dama accedió y tomando el control, bajó el volumen y cambió de canal con una sonrisa condescendiente. Quise abrazarla pero me contuve, ya había ocasionado suficiente disturbio. Como la pareja de al lado miraba de reojo, aproveché para comentarles esto de la alienación y el torpe barullo. 

Para mi sorpresa, coincidieron conmigo y me contaron que recién venían del colegio, de una reunión de padres, y que ahí pasaba lo mismo, que todos hablaban a la vez, que nadie escuchaba, que no se entendía nada, que era imposible arribar a una conclusión, etc. Todo ello relatado por ambos al unísono y a voz en cuello...

Alguien llegó a tiempo para interrumpir el dislate e impedir que derramara la cerveza en mis oídos, permitiéndome disfrutarla por donde corresponde.

¿Qué habrá sido de los oyentes? Me pregunté mientras perseguía una aceituna y reflexionaba acerca del porvenir de las radios. 


Definitivamente los parlanchines están ganando la batalla: estos auténticos jíbaros del sistema, utilizan el taponamiento de oídos como principio elemental para el reduccionismo de cabezas, lo cual tiene su lógica dado que, dejando libre la boca para que drene y tapando la entrada, el vaciamiento se produce rápidamente facilitando el achique, funcional a ciertos propósitos...

CONTINUARÁ, cuando me venga en ganas...




Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin
Portada: Pachakamakin

7.11.2012

SI EL VINO VIENE...

Por Roberto Daniel León


Con la habitual fascinación del bebedor, paseaba la mirada por varietales, malbecs, sauvignones y tintos tantos que ofrece la góndola del súper, cuando una joven acompañada por la cajera se acerca al sector de privilegio. 

Exhibe un estuche de madera para vino, de buena calidad, con habitáculos tallados en el interior de la tapa, conteniendo sacacorcho, termómetro y otros adminículos para la ceremonia del buen beber. 

Refiere la muchacha a los $200 (aprox U$S 50) que pagó por el estuche y pretende ayuda para elegir un vino acorde, a fin de “quedar bien” con el regalo. Implícito en el diálogo el permiso para intervenir, sugiero un Rutini (lo mejor exhibido), que ostenta míseros (por comparación con el estuche) $62.-

La dama retrocede espantada y opta por otra bodega que ofrece uno de sus tintos a $12.- Todos felices, sonrisa de despedida y agradecimiento por nada... es decir, por la frustración de la primera impresión y por la confirmación de una persistente observación: vivimos a cada instante la cultura de la imagen, de la apariencia, del “parecer ser”. 


Nada de esta elucubración estaba –seguramente- en la cabeza de la joven que quería agasajar a su suegro. Casi no tengo dudas de que haya logrado “quedar bien” y es probable aún que, mas allá de eso, legítimamente aprecie a ese hombre. 


Sin embargo, influida por esta cultura hasta lo hipnótico, nunca supo que privilegiaba el continente por sobre el contenido. Lo esencial es invisible a los ojos, había dicho Saint Exupery en El Principito, también solitario y frustrado a estas alturas.

La desmedida y sobrevalorada importancia que se le da a los envases (continente), actúa en desmedro de los contenidos; tanto así que, no hace mucho, una publicidad llamaba la atención con el lema: lo que importa es la cerveza.

Pero, infinitamente mas trascendente que los objetos es la persona y, sin embargo, el packaging se apropia despiadadamente de ella, envolviéndola en una presentación exquisita, excluyendo sin ningún pudor al contenido, de tal modo que todos los estímulos están dirigidos al cuerpo, el envase o continente de la persona.

Se transmite con abrumadora fuerza la idea de que ésta y su apariencia serían la misma cosa, creando estereotipos para todos los gustos y proliferando entonces no pocas decepciones que aún no alcanzan para despertar a esta humanidad occidental, cristiana y globalizada, del sueño hipnótico en que se encuentra por obra y gracia del consumismo (entre otras cosas que podemos buscar mas atrás).

Tenemos hoy superabundancia de cosméticos, cirugías, gimnasios, prendas de vestir, drogas, derivados lácteos y otros incomibles que suelen venderse con el argumento de que servirían para vivir más, una falacia que en realidad confunde el vivir de la persona con el durar del cuerpo, con el agravante de la dudosa efectividad del producto aún en eso de la duración. 


Suele proponerse también que “verse bien” tendría efectos milagrosos en el “interior” del sujeto que, a estas alturas, ya es objeto; habiendo resignado su condición de ser pensante, a la de ser pensado por otros, esos que le dictan como es “verse bien” y que comprar para lograrlo. 

Dado que esta última condición persigue intereses de poder, casi invariablemente económicos, ¿Cuánto de la persona puede llegar a construirse? ¿Cuánto de su propio deseo? ¿Cuánto de adquisición de conocimientos, de capacidad de análisis, de evaluación y valoración de actitudes? ¿Cuánto estímulo dedicado al pensamiento, a la construcción de la persona que habita ese cuerpo? ¿Cuánto valor se adjudica a las “mil palabras” que crean y construyen, y cuánto a la imagen que supuestamente “vale más”?

“Si el vino viene, viene la vida...” jugaba y casi cantaba don Horacio Guaraní; pero, ¿Qué pasa si solo viene la botella? Aquí, precisamente, es donde estamos.






Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin
Portada: Pachakamakin

6.21.2012

DICTAME QUE ME GUSTA...


Por Roberto Daniel León


Escandalizada, joven profesora cuelga los libros...

Siempre me gustó eso de los títulos y los epígrafes, quizá por aquello de la síntesis. Debo confesar, no obstante, que no confío del todo en la completud de las mismas, por lo que procederé de inmediato a victimizar ocasionales lectores con el siguiente desarrollo: Ella comenzó hace muy poco a dictar clases en la escuela secundaria (o como se llame la semana próxima). No tanto por ser joven, sino por habérselo tomado en serio, pretende que los alumnos adquieran los conocimientos impartidos y utiliza recursos que faciliten el proceso, como es el caso de la analogía.


La cosa parece simple: se refiere a imágenes y-o situaciones concretas –por todos conocidas- para trasladarse desde allí, mediante la comparación, al nuevo concepto que se pretende transmitir. Jesús usaba ese método –las parábolas- según se relata en los Evangelios (especie de biografías del maestro de las cuales se “popularizaron” cuatro). A él le fue bastante bien en general –exceptuando el final- pero a nuestra joven amiga no.


Aunque cualquiera podría jurar lo contrario, el elemento “conocido” utilizado en la analogía, resultó no serlo tanto. Parece que el funcionamiento de una ciudad es algo bastante misterioso para muchos y la recolección de residuos (por nombrar un detalle), es una actividad que se registraría en el terreno de la generación espontánea, o algo así. Intentando sostener una presencia de ánimo que tambalea entre el estupor y la frustración, nuestra protagonista procura explicar lo que suponía obvio.

Como la cosa se ponía difícil para todos, los educandos proponen una salida: 

-Profe, por qué mejor usted nos dicta y nosotros escribimos?

Nada qué entender, a quién se le ocurre? 
El dictado, aparte de ser un recurso, tiene en sí mismo un alto contenido simbólico y, en este caso, representativo de la sociedad que los formó. Son muchos los que prefieren que les “dicten”. La asociación es libre.

Por otra parte, cualquiera con dos dedos (horizontales) de frente, sabe que en el contexto actual la práctica del dictado es para que parezca. En general, la mayoría no solo escribe mal lo que le dictan, sino que además no tiene comprensión alguna de lo que está oyendo y escribiendo.

Cómo se llegó hasta ahí?

Hay causantes y muchísimos cómplices, encontrándose en los primeros puestos los docentes-estafadores. Un docente estafador es aquel que, acomodándose al deterioro o los intereses del poder de turno, se pliega a la decadencia propuesta para generar consumidores pasivos, lo cual termina por producir un caos de tal magnitud que amenaza no solo a la sociedad, sino a la civilización toda. Así como pueden organizarse para resistir la decadencia de los salarios, bien pudieron hacerlo con la decadencia de los conocimientos. Aprobar a un alumno que no sabe, es estafarlo. Ocurre a menudo que algunos de los estafados quieren ser docentes, y lo logran…

Sigo pensando que tiene razón mi amigo, el que dice que la escuela reproduce inexorablemente a la sociedad.

Quizá deba desterrar definitivamente la fantasía con la que crecí, un mundo donde los maestros eran diferentes y lo sabían todo. En fin…




5.24.2012

CRONICA Y TABLADA

Por Roberto Daniel León



Hace unos dias, el Jueves 20 de Enero de 2011, el canal de televisión Crónica TV reeditó imágenes y audio del intento de toma del regimiento de La Tablada, hace 22 años. Lo lamento por los fanáticos de los milicos (miliqueros, que ni para eso sirvieron, pero tienen la ilusión), pero lo que vi por enésima vez es un elefante en un bazar. De ninguna manera se trató de la recuperación organizada e inteligente de una propiedad del estado. Vi muchísimos individuos totalmente fuera de control, amparados en la habilitación para el uso de armas, aprovechando para disparar sin ton ni son contra árboles y paredes además de todo lo que se moviera, incluido un caballo. Vi la vieja técnica de “reventar” el nido, un para nada valiente método que, lejos de constituir una lucha cuerpo a cuerpo como al borde del paroxismo relataba un cronista (Daniel Hadad), consiste en destruir literalmente mediante el uso de armas pesadas y explosivos la “propiedad” que se pretende defender. Y se hace a considerable distancia. La confusión es la verdadera reina del suceso y no me extrañaría que algunos “camaradas” se mataran o hirieran entre ellos. La gran vedette del momento, como en la actualidad, fueron los “medios” de comunicación–incomunicación (con pocas honrosas excepciones), plagados –plaga es la palabra- de cronistas que hacen impune alarde de ignorancia y torpeza, cuando no de perversión, contradiciendo flagrantemente en el relato lo que muestran las imágenes de sus propias cámaras. No me los imagino, sinceramente, relatando un partido de fútbol televisado, ya que en tal caso estaríamos en presencia de dos competencias: la que se ve y la relatada.


Nada ha cambiado, la torpeza, la ignorancia supina y las múltiples falacias, siguen estando en boca de quienes nos “informan”. No es extraño: los contratan para hablar; escuchar no es algo que se cuente entre sus prioridades.


Sinceramente, equivocados o no, los guapos de verdad estaban del otro lado. Hombres y mujeres coherentes que le pusieron el cuerpo a sus convicciones personales. Lucharon en inferioridad de condiciones numéricas e ideológicas y pagaron con su vida. Esas personas dignas, fueron todo el tiempo descalificados por el cronista, sindicados como terroristas (cuando no habían atacado población civil), subversivos (¿qué es la subversión, sino la versión de abajo, de los que están abajo? ¿Qué los espanta tanto como para condenar la voz de los de abajo?), delincuentes (¿delincuentes? ¿no es demasiado minimizar? ¿de qué no quiere que nos enteremos el “informador” público?). Las fuerzas armadas de la nación secuestraron, torturaron, robaron propiedad privada, desaparecieron personas y endeudaron calamitosamente al país. ¿Qué palabra usaría ese cronista para describir a esas hordas?

Ahora bien, para qué el elefante? Porqué no un grupo entrenado que, o negocie o neutralice a quienes ocuparon el cuartel? Pues no: hay que aplastar (es la palabra más utilizada por los milicos). Y porqué aplastar? Para que sirva de ejemplo, para que a nadie más se le ocurra rebelarse y resistir, para que quede claro que el orden establecido y la versión de los de arriba no se discute. Y cómo se debe “aplastar”? De la manera más sangrienta posible, con la mayor crueldad y ostentación de imágenes de terror. Quemando, pasando por encima con el tanque de guerra, mutilando, exponiendo vísceras, y asegurándose de que las cámaras lo muestren. Destrozar y/o quemar cuerpos, ocupándose de destacar que algunos son individuos de sexo femenino, constituye de paso un mensaje para la mujer, para que recuerde que su lugar es la cocina (siempre cerca del fuego, por las dudas) y que en caso de salirse de ahí, ellos están dispuestos a reeditar la inquisición y prenderlas fuego literalmente (símbolo de purificación religiosa), después de violarlas, torturarlas y humillarlas sin misericordia, dado que quienes han sido entrenados culturalmente en los valores “cristianos” administrados por curas, no podrían carecer de serios problemas con la sexualidad.

Estas “fuerzas” que nos han tocado en desgracia son cultoras de la patota, una antítesis del honor, la lealtad, la valentía. El único “cuerpo a cuerpo” posible, se da con el enemigo reducido, esposado, maniatado. Después sí, se tornan tan valientes como para pegarles. Son taimados, traicioneros y cobardes. Incapaces de sostener una posición estando en inferioridad de condiciones, no tienen honor, aunque les gusta hablar de ello.

Digo todo esto porque la reedición de Crónica me pareció de muy mala leche, expuesta y titulada para sostener la confusión: “atentado a la democracia”. ¿De qué democracia hablamos? Nadie (ni Alfonsín) se tomó el trabajo de escuchar a los rebeldes. Fueron simple y cruelmente aplastados de una. Un brillante ejercicio de la democracia, sin duda. Y de paso, sospecho también una maniobra de aviso, de advertencia, no sea cosa que se queden sin esclavos. 

Advertencia a los “subversivos” de hoy: los movimientos barriales, los tercerizados del Roca, los ateos organizados, los cooperativistas, los obreros que toman y tornan productiva una fábrica, los funcionarios que detienen la vieja injusticia de la explotación de los “changos”, cualquier grupo minoritario que pretenda libertad. Eso aún, parece no negociable.


Ilustración: Oscar Chichoni
Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández 

4.18.2012

CHORIPAN A GAS


Por Roberto Daniel León



Se pretende, desde los acontecimientos relatados a continuación, realizar un cierto análisis comparativo que quizá -y solo quizá- revele el lado oscuro de la luna, muchas veces invisible aún para los protagonistas. Dice un amigo que desocultar aquello que permanece en las sombras, hace que eso pierda poder sobre nosotros.

Todos los 16 de Julio, la grey católica de Carmen de Areco rinde culto a la imagen de la Virgen del Carmen. Dado que el catolicismo es religión mayoritaria y además sostenida por el estado, su influencia cultural es notablemente alta en la conformación del pensamiento y las costumbres sociales. El culto a la imagen de la madre de Cristo es una festividad central, equivalente en magnitud e importancia a la otra gran fiesta donde se celebra, cada 26 de Septiembre, el aniversario de la creación del partido.


La primera es una fiesta religiosa y la segunda una fiesta cívica. Sin embargo, la fiesta religiosa –que se celebra en espacio público y con recursos del estado- llega a confundirse con la “fiesta del pueblo” y hace que funcionarios eclesiásticos y del estado, declaren a Carmen de Areco pueblo Mariano. Tal actitud y declaración consecuente, ningunea estrepitosamente a los ciudadanos que habitan, trabajan y tributan en este suelo, sin ser católicos. Jurídicamente podría decirse que funciona la democracia (la mayoría manda), pero no funciona la República (no se respeta a la minoría). Por supuesto que, hablando de actitudes respetuosas, también es evidente que la prédica no se condice con la práctica, una especie de doble discurso muy habitual, resultante de un exacerbado culto a la imagen (lo que se ve) y que se traslada, como forma cultural, al comportamiento social. Durante la última celebración religiosa, se produjo un hecho de violencia patoteril que dañó la imagen (no la de la virgen, sino la proyectada). Los iconoclastas virtuales, incurrieron en una especie de sedición, en tanto son parte de esa imagen y no se espera que el daño provenga de ellos, sino de los otros (léase negros, villeros, incultos, irreverentes, sin prosapia, etc). Si consideramos entonces este suceso, a la vista de lo ocurrido luego, en la fiesta cívica, tenemos que: 

A. EL IMPERIO CONTRAATACA I: Se lleva al mismo corazón de la fiesta (el desfile de las instituciones), una imagen de la virgen y se declara públicamente que ésta PRESIDE la celebración, “olvidando” de nuevo que de esta fiesta pública podríamos participar los otros: evangélicos, testigos, apostólicos, judíos, ateos, etc. ¿Intento de reivindicación? ¿Exhibición de poder?

B. EL IMPERIO CONTRAATACA II: Los patoteros iconoclastas del 16 estaban borrachos y su accionar dañó la imagen, en un sentido amplio. En el sistema capitalista, las ganancias se privatizan y las pérdidas se socializan, habiendo quedado esta modalidad establecida en el libro del Génesis: todo lo que salió bien glorifica al creador, pero lo que salió mal (el famoso mordisco de Adán y Eva) se socializa; es decir, se traslada en forma de culpa a toda la humanidad. Acá se parece sospechosamente, dado que lo que les salió mal a los dueños de la imagen del poder, fue socializado. 

Un castigo que debería caer solo sobre los infractores, se diluyó repartiéndolo entre todos, prohibiéndonos consumir alcohol en la fiesta a quienes jamás –ni ebrios- se nos ocurriría golpear a alguien y menos en condición de indefensión. De paso, la mala actitud se despersonaliza al cargar todas las tintas sobre el indefenso líquido. El chiste corolario de la comedia, es que en un pueblo tan criollo como para ser considerado Capital de la Tropilla, no se haya podido asar un chorizo a las brasas. Choripan a gas y sin vino. No se porqué, pero me parece que el primer mundo atrasa.


Diseño Gráfico: Andrés Gustavo Fernández

7.06.2011

EDUCAUCION!

Por Roberto Daniel León



No hace mucho, había logrado –no sin esfuerzo- convencer a mi hija menor para que llevara a cabo una tarea de principio a fin, sin distracciones. El desafío consistía en que terminara de anudar sus zapatillas, caminara desde su habitación hasta el comedor, se calzara el guardapolvo, tomara su mochila y saliera para ser llevada a la escuela. Juro que todo apuntaba al éxito, cuando en medio de su desplazamiento hacia el objetivo, alguien, con forma de madre, le arrojó a la pasada una cuestión que nada tenía que ver con el emprendimiento. No hizo falta nada mas para marcar un nuevo fracaso en la grilla de mis experimentos, a tal punto que algunos de ellos están señalados casi proféticamente. Eso si: todos mis fracasos han sido exitosos y lo seguirán siendo.

Mientras transitábamos el camino de casa a la escuela –acción que en si misma no garantiza el aprendizaje- y aumentaba mi preocupación por aquello de llegar último, como aplauso de sordo, pude pensar en las cuestiones distractivas que le fueron arrojadas a la escuela, tanto como para que –a estas alturas- perdiera su objetivo.

Se dijo, y se sigue diciendo, que la escuela moderna debe enseñar a pensar. Hasta ahí todo muy bien, pero lo que no se quien dijo, es que para enseñar a pensar había que dejar de transmitir conocimientos. Para poder pensar, es necesario que existan elementos que se puedan comparar, asociar, conectar, evaluar, cuestionar, etc. Es decir, sin conocimiento no hay posibilidad de pensamiento; sería como intentar nadar sin agua. Nuestra escuela ha dejado de transmitir conocimiento hace muchos años. Es cierto, antes, la formalidad del conocimiento establecido como definitivo según las necesidades de la política de turno, no dejaban lugar al pensamiento crítico y al cuestionamiento; pero, al intentar incorporar el pensamiento crítico en la casi simplista expresión de “enseñar a pensar”, dejaron de hacer lo otro. Ambas cosas son indispensables para construir personas y sociedades con mejor calidad de vida. No es una u otra, son las dos.

Ejemplo: escuché enviar alumnos a investigar el proceso de las cuatro estaciones, que como sabemos tiene su explicación en la traslación de la tierra y la inclinación de su eje, etc. Ese conocimiento ya existe, ya fue investigado y no hay dudas razonables al respecto. ¿No sería mejor transmitir directamente el conocimiento, en vez de perder tiempo en dilaciones e iniciar, en todo caso, una investigación de algo más dudoso? Ese método es un vicio escolarizado, cuyo único logro es descomprimir la tarea docente en el aula (sin beneficio alguno para el alumno) y garantizar que terminarán su secundario sin saber un ápice de astronomía o geología, sin mencionar que en muchísimos casos aún la lecto escritura se encuentra ausente. Es frecuente observar que, debido a la ausencia de conocimientos previos, en el proceso de “investigación” de ciertos asuntos, los jóvenes copian de Internet y pegan en sus trabajos prácticos, disparates envidiables por cualquier humorista, que poco o nada tienen que ver con el tema propuesto.

Con esta metodología, el año escolar transcurre de pérdida de tiempo en pérdida de tiempo, sin que conocimiento alguno termine por quedar acabadamente instalado en la mayoría de los cascotes, muchos de los cuales permanecen vírgenes hasta el final de sus días, exhibiendo en alguna pared su certificado de “estudios” cursados... y aprobados!!! Permítaseme destacar que cuando digo MUCHOS, es precisamente eso lo que quiero decir. Como este deterioro lleva ya varias generaciones, sería mínimamente heroico esperar que en cuatro años de formación, los docentes adquieran los conocimientos que no adquirieron en 15 años de escolarización, con lo cual el círculo se repite y se ajusta cada vez más.


El sistema provee a los estudiantes de magisterio extraordinarias herramientas pedagógicas para transmitir nada. Saben muy bien como, pero no saben que. Por supuesto que hay casos de esfuerzo individual y de familias especiales que pusieron bases en la cabeza de sus hijos, construyendo individuos con conocimiento y capaces de pensar, pero por desgracia son relativamente pocos. Lo cierto es que la escuela llega tarde y sin remedio, distraída por un sinnúmero de actividades modernas y elegantes, que prácticamente eliminan de la escena el trabajo áulico, único que puede dar frutos. 

La cultura de la apariencia (algunos la llaman de consumo), hace que las familias crean que la cosa pasa por tener cosas, entonces quieren que sus hijos tengan la cosa que simula o supone el conocimiento, pero no les importa esto último que sería la esencia o el contenido, dado que el diploma se puede exhibir y el conocimiento, en cambio, está dentro de la cabeza. Este último también se podría exhibir, en caso de ser necesario, si la sociedad no hubiese abandonado también la palabra y su contracara que es la capacidad de escuchar. La situación se agrava considerablemente cuando alguno de estos chicos quiere ser maestro-a... y lo logra!!! De este modo, cuando algún docente aislado tiene la osadía de reprobar a sus alumnos porque no están a la altura de lo requerido, en vez de ayudar a sus hijos a estudiar y aprender, los padres marchan pidiendo la cabeza del docente.

Por lo que algunos amigos docentes pensantes me informan, los diseños curriculares actuales son excelentes, solo que hay al menos dos pequeños problemas: casi no hay quien esté en condiciones de transmitirlos y, en caso de ser ello posible, irían a parar a un enorme vacío cultural. Para que tuviesen alguna expectativa de éxito, serían imprescindibles importantes cambios de paradigmas en la sociedad. Para poner proa en esa dirección, será crucial la neutralización de los jíbaros multimediáticos, ya que de lo contrario este país sería Honduras, en menos que canta un gallo.



6.10.2011

ARVEJAS SECAS REMOJADAS…


Por Roberto Daniel León



Dicen que un buen cigarro proporciona tiempo para pensar, o algo que llevarse a la boca. Tuve suerte. Un amigo me regaló un buen cigarro y yo me regalaba el placer de saborearlo después del almuerzo; cuando en mi afán de sostener la teoría y la práctica de que todo lo que tiene letras debe ser leído, posé mis ojos en una lata de arvejas cuyo exterior tenía letras. Algunas de ellas estaban destinadas a la marca del producto y otras a diversas especificaciones. Segundas en el orden de importancia, con relación a su tamaño (las más pequeñas ya no las veo) y ¿Coherentemente? agrupadas, llamaron mi atención unas que transcribo a continuación respetando el orden en que se encontraban: “arvejas secas remojadas”. Dado que aprendí a leer con el sistema antiguo, el fantasma de mi maestro de tercer grado apareció en el monitor y dijo -como si tal cosa– “… acá hay algo que no está bien”. Caramba, pensé. Será que arvejas se escribe con “h” o “b” larga, ahora? Cambiaron tantas cosas….

–“No, nene”, me dijo... (para los fantasmas no pasa el tiempo), “…acá hay una contradicción”. Cierto… dije en voz alta. Intenté explicarle que desde que me acostumbré a verlas, leerlas y escucharlas en abundancia, ya no las notaba tan fácilmente como antes. Por supuesto, no aceptó la excusa y quería que escribiera 100 veces en el cuaderno de deberes una oración que comenzó a dictarme inmediatamente: “Los servicios públicos tienen que ser privados. El estado es ineficiente.” No... me está jodiendo... aquí hay, además de maestro muerto, gato encerrado. Justamente él, no puede pretender que escriba eso en sentido afirmativo. Quise cuestionárselo... pero ya se había ido. Por qué me habrá dicho semejante cosa? De qué estábamos hablando...? Ah... sí. De las arvejas. No... de las contradicciones!!!  Eureka!!!

Ya lo entiendo. Era feo mi querido maestro, pero no idiota. Los conceptos de público y privado, son opuestos. Hace años, durante el lamentable fervor menemista-privatista, había – profesionales incluidos – muchos que se atrevían a decir, por ejemplo, que los hospitales debían ser manejados como una empresa, porque si no, daban pérdida. Quién diablos dijo que los servicios públicos tienen que dar ganancia? Si son públicos, son servicios que se prestan con los dineros del erario público. Son los impuestos que vuelven al pueblo. Por eso, los servicios públicos tiene que prestarlos el estado. Porque son servicios, no un negocio. Una empresa se forma con el objetivo de obtener ganancias. Es un negocio. No presupone la prestación de un servicio para todos. Y si no, por citar un ejemplo de servicio público como las comunicaciones, porqué las localidades pequeñas no tenemos acceso al servicio 0610? O un servicio de internet de alta velocidad? Fácil... porque no es negocio para la empresa. Ergo, este “servicio público” se presta solo donde da ganancia. Tiene lógica desde el punto de vista empresario, pero no desde el concepto de servicio.

Ahora llego a la otra parte: el estado es ineficiente. No escatimaron esfuerzo los menemistas y sus cómplices, en meternos muy adentro esa muletilla por todos los medios posibles. No paraban de hablar y no nos daban tiempo para pensar. Cierto es que tampoco teníamos mucha práctica en eso (pensar). No olvidemos que la tele no lo permite.

Ortega y Gasset, duro crítico de nuestras actitudes, decía y con razón, que los argentinos confundimos los edificios con las instituciones. Ejemplo cotidiano de esto, es el comentario que a menudo escuchamos en conversación de vecinos: “... ah, si. La escuela X es muy buena escuela”; limitando el concepto al edificio sin dudas, porque la eficiencia y calidad de esa institución pública estará dada por la eficiencia y calidad de sus directivos y docentes. Cuando éstos no estén mas, por jubilación, muerte o traslado, “la escuela X” puede dejar de ser buena. Porque bondad, eficiencia, capacidad, etc. son atributos de personas; no de entes impersonales. Entonces el estado, no es ineficiente. Pueden serlo (de hecho lo son) las personas que lo administran. De esta manera descubrimos que dándole una mano de pintura a la Casa Rosada, no cambiaremos nada. Cabe preguntarse que pasaría si nos decidiéramos a cambiar a las personas que lo administran, alternativa que no figura en la propuesta de ningún candidato. Entiéndase bien. Cambiar a las personas que administran el estado, no es cambiar sus caras. Se trata de cambiar a esa clase de personas.

Hay padres que tienen hijos que se deleitan, por ejemplo, en destrozar sistemáticamente el sofá. Los influenciados por la modernidad, que no quieren hacerse cargo de las cosas, cambian el sofá. Los mas antiguos y responsables, le ponen límites al nene. Los primeros, están fabricando un dirigente político según el actual concepto. Los segundos, están fabricando un ciudadano responsable.

Los servicios públicos, para que realmente sean públicos, debe prestarlos el estado. Y deben ser eficientes. Porque el estado somos nosotros. Y para administrarlo, debemos escoger a los mejores.



                                                                                

5.06.2011

LOS PELIGROS DE LA FE

Por Roberto Daniel León



A muchos años ya de mi casi involuntaria incursión en el mundo de la fe y las religiones, considero tiempo apropiado el presente para expresar mi pensamiento acerca de los peligros de la sinrazón. Por alguna razón- no sin importancia- Fe es el símbolo del hierro (Ferrum). Metal bruto, si los hay. No deseo continuar, sin antes decir que creo en el derecho de las personas de, por ejemplo, profesar la fe que le venga en gana. No obstante, también creo en la libertad. La que provee la razón, el conocimiento, el saber. Y creo en los límites de los derechos; frontera que se establece donde comienza el derecho del otro. Creo entonces, que tengo derecho a denunciar aquello que atente contra la razón y el conocimiento y por tanto contra la libertad; valor y condición que considero de excelencia en el hombre.

La fe es enemiga de la razón y el conocimiento. La fe es instrumento para la sumisión y la esclavitud. La fe detiene la búsqueda. Inmoviliza. Entorpece. La fe es pensamiento mágico. Y el pensamiento mágico pone afuera el hacer y la responsabilidad del individuo. Lo que se ha dado en llamar necesidad de creer en algo, es a mi criterio comodidad de despojarse de la responsabilidad de hacerse cargo. Las religiones en general, estimulan esta actitud autodestructiva en la sociedad. En lugar de decir hágase cargo, pague, remedie, restituya; dicen yo te absuelvo, en un alarde de irresponsabilidad que apesta. Un toque de confesión y vuelta a lo mismo. Sin enterarse o quizá sin importarles ni al absolvedor ni al absuelto, las graves consecuencias sociales de tamaña actitud.

Una cadena de engaños hace posible la consecución de enredos y entorpecimientos en el desarrollo del individuo. A esta altura no poca gente se pregunta cuántos cristianos habría si no existiera el infierno. Es que este cuco vino a reemplazar en las deliberadamente entenebrecidas mentes de la sociedad, el antiguo temor que supieron infligir por medio del hierro candente o cortante.

Es que, como se dice vulgarmente, el “circo” está bien armado. Si al creyente la cosa le sale bien, pues entonces es obra del “dios” a quien le haya rezado (cualquiera sea su nombre), el cual “demuestra” de esa manera su capacidad de “hacer milagros”; ergo su “existencia”, a la vez que “premia” la fe del desprevenido creyente. Si la cosa le sale mal, en cambio, los “intérpretes de la fe” le explicarán que como ese dios es soberano -o más o menos poderoso- no siempre responderá a sus deseos porque sabe realmente que es lo que más le conviene (al creyente). “Ah...! Qué vivo...!” diría con fina lógica cualquier niño aún no contaminado. Es que así siempre cierra. Bastante forzado, claro está. Porque si ese dios va a hacer de todos modos lo que le parece, que sentido tiene rezarle y confiar en él? Ah... casi lo olvido: el peligro de ir al infierno. Cierto es que la fe incorpora la “virtud” de la resignación. Millones de “resignados – sometidos – conformistas – esclavizados” contribuyen a sostener las cosas tal y como están, impidiendo cualquier cambio que mejore las condiciones de vida en el mundo.

Sin dudas los líderes religiosos (tanto como los líderes políticos) usufructúan en su propio beneficio una tendencia muy humana de estos días, como es la de “zafar” y poner el esfuerzo y la responsabilidad en otros. “¡Ganamos!” dicen los hinchas de fútbol, cuando en realidad ellos no jugaron. “San Cayetano me va a conseguir trabajo” dicen muchos, después de haber votado al que les destruyó las fuentes de trabajo (individuo generalmente perverso, al que seguirán votando sin enterarse jamás que San Cayetano no tiene nada que ver, especialmente desde que falleció). Y los intérpretes de la fe, falaces ellos, continúan alentando cínicamente el sometimiento de las gentes al pensamiento mágico que los esclaviza y entorpece. Y anatemizando toda voz que pretenda llamar a la cordura. Y haciéndose cómplices del poder político y económico con el que comparten y se sostienen en sus estructuras. 




4.23.2011

EL SÍNDROME DE MICHAEL JACKSON


Por Roberto Daniel León



Si uno es negro (que como ya sabemos a estas alturas, no tiene nada de malo), pero quiere parecer blanco (que como también sabemos, no es ninguna virtud), lo mas probable es que se vea gris, es decir, ni chicha ni limonada; excepto claro una gran confusión de pigmentos y un cierto desagradable malestar.

Carmen de Areco es un pueblo y eso está bueno. Tiene sus ventajas comparativas muy interesantes. Sin embargo, hay un cierto cholulaje que pretende sea una ciudad (que no es ninguna virtud en sí misma) y, al faltar casi todo lo necesario para que lo sea, hacen de todo para que parezca ser. Obviamente todo lo que parece pero no es, aporta una desagradable frustración, además de molestar lisa y llanamente. El empecinamiento de esta posición hace que, por ejemplo, se instalen semáforos en la vía pública y que tal cosa se haga primero –sospechosamente- en el lugar “paquete” del pueblo, o sea la Avenida Mitre, que si bien no hacen falta en ningún lado, ahí menos que menos excepto –insisto- para aparentar. Claro que para llegar ahí e intentar justificar el hecho, primero es menester inventar un problema: ¡El problema de tránsito!

Cualquiera que haya viajado aunque más no sea a Buenos Aires, sabe lo que es realmente un problema de tránsito y cualquiera que no haya sucumbido a la hipnosis, después de estar detenido –solo- frente a una luz roja mientras por la otra calle no circula nadie, puede comprobar que no hay tal problema; y cualquiera que tenga un poco de memoria, sabe que esas esquinas no están manchadas de sangre. No obstante, este “problema” ficticio sirve también para justificar –con dudoso éxito- la existencia de la Dirección de Tránsito; una dirección que reclama a los conductores una eficiencia que ella misma no posee, porque a la fecha ha sido incapaz de construir, por lo menos, una estadística de accidentología en la vía pública con un análisis fehaciente de sus causas, así como es incapaz también para evaluar la calidad y habilidad de los aspirantes a licencia para conducir (mientras pagues dale que va), con lo cual su ineficiencia sube un peldaño y se convierte en cómplice al contribuir (con ese criterio) a sumar accidentes. 

Esto es así, en parte, por el carácter mesiánico de quien dirige el área que, sin haber realizado ni registrado un profundo estudio de las causalidades contemplando todos los aspectos del contexto, la emprende como obsesión personal contra un sector particular de la sociedad que parece haberle hecho mucho daño cuando era niño. En la calle y con pose napoleónica, emprende una cacería literal contra todo motociclista en movimiento, desechando cualquier posibilidad de prevención y recurriendo como única opción a la represión, es decir, actuando solamente sobre hechos consumados y para colmo con criterio sumamente torpe e injusto. La inmensa cantidad de leyes dejadas de lado en pos de solo una (y de las mas discutibles), indica claramente que se trata de una persecución clara y sin atenuantes, no exenta de condena para cualquier magistrado que de verdad quiera ser justo. Y hablando de niños, esta historia se parece mucho –de nuevo sospechosamente- a la época en que nos inventábamos un enemigo imaginario y jugábamos a los héroes y los villanos. Los héroes, para ser reconocidos como tales, deben estar en inferioridad de condiciones (numérica o de poder) y los villanos tienen que ser muchos. 

Por alguna razón que no alcanzo a comprender del todo, esto me recuerda mucho a los hombres de azul y a mí mismo en el papel de villano, aunque tengo el consuelo de, por una vez, pertenecer a la mayoría; teniendo en cuenta no obstante que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Es imprescindible no haberse enterado de nada para sacralizar las leyes y convertirse en legalista acérrimo, porque cualquiera que haya llegado a la adultez sabe que las mismas no son sagradas, que no siempre son justas, que muchas veces responden a intereses particulares de un sector, que pueden ser compradas, que pueden ser discutidas, modificadas, anuladas, etc. y que así como a lo largo de nuestra historia se han cometido crímenes aberrantes en nombre de Dios, también se cometen infames injusticias en nombre de la ley. Ocurre, claro, que los legalistas suelen serlo y con mayor saña, cuando están en posición de administrarle la ley a otros, pero su obsesión tambalea cuando deben someterse a algunas y suele ocurrir que corren en busca de un abogado, no para que se haga justicia, sino para tratar de “zafar” de ella. 

Para mayor ilustración, valga a modo de ejemplo de legalismo la siguiente situación imaginaria: El señor “A” está cocinando, siguiendo las indicaciones de una receta de cocina de Doña Petrona. Mientras lo hace, va recitando el procedimiento: 

-Tres cucharaditas de sal...
 Ahí su esposa lo interrumpe y le advierte:
 -Ponele solo una, acordate que vienen a cenar “B” y “C” que son hipertensos...
El señor “A” con fastidio responde:
- La receta dice tres y serán tres. Después la comida no sale bien por no seguir las instrucciones al pié de la letra!

Y así... solo siguiendo instrucciones, sin inteligencia y criterio propios, sin escuchar y menospreciando otros criterios, se avecina mas daño que beneficio. Es que el legalista adopta la posición cómoda de la obediencia debida (juega a ser un buen niño), desde donde la responsabilidad es trasladada a otro (el que da las órdenes por un lado, y los que se niegan a obedecerla por otro) mientras que el, aún niño, no es responsable de nada. El es bueno, los otros son malos y los que ordenan saben lo que hacen y deben ser obedecidos y que mejor que sea el quien los represente, porque ahí también está su mísera cuota de poder. Sin embargo, queda una trinchera inviolable: nadie tiene sobre mi, un poder que yo no le haya otorgado.

Planteada la idea de que el problema de tránsito no existe en nuestro medio, cabe entonces abordar otra mirada posible sobre el asunto: existen accidentes en la vía pública, pero la gran mayoría de ellos responden a otras variables que no son las enunciadas por el área oficial, que con su prédica constante logró que la comunidad confiada en la autoridad intelectual -que deberían tener- creyó como verdaderas sin someter a análisis. Una de las causas de accidente es la actitud de falta de respeto y consideración por el otro (no somos cordiales por naturaleza), y eso no se remedia usando casco; la otra causa notable es la impericia o torpeza para conducir, y eso no se remedia ni conociendo ni respetando las leyes. Reflejos, capacidad resolutiva en situaciones imprevistas y complejas, control del contexto, etc. no son condiciones que provea el seguro, ni el carnet, ni el casco, ni la línea amarilla, ni el semáforo, ni las multas. 

La educación, la capacitación, la revalorización del otro, el aprendizaje, etc. son las áreas donde se debería trabajar, si de verdad se pretende reducir la accidentología, aunque la actitud parece indicar que el fin es la mera recaudación. Y las leyes deben tener vedado cualquier tipo de avance sobre la libertad individual. Deben poner borde –para que la vida en sociedad sea posible- a aquellas acciones donde lo que se arriesga es la vida de terceros. Lo otro es solo capricho o negocio. O ambos.



4.04.2011

¡CON “A”!

Por Roberto Daniel León




Andá a trabajar, haragán...! El presente mandato tiene sus orígenes en la cultura Judeo-Cristiana, según testimonia el mismísimo libro primero de la Biblia.

Dice en el Génesis que cuando Jehová echó a patadas del paraíso a Adán y Eva -por poco confiables en eso de los mandatos- los castigó con males que hasta ese momento no conocían: Con dolor parirás tus hijos (a ella) y ganarás el pan con el sudor de tu frente (a él). Con el tiempo, la necesidad de que el sistema funcione y la complicidad de los religiosos, lo que en principio era un castigo fue tornando a color rosa con aggiornamientos varios hasta convertirse en un derecho humano. Es decir: todos tenemos derecho a ser castigados. Pero, tratándose de la raza humana, la cosa no podía acabar en tan solo una contradicción: generaciones enteras creen que ese “derecho” es una obligación y es tal la fuerza del mandato, que se equipara a la intensidad del trabajo que realiza alguien con su calidad de persona; de modo que se escucha a menudo el elogio es muy trabajador-a, muy buena persona. 


Parecería -en esta era donde la confusión es la gran ramera babilónica del apocalíptico anuncio- que trabajar mucho tendría un efecto casi mágico en la construcción de una persona, así como en menor escala pero casi tan popular sería el efecto de la actividad física para la salud psíquica, que se promueve generalmente en práctica de deportes como panacea antiadicciones, entre otras virtudes, que casi dejan sin trabajo a psicólogos y psiquiatras.

Esta valoración abstracta del trabajo, pegando el concepto a la dignidad, la libertad, el desarrollo y varios etcéteras con formato de slogan, contribuyen a instalar con cepo y grilletes que eso no se discute. Cualquiera que ose cuestionar estas valoraciones, sufrirá el aislamiento social y quedará sellado con la nada honrosa denominación de haragán.

Lo cierto es que los únicos realmente beneficiados por el trabajo, son los dueños de las riquezas, no los trabajadores. Recuérdese que los primeros no están sometidos al mandato: ellos tienen mucho dinero y no necesitan trabajar para vivir y a nadie se le ocurre decirle haragán a un rico. Los que tienen que trabajar, popularmente asumido, son los pobres. Cuando no lo hacen, ellos si son considerados haraganes, tanto por los que se beneficiarían con su trabajo, como por sus pares que, mayoritariamente, creyeron el cuento y se desloman para no ser víctimas de la despiadada crítica a que, de no hacerlo, serían sometidos por las otras víctimas que hacen de policías del sistema.

Tan a la vista que no se ve, está la experiencia concreta de millones de trabajadores que de ninguna manera alcanzan a saborear las míticas mieles –tan siquiera- del alto poder adquisitivo y que van como burros tras la zanahoria (o la sofisticada imagen de ella), por la que –a fuerza de no alcanzar- suele ocurrir que comiencen a perder interés. Para el caso que ello ocurra, los previsores ideólogos se reservan a modo de azote, el acicate de las deudas. Obligados a procurarse su propio garrote para poder “ser”; deben, luego existen. “...están condenados al insomnio por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar”. (Patas Arriba, de Eduardo Galeano).

Después de más de 40 años de deslomarse al sol o al frío, realizando duras tareas y obedeciendo fiel y respetuosamente las órdenes, siempre pobre y luego jubilado con la mínima, concluyó mi padre en una sobremesa: ...el trabajador gana lo suficiente para volver a trabajar al otro día...

Aún espero con ansias que alguien me explique, razonablemente, la diferencia entre esto y la esclavitud; tanto como espero poder entender alguna vez cuanta justicia hay en eso de que los pobres, como si tal condición fuese poca desventaja, tienen que ser además: trabajadores, creyentes, honestos, limpitos, educados, respetuosos, abstemios, sumisos y, preferentemente, negros.