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12.04.2012

EL ENIGMA DE LAS PIRAMIDES CAIDAS



Por Juan José Oppizzi
Sus Artículos en ADN CreadoreS



La mañana de un lejano día de un no menos lejano año de un remoto siglo del cuarto milenio antes de Cristo, el gran faraón Kataforesis I, señor del Alto Egipto, recibió una infausta nueva: la pirámide que se estaba erigiendo para perpetuar su memoria en cuanto la barca de Amón lo llevara a los dominios solares, se había derrumbado. Diez años de trabajo y veinte mil quinientos sesenta y uno, de los treinta mil esclavos afectados a su construcción, acabaron sepultos en un alud de rocas y polvo arenoso. Desolado, el monarca llamó al gran consejero y adivino de la corte, el fiel Krisis, para obtener respecto del hecho alguna opinión sensata, que no se pareciera a los tartajeos incoherentes de los guardias que habían sobrevivido a la catástrofe o a las excusas laberínticas del anciano Eskuadris, el arquitecto real. 
–Divino faraón –dijo Krisis–, ya es la segunda vez que se desmorona tu aún no lograda pirámide. Diez años atrás ocurrió lo mismo, y casi con igual saldo de esclavos perdidos. Estas desgracias derivarán en otras, si no se consigue superarlas. Tu augusta persona no sólo no figurará en los frisos pétreos a leer por las generaciones venideras del mundo; ni siquiera en un insignificante libro que ha de aparecer dentro de varios milenios, llamado Guía Telefónica. Y la pérdida de esclavos nos somete a una falta alarmante de mano de obra que hará necesario buscar en otras clases sociales, con los consiguientes problemas; mi sutil don adivinatorio me dice que ni la nobleza ni el clero aceptarían de buen grado acarrear piedras del peso de dos o tres elefantes, bajo el látigo, a lo largo de diez años.
Kataforesis I se despojó de los báculos, adornos y cayados que portaba en sus audiencias, y que le impedían hacer aun el más mínimo gesto con las manos, y se quitó la corona, que con su peso en oro ya le estrujaba las vértebras cervicales. Libre de tanto chirimbolo, se confió a Krisis, según era su costumbre en esas entrevistas a solas.

–Épocas abrumadoras me han tocado en suerte –reflexionó–. Creí que, como representante de una nueva dinastía, iba a librarme del sino que se proyectó sobre mis dos últimos antecesores en el trono. Como bien sabes, mi fiel Krisis, tanto a Idiotep IV como a Chismosis IX se les derrumbaron sus respectivas pirámides antes de que fueran acabadas. Los monumentos funerarios previos a esos dos reyes consistieron en vulgares túmulos que podría haber ideado un niño en sus juegos con las arenas del Nilo.–Divino faraón –intervino Krisis–, la aplicación de las formas piramidales en las obras faraónicas, debida al ilustre arquitecto Plomadis, abuelo del venerable Eskuadris, fue una genial novedad que merecería un derrotero más venturoso. Algo en su práctica no es quizá grato a los dioses. 
–Sí –admitió Kataforesis I–. Ya lo he pensado. En el caso de Idiotep IV, tal vez se debió a sus más bien escuálidas dotes personales. Todos recordamos cuán ineludible fue borrar los frisos que narraban su vida, pues la gente iba expresamente a leerlos para reírse de las boberías escritas allí. Me desconcierta el no poder explicarme cómo el inmenso Horus pudo haber encarnado en alguien tan imbécil. 
–Es posible –arriesgó Krisis– que el inmenso Horus, harto de moverse en las doradas leyes de lo perfecto, haya querido experimentar las vivencias de un marmota como Idiotep IV. 
–En el caso de Chismosis IX –siguió Kataforesis I–, seguramente el encono de los dioses halló un motivo firme en su manía de vivir pendiente de los mil y un enredos íntimos de la corte, el clero y la nobleza, descuidando los asuntos de estado. Él podía enumerar cada incursión de cada mancebo sobre cada virgen del Templo de Isis, cada reunión desenfrenada de los sacerdotes de Ptah, cada secreto intercambio de pareja de cada noble; pero no sabía que los ejércitos del país de Mitani se lavaban los pies en el delta del Nilo, ni que las hordas nubias ennegrecían el Valle de los Reyes. 
–Tampoco sabía –agregó Krisis– que su propia cornamenta superaba a la del buey Apis, que es decir mucho. 
–Cierto –admitió Kataforesis I–. Lo que no entiendo es por qué en mi caso los dioses continúan adversos a la erección de las pirámides. Reúno inteligencia, bondad, simpatía, belleza, generosidad, coraje, destreza, rapidez, elocuencia, precisión, lealtad, arrojo... 
–La lista, hecha en friso, abarcaría el reino de extremo a extremo, divino faraón –sintetizó Krisis–. Amón guarde tu modestia, que exhibes al mencionar apenas quince de los millones de virtudes que relucen en tu adorable persona. Sin dudas, no es algo de ti lo ingrato a los dioses. Me he tomado la libertad de indagar subrepticiamente a Eskuadris, el arquitecto real, en busca de otros indicios. 
–¿Has podido entenderle? –Kataforesis I hizo una mueca de fastidio. 
Krisis suspiró: 

–Sus explicaciones técnicas me fueron tan oscuras como lo serán por milenios nuestros jeroglíficos para los hombres que pueblan las tierras allende el mar donde el Nilo vuelca sus aguas. Los muchos años que Eskuadris porta en los huesos le nublan por momentos la razón. Suele mezclar su saber arquitectónico con ciertas veleidades médicas no atendidas en la juventud. Hace algún tiempo, pretendiendo aumentar la fuerza de los esclavos, les dio a beber una pócima hecha por él y ocasionó más bajas que el derrumbe de la pirámide.
Kataforesis I se enjugó la transpiración de la cara y dijo: 

–Aquí, mi fiel Krisis, se impone otra clase de búsqueda. Ya que el asunto involucra la actitud de los dioses, es en ellos en donde hay que hallar las respuestas.
Krisis vio venírsele encima una tarea compleja, por lo que intentó un desvío para las ansias del rey: 

–Sugiero a Astut, el gran sacerdote del Templo de Osiris, en aras de tan sensible empeño, divino faraón. –El sagaz Astut me parece tan fiable como las verdosas áspides que acechan en las arenas –confesó el monarca–. Mira este trono con ojos codiciosos. 
–Pero, divino faraón –objetó Krisis–, el acceso al trono siempre es dispuesto por el inmenso Horus cuando encarna en el elegido nonato. 
Kataforesis I retuvo el aire en una drástica inspiración, y luego fue expeliéndolo a dosis breves: 

Astut está encargándose de comunicar un pretendido nuevo decreto del inmenso Horus. En él figura un cambio en su régimen de encarnaciones. Ahora podría efectuarlas a cualquier altura de la vida del elegido. No necesito de mucha suspicacia para advertir cómo serviría ese argumento a los fines de deslegitimar mi permanencia y de justificar el eventual ascenso de Astut. Si yo recurriere a él para indagar las causas de los sabotajes divinos a mi frustrada pirámide, estaría dándole una herramienta adicional a sus ánimos conspirativos. 
Krisis, ya resignado a lo inevitable de su labor metafísica, cumplió con la rutina lamerona: 

Horus guarde tu deslumbradora inteligencia, divino faraón, y me dé suficiente energía en la misión que preveo.
–Mi fiel Krisis –sonrió el faraón–, no en vano eres el gran consejero y adivino de la corte. Nadie mejor que tú para realizar esta invalorable y ultrasecreta misión. Deberás emplear tus dones en averiguar con los dioses el motivo de sus disconformidades aniquiladoras de pirámides. 
Krisis no agregó ni un silbido a las palabras del faraón. Salió del ambiente real y se dispuso a dar comienzo a la compleja tarea. 

El radiante Amón voló muchísimas veces sobre el Alto Egipto, los cocodrilos del Nilo se bañaron en varias lunas llenas y las áspides reptaron largos trechos por las arenas del desierto. Al fin, el diligente gran consejero y adivino de la corte solicitó una audiencia con Kataforesis I. El monarca se sorprendió al ver maltrecho a Krisis.

–Divino faraón –explicó el súbdito–, en honor a tu índole, me pareció adecuado consultar en primer término con el inmenso Horus. Aunque tal vez por tu misma condición de encarnado suyo hubieras podido hacerlo tú directamente, usando un mero circuito introspectivo.
Kataforesis I carraspeó para aclarar su majestuosa voz: 

–Mis deberes de gobierno me sustraen de un contacto diario con mis esencias divinas. Amón le guarde por siglos al Alto Egipto el privilegio de tenerte como rey –subsanó Krisis para evitar escozores en el ego faraónico–. Por mi parte, guardaré de por vida la experiencia de haber llegado, en trance, al pie del trono de Horus. 
–Guiándome por el estado en que vienes –observó el faraón–, diría más bien que llegaste al pie de un zarzal. 
–Interrogué al inmenso Horus sobre las reiteradas catástrofes habidas en las erecciones de las pirámides –siguió explicando Krisis–, y dispuse los oídos para la egregia respuesta del dios, que me había escuchado atentamente. Pero, como tú sabes, divino Kataforesis I, Horus tiene cabeza de halcón, por lo cual estuvo un rato chillando y bisbiseando, sin que yo pudiera entender nada. Nuestras épocas no gozan de lo que en un lejano futuro se denominará “subtitulado”, maravilloso recurso que ha de acabar con los muros separadores de las lenguas. 
–Deja tus raras profecías a un lado y cuéntame qué sucedió luego –dijo, impaciente, el faraón. 
–Le rogué al inmenso Horus que me aclarase todo lo chillado y bisbiseado, y él volvió a chillar y bisbisear de igual modo incomprensible para mí –continuó el gran consejero y adivino de la corte–, lo que me llevó a otro ruego de aclaraciones, que originó otros chillidos y bisbiseos, hasta que, frente a mi tercer ruego, el inmenso Horus arremetió contra mi persona a inmensos picotazos, cuyas marcas puedes ver, divino faraón, y dio por finalizada la entrevista. 
Kataforesis I se agarró la cabeza con ambas manos (operación que le facilitó encubrir el alivio del peso de la corona en sus ruinosas vértebras cervicales): 

–¡Horus enojado! ¡Era lo único que me faltaba! Tal vez quite su esencia divina de mi cuerpo, dándole asidero a las afirmaciones de Astut, el gran sacerdote del templo de Osiris. ¿Es que tú, mi fiel Krisis, eres un agente encubierto de Astut? –¡Me fulminen los dioses antes de caer en ese oprobio! –exclamó Krisis, temiendo que finalizara la unión de su tronco y su cabeza–. En prueba de la férrea lealtad que me une a tu adorable persona, divina parte de Horus, te ruego humildemente autorización para reemprender ya mismo la búsqueda de la anhelada respuesta en las regiones ultrahumanas. 
–¡Urge que así sea! –Kataforesis I hizo un ademán que dio por tierra con báculos, adornos y cayados–. Pero te ordeno que emplees tanta energía en la indagación como en el cuidado por mantener la sutileza de los métodos. 
El fiel Krisis no aguardó ni que el monarca tomara aire tras concluir sus palabras; corriendo, fue a abocarse al periplo ultramundano que le faltaba. 

El radiante Amón voló otras muchas veces sobre el Alto Egipto, los cocodrilos del Nilo se bañaron en varias otras lunas llenas y las áspides reptaron otros largos trechos por las arenas del desierto. Como el gran consejero y adivino de la corte no daba señales de presentarse a rendir informes, Kataforesis I mandó buscarlo. No desdeñable fue su asombro cuando los enviados aparecieron con unas angarillas y depositaron a Krisis, lleno de golpes, heridas y fracturas, al pie del trono. Una vez a solas, el faraón se despojó de báculos, adornos y cayados; no pudo quitarse la corona, ya que un adelgazamiento general se la había hecho encastrar de modo permanente. Sosteniéndose la cabeza con ambas manos, logró preguntar:

–Mi fiel y destartalado Krisis, ¿qué averiguaste en la región de los inmortales?
El gran consejero y adivino de la corte hizo mover los carrillos en vano por un rato, hasta que se le oyeron algunas palabras: 

–Divino faraón, consulté con Anubis, el dios chacal; con Bastet, la diosa gata; con Kentamentiu, el dios lobo; con Knum, el dios carnero; con Sebek, el dios cocodrilo; y con Tot, el dios ibis. En todos los casos me ocurrió lo mismo que con Horus: escuché ladridos, maullidos, gruñidos, balidos y todo tipo de sonidos, excepto algo que me fuera inteligible. Rogué aclaraciones y recibí mordiscos, arañazos, patadas y cornadas. –¡Te ordené cuidado en mantener la sutileza de los métodos! –pretendió gritar Kataforesis I, pero un mayúsculo dolor en las vértebras cervicales redujo su voz a un gemido. 
–Divino faraón –susurró Krisis–, yo no tengo la culpa de que casi todos nuestros dioses sean medio bestias. Me parece que es hora de que adopten figuras más antropomórficas, o de que se molesten en buscar traductores. 
El faraón, en medio de un paulatino mareo, se inclinó, exhausto: 

–¿Eso es todo lo que pudiste recabar, mi fiel Krisis?
El gran consejero y adivino de la corte hizo otro largo agitar de maxilares, antes de ser de nuevo entendible: 

–Hay algo más, divino faraón. Cuando yo emergía ya del movido trance, pero sito aún entre las dos regiones, la de los inmortales y la nuestra, escuché una descomunal risa, llena de sarcasmo; vi un esbozo del rostro de Amón y el áureo dios habló. –¿Qué fue lo que dijo? –alcanzó a preguntar Kataforesis I, antes de caer trono abajo y quedar tendido junto a Krisis. 
–Dijo –el gran consejero y adivino de la corte se ahogaba– que dejemos de ser tan papanatas, ¡Que construyamos las pirámides con las puntas hacia arriba! 

Fotografía: Alex Bramwell
Diseño y Diagramación: Pachakamakin

7.12.2010

EXPLORANDO LAS GRIETAS DE LA GEOMETRIA SAGRADA


Por Gustavo Fernández



Ya he perdido la cuenta de ensayos, artículos e investigaciones de campo a través de los cuales he intuido, más que descifrado, la sospecha de que la llave técnica, práctica, para acceder a otros planos de la Realidad puede estribar en la manipulación de formas, campos o estructuras geométricas (si hablamos de dos dimensiones) o topológicas (si nos desenvolvemos en tres). Sin duda, no se tratará de pasar las veladas jugando con lápiz, regla y compás; es posible que se trate, más bien, de ejercicios intelectuales donde los conceptos (mejor aún, las ideas) expresadas formal y materialmente a través de las gráficas o ecuaciones, se corresponden (en el sentido más lato del Principio de Correspondencia) con procesos mentales y éstos, por Ley del Mentalismo con modificaciones espacio-temporales. Un portal dimensional es, a todas luces, un cambio espacio-temporal ajeno a (pero contenido en) otro momento (no empleo aquí el término como “instante”, sino como “momento matemático”) espacio-temporal.


EXPLORANDO LAS GRIETAS DE LA GEOMETRIA SAGRADA

De lo que estoy hablando es de intuición y pasos mecánicos: intuyo que en las manipulaciones geométricas está, dije, la clave del acceso a otras dimensiones. Deseo dedicar mis afanes a experimentar pasos técnicos que sistematicen la apertura de esos portales. En síntesis, apunto a diseñar una metodología que permita a todos y cada uno de nosotros acceder cuando deseemos —o cuando ciertas circunstancias estén dadas— a esos otros planos. Se podrá argüir (y en principio debemos aceptar el debate) que el acceso a esos otros planos de Realidad requiere condiciones espirituales antes que tácticas racionales (sean éstas por manipulación de la Geometría Sagrada o de la Mecánica Cuántica). Debemos, dije, aceptar ese debate. Pero asimismo debemos, entonces, hacernos algunos planteos lógicos (no por racionales, sino por obvios).

Por ejemplo, tendremos pleno derecho a exigir una definición acabada (y demostrable) de lo que entendemos por “espiritual”. Si es lo “no material”, aquello que existe en otra dimensión, vibratoriamente ajena a estas cuatro en las que nos desenvolvemos, será percibido desde aquí como “no material” (por tangible que resulte en el “allá”) y por ende susceptible de ser definido como “espiritual” (insisto: por “no material”). Si lo “espiritual” se asocia a lo “moralmente más elevado”, permítasenos recordar que demonios, djinns y otros tantos entes de parecido perfil también son por definición “espirituales”, con lo cual concluiríamos que lo espiritual es condición de su naturaleza de manifestación, no de conducta moral. Aunque tales imágenes suelen parecerme “kitsch” y degradantemente out, valen como ejemplos. 

Cielo e infierno más purgatorio no serían más que “n” dimensiones, planos o universos paralelos. En plan de objetar aquello de las “condiciones espirituales” para acceder a estos planos, podría también decirse que se puede necesitar cierta “sintonización” psíquica para conectar con los mismos. Es posible que ello lo logre lo devocional, la lectura de Chopra, el “copiar y pegar” los mensajes de Oxalc o Ashtar Sheran, el encenderle una vela violeta a Saint Germain, el cultivar con amor arándanos mientras entonamos mantrams angelicales o el frotar cristales hora tras hora contra nuestro sufrido entrecejo. Es posible. Pero también es posible que todo eso nos haga sentir mejor, estar más plenos, hallar algunas respuestas, pero no tenga nada que ver con la conexión con planos espirituales si es que se da el albur de ser éstos, después de todo, “sólo” universos paralelos.

No seré un iconoclasta, hoy. Sólo me propongo explorar otra alternativa. Esta alternativa se vincula a un muy interesante fenómeno geométrico-topológico conocido como “banda (o cinta) de Moebius”, llamada así en honor a su descubridor, el astrónomo y físico suizo August Ferdinand Möbius [1], quien sin embargo, pese a la casi obsesión intelectual que le acompañó el resto de su vida, nunca pudo explicar. Repitamos el experimento. 

August Ferdinand Möbius


Tomemos una banda de papel cualquiera. Como sabemos, tiene dos caras y cuatro lados, con vértices A, B, C y D. Si deseamos hacer un anillo, sabemos que podemos unir A con C y B con D, quedándonos un anillo de lógicamente dos caras y dos lados o bordes (dos, obviamente, desaparecerán al pegarlos entre sí). Pero si esta unión la efectuamos luego de hacer una torción al papel de modo que ahora A pegue sobre D y B sobre C, surgen las sorpresas: constatando, por ejemplo, al deslizar un bolígrafo sobre su superficie, resultará una sola cara. Y si deslizamos nuestro dedo desde un punto cualquiera en el borde nuevamente habrá quedado uno solo ¿Adónde se fueron el lado y el borde faltantes?. No hay construcción matemática que pueda explicarlo. Final. 

Construcción de una Cinta de Moebius
Cinta de Moebius terminada


Hay otras opciones divertidas. Si tomando un par de tijeras cortan la banda exactamente por su línea media, obtendrán ustedes una Banda de Moebius el doble de larga y la mitad de ancha. Pero si el corte lo realizan descentrado, resultarán tantas Bandas de Moebius entrelazadas como cortes hagan. Insisto una vez más: estoy convencido de que si profundizamos el estudio de la Geometría Sagrada -en el escritorio, la biblioteca, pero también en el terreno, ya sea en las antiguas construcciones o los reservorios de energía telúrica de que está cubierto el planeta que, en su disposición, es absolutamente geométrico- descubriremos cómo abrir el paso a otras dimensiones. Humildemente en mis esfuerzos personales, quizás soberbio en mis inquietudes intelectuales, esa es la búsqueda a la que estoy dedicado. A través de mis deambulares, siempre late la expectativa de abrir una puerta. Y atento a la Sincronicidad, descubro que ciertos avatares de mi vida particular se van correspondiendo causalmente con pasos en pro de esos hallazgos. Podría, reconociendo lo solitario que es, siempre, el camino del monje, sentarme a lamer las heridas del camino, mirar con nostalgias los jirones de vida afectiva que uno va dejando atrás y recitar con el Dante aquello de “nel mezzo de mia vida, me retrovai en una selva oscura” (“En el medio de mi vida, me encontré en un bosque oscuro”). 


Pero comprendo que todo pasa por algo porque —esa es la enseñanza de la Geometría Sagrada— lo que nos ocurre microcósmicamente está en consonancia (Correspondencia) con algo que ocurre macrocósmicamente. Ver más allá de lo aparente, en nuestro interior y a nuestro alrededor, y descubrir que lo uno resuena con lo otro. En estos agitados —intelectualmente— días he comprendido muchos pequeños trozos de información dispersa, perlas de conocimiento de algún collar por enhebrar. He descubierto que en todas las imágenes religiosas de cualquier vertiente doctrinal, una rodilla descubierta es la señal del Iniciado al Adepto ordenándole divulgar algún saber. Que el tan común saludo militar “¡A la orden!”, es resabio del saludo “a la Orden” (masónica). Que ya he comprobado en catorce iglesias distintas (sobre veintidós censadas) -la última, pocos días atrás, la Basílica Nuestra Señora del Carmen, en Nogoyá, Entre Ríos— que si con una brújula medimos la línea imaginaria que por la nave central comunica el portal de acceso con el altar, aquella se desviará del Norte Magnético exactamente 52º. Siempre. Y si esto se repite en iglesias de trescientos, doscientos o cien años de antigüedad, no es casualidad. Es una orden arquitectónica del Vaticano. 

“¡A la Orden!”, señores prelados. Pero, ¿Por qué?. Los curas no lo saben. Pero está allí. Yo lo intuyo. Cincuenta y dos grados. Las catedrales señalan la puerta -una de tantas- a las estrellas, discutía en Guardianes de la Luz, Barones de las Tinieblas. Cincuenta y dos grados. Qué casualidad, la misma inclinación de las paredes laterales de la Gran Pirámide. Y las patas de la Oca, emblema de aquel juego laberíntico que como tantos otros juegos (las Cartas, el Ajedrez) son el resabio de viejos caminos de conocimiento, la pata de la Orden de la Oca medieval debe tener su primer y tercer dedos separados, precisamente, por cincuenta y dos grados. Geometría Sagrada. La Geometría que resuelve los problemas que la Aritmética —enseñando que la lógica no lo puede todo— no logra resolver. Imposible dividir aritméticamente 10 en tres partes iguales, siempre obtendremos una aproximación de 3,3333….33333 etc., pero con compás puedo dignamente dividir un segmento en tres partes exactamente iguales. 

Extraño, con regla y compás puedo construir fácilmente cualquier polígono regular, excepto un heptágono, y el mágico número 7 adquiere entonces otra significación. Geometría Sagrada. Y la cuadratura del círculo, aritméticamente imposible, es posible geométricamente. Y la Geometría construye las formas, y las formas dan realidad al universo. Del mismo modo que el movi-miento no puede existir sin una dirección determinada, la energía no existe sin una forma definida. No es que la energía “forme” una partícula o una onda. La forma “es” la energía. Y nos permite entonces -digo, a través de las expresiones geométricas de las formas- resonar con otras energías (formas). Miento, no puede existir sin una dirección determinada, la energía no existe sin una forma definida. No es que la energía “forme” una partícula o una onda. La forma “es” la energía. Y nos permite entonces -digo, a través de las expresiones geométricas de las formas- resonar con otras energías (formas). 

El Principio de Resonancia es sencillo. Si hacemos sonar un diapasón en una habitación donde haya un piano, cada cuerda del instrumento afinada en el mismo tono comenzará a vibrar. Esto es la resonancia. Todas las cuerdas restantes, afinadas en distintas notas, permanecerán inmóviles. A través de la resonancia, la energía es transferida del diapasón a la cuerda, provocando la vibración. Así, es como entramos en resonancia con campos telúricos. Así es como podemos ascender vibratoriamente. Los biólogos piensan que el secreto de la vida se halla contenido en el ADN, pero se concentran en su estructura química. Lo que aquí sugiero es que la estructura física de aquél puede ser de tanta o mayor importancia, cumpliendo una doble función: con su estructura química al transmitir el código genético, con su estructura física, al resonar con las vibraciones. La forma es la base de la salud. Si tomo un grupo de células de mi hígado y las cultivo en una Matriz de Petri, no crecerá como un hígado clonado, sino como una masa indiferenciada de tejido, y si se reinjertaran, se desarrollarían como cáncer. En ratas, células del hígado reinjertadas se transformaron en tumores metastásicos. Lejos de la matriz bioenergética las células no cuentan con un “molde” energético y geométrico para su diferenciación. El cáncer es desorganización geométrica de la energía.

También en la docencia esotérica, las elecciones profesionales reflejan muchas expectativas, aspiraciones, sueños. En mi caso, debo admitir que trabajar esta disciplina me lleva, humildemente y casi en un susurro, a afirmar que, si fuera posible (¿Y por qué no?) dedicaría en un futuro exclusivamente mis esfuerzos intelectuales al estudio —y obvia aplicación— de esta disciplina. No es sencillo (aunque siempre ansiado) encontrar una Síntesis, una Piedra Filosofal del Conocimiento verdadero, una herramienta de multiuso intelectual y espiritual con la que continuar el camino; y no creo estar muy lejos de la verdad si sostengo que es precisamente la Geometría Sagrada, la gema del Grial, si no el Grial mismo. Suena rimbombante, soberbio, casi solipsista, digamos. Pero no mentiroso. Pues de ello se trata: así como Einstein buscaba una ecuación Universal que explicara al Universo en su conjunto y en sus mínimas partes, la Geometría Sagrada enhebra en una continuidad armónica el Macro y el Microcosmos. 

En algún punto, casi por el medio, está el ser humano. Y es en su esfera vivencial donde podemos aplicar los descubrimientos de aquella. Repasemos el concepto. La Geometría Sagrada puede comprenderse según en qué dirección miremos: hacia lo infinitamente grande o hacia lo infinitamente pequeño. Pero podemos comprenderlo mejor si partimos de un punto intermedio, por ejemplo, nuestro propio entorno. ¿Dónde está allí la Geometría Sagrada? Ya he citado a lo largo de varios artículos algunos ejemplos. Valga volver sobre el particular: muchas iglesias católicas tienen una desviación de la nave central -proyección del acceso hasta el altar- respecto del Norte Magnético, tanto como 52º. El mismo ángulo que la Gran Pirámide. Y que la abertura de la Pata de la Oca, símbolo esotérico de raigambre. Aún más, ciertos ritos masónicos sostienen que ese, y no otro, debe ser el ángulo que separe las patas del compás emblemático. O los pentáculos que se descubren sobre tantas geografías al unir en un mapa centros espirituales o devocionales. O la correspondencia entre la disposición de las tres Pirámides de Gizeh y el Cinturón de Orión. O entre las catedrales góticas francesas y la Constelación de Virgo. La Geometría Sagrada está presente en el octógono de las iglesias templarias, en el misterio de las catedrales (Fulcanelli dixit), en las “divinas proporciones” (o “Número Aureo”) de

Notre Dame de París y el Partenón, en la disposición y distancia de los centros ceremoniales del Anahuac mexicano que reproducen en un todo la disposición y distancia de los planetas del Sistema Solar entre sí, en tiempos en que oficialmente en Europa sólo se conocía el mismo hasta Saturno. En el trazado de las calles de tantas ciudades (Washington en Estados Unidos y La Plata en Argentina). En las relaciones de planta entre el Vaticano y (otra vez) Gizeh. En las “líneas Ley” extendidas sobre toda Inglaterra y Francia. En los Laberintos de Cnossos. En las espirales astronómicas y la “iglesia retorcida” de Saint Outrille. En la “estrella de David” (en realidad, el “sello de Salomón) del rosetón principal de acceso a la catedral -obviamente católica- de la ciudad de Formosa, Argentina. Los ejemplos son innumerables y su sola mención agotarían. La Geometría Sagrada une lo humano con lo cósmico; las proporciones de la Gran Pirámide proyectadas desde el Ecuador hacia un Polo, culmina en el centro de la Luna centrada en la cara superior de la cuadratura del círculo terrestre. ¿Casualidad? No. Causalidad. Proporciones entre el sistema solar y las Pirámides de Gizeh. Mencioné de paso las “líneas Ley”, llamadas así por vincular poblaciones o sitios antiguos cuyos nombres finalizan en la sílaba “Ley” o “Leigh”. 

Pero no puedo dejar de señalar la importancia del aporte de la Geometría Sagrada en este punto, toda vez que la “geometrización de la superficie terrestre”, de acuerdo a determinados y puntillosos criterios, permite establecer —otra vez— figuras geométricas como pentáculos, o indicar puntos coincidentes con anomalías magnéticas o de características energéticas particularmente significativas para la vida humana (como la red de Bruce Cathie, las Líneas Hartmann, etc). De hecho, me pregunto cuántos geobiólogos, radiestesistas o especialistas en Feng Shui se han abocado a estudiar, siquiera por curiosidad, la Geometría Sagrada; de hacerlo —como yo lo he hecho— encontrarían allí no solamente argumentos y evidencias de peso, sino criterios muy útiles para optimizar la vida cotidiana de sus consultantes. Cathie, sin incursionar (que sepamos) en aspectos tan sutiles, señalaba ya en los tardíos ’60 que las “líneas de fuerza” geométricamente señaladas por él sobre el globo terrestre explicaban la naturaleza de la propulsión —o el comportamiento— de los OVNI.

No fue nunca tomado en serio por ovnílogos que ni siquiera tuvieron la humildad intelectual —o la metodología científica— de investigar antes de opinar. Y que —sugestiva señal de poca perspicacia— nunca se plantearon esta hipótesis que aquí esbozo (y dejaré para otra oportunidad ampliar): si es correcta la teoría del Campo Unificado einsteniano y la Gravedad, entonces, no es una “fuerza” en sentido electromagnético sino la deformación espacio-temporal en un punto dado y, en consecuencia, esta inevitable e indetenible fuerza que nos atrae hacia el centro de la Tierra (en nuestro caso) es “sólo” una manifestación geométrica del espacio-tiempo, ¿Entonces no es obvio que cualquier otra línea de energía geométrica -sobre este planeta o cualquiera en el espacio, etc.- tendrá una fuerza tan aprovechable (si sabemos dirigirla) como la propia gravedad? Que es como decir, ¿Y si la Naturaleza de los OVNIs o, cuando menos, sus sistemas de traslación, fueran revisados con criterios de Geometría Sagrada? Un “pantáculo energético” sobre la superficie terrestre. 

En este conjunto de patrones comunes, que todo pase por unos pocos polígonos y poliedros no es casual, pues es fácil comprobar que esas mismas figuras y formas se repiten a escala cósmica. Los mismos patrones organizan y ordenan al Universo. Esto es —si para ustedes semejante “aval” es importante— una verdad científica, toda vez que el descubrimiento de los fractales constata para el paradigma tecnológico contemporáneo la validez milenaria de la voz de Toth hablándonos desde el más remoto pasado:
“Es verdad, es cierto y muy verdadero, que lo que es arriba es como lo que es abajo y lo que es abajo es como lo que es arriba para hacer el milagro de Una Sola Gran Cosa bajo el Sol”. 
En consecuencia, la repetición de esos patrones geométricos en el legado de tantos pueblos antiguos y tantos grupos de conocimiento esotérico de hoy no habla solamente de la Sabiduría de comprender que el Todo es Geometría Pura. Habla también de otra cosa. Y aquí entra a tallar la Síntesis. Pues si el Orden Universal, la Armonía Cósmica [2] responde a patrones geométricos, la armonía personal (en nuestra vida de interrelaciones sociales, en nuestros afectos, en nuestro trabajo, nuestra salud física y psíquica y, claro, nuestra espiritualidad) también dependerá de que exista -o no- orden, organización, relaciones proporcionales. Y esta Organización ha de ser una expresión “fractal” de aquella que ordena al Universo. Enfoquémonos en este punto. Si admitimos que podemos “corresponder” (asociar con fundamento) los eventos de nuestra vida con formas y figuras geométricas, a fin de cuentas éstos no resultarán más que proyecciones fractales inmensamente microcósmicas de aquellas que -en la otra dirección- se perciben en el Cosmos. 

Por definición, los problemas, los conflictos, los obstáculos todos, más allá de su manifestación aparente (o “percipiente” en nuestra vida cotidiana) serán la expresión del desorden y desorganización cada vez más alejada del patrón geométrico original. Pues bien, como ya se ha señalado, se cumple a rajatabla el Principio de Correspondencia, y por carácter transitivo, será la aplicación conciente del Principio del Mentalismo lo que nos permitirá vivir en resonancia con una Serialidad positiva de eventos En nuestras vidas. Trabajaremos pues, en Psicogeometría, representando -que es hacer real lo ideal- polígonos y poliedros en función de ciertas aplicaciones en situaciones cotidianas. [3] Se comprenderá entonces que, así, la Geometría Sagrada se transforma -dicho está- en una Síntesis genial de la Realidad. Y abre, lógicamente, vías de especulación e investigación fascinantes. Por ejemplo, ante el misterio de los “agrogramas” [4]

No solamente Tiene sentido e interpretación bajo la luz de los preceptos de la Geometría Sagrada. Está en el albedrío de cada uno el comprender que se trata de un “metalenguaje” de orden superior. Dos “agrogramas”, que quizás deben ser comparados con (y estudiados a la luz de) la sapiencia maya, en este ejemplo, parte de su calendario astronómico y millonario en años. Finalmente —last but not least, como solía escribir el genial Antonio Ribera— es necesario dar a la Geometría Sagrada su justo lugar en nuestra vida. Su “sacralidad” es más un referente a su presencia en la cultura que a una naturaleza divina; no debemos deificarla ni creer que a través de ella seremos, como self made men, apoteósicamente disparados a la meta del camino espiritual. Es, lo escribí ya, una herramienta, pero eso sí, formidable. A fin de cuentas, Dios/Diosa, Él/Ella es el/la Gran Arquitecto/a del Universo y debe ser, necesariamente, un/a formidable Geómetra. No sé. Tal vez un día de estos, en la cima de un cerro consagrado o en las profundidades de una caverna telúrica, con un viejo libro de Geometría del colegio en una mano y un péndulo en la otra, encuentre algunas respuestas.



Portada: Ilustración de M.C. Escher
Diagramación & DG: Pachakamakin


CITAS

[1] Tal su apellido original, pero como las antiguas máquinas de escribir no tenían diéresis, se solía reemplazar por la pronunciación aproximada, “oe”. Sigo esta tradición al escribir, por costumbre entonces, Moebius. 
[2] Como ya he escrito en alguna ocasión, prefiero hablar de “Armonía” y no “Equilibrio”, pues este puede ser de dos clases: estable e inestable. El inestable -un cuchillo sobre su filo- requiere de fuerzas de tensión para lograrse y se pierde a la menor contingencia. El estable -un cubo apoyado sobre una de sus caras- no, pero al mismo tiempo cuenta con una brutal inercia que le impide todo cambio, toda “evolución a otra situación”. Al igual que en el espíritu humano, un “equilibrio” interior puede ser inestable (exigir grandes tensiones para lograrse, y al mismo tiempo y por ende extremadamente imprevisible y momentáneo) o estable (pero fosilizado, anquilosado, entonces el individuo no evoluciona). Algo similar a la expresión “paz interior”: la “paz” es la de los cementerios. Por eso remitimos a la expresión “Armonía”. 
[3] A título meramente informativo, diremos que trabajamos en Psicogeometría con doce figuras y formas, doce “mudras” y doce “posturas”
[4] También conocidos como “agroglifos”, “círculos en las cosechas”, “crop circles”, etc.