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9.11.2013

EL ALEPH

Por Jorge Luis Borges
O God, I could be bounded in a nutshell
and count myself a King of infinite space.

Hamlet, II, 2

But they will teach us that Eternity is the Standing 

still of the Present Time, a Nunc-stans (ast the 
Schools call it); which neither they, nor any else 
understand, no more than they would a Hic-stans
for an Infinite greatnesse of Place.
Leviathan, IV, 46




La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. 


Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el mentón... No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos.

Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces, no dejé pasar un treinta de Abril sin volver a su casa. Yo solía llegar a las siete y cuarto y quedarme unos veinticinco minutos; cada año aparecía un poco más tarde y me quedaba un rato más; en 1933, una lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a comer. No desperdicié, como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparecí, ya dadas las ocho, con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me quedé a comer. Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri.

Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar -si el oxímoron [*] es tolerable- una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis; Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es autoritario, pero también es ineficaz; aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las fiestas para no salir de su casa. 

A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él. Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante. Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos. Tiene -como Beatriz- grandes y afiladas manos hermosas. Durante algunos meses padeció la obsesión de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable. "Es el Príncipe de los poetas de Francia", repetía con fatuidad. "En vano te revolverás contra él; no lo alcanzará, no, la más inficionada de tus saetas."

El treinta de Abril de 1941 me permití agregar al alfajor una botella de coñac del país. Carlos Argentino lo probó, lo juzgó interesante y emprendió, al cabo de unas copas, una vindicación del hombre moderno.

-Lo evoco -dijo con una animación algo inexplicable- en su gabinete de estudio, como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines...

Observó que para un hombre así facultado el acto de viajar era inútil; nuestro Siglo XX había transformado la Fábula de Mahoma y de la montaña; las montañas, ahora, convergían sobre el moderno Mahoma.

Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura; le dije que por qué no las escribía. Previsiblemente respondió que ya lo había hecho: esos conceptos, y otros no menos novedosos, figuraban en el Canto Augural, Canto Prologal o simplemente Canto-Prólogo de un poema en el que trabajaba hacía muchos años, sin reclame, sin bullanga ensordecedora, siempre apoyado en esos dos báculos que se llaman el trabajo y la soledad. Primero, abría las compuertas a la imaginación; luego, hacía uso de la lima. El poema se titulaba La Tierra; tratábase de una descripción del planeta, en la que no faltaban, por cierto, la pintoresca digresión y el gallardo apóstrofe [**].

Le rogué que me leyera un pasaje, aunque fuera breve. Abrió un cajón del escritorio, sacó un alto legajo de hojas de block estampadas con el membrete de la Biblioteca Juan Crisóstomo Lafinur y leyó con sonora satisfacción:

He visto, como el griego, las urbes de los hombres,
los trabajos, los días de varia luz, el hambre;
no corrijo los hechos, no falseo los nombres,
pero el voyage que narro, es... autour de ma chambre.

-Estrofa a todas luces interesante -dictaminó-. El primer verso granjea el aplauso del catedrático, del académico, del helenista, cuando no de los eruditos a la violeta, sector considerable de la opinión; el segundo pasa de Homero a Hesíodo -todo un implícito homenaje, en el frontis del flamante edificio, al padre de la poesía didáctica-, no sin remozar un procedimiento cuyo abolengo está en la Escritura, la enumeración, congerie o conglobación; el tercero -¿barroquismo, decadentismo; culto depurado y fanático de la forma?- consta de dos hemistiquios gemelos; el cuarto, francamente bilingüe, me asegura el apoyo incondicional de todo espíritu sensible a los desenfadados envites de la facecia.

Nada diré de la rima rara ni de la ilustración que me permite, ¡Sin pedantismo!, acumular en cuatro versos tres alusiones eruditas que abarcan treinta siglos de apretada literatura: la primera a la Odisea, la segunda a los Trabajos y días, la tercera a la bagatela inmortal que nos depararan los ocios de la pluma del saboyano... Comprendo una vez más que el arte moderno exige el bálsamo de la risa, el scherzo. ¡Decididamente, tiene la palabra Goldoni!

Otras muchas estrofas me leyó que también obtuvieron su aprobación y su comentario profuso. Nada memorable había en ellas; ni siquiera las juzgué mucho peores que la anterior. En su escritura habían colaborado la aplicación, la resignación y el azar; las virtudes que Daneri les atribuía eran posteriores. Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para él, pero no para otros. La dicción oral de Daneri era extravagante; su torpeza métrica le vedó, salvo contadas veces, trasmitir esa extravagancia al poema [1].

Una sola vez en mi vida he tenido ocasión de examinar los quince mil dodecasílabos del Polyolbion, esa epopeya topográfica en la que Michael Drayton registró la fauna, la flora, la hidrografía, la orografía, la historia militar y monástica de Inglaterra; estoy seguro de que ese producto considerable, pero limitado, es menos tedioso que la vasta empresa congénere de Carlos Argentino. 

Este se proponía versificar toda la redondez del planeta; en 1941 ya había despachado unas hectáreas del Estado de Queensland, más de un kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al Norte de Veracruz, las principales casas de comercio de la Parroquia de la Concepción, la quinta de Mariana Cambaceres de Alvear en la calle Once de Septiembre, en Belgrano, y un establecimiento de baños turcos no lejos del acreditado acuario de Brighton. Me leyó ciertos laboriosos pasajes de la zona australiana de su poema; esos largos e informes alejandrinos carecían de la relativa agitación del prefacio. Copio una estrofa:


Sepan. A manderecha del poste rutinario,(viniendo, claro está, desde el Nornoroeste)
se aburre una osamenta -¿Color? Blanquiceleste-que da al corral de ovejas catadura de osario.

-Dos audacias -gritó con exultación-, rescatadas, te oigo mascullar, por el éxito. Lo admito, lo admito. Una, el epíteto rutinario, que certeramente denuncia, en passant, el inevitable tedio inherente a las faenas pastoriles y agrícolas, tedio que ni las geórgicas ni nuestro ya laureado Don Segundo se atrevieron jamás a denunciar así, al rojo vivo. Otra, el enérgico prosaísmo se aburre una osamenta, que el melindroso querrá excomulgar con horror pero que apreciará más que su vida el crítico de gusto viril. 

Todo el verso, por lo demás, es de muy subidos quilates. El segundo hemistiquio entabla animadísima charla con el lector; se adelanta a su viva curiosidad, le pone una pregunta en la boca y la satisface... al instante. ¿Y qué me dices de ese hallazgo, blanquiceleste? El pintoresco neologismo sugiere el cielo, que es un factor importantísimo del paisaje australiano. Sin esa evocación resultarían demasiado sombrías las tintas del boceto y el lector se vería compelido a cerrar el volumen, herida en lo más íntimo el alma de incurable y negra melancolía.

Hacia la medianoche me despedí.

Dos domingos después, Daneri me llamó por teléfono, entiendo que por primera vez en la vida. Me propuso que nos reuniéramos a las cuatro, "para tomar juntos la leche, en el contiguo salón-bar que el progresismo de Zunino y de Zungri -los propietarios de mi casa, recordarás- inaugura en la esquina; confitería que te importará conocer". 

Acepté, con más resignación que entusiasmo. Nos fue difícil encontrar mesa; el "salón-bar", inexorablemente moderno, era apenas un poco menos atroz que mis previsiones; en las mesas vecinas, el excitado público mencionaba las sumas invertidas sin regatear por Zunino y por Zungri. Carlos Argentino fingió asombrarse de no sé qué primores de la instalación de la luz -que, sin duda, ya conocía- y me dijo con cierta severidad:
-Mal de tu grado habrás de reconocer que este local se parangona con los más encopetados de Flores.
Me releyó, después, cuatro o cinco páginas del poema. Las había corregido según un depravado principio de ostentación verbal: donde antes escribió azulado, ahora abundaba en azulino, azulenco y hasta azulillo. La palabra lechoso no era bastante fea para él; en la impetuosa descripción de un lavadero de lanas, prefería lactario, lacticinoso, lactescente, lechal... Denostó con amargura a los críticos; luego, más benigno, los equiparó a esas personas, "que no disponen de metales preciosos ni tampoco de prensas de vapor, laminadores y ácidos sulfúricos para la acuñación de tesoros, pero que pueden indicar a los otros el sitio de un tesoro". Acto continuo censuró la prologomanía, "de la que ya hizo mofa, en la donosa prefación del Quijote, el Príncipe de los Ingenios". 

Admitió, sin embargo, que en la portada de la nueva obra convenía el prólogo vistoso, el espaldarazo firmado por el plumífero de garra, de fuste. Agregó que pensaba publicar los cantos iniciales de su poema. Comprendí, entonces, la singular invitación telefónica; el hombre iba a pedirme que prologara su pedantesco fárrago. Mi temor resultó infundado: Carlos Argentino observó, con admiración rencorosa, que no creía errar en el epíteto al calificar de sólido el prestigio logrado en todos los círculos por Álvaro Melián Lafinur, hombre de letras, que, si yo me empeñaba, prologaría con embeleso el poema. 

Para evitar el más imperdonable de los fracasos, yo tenía que hacerme portavoz de dos méritos inconcusos: la perfección formal y el rigor científico, "porque ese dilatado jardín de tropos, de figuras, de galanuras, no tolera un solo detalle que no confirme la severa verdad". Agregó que Beatriz siempre se había distraído con Álvaro.

Asentí, profusamente asentí. Aclaré, para mayor verosimilitud, que no hablaría el lunes con Álvaro, sino el Jueves: en la pequeña cena que suele coronar toda reunión del Club de Escritores. -No hay tales cenas, pero es irrefutable que las reuniones tienen lugar los jueves, hecho que Carlos Argentino Daneri podía comprobar en los diarios y que dotaba de cierta realidad a la frase-. Dije, entre adivinatorio y sagaz, que antes de abordar el tema del prólogo, describiría el curioso plan de la obra. 

Nos despedimos; al doblar por Bernardo de Irigoyen, encaré con toda imparcialidad los porvenires que me quedaban: 

a) hablar con Álvaro y decirle que el primo hermano aquel de Beatriz -ese eufemismo explicativo me permitiría nombrarla- había elaborado un poema que parecía dilatar hasta lo infinito las posibilidades de la cacofonía y del caos; 

b) no hablar con Álvaro. Preví, lúcidamente, que mi desidia optaría por b.

A partir del Viernes a primera hora, empezó a inquietarme el teléfono. Me indignaba que ese instrumento, que algún día produjo la irrecuperable voz de Beatriz, pudiera rebajarse a receptáculo de las inútiles y quizá coléricas quejas de ese engañado Carlos Argentino Daneri. Felizmente, nada ocurrió -salvo el rencor inevitable que me inspiró aquel hombre que me había impuesto una delicada gestión y luego me olvidaba.

El teléfono perdió sus terrores, pero a fines de Octubre, Carlos Argentino me habló. Estaba agitadísimo; no identifiqué su voz, al principio. Con tristeza y con ira balbuceó que esos ya ilimitados Zunino y Zungri, so pretexto de ampliar su desaforada confitería, iban a demoler su casa.

-¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay!-repitió, quizá olvidando su pesar en la melodía.

No me resultó muy difícil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo; además, se trataba de una casa que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz. Quise aclarar ese delicadísimo rasgo; mi interlocutor no me oyó. Dijo que si Zunino y Zungri persistían en ese propósito absurdo, el doctor Zunni, su abogado, los demandaría ipso facto por daños y perjuicios y los obligaría a abonar cien mil nacionales.

El nombre de Zunni me impresionó; su bufete, en Caseros y Tacuarí, es de una seriedad proverbial. Interrogué si éste se había encargado ya del asunto. Daneri dijo que le hablaría esa misma tarde. Vaciló y con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo muy íntimo, dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.

-Está en el sótano del comedor -explicó, aligerada su dicción por la angustia-. Es mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo. Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph.
-¿El Aleph? -repetí.
-Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema! No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no. Código en mano, el doctor Zunni probará que es inajenable mi Aleph.

Traté de razonar.

-Pero, ¿No es muy oscuro el sótano?
-La verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.
-Iré a verlo inmediatamente.

Corté, antes de que pudiera emitir una prohibición. Basta el conocimiento de un hecho para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes insospechados; me asombró no haber comprendido hasta ese momento que Carlos Argentino era un loco. Todos esos Viterbo, por lo demás... Beatriz -yo mismo suelo repetirlo- era una mujer, una niña de una clarividencia casi implacable, pero había en ella negligencias, distracciones, desdenes, verdaderas crueldades, que tal vez reclamaban una explicación patológica. La locura de Carlos Argentino me colmó de maligna felicidad; íntimamente, siempre nos habíamos detestado.

En la calle Garay, la sirvienta me dijo que tuviera la bondad de esperar. El niño estaba, como siempre, en el sótano, revelando fotografías. Junto al jarrón sin una flor, en el piano inútil, sonreía -más intemporal que anacrónico- el gran retrato de Beatriz, en torpes colores. No podía vernos nadie; en una desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije:

-Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges.

Carlos entró poco después. Habló con sequedad; comprendí que no era capaz de otro pensamiento que de la perdición del Aleph.

-Una copita del seudo coñac -ordenó- y te zampuzarás en el sótano. Ya sabes, el decúbito dorsal es indispensable. También lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta acomodación ocular. Te acuestas en el piso de baldosas y fijas los ojos en el decimonono escalón de la pertinente escalera. Me voy, bajo la trampa y te quedas solo. Algún roedor te mete miedo ¡fácil empresa! A los pocos minutos ves el Aleph. ¡El microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo!

Ya en el comedor, agregó:

-Claro está que si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio... Baja; muy en breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz.

Bajé con rapidez, harto de sus palabras insustanciales. El sótano, apenas más ancho que la escalera, tenía mucho de pozo. Con la mirada, busqué en vano el baúl de que Carlos Argentino me habló. Unos cajones con botellas y unas bolsas de lona entorpecían un ángulo. Carlos tomó una bolsa, la dobló y la acomodó en un sitio preciso.

-La almohada es humildosa -explicó-, pero si la levanto un solo centímetro, no verás ni una pizca y te quedas corrido y avergonzado. Repantiga en el suelo ese corpachón y cuenta diecinueve escalones.

Cumplí con sus ridículos requisitos; al fin se fue. Cerró cautelosamente la trampa; la oscuridad, pese a una hendija que después distinguí, pudo parecerme total. Súbitamente comprendí mi peligro: me había dejado soterrar por un loco, luego de tomar un veneno. Las bravatas de Carlos transparentaban el íntimo terror de que yo no viera el prodigio; Carlos, para defender su delirio, para no saber que estaba loco, tenía que matarme. Sentí un confuso malestar, que traté de atribuir a la rigidez, y no a la operación de un narcótico. Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph.

Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿Cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance, prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur -No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph-. 

Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa -la luna del espejo, digamos- era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del Universo. 

Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto -era Londres-, vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página -de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche-, vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio -y la letra me hizo temblar- cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible Universo.

Sentí infinita veneración, infinita lástima.

-Tarumba habrás quedado de tanto curiosear donde no te llaman -dijo una voz aborrecida y jovial-. Aunque te devanes los sesos, no me pagarás en un siglo esta revelación. ¡Qué observatorio formidable, che Borges!

Los zapatos de Carlos Argentino ocupaban el escalón más alto. En la brusca penumbra, acerté a levantarme y a balbucear:

-Formidable. Sí, formidable.

La indiferencia de mi voz me extrañó. Ansioso, Carlos Argentino insistía:

-¿Lo viste todo bien, en colores?

En ese instante concebí mi venganza. Benévolo, manifiestamente apiadado, nervioso, evasivo, agradecí a Carlos Argentino Daneri la hospitalidad de su sótano y lo insté a aprovechar la demolición de la casa para alejarse de la perniciosa metrópoli, que a nadie ¡Créame, que a nadie! perdona. Me negué, con suave energía, a discutir el Aleph; lo abracé, al despedirme, y le repetí que el campo y la serenidad son dos grandes médicos.

En la calle, en las escaleras de Constitución, en el subterráneo, me parecieron familiares todas las caras. Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de volver. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el olvido. 



Posdata del primero de Marzo de 1943. A los seis meses de la demolición del inmueble de la calle Garay, la Editorial Procusto no se dejó arredrar por la longitud del considerable poema y lanzó al mercado una selección de "trozos argentinos". Huelga repetir lo ocurrido; Carlos Argentino Daneri recibió el Segundo Premio Nacional de Literatura [2]. 

El primero fue otorgado al doctor Aita; el tercero, al doctor Mario Bonfanti; increíblemente, mi obra Los naipes del tahúr no logró un solo voto. ¡Una vez más, triunfaron la incomprensión y la envidia! Hace ya mucho tiempo que no consigo ver a Daneri; los diarios dicen que pronto nos dará otro volumen. Su afortunada pluma -no entorpecida ya por el Aleph- se ha consagrado a versificar los epítomes del doctor Acevedo Díaz.

Dos observaciones quiero agregar: una, sobre la naturaleza del Aleph; otra, sobre su nombre. Éste, como es sabido, es el de la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada. Su aplicación al disco de mi historia no parece casual. Para la Cábala, esa letra significa el En Soph, la ilimitada y pura divinidad; también se dijo que tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del superior; para la Mengenlehre, es el símbolo de los números transfinitos, en los que el todo no es mayor que alguna de las partes. 

Yo querría saber: ¿Eligió Carlos Argentino ese nombre, o lo leyó,aplicado a otro punto donde convergen todos los puntos, en alguno de los textos innumerables que el Aleph de su casa le reveló? Por increíble que parezca, yo creo que hay -o que hubo- otro Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph.

Doy mis razones. Hacia 1867 el capitán Burton ejerció en el Brasil el cargo de cónsul británico; en Julio de 1942 Pedro Henríquez Ureña descubrió en una biblioteca de Santos un manuscrito suyo que versaba sobre el espejo que atribuye el Oriente a Iskandar Zú al-Karnayn, o Alejandro Bicorne, de Macedonia. 

En su cristal se reflejaba el universo entero. Burton menciona otros artificios congéneres -la séptuple copa de Kai Josrú, el espejo que Tárik Benzeyad encontró en una torre -1001 Noches, 272-, el espejo que Luciano de Samosata pudo examinar en la luna -Historia verdadera, I, 26-, la lanza especular que el primer libro del Satyricon de Capella atribuye a Júpiter, el espejo universal de Merlin, "redondo y hueco y semejante a un mundo de vidrio" -The Faerie Queene, III, 2, 19-, y añade estas curiosas palabras: 

"Pero los anteriores -además del defecto de no existir- son meros instrumentos de óptica. Los fieles que concurren a la Mezquita de Amr, en El Cairo, saben muy bien que el Universo está en el interior de una de las columnas de piedra que rodean el patio central... Nadie, claro está, puede verlo, pero quienes acercan el oído a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo, su atareado rumor... La mezquita data del Siglo VII; las columnas proceden de otros templos de religiones anteislámicas, pues como ha escrito Abenjaldún: En las repúblicas fundadas por nómadas es indispensable el concurso de forasteros para todo lo que sea albañilería".

¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.


A Estela Canto.

FIN 




Arte: Athos Luca
Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin



CITAS:


[1] Recuerdo, sin embargo, estas líneas de una sátira que fustigó con rigor a los malos poetas:

Aqueste da al poema belicosa armaduraDe erudicción; estotro le da pompas y galas.Ambos baten en vano las ridículas alas... ¡Olvidaron, cuidados, el factor HERMOSURA!

Sólo el temor de crearse un ejército de enemigos implacables y poderosos lo disuadió -me dijo- de publicar sin miedo el poema.


[2] "Recibí tu apenada congratulación", me escribió. "Bufas, mi lamentable amigo, de envidia, pero confesarás -¡aunque te ahogue!- que esta vez pude coronar mi bonete con la más roja de las plumas; mi turbante, con el más califa de los rubíes."

[*] Oxímoron: Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido. Ejemplo: "un silencio atronador".

[**] Apóstrofe: Figura que consiste en dirigir la palabra con vehemencia en segunda persona a una o varias, presentes o ausentes, vivas o muertas, a seres abstractos o a cosas inanimadas, o en dirigírsela a sí mismo en iguales términos.

6.22.2013

LOS PODERES DEL CHAMAN [6/7]

Por Francisco Trujillo








EL UNIVERSO MAGICO DEL CHAMAN

Alce Negro fue un importante Chamán de la tribu Sioux, primo del famoso Jefe Caballo Loco. El Biógrafo John G. Neihardt lo conoció hacia finales del siglo pasado y se dio a la tarea de dar a conocer al mundo las experiencias que transformaron a este personaje en un Holy Man u Hombre Santo, nombre que en algunas regiones también recibe el Chamán.

Hacia los cinco años. Alce Negro tuvo sus primeras experiencias:

En una ocasión vi un par de Figuras Humanas aparecer en el Cielo y descender lentamente hasta el Lugar donde yo me encontraba. Venían cantando, y los Truenos resonaban potentemente por todo el Cielo, como Tambores que acompañaran el Canto, éste decía, con una Melodía extraña y hermosísima: 
"Maravillate, una Voz Sagrada te habla... Por todo el Cielo y sobre la Tierra, una Voz Sagrada te está llamando..."
Alce Negro no refirió nunca a sus mayores la Experiencia por miedo a que no fueran a creerle. Cuatro años después, cuando tenía Nueve de edad, tuvo otra Experiencia, esta vez definitiva: se encontraba en el interior de su tipi recuperándose de un accidente en el cual se había herido las piernas, que le dolían mucho. Por la parte abierta de las pieles que formaban las paredes de la tienda pudo ver hacia el Cielo donde, de nuevo, las dos Figuras que años atrás lo habían llamado, comenzaron a acercarse hacia él. Ahora venían armadas con sendas lanzas luminosas. En esta ocasión si llegaron hasta la Tierra, muy cerca de Alce Negro. Le dijeron: 
"De prisa, ven, acompañanos. Tus abuelos te están llamando."
 Sin que el niño se diera perfecta cuenta de lo que sucedía, sintió de pronto cómo su cuerpo se hacía mucho más ligero y como las piernas dejaban de dolerle. De esta manera Inició su Primer Viaje Chamánico. Citamos a propósito la Obra de Stephen Larsen, otro Especialista:

Salí del tipi tras aquellos hombres; una pequeña Nube se acercó muy rápidamente y se detuvo junto a mí, me tomó y me condujo hacia el Lugar de donde provenía, volando también a gran velocidad. Cuando miré hacia atrás y hacia abajo pude ver a mi padre ya mi madre, y sentí mucha tristeza por alejarme de ellos.
Después no ví nada; no había nada más que el Viento, la suavidad de la pequeña Nube que me transportaba y la figuraba de aquellos dos hombres a los que la Nube parecía seguir. Arriba, más arriba, hacia donde las blanquísimas nubes se apilaban en el espacioso Campo Azul del Cielo; en el interior de ellas los Rayos vivían y corrían y explotaban.
Lentamente fui entrando en un Mundo de Nubes y, junto con mis Guías, llegué a encontrarme justo en medio de una Gran Planicie rodeada de Cumbres Nevadas. 

En su Libro sobre el Tema, el autor Nevil Drury continúa el Relato de este Chamán Sioux:


...Entonces Alce Negro tuvo una dramática y bellísima Visión en la cual 20 Majestuosos Caballos surgieron del Oeste; sus crines relumbraban y de sus fosas nasales salían Relámpagos. Esta fue seguida por otras Tres Visiones en la que semejante cantidad de Caballos apareció de una manera igualmente Majestuosa, solo que en Cada Ocasión el Color de los Animales era diferente, así como su Procedencia, ubicada respectivamente en cada uno de los Cuatro Puntos Cardinales. El Cielo se cimbraba con el estruendo de las estampidas salvajes.
Después de "danzar" por todo el Cielo, los Caballos se transformaron "en Animales de todas las Especies", se dispersaron y finalmente desaparecieron "por cada una de las Cuatro Orillas del Mundo".
Más tarde, Arriba, todavía Más Alto en el Cielo, pudo ver cómo un cúmulo de nubes se apiló de tal manera que fomó un tipi maravilloso. Apareció un Arco Iris que hizo las veces de Puerto de aquella Tienda a través de la cual Alce Negro pudo ver a Seis Ancianos sentados en semicírculo.
Entonces "los dos Hombres que portaban las Lanzas tomaron sus Lugares, de pie, uno a cada costado mío, al igual que todos los Caballos, que volvieron a aparecer y se dispusieron en Cuatro Grupos, rodeándome y de frente al Gran tipi, mirando hacia adentro".
El Más Anciano de los Abuelos habló con Voz dulcísima y dijo: "Entra y no tengas miedo. Ven aquí." Mientras él hablaba todos los Caballos relinchaban potentemente para infundir ánimos al niño. Este entró, para colocarse de pie ante el Grupo de Ancianos. "Lucían mucho pero mucho más viejos de lo que cualquier hombre lo puede ser; tanto como lo son las Montañas o las Estrellas."
El Más Viejo volvió a hablar: "Tus abuelos por todo el mundo han tenido un acuerdo y han decidido hacerte venir hasta Aquí para Enseñarte."

Más tarde, Alce Negro fue transportado alternativamente por cada uno de los Seis Ancianos hasta una diferente Morada Celestial, con el fin de ser Iniciado en el conocimiento "Magico y Verdadero" del Universo. Luego de este largo e intenso Proceso, Alce Negro fue llevado de regreso al tipi de los Ancianos, y ahí nuevamente el Más Viejo lo recibió, esta vez entonando un extraño Canto, que el niño Aprendió para luego regresar al lado de su familia.

Desde entonces, el Nexo entre el Chamán y sus Guías Espirituales quedó sellado, y en más de una ocasión Alce Negro pudo retornar al lado de los Ancianos sentados en el tipi que tenía como Puerta un reluciente Arco Iris.



EL ITINERARIO DEL CHAMAN

El Proceso por el cual un hombre llega a convertirse en un Medio de Encuentro y de Contacto entre el Mundo de Lo Profano y el Mundo de Lo Sagrado, léase entre el ámbito Humano y el de los Espíritus, obedece a un patrón general en los diversos Grupos que se han entregado a esta Práctica, éste consta fundamentalmente de Cuatro Etapas:

Vocación
 Llamada
 Iniciación
 Entrenamiento y maduración

Hemos de recalcar que éstos no son los Pasos que cualquier persona pueda seguir para convertirse en Chamán, nada de eso; se trata más bien de las Etapas que debe atravesar todo Individuo que, ya desde el momento de su Nacimiento e inclusive antes, tal vez desde cuando fue concebido, estaba predestinado para llegar a convertirse en Chamán.

La Primera Fase, Vocación, señala este Elemento, y aparece ligada, comúnmente, con una Serie de Señales que se relacionan tanto con el Nacimiento como con los Primeros Años de la vida del niño. Puede tratarse de una marca en el cuerpo, por ejemplo un singularísimo Lunar en la Frente o en la Palma de la Mano, o sobre el Corazón o en alguna parte de la Cabeza; puede también tratarse de una deformidad, puede nacer el niño con un dedo de más, con una pierna más corta que la otra o con los ojos de diferente Color. La Vocación, en términos de Signos Externos, puede manifestrase con cualquier Seña que resulte una Distinción del niño con respecto a los demás.

En Lo Interior del niño encontramos, en Primer Lugar, niños enfermizos, tanto física como mentalmente, o con tendencias a la depresión y a la soledad, también en este sentido cualquier Afición o tendencia mostrada por el niño fuera de los patrones comunes de comportamiento infantil puede ser considerada, por alguien entendido, como Señal importante de la Vocación chamánica.

El Nacimiento pudo estar precedido por un Eclipse de Sol o de Luna, o pudo haberse dado junto con una inundación o la erupción de un Volcán, o el Nacimiento de un Animal deforme en las cercanías del Lugar.

La Llamada inevitablemente se va a producir, por lo general en términos íntimos, muy personales, casi nunca relacionados con el grupo o de una manera pública, y siempre también con muestras de Lo Paranormal.

La Llamada llega al futuro Chamán, en más de una ocasión, por medio de Sueños o Visiones. En ella los Espíritus mantienen una "posición doble", ambigua: se muestran dulces y paternales a la vez que rigurosos e ineludibles; al mismo tiempo invitan y fuerzan al novicio a llevar la vida de Chamán, lo que implica alejarse de la forma común de vida. Ser Chamán significa un Sacrificio, pues su rutina es muy rigurosa, por lo que en más de un caso él Se Llama a Sí Mismo "Guerrero".

De esta manera, es comprensible que en el momento de la Llamada se produzca en el futuro Chamán una verdadera Crisis de Conciencia en cuanto al Significado Real de su Vida y en general de la Vida en el Universo: este Punto de la Llamada y la Crisis de Conciencia se encuentran vinculados de forma estrecha con el siguiente.

La Iniciación es precisamente lo que se entiende por una Crisis: la antigua Forma de Ser, la antigua Personalidad del futuro Chamán, a través de este Proceso se transforma en algo por completo Diferente, es decir, deja de existir para cederle el Paso a una Nueva Manera de Ver el Mundo, una nueva Concepción tanto de Sí Mismo como del Universo en general, y ello debido a un aumento en el Poder Personal.

La Crisis de la Iniciación responde al Esquema de Muerte y Renacimiento. En diferentes Formas el Aspirante es "aniquilado" para darle Espacio al Nuevo Ser Poderoso y Capaz de realizar Maravillas.

El Aspirante, por medio de los Sueños o de los Estados de Conciencia Alterados, inducido ya sea por el consumo de alguna Planta Sagrada o por la práctica de alguna de las diferentes Técnicas Extáticas, atraviesa por la Experiencia de la Muerte, el Descuartizamiento y la Recomposición de su Humanidad por Elementos Sagrados.

Esto es así porque el individuo abandona un ámbito de la existencia para penetrar en Otro, abandona el Mundo de Lo Profano para penetrar en el Mundo de Lo Sagrado, de ahí lo de "Hombre Santo". Etimológicamemente, la palabra profano significa "fuera del Templo", mientras que Sagrado hace referencia al Culto dirigido a la deidad, de tal manera que podemos interpretar este Proceso de la Iniciación como una Purificación.

Por medio de la Profunda Crisis experimentada por el futuro Chamán, todos los Elementos profanos e impuros abandonan su persona, ya sea por medio del tormento psicológico o del dolor físico; la terrible Prueba del miedo y la no menos terrorífica Prueba de la Muerte.

Pero existe también otro Elemento que entra en juego en esta Etapa: El Descenso, luego de la "muerte", a las Regiones Infernales o, más propiamente dicho, hasta las Regiones Subterráneas y la subsecuente Ascención al Cielo, a las Regiones Celestes.

En el Ejemplo de Alce Negro no aparece el Tránsito por los Infiernos, pero éste, en muchísimos casos, si juega un papel decisivo. Dice Mircea Eliade:


En algunos Lugares, la Iniciación puede realizarse en términos simbólicos, mientras en otras, ésta requiere el Tránsito por verdaderas Pruebas de resistencia al dolor, como el caso de una Iniciación esquimal, en la cual el Aspirante debe soportar más de un mes desnudo dentro de una choza cubierta por la nieve, sin más alimento, que muy esporádicos sorbos de agua caliente, administrada por su Instructor.
Entre los Wiradjuri, el Maestro Iniciador introduce en el cuerpo del Aprendiz Cristales de Roca y le da de beber Agua en la cual de antemano echó algunos de esos Cristales: a consecuencia de esto el Aprendiz consigue "ver" a los Espíritus. El Maestro lo lleva después a una Tumba y los Muertos le regalan , a su vez, Piedras Mágicas. El Candidato encuentra también una Serpiente, que es desde entonces su Tótem, y que lo Guía hacia el Interior de la Tierra, donde hay un gran número de Serpientes: enroscándose en él le infunden los Poderes Mágicos. Luego de este significativo Descenso a los Infiernos, el Maestro conduce a su Discípulo hasta el Campo de Beime, el Ser Supremo. Para conseguirlo trepan por una cuerda hasta que se encuentran con el Ave de Beime.
"Atravesamos las nubes -cuenta el Aprendiz- y al otro lado estaba el Cielo. Entramos por una Abertura por la que penetran los Doctores y que se Abría y Cerraba con mucha rapidez." Si alguna Puerta le tocaba, el Aspirante perdería el Poder Mágico y, ya de vuelta en la Tierra, moriría irremediablemente.

Este último es también un dato común en la Iniciación Chamánica: en todo momento se encuentra presenta la Muerte como posibilidad real o como consecuencia de cualquier error en el Rito durante el Tránsito Iniciático.

Como pudimos apreciar en el Relato, una parte importante en la Iniciación es lo que llamó Eliade la Asignación del Tótem, Fuerza Espiritual a la que hemos definido como "familiar", Aliado o Nagual.

Se trata del Reconocimiento, por parte de una Potencia del Otro Mundo, del Candidato como Protegido: un Espíritu que puede comúnmente tomar la Forma de cualquier Animal.

Un Animal terrestre o un Ave, un Pez en contadas ocasiones, recibe al Iniciado como Protegido. De hecho, en lo general, la Adopción del Aspirante por parte de su Protector señala que el Proceso de Iniciación ha sido concluido exitosamente.

La Siguiente Etapa es la del Entrenamiento y Maduración, en la cual el Nuevo Chamán Aprende, con la Guía de su Espíritu Tutelar, al mismo tiempo que la de su Maestro Humano, a dominar los Poderes que ha adquirido o a los que ha ganado Acceso por medio de la Iniciación.

En esta Etapa, el Chamán aprende las diversas Técnicas para entrar en Extasis, ya sea por medio de la ingestión de alguna Planta Sagrada o por la Concentración, Meditación, Gimnasia o Respiración.

Durante esta Etapa el Novicio Aprende también el Significado Oculto de la Mitología, que le servirá para reconocer a las Potencias Espirituales con las cuales entrará en contacto en su Vida como Chamán; también Aprenderá acerca de la Gama de Ritos asociados con cada una de dichas Potencias.

Durante esta Etapa el Chamán Aprende a Comunicarse, es decir a "comportarse" entre los Grandes Espíritus, a ganar su Amistad y, en su caso, a ejercer sobre ellos la Fuerza; Aprende asimismo a hablar con los Animales y a Transformar su propia Figura en la de uno de ellos. Aprende acerca de las Verdades Mágicas del Mundo y de los resquicios de la realidad profana por entre los cuales su Poder Sagrado se puede Manifestar.

Todo ello, y esto es fundamental, es Aprendido por medio de Procedimientos bien prácticos y en términos de la Tradición Oral, de tal manera que la Presencia del Maestro resulta indispensable. No podemos imaginar una especie de "curso por correspondencia" de Chamanismo, o un libro titulado Cómo convertirse en Chamán.

Es, finalmente, por esta Etapa que el Chamán hace madurar y logra el Dominio sobre los Poderes que ha recibido del Más Allá.



LA COSMOLOGIA DEL CHAMANISMO

Resultó algo sorprendente para los primeros Antropólogos y Etnólogos, es decir para las primeras mentes científicas modernas, el hecho de que  los Chamanes, y no solamente ellos sino también la Comunidad que se ciñe a sus Poderes y a su Sabiduría, no establecieron una clara diferencia entre lo que la Mente Moderna llama Realidad, y la Imaginación; entre la Conciencia y el Extasis.

Para el Chamanismo, lo que sucede en el Mundo "Exterior" es tan real como lo que acontece en el "Interior", identificado, como veremos, con el Mundo de los Espíritus, de tal manera que una Práctica Ritual que simbólicamente representa, por medio del Humo de cierta Planta Sagrada, la Presencia de un determinado Espíritu, no solamente la está representado o la invoca, sino que propiamente la encarna, y de esta manera la Potencia se encuentra en realidad ahí; lo mismo que sucede con los Viajes del Chamán.

Todo esto se encuentra basado en una Cosmología, es decir en lo que nuestra mentalidad racionalista podría llamar una "Teoría General del Universo", la cual, a grandes rasgos, parte del Principio Fundamental del Punto de Vista Mágico que entiende al Universo como una totalidad viva; Vida Transitando de una Forma a Otra y constantemente reciclándose por Obra de la Muerte. 

De manera que la Fuerza Vital no solamente se encuentra en los Hombres, los Animales y las Plantas, sino que también las Rocas tienen "alma", así como los Vientos, las Nubes y las Estrellas, el Sol, el Mar y los surcos formados por el Agua en el lecho de los Ríos. Todas las Cosas, desde tal perspectiva poseen un Espíritu, y a su vez Todos estos Espíritus giran alrededor de un Espíritu Mayor, de un Gran Espíritu, el cual es el Centro y la Razón de Ser de Todos los demás.

Toda esta Vida se entrelaza en el Universo como lo hacen las diferentes Voces de los Instrumentos de una Orquesta Tocando una Sinfonía, y la Sinfonía, en sí, sería el Universo, esencialmente Cambio y Movimiento, organizado en Tres Grandes Dimensiones o Reinos.

El Mundo Humano es en donde habita el Hombre y lleva a cabo las diferentes tareas necesarias para mantenerse vivo y reproducirse, todo ese Trabajo y Placer que en términos generales compone su Existencia, pero siempre bajo el Poder, bajo el alcance caprichoso de las Potencias Espirituales. Esto es, que el Mundo Humano en general se compone de la realidad profana -recuérdese el Origen Etimológico de la Palabra, señalado más arriba-, atravesado por las diversas Fuerzas de Lo Sagrado.

Por sobre este Mundo donde habitan los Hombres se encuentra el Cielo o la Morada de los Espíritus Superiores, regularmente Bienhechores y Sabios, aunque por lo común, la bipolaridad moral no existe como tal en la mentalidad chamanística. Por debajo del Mundo Humano existe un Reino Inferior, habitado por Potencias Espirituales, más bien tendientes al mal y a la destrucción, pero igualmente sabios y con capacidad e influencia sobre el Mundo.

Este Esquema General tiene ciertas Variaciones entre los diversos Grupos Humanos que se han dedicado a la Práctica del Chamanismo; de las muchas que existen, cada Mitología da un nombre diferente a los Reinos Superior e Inferior de esta Cosmovisión, así como a las diferentes Potencias que los habitan; asigna distintos Poderes a cada una de ellas e inclusive establece Jerarquías y Divisiones de diverso Tipo y Extensión; con todo lo cual el Esquema mantiene validez más o menos universal.

Una precisión para hacer empatar lo dicho hasta aquí con la División Profano-Sagrado expuesta en el Apartado de la Iniciación: podemos decir que el Mundo Humano equivale, en general, al Mundo de Lo Profano, en el cual el hombre come, trabaja, se divierte, anhela, traiciona y mata, mientras el Mundo de Lo Sagrado abarca los otros Dos Reinos, tanto el Superior como el Inferior y se refiere a la Dimensión de la Existencia en la cual las Grandes Potencias llevan a cabo Acciones Verdaderamente Trascendentales, no sujetas a la corrupción ni a la decadencia, como ocurre con las cosas del Mundo de Lo Profano, y de ahí el Poder de los Espíritus, del Chamán y de sus Objetos Mágicos.

Desde este Punto de Vista, resulta claro que en la Historia de Alce Negro, la Canción, que le Enseña el Más Viejo de los Espíritus Ancianos, es una Melodía de Poder, por provenir de una Región Sagrada. De la misma manera, algunas Danzas Rituales  y ciertas Posiciones de Concentración o de Ruego son consideradas Danzas de Poder, lo que también podría ser entendido como Danzas o Posiciones, o Palabras o Canciones Sagradas...

Otro Elemento fundamental dentro de la Cosmología del Chamanismo es el Puente, el Nexo entre los Mundos. En su Viaje, el Chamán esquimal debe atravesar un Puente angostísimo, en el cual apenas caben las plantas de los pies, figura que recuerda al Puente islámico del Sirat: 


"Más delgado que una Tela de Araña y más filoso que una Espada". 

La Cosmología del Chamanismo considera la existencia de una especie de Abertura o Conducto que comunica los Diversos Mundos entre sí; recordemos cómo las diferentes Tradiciones encuentran dicho Puente en el Estado de Duermevela, cuando el Individuo no se encuentra propiamente dormido ni tampoco despierto, o también en el Crepúsculo cuando la Luz del Día aún no termina de extinguirse y la noche tampoco ha caído.

He aquí la importancia, dentro del Pensamiento Chamánico, de la noción de "Centro": se localiza el Centro del Mundo, su Ombligo, entonces se ha localizado el Lugar donde las Dimensiones se tocan, y por lo tanto el Lugar por donde el Viajero puede Atravesar el Cosmos. Pero este Centro se entiende no solamente como Vacío, sino ocupado por una Figura Sagrada, frecuentemente un Arbol o una Montaña.

Existen Múltiples Variantes para la Idea Original del Arbol Cósmico, pero a todas podemos resumirlas en un Modelo Fundamental: en el Mundo Superior se encuentran la Copa, las Ramas, el Follaje, los Frutos y las Flores; al Mundo Humano le corresponde el Tronco, y al Mundo Inferior las Raíces, tan ramificadas como las Copas. El Chamán, dada su Cualidad Sagrada, adquirida en la Iniciación y dominada en el Entrenamiento, es capaz de trepar por el Tronco hasta las Alturas o Descender por él hasta los Infiernos y más tarde volver a la Tierra.

Algo similar sucede con la imagen de la Montaña, la cual en algunas ocasiones sustituye a la del Arbol; también por ella se puede Ascender y Descender; en ésta, el Mundo de los Espíritus se encuentra en la Cumbre, el Mundo Humano en las Zonas Medias y el Inframundo en las faldas.

Una constante más en la Cosmología del Chamanismo es la existencia de diversos Estratos en los Mundos Sagrados, es decir en el Inframundo y en el Mundo Superior. En las diversas Versiones de esta Idea, dichas Gradaciones varían alrededor de los Números 3 y 7; podemos, de esta manera, encontrar 3, 6 ó 9 "Cielos", los cuales el Viajero debe Atravesar, debe Ascender para encontrarse finalmente en la Morada del Espíritu Superior a quien, por ejemplo, desea consultar acerca de una grave enfermedad que aqueja a su Pueblo y de cómo combatirla eficazmente; puede tratarse también de un Itinerario que Atraviese o Ascienda, como si se tratara de Escalones, por 7, 14, 21 ó 28 Cielos.



LA PERSONALIDAD HUMANA

Dentro del Esquema Cosmológico del Chamanismo se inserta, por supuesto, un Concepto de Lo Humano, en particular del propio Chamán, como síntesis del Reino Humano de la existencia; ya que el Chamán, por medio del Trance Extático es capaz de deslindar una parte de su persona, la parte central, digamos, y en el mismo Acto abandonar el Cuerpo. Esto indica, en Primer Lugar, una Estructura dividida del Ser Humano, una Primera Bipartición: Cuerpo-Espíritu; pero más de cerca se encuentra la Idea, muy difundida en el Pensamiento Antiguo de que el Cuerpo que continúa en la Tierra permanece vivo por obra de una Fuerza Especial, no por Sí Mismo, sino por la instancia llamada "alma".

En el Texto hemos usado hasta aquí indistintamente las palabras Espíritu y Alma. Pero existe entre ellas una Diferencia: el Espiritu se encuentra más bien ligado a la Conciencia y a la Identidad Sagrada del Individuo, mientras el Alma inyecta Vida al Cuerpo, como una especie de Aliento Vital.

De esta manera, la Estructura de la Personalidad Humana, al igual que la del Cosmos, es Tripartirta: Cuerpo -Recipiente-, Alma -Aliento Vital- y Espíritu -Identidad Sagrada del Individuo-.



LOS RITOS

Debemos insistir en el hecho, sorprendente e inclusive, para algunos, hasta pintoresco, de que el Chamán no encuentra distinciones entre lo que para nosotros es el Mundo Real y sus Mundos Mágicos, Míticos, plagados de Dioses y Fabulosas Fuerzas Espirituales, del cual Aprende por medio de la Guía de su Maestro Humano y la de sus Protectores Espirituales.

Debemos, asimismo, insistir en el hecho de que la Mitología resume la Concepción Cosmólogica del Chamán, es decir el Conjunto de Conceptos que él tiene acerca del Universo, del Hombre y de su propio papel como "Hombre Sagrado" en esta Vida. La Ritología, o Serie de Ritos realizados por el Chamán, la parte viva de su Mitología, es la Serie de Representaciones por medio de las cuales el Chamán puede Acceder hasta aquel Mundo de Verdades Trascendentes de Lo Sagrado, al tiempo que se separa de los actos volátiles e intrascendentes del Mundo de Lo Profano.

Cuando un Chamán realiza un Rito, se encuentra encarnando una Verdad Eterna, trayendo a la Realidad toda una Fuente de Potencias Mágicas, aunque para los ojos del occidental racionalista aquello no parezca más que la manipulación teatralizada de la ignorancia y del temor religioso.

De la misma manera que cuando el Chamán se disfraza, viste su Traje Ritual y se pinta la cara o se coloca sobre el rostro su Máscara y comienza a golpear el parche de su Tambor, se encuentra encarnando conscientemente a las Fuerzas del Mundo Espiritual con las cuales entra en contacto; encarna él mismo, con su propia persona, la Realidad Trascendente del Mundo Sagrado. Asimismo, al manipular sus Objetos de Poder y entonar sus Cantos y realizar sus Danzas Poderosas, en realidad se transforma en un Ser Más Vigoroso. Al respecto Nevill Drury dice:

Cuando miramos los Trajes de los Chamanes podemos ver la evidencia de todo  un proceso mítico implicito. Los Chamanes japoneses observados por Carmen Blacker vestían un gorro con Plumas de Aguila y de Lechuza, así como un manto adornado con pieles y cabezas de Víboras, todo ello con la intención de facilitar "el Paso" de un Mundo a Otro". Insistiendo sobre este Punto, Blacker señala que:
"Las Vestimentas Mágicas, así como los Instrumentos Musicales y los demás Elementos, de los cuales el Tambor es el más importante, encarnan, en su hechura, en los Materiales con los que se encuentran fabricados, en las Figuras que ostentan pintadas, Lazos Simbólicos -y reales, bastante reales, añadimos nosotros- con el Otro Mundo".
De esta manera, los Chamanes yakutes portan una Capa con el disco solar pintado, que representa la Entrada al Otro Mundo, subterráneo, mientras los goldi visten una especie de Chaqueta que tiene pintado el Arbol Cósmico y algunos "Animales de Poder", como Osos y Gatos salvajes, mismos que forman parte muy importante de la Experiencia Mítica. Los Chamanes teleut, a su vez, usan gorros adornados con alas de Búho para simbolizar el Vuelo Mágico. El Vestuario de los Chamanes buritos resulta mucho más difícil de portar, pues se encuentra adornado con Piezas de hierro, que representan  los Huesos de la Inmortalidad. Los Osos, Leopardos, Serpientes y Lagartos que aparecen en estos Diseños Ornamentales no son otros que los Espíritus auxiliares, o "familiares" del Chamán.

De esta manera, cuando observamos los Ritos de un Chamán estamos siendo testigos nada menos que de una Manifestación Real de Lo Sagrado en este Mundo, no de una representación, no de una Ceremonia "alusiva", sino del Acto por medio del cual las mismísimas Potencias Espirituales del Mundo Arcaico toman Forma, Voz y Movimiento para manifestarse entre nosotros, mortales habitantes de este Mundo Intermedio entre los estados opuestos de las Potencias Sagradas.


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