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8.11.2013

EL ESPEJISMO








Lo de aquella tarde fue apoteótico, deslumbrante, diría yo. Es ese tipo de suceso que te transporta más allá de todo y te hace sentir parte de la historia; te corren hormigas por las venas que te dicen que estás haciendo historia. Y yo estuve ahí, fui parte en ese instante de tiempo, cortado al azar, escribiendo con gritos roncos, casi afónico, ese trazo de ostentosa prosa para la posteridad. Yo estuve ahí, nadie me lo va a contar. 


Mi descendencia llevará, orgullosa, la trayectoria de mi presente. Será recipiendaria de mis manos alzadas al cielo acompañando ese grito de júbilo al escuchar el silbato que pitaba el final. Ahí tuvimos consciencia de lo trascendental del momento; cuando gritamos todos, nos abrazamos, lloramos, saltamos como locos. Ahí comprendimos que éramos artífices constructores de la historia, que sin nosotros la maquinaria futbolera no se hubiera puesto en marcha. Porque también, y esto es justo que se reconozca, sin nosotros el fútbol no es nada. 

Somos los muchachos del tablón los que le damos vida, luz y color a este deporte de multitudes. Y ahí tenés. Deporte de multitudes. Multitudes ¿Por qué?, ¿Por 22 pelotudos que corren detrás de una pelota? No, querido. Deporte de multitudes porque somos nosotros la multitud. El hincha, aquel que deja a su familia por esta pasión, aquel que cabildea el sustento necesario para seguir la casaca de sus amores, el que se enfrenta a los cabeza de tortuga que no entienden la ideología de los trapos. 

Somos nosotros los que les ponemos el pecho a las balas de goma. ¿Qué me van a venir a contar los dirigentes y jugadores, de sus angustia por la derrota, si soy yo el que no puede salir a la calle, el que se encierra deprimido al borde del suicidio por ese gol sobre la hora? Que no me la cuente, el fútbol es lo que es por nosotros. Un partido sin público es el símil de un circo sin payasos, intrascendente, casi invisible, exasperante para la voluntad popular.

Y sí, macho; yo estuve ahí y lo puedo contar.

La cosa venía mal en lo económico. En el bar hacíamos una suerte de revisionismo histórico preguntándonos que mierda había pasado entre la familia fundadora del pueblo que se dividieron y se instalaron a ambos lados del camino fundando Colonia Elisa y Santa María Elisa. Durante muchas décadas esos 10, 12 o 15 metros que puede tener de ancho el camino, formaron una muralla invisible infranqueable. 

Odios, rencores, celos, gritados de vereda a vereda. Para las nuevas generaciones, ajenas a esa vindicta historia, nos parecía una locura la división, así que no nos sorprendimos cuando las autoridades comunales presentaron el plan de unificar los tres estadios de fútbol -dos en Colonia Elisa y uno en Santa María Elisa- en uno solo y de índole comunal, para abaratar gastos de mantenimiento.

Viste que en Colonia Elisa tenemos dos clubes: Italiano Fútbol Club y Club Atlético Colonia, lo que dificultó la formación del equipo comunal, y, vos sabés, en un pueblo existen rivalidades internas a veces mayores que las amenazas externas, y son rivalidades que pueden llevar a perder el pueblo antes que lucir la casaca del club contrario. 

Luego de una descomunal batalla campal en la plaza, nos pusimos de acuerdo y formamos para la ocasión el Club Atlético Italiano Colonia de Fútbol. Para Santa María Elisa fue mucho más sencillo, ya que, ellos, a la cola de todo, tienen un solo club: Club Sportivo Rivadavia M. S. y C. El ganador le daría el privilegio a su comuna de levantar el estadio comunal.

Así fue. Te cuento que todo comenzó con el silbato del árbitro, tal cual como empieza cualquier partido de fútbol, aunque subrepticiamente ese inicio supuso las rivalidades históricas, ensalzando las hipotéticas virtudes de los unos y vilipendiando las supuestas taras infames de los otros. 

Los pocos espectadores que hicimos historia esa tarde -no te olvidés que entre los dos pueblos no sumamos más de seiscientos habitantes- nos repartimos en una alocada ola que ahogaba más por su angustia que por su tamaño. Transcurrido el tiempo reglamentario de juego, el partido estaba cerrado en 2 a 2. 

Como todo futbolero que se precie de tal, al advertir que la trascendencia del evento se iba a definir por tiro desde los doce pasos, todos pusimos el grito en el cielo. Los pingos se ven en la cancha y es de marica ganar un partido a los penales, no me digas que no. 

¿Con qué cara mirás, después, a la gente que con sus ojos te están diciendo puto, ganaron a penales? ¡Eh! No, querido, a penales no. Así que se jugó un alargue. Formalizados los cambios de reglamento, algunos jugadores comenzaron a mostrar síntomas de abatimiento físico. Otra vez el marcador igualado, pero ahora 3 a 3. 

Fue entonces cuando se propuso cambiar las reglas de juego y permitir que gente de las hinchadas pudieran reemplazar a los jugadores afectados físicamente y que el cotejo finalizara cuando uno de los dos equipos ganara por dos goles de ventaja. Como en el barrio, macho: a dos gana.

Se dio un pequeño alboroto, minúsculo si se quiere y la mitad de los jugadores fueron reemplazados por hinchas. El Moncho Galíndez trajo del potrero sus diabluras y puso a Atlético 14 a 13. A un gol de la verdadera victoria -cualquier otro fulbito no contaba en ese momento-. De pronto Sportivo jugó mal al off-side y esta vez el Rata se escapó con pelota dominada. 

La hinchada –o lo que quedaba de ella- contuvo el aliento, con el alma pendiendo de ese jugador que entraba al área a liquidar el pleito; punteó la pelota por encima del arquero, buscando el segundo palo. Todo ese deseo acumulado en nuestras gargantas se cortó de pronto en un silencio irreconciliable con la parábola de la pelota que besaba el travesaño y se iba a morir al techo de la red, ya inútil, ya sin sentido, ya con el árbitro pitando el saque de arco. Rata y la concha de tu madre. A mí me bajó la presión.

Bueno, lo demás ya es conocido. Tres años enteritos, con todos sus días y todas sus noches estuvimos disputando el estadio comunal. Es que si lo pensás bien, ahora, te digo, fue un error no aceptar los penales, de última no hay mal que dure cien años y con el tiempo la gente se olvida de los penales; o me vas a decir que vos te acordás que Brasil ganó el mundial ´94 a los penales. 

No. Te fumás que los brasucas tienen cinco copas del mundo, pero no te acordás que una la ganaron de pedo a los penales. A esa altura nos turnábamos para ir a laburar y así no dejar al equipo sin jugador. También vinieron de pueblos vecinos a darnos una mano, bue, en realidad un par de piernas que traían cada uno de los que iban llegando. 

42 a 41 ganábamos cuando el Rata, ese ser celestial; ese “barrilete cósmico” que tuvo la decencia de nacer de este lado del camino; ese traficante del balón que se sustrae clandestinamente de las defensas más férreas; sí, ese, ese mismo que pateábamos, tuvo la amabilidad de hamacarse en el área y elevarse cual gigante de Tebas para clavar un certero cabezazo al rincón derecho de un pobre arquerito que ni siendo el Hombre Elástico podía llegar. 

La explosión fue total. Una marea humana descendió las tribunas para ingresar al raleado césped y abrazar a esos gladiadores que nos daban la victoria. Un caos de frenesí; llantos; risas histéricas. Y como te dije, yo estuve ahí, nadie me lo va a venir a contar.


¿Lo otro? Y sí, son cosas que pueden pasar. Tres años a hacha y tiza, absorbidos por ese gran partido nos cegó. Con tantas emociones juntas quién iba a prestar atención a las máquinas que hacían movimiento de suelo en esa zona que después se loteo en un fangote. Que se yo. Tampoco me voy a poner en moralista. En el fondo no se puede negar que es un hermoso barrio privado el que se construyó y el hospital comunal puede levantarse en otro lugar. 
Si acá lo que sobra es espacio físico. 

¿Vos sabés algo?, porque dicen que el jefe comunal se llevó una buena tajada de ese emprendimiento inmobiliario. Que importa, yo estuve ahí y lo puedo contar. Una victoria futbolística no se compara con nada y el fútbol tiene esas cosas… a veces sirve para ocultar la verdadera realidad.


Arte: Revista el Gráfico
Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin

2.05.2013

SCIOLI, EL "PRESIDENCIABLE", Y EL ARTE DE RESPONDER SIN DEFINIR [UN ANALISIS DE SU DISCURSO]

Por Eliseo Verón




Lo que sigue ya lo he relatado en alguno de mis libros, pero me permito recordarlo aquí de manera sintética, porque tiene que ver con el tema de esta nota y resurgió instantáneamente en mi memoria cuando me puse a escribirla. París, Mayo de 1981. Asisto a reuniones en la sede del Partido Socialista, donde se discute con qué estrategia el candidato François Mitterrand deberá enfrentar a su adversario Valéry Giscard d’Estaing (presidente en ejercicio que busca su reelección) en el debate cara a cara que tendrá lugar antes de la segunda vuelta de la elección presidencial. Algunos de los participantes en esas reuniones hemos estado visionando, una y otra vez, la grabación del debate de 1974 entre los mismos dos candidatos, debate del que Giscard había resultado claro ganador, según los medios y la opinión pública de aquel entonces. La táctica giscardiana consistente en hacer preguntas-trampa, destinadas a mostrar que su adversario es incapaz de responderlas, había funcionado, en 1974, a la perfección: Mitterrand había buscado ingenuamente, cada vez, una respuesta. 

Principio básico para el inminente debate de 1981: Mitterrand no deberá, bajo ningún concepto, responder las preguntas que le haga Giscard.

Después, se puede discutir cómo tiene que reaccionar en cada caso (por ejemplo, poniendo en duda la legitimidad de su adversario para hacer la pregunta). Esa regla táctica fue sin duda una de las que salvaron a Mitterrand durante aquel debate de 1981; hizo posible el memorable “¡Yo no soy su alumno!”, ante una pregunta “pedagógica” de Giscard. En fin, la historia termina bien: Mitterrand fue 14 años presidente de Francia.

Me disculpo por ese feedback y vuelvo al aquí y ahora de nuestro país. Daniel Scioli tiene precisamente la reputación de no contestar las preguntas directas que se le hacen en público. ¿Cómo reacciona entonces Scioli ante una pregunta directa? ¿Se hace el sordo, mira para otro lado, se escabulle con algún comentario general sobre otro tema? Intentemos fijar, antes que nada y sin ninguna pretensión de exhaustividad, algunos hechos de discurso: se puede hacer muchas cosas con una pregunta directa. Vaya un ejemplo reciente: entrevista radial del de Enero de este año.
Periodista: ¿Usted es kirchnerista?
Scioli: Yo soy peronista, lo he dicho siempre. El peronismo es dinámico, con ciclos, corrientes.
La respuesta de Scioli tiene muchos implícitos pero son implícitos perfectamente normales desde el punto de vista de la semántica de la lengua. Los resumo así: 
Mi identidad política se define en un nivel más abstracto que el nivel en que se ubica su pregunta. La clase ‘los peronistas’ tiene subclases históricas: ‘los kirchneristas’, ‘los menemistas’, ‘los disidentes’, etc. Yo no me identifico con corrientes ni con ciclos (sobreentendido: ‘peronista’ es una categoría más estable, de más largo plazo). En este caso, la condición para producir el efecto buscado de cambio de nivel era, sin ninguna duda, no contestar ni sí ni no a la pregunta tal como había sido formulada.
Junio de 2012. La pregunta directa fue si se veía candidato presidencial en 2015. 
Scioli: “Soy un humilde trabajador de la política que hoy tiene la gran responsabilidad de gobernar Buenos Aires. No voy a cometer el error de hablar de aspiraciones futuras, cuando la gente me reeligió hace cinco meses”. Clarísimo: la pregunta está fuera de lugar y sería un error tratar de contestarla.
Enero de 2013. El siguiente intercambio merece una atención particular.
Periodista: ¿Cómo se lleva con Alicia Kirchner?
Scioli: Muy bien, siempre tuvimos mucho respeto.
Periodista: ¿Es una buena candidata para la provincia de Buenos Aires en 2013?
Scioli: Ella hace un trabajo silencioso, eficaz, sobrio, y tiene una gran experiencia. Con la Presidenta, cuando llegue el momento, hablaremos de la elección, de las listas.
Periodista: ¿Por qué evade las respuestas?
Scioli: Te estoy contestando todo (…) decime qué pregunta me hiciste que yo no te respondí, decime una.
Periodista: La última, por ejemplo, ¿Alicia es una buena candidata para la provincia?
Scioli: Si todavía la Presidenta o ella no lo han definido, cómo voy a planificar sobre eso. Yo te estoy hablando de los atributos de Alicia.
Periodista: ¿Tiene atributos para ser candidata?
Scioli: Te estoy diciendo cosas más importantes de Alicia que la simplicidad de una candidatura.
La metodología de Scioli no parece consistir simplemente en evitar responder las preguntas directas; lo que hace de manera sistemática es evaluar la pregunta –en la mayoría de los casos de manera implícita– calificándola: como prematura, como fuera de lugar, como planteada en un nivel que no corresponde, como necesitando una reformulación, etc. Práctica que puede considerarse totalmente normal en un responsable político de primera línea.

Pero claro, a lo largo de sus múltiples intervenciones, Scioli está haciendo también otra cosa: está construyendo un espacio-tiempo político propio, un ámbito que él busca definir como estable: peronista siempre. Ese ámbito trasciende los incidentes menores de la coyuntura, asociados por lo general a motivaciones y ambiciones personales:
“Yo no tomo decisiones a nivel personal." 
En ese espacio-tiempo, Daniel Scioli tiene sus reglas de conducta. Está focalizado en el presente de su trabajo y sus responsabilidades. 
“Tengo la energía puesta en la gestión, no en cuestiones electorales” 
No confronta. 
“La pelea entre los dirigentes no le soluciona los problemas a la gente. Yo hablo con quien tengo que hablar y no confronto”
“Yo este año no necesité andar peleándome, confrontando, comentando declaraciones de otros; yo me peleo con los que me tengo que pelear, con las organizaciones del narcotráfico, con las injusticias”
No opina sobre temas respecto de los cuales los responsables directamente involucrados no han tomado las decisiones que corresponde. 
“Si todavía la Presidenta o ella no lo han definido, cómo voy a planificar sobre eso”
No sigue los múltiples rumores que circulan sobre los aspectos más diversos de la situación política ni tampoco las declaraciones de tal o cual funcionario. 
“No puedo andar corriendo detrás de los rumores o haciéndome eco de cada especulación electoral. Soy respetuoso de la democracia, de las opiniones de todos, así que hago mi trabajo y punto”
Y cuando hay un problema de fondo, habla directamente con Cristina: así de simple.

Veamos dos ejemplos referidos directamente a Cristina. Entrevista en el programa El oro y el moro, conducido por Eduardo Feinmann:
Feinmann: ¿Le gustaría que ella sea candidata a presidente?
Scioli: Yo lo dije en el día de ayer cuando me lo han preguntado que, a partir de la facultad constitucional, a partir del trabajo que está haciendo, hay un gran consenso y respaldo para que pueda continuar al frente del Gobierno Nacional. Obviamente, son decisiones que forman parte de su reflexión, de su análisis, de su decisión.
Scioli da una respuesta institucional ignorando la dimensión subjetiva del “le gustaría” (recordar la frase ya citada: “Yo no tomo decisiones a nivel personal”).
Pregunta: supuesto malestar de la Casa Rosada ante su reticencia a apoyar la reelección de Cristina. Rotundo “no” de Scioli.
Scioli: “Nunca escuché eso, jamás. Todo lo contrario. Cuando pasan estas cosas, hablo con ella. Yo, cuando hay algo de esto, lo que hago es hablar con la Presidenta. Yo no soy ni obsecuente, ni ando todo el tiempo diciendo necesito que me digas qué querés”.
En este dispositivo, la relación directa con Cristina es un elemento central. El efecto es que la Presidenta aparece siempre involucrada en las propias decisiones del gobernador. 
“Con la Presidenta, cuando llegue el momento, hablaremos de la elección…”; 
“Hablé con la Presidenta y vamos a trabajar codo a codo con el Gobierno nacional”; 
“Yo me guío por lo que hablo con la Presidenta, no puedo andar guiándome por lo que dicen otros funcionarios”. 
Enero de 2011: la pregunta directa fue si estaba al tanto del rumor de su candidatura, en el caso de que Cristina Kirchner no se presentara para pelear por su reelección. 
Scioli: “Sí, pero estoy haciendo mi trabajo como gobernador, y ésta es la realidad. Después vendrán los tiempos electorales. Yo formo parte, como lo he dicho en varias oportunidades, de un equipo de trabajo, de un trabajo que estamos llevando adelante con la Presidenta…”. 
A propósito de Mariotto: 
“… él está yendo a distintos municipios con una gran disposición a ayudarme, de honrar esta confianza que hemos depositado en él con la Presidenta para llevar adelante esta responsabilidad institucional”. 
Una Pregunta directa: ¿“A usted le molesta esa candidatura [la de Martín Sabbatella]?
Scioli: “Repito: creo en mi trabajo y confío en la gente. La gente puede tener la tranquilidad de que Cristina y Scioli, ese equipo que viene desde 2003 hasta ahora, tienen la posibilidad de seguir adelante”. 
La metáfora conyugal es explícita: “Tengo diferencias con Cristina y me llevo bárbaro; tengo diferencias con Karina [su esposa] y hace treinta años que la conozco”. 

Más allá de la metáfora, un principio: las diferencias son una dimensión natural del vínculo entre las personas que trabajan en un mismo proyecto político. ¿Y el vínculo con la oposición? Véase su comentario con motivo de una reunión pública mantenida con Mauricio Macri: 
“Uno puede estar en un proyecto político, pero hay un tema de interés de la gente y es mi forma de trabajar: hablar con las personas que tienen representatividad institucional para encarar soluciones en conjunto de temas como la basura”.
Si consideramos globalmente los elementos de esta configuración discursiva, no cabe duda de que el perfil público que está construyendo Daniel Scioli es, en sentido estricto, excepcional, único: ningún otro funcionario del Gobierno tiene semejante posicionamiento. Evaluar su eficacia con respecto a qué objetivos es otra historia. Claro que nada impide especular al respecto, con los consiguientes riesgos.

La distinción, comentada más arriba, entre un espacio-tiempo político estable y trascendente por un lado, y el flujo de los incidentes cotidianos de la coyuntura por otro lado, es una disociación fuerte y resulta extremadamente útil: le otorga a este dispositivo de Scioli una capacidad de absorción de los ataques casi infinita, una suerte de inmunidad que es sin duda el factor más irritante para el kirchnerismo. 
"De aquí nadie me mueve es, en cierto modo, el mensaje de Scioli; sacarme del camino exigirá un cuestionamiento directo, explícito y global, que sólo será legítimo si viene directamente de la propia Presidenta." 
Que sea global, es decir que cuestione esa posición genérica del eterno peronista imperturbable, es un aspecto decisivo: las críticas sobre tal o cual problema particular, por duras que parezcan y aunque vengan de la propia Presidenta, son absorbidas como parte de las “diferencias” que existen siempre entre los que llevan adelante un proyecto político común. En el panorama actual del oficialismo no se ve, por el momento al menos, ningún factor que pueda inducir a la Presidenta a considerar necesario (o conveniente) semejante enfrentamiento.

En términos de una eventual candidatura presidencial, el dispositivo que estamos comentando no deja de plantear algunos problemas serios. Si como mecanismo de posicionamiento frente a las múltiples internas del oficialismo ha resultado hasta ahora notablemente eficaz, no tiene en cambio ningún atractivo en el contexto de una elección presidencial.

La percepción negativa de la Táctica de Scioli ya existe, dentro y fuera del kirchnerismo, y puede fácilmente amplificarse: oportunista, está siempre con el oficialismo, antes fue menemista y ahora es cristinista, se traga todos los sapos, etcétera. Y aun en el caso de una lectura no necesariamente negativa de esa Táctica (como es mi caso), hay una gran distancia entre ese dispositivo de esponja, que absorbe desplazando sobre el otro la decisión de una ruptura, y el perfil de un candidato presidencial.

Se me dirá que en la Argentina todo es posible. Concedido. Es verdad que Cristina nunca ha desmentido la existencia de esas conversaciones con Scioli. Vaya uno a saber. Tal vez baste que, llegado el momento, Scioli hable con la Presidenta para que el tema de la candidatura de 2015 quede definitivamente resuelto...


Diseño & Diagramación: Pachakamakin

11.18.2012

REFLEXIONES SOBRE EL 8N

Por Juan José Oppizzi
Sus Artículos en ADN CreadoreS




Deliberadamente repito esa nomenclatura, 8N, con que se ha popularizado la manifestación opositora al gobierno de Cristina Fernández del 8 de Noviembre de 2012, aunque lo primero que salta a los ojos es la idéntica modalidad de sintaxis adoptada para nombrar a aquel 11S, el día en que sucedió el controvertido caos de las torres gemelas y del Pentágono, llamado por el gobierno de Estados Unidos “atentado”. Este 8N fue, obviamente, sin sangre (o, al menos, con pocas gotas, vertidas por las caras de algunos periodistas agredidos), pero en esencia tan sospechoso como aquel conjunto yanqui de hechos. 

No voy a molestarme en analizar otro aspecto de la multitudinaria marcha: su organización a cargo de la empresa multimedios Clarín, con la ayuda de sectores de la derecha, como Francisco De Narváez, Mauricio Macri, el neonazi Alejandro Biondini y el ex mandamás de la SIDE de Menem, Juan Bautista Yofre. Sí podría comenzar señalando un hecho inédito en la historia argentina: que una manifestación opositora a un gobierno haya contado con el micrófono del canal estatal abierto a sus declaraciones. Eso ocurrió, y quienes quisieron pudieron arrimarse a decir lo que pensaban con absoluta libertad. La periodista Cynthia García, de la Televisión Pública, haciendo gala del ejercicio pleno de lo que es el verdadero periodismo, entabló un diálogo con la gente que golpeaba cacerolas, que gritaba consignas y que exhibía carteles. La diversidad de estos dos últimos instrumentos de expresión (las consignas y los carteles) hablaba de una mixtura no muy clara de propósitos o, más bien, de una falta de unidad argumental quizá estimulada por los armadores del acto. 

Esa variedad sirvió para que los medios regenteados por Clarín pudieran seleccionar lo que mejor les convino a la hora de hacer un balance ideal. Alguien que sólo hubiera visto la parte de los testimonios recortados por los voceros del poderoso multimedio, podría convencerse de que el conjunto de ciudadanos que anduvieron por la Plaza de la República, en Buenos Aires, coreaba los mejores, más prudentes, más lógicos y más constructivos lemas del orbe. Sin embargo, el panorama completo resultó bastante poco amable; no menos de seis periodistas de diferentes canales, publicaciones y agencias informativas (incluido uno del propio Clarín) fueron insultados, golpeados y perseguidos. Muchas consignas chillaban agravios, imágenes homicidas y alusiones macabras para con varios integrantes del gobierno, en especial la Presidenta Cristina Fernández. Y lo que más me llamó la atención fue el contenido de los diálogos con Cynthia García de numerosos asistentes a la manifestación; ella preguntaba y repreguntaba para buscar los fundamentos de cada concepto vertido a micrófono libre. 

En incontables oportunidades quedó al descubierto la falta de razones valederas, de información elemental, y la sobra de odio. Los argumentos predominantes eran la imposibilidad de comprar dólares y una feroz condena a la Asignación Universal por Hijo; todo eso en el marco de una supuesta asfixia dictatorial, en la que la ausencia de libertad era coreada por la mayoría. El interesantísimo trabajo de Cynthia García fue volviéndosele cada vez más difícil; en cámaras era ostensible cómo se la insultaba, se la manoseaba, se hacía ruido y se gritaba a fin de perturbar el libre desarrollo del diálogo que ella tenía con los asistentes a quienes se les ponía micrófono. Al final, la situación de patoterismo fue insostenible y la periodista buscó refugio en el móvil de la emisora, en donde continuó siendo hostilizada. Fue insólito que al día siguiente Beatriz Sarlo (¿Qué le pasa a esa mujer?) dijera que la labor de García había sido como la de una maestra tomando examen. De eso se trataba, precisamente: del libre examen de una situación. Si los asistentes a una marcha en contra de un gobierno no saben cuáles son los fundamentos de su protesta, si, cuando se les repregunta, no tienen argumentos para apoyar su posición, entonces debemos pensar –como piensan muchos, yo incluido– que gran parte de los que fueron a la Plaza de la República –y a cientos de otros lugares del país– se limitaron a gritar el libreto machacado en los últimos años por los medios del grupo Clarín. Abona esta tesis un amplio material documental, que muestra claramente cómo las consignas enunciadas a diario por la televisión propiedad del señor Magneto afloraron de manera casi textual en las bocas que protestaban. 

No quiero pasar por alto la validez de muchísimas otras voces en la marcha del 8N, reclamantes por la inseguridad, por la inflación y por diversos problemas que son reales y que generan una motivación innegable. Lo que lamento es que las buenas intenciones de estos ciudadanos sean empañadas por las especulaciones de sectores ajenos a esa finalidad, y que no haya una línea divisoria que los separe, un repudio que aísle la petición garantizada por las normas constitucionales de las arteras maniobras conspirativas. 


Otro aspecto a señalar es la ausencia pública de las entidades organizadoras del acto. Eso respondió, obviamente, al propósito de mostrar el hecho como una cosa apolítica. En las redes sociales abundaba el misterio, la recomendación de “transmitir con copia oculta”, la supuesta existencia de una “autoconvocatoria” (aunque dos meses antes los “autoconvocados” revelaran “profundos debates”, sin decir en qué círculo íntimo, para elegir el lugar central de la marcha). Pero el anonimato es de doble filo: su impunidad cobarde no contribuye a su propio fin; al no poder concretarse en un factor a la luz del día, no puede afirmarse como alternativa real para la sociedad, por más que se junten miles o millones de personas en todas las plazas de la Argentina. 


Y ése es el aspecto más peligroso que tuvo el movimiento del 8N: su marginalidad conceptual. “Que se vayan todos”, “que renuncie el gobierno”, “no la queremos (a Cristina Fernández)”, son generalidades que no tienen perspectiva ni coherencia, al menos dentro de lo que fija la Constitución Nacional sobre las herramientas populares. Únicamente fuera de ese marco, en el ámbito de la simplificación, en el delirio fascista de una minoría resentida por el paso de la historia, encuentran espacio los gritos de los energúmenos que se hicieron eco de aquella barbaridad emitida por el hijo de Jorge Porcel y levantada por Cecilia Pando: “no fueron treinta mil; faltaron treinta mil”. 

Esas atrocidades verbales (reflejo de las atrocidades morales de sus autores y propaladores) invalidan las acusaciones contra Cristina Fernández de “soberbia”, “autoritaria” o “ajena a la realidad”. ¿Hablan de dictadura K los personeros de una derecha que fue brazo ejecutor o, cuanto menos apoyo, del último régimen militar? ¿Qué destino les hubiese aguardado a manifestantes contra Videla, Viola, Galtieri o Bignone, en el mismo tono de los del 8N? ¿Cuánto hubieran durado en el aire transmisiones en directo de esas hipotéticas (e imposibles) marchas? ¿No fue “autoritario” un Martínez de Hoz al implementar un plan económico basado en el aplastamiento de la libertad y de los derechos constitucionales? ¿No fue “soberbio” un Cavallo (ídolo de los sacerdotes del mercado) cuando estatizó (nos transfirió a todos los ciudadanos) la deuda externa de un grupo de timberos económicos? ¿No fue “ajeno a la realidad” un Galtieri cuando contaba el cuento de la victoria en una derrota de Malvinas que estaba cantada antes de empezar la guerra? Muchos de los que en el 8N humearon de furia ¿Qué hacían cuando el país humeaba de matanzas y de bancarrota?



Diagramación & Diseño: Pachakamakin

7.22.2012

EL GRINGO TORNICH


Por El Profesor Golber





El tema es cuando la cosa toma estado público y lo del gringo Tornich no escapa a esa lógica.


La noticia saltó anoche en radio, te cuento. Y como todas las noticias con un trasfondo escabroso, se extendió rápidamente por todos los ámbitos futboleros y no futboleros, ávidos estos últimos de escándalos con los que dañar la ya de por sí dañada imagen de un deporte que cada vez tiene menos de deporte y más de negocio. Parece, te digo, que el afamado centre forward del arrollador San Palomino de Laverni -equipo que disputara 17 veces la final de copa sin ganarla nunca- el gringo Tornich, ¿Te acordás?, fue denunciado ante el Fiscal de turno por falsedad ideológica de documento público. Si se comprueba el delito, el gringo Tornich, sufriría la máxima sanción penal. Ahora, como hay gente mala, y vos sabés que sí las hay, ya empezó la carroña y la prensa mal intencionada, ávida de escándalos, ya está diciendo que esto es una cortina de humo para tapar otros problemas del San Palomino, ya que toda vez que al gringo se le dio un penal, el solito se encargó de malograrlo.

Escuchá bien, que te cuento. Cuando el gringo llegó al clú hace algunos años atrás, inmediatamente todos supimos que era un jugador que prometía: prometía jugar el fin de semana, prometía ir a los entrenamientos, prometía bañarse. Lo que nunca nos imaginamos o tal vez no quisimos ver, obnubilados por su endiablada gambeta inconducente que le acarreaba los insultos de la tribuna, es qué tan lejos podía llegar. Y fue bastante, te digo: es el centre forward que más off sides le han cobrado en la historia del clú.

Yo sé que se le puede criticar su extravagancia en el juego, que más de una vez nos ha dejado perplejos en el tablón al no encontrar insulto que comprendiera su accionar; como aquella vez –te acordás- que se fracturó el mentón al arrojarse en palomita tras un centro al rastrón del wing derecho. Pero ¡Ojo!, nunca, nadie, podrá negar que es un jugador de los que le gusta a la barra; que es un tipo siempre atento a las sugerencias que los muchachos le hacíamos y que siempre estuvo dispuesto a colaborar con el sostenimiento económico del grupo que seguimos al clú a donde fuera.

El gringo Tornich tiene esas cosas. Vos sabés. De a momentos balancea su cintura, de un lado al otro, cruza su pierna derecha de adentro hacia fuera por encima del esférico y sale jugando por el lado contrario al que había amagado, desprendiendo virutas de césped y generando el clamor de las gargantas apasionadas en ese grito de guerra futbolístico que es el ¡Ooolee!; para después comprarse todos los boletos a la concha de su madre porque el tarado se enreda con la pelota y cae simulando ser un bicho bolita que rueda hasta los confines de la vergüenza. El gringo Tornich tiene esas cosas; no me lo niegues.

Ahora, nunca, jamás, vamos a permitir que lo traten de delincuente. No vamos a negar, tampoco, que robó algunos años en el clú. Pero qué jugador de su trayectoria no lo hace. Tampoco nos rasguemos las vestiduras, cuando Lothar Matthäus terminó jugando de zaguero central para facturar unos años más. Decí cualquier cosa, menos que el gringo Tornich sea un delincuente.

Ahora viene la cosa, y por eso te digo que la prensa es mal intencionada. Su desgracia empezó cuando a Yuseppe Portaluppi, presidente del clú, viste, se le ocurrió la genial idea de que la voz del estadio leyera, antes de cada match, la formación inicial del equipo, el 11 inicial como dicen ahora. La intención de Yuseppe era que el público, rebosante de alegría, aplaudiera y ovacionara uno por uno a los gladiadores del San Palomino de Laverni. Nunca imaginó –o sí, no sé- que estaba cavando la tumba al gringo Tornich, que con su lectura de la formación abría las puertas del cadalso para este nueve generador de odios y amores.

Así comenzó su derrotero que lo llevaría hasta el perchero del vestuario y, ahí, colgar sus botines como insignia de la derrota.

Aquel día fatídico la voz del estadio cumplió su mandato. “Estos son los 11 jugadores que enfrentarán al Deportivo Buen Orden” y lanzó como ráfaga los 11 apellidos: “Giardanelli, Sabatella, Peppino el payaso y Croccianelli; Daponte Guidi y Nacionale; Giuliano, Tessandori, Mastrogiussepe y el gringo Tornich”. Las ovaciones callaron súbitamente. El silencio se hizo espeso hasta que una spika, con sus pilas incluidas, pegó de lleno en el rostro del gringo Tornich y lo dejó tirado en el verde césped con los brazos extendidos en cruz; aturdido más por la voz del relator que seguía saliendo de la radio que por el golpe. Y el desastre se desencadenó en la popular. No hubo forma de pararlo. Y no era para menos, te digo.

De golpe se cubrió el cielo con una lluvia de piedras, cascotes, te diría, que caían en el rectángulo deportivo. Y la lluvia, viste que si es de verano, es traicionera; se transformó en tormenta y se empezaron a mezclar con las piedras los cilindros de rollos de papel de la máquina calculadora, algunos para avalanchas y el petiso Gómez que fue usado como lanza (sabés que al petiso, por su flexibilidad, siempre lo utilizamos como objeto de arroje. Además, años en esta práctica, le dieron la habilidad de direccionar su vuelo hacia el objetivo aunque este zigzagueara en la huida).  

Y bueno. La bataola ya estaba en marcha y como hacés para parar a la masa cuando está enardecida. Ni la montada la para. Ahora, de verdad verdadera y siendo sincero, habría que matarlo a ese hijoputa. No nos podía hacer esto. Mirá que le perdonamos toda, pero esto no. Lo perdonamos aquella vez que solito en el área chica, arco desguarnecido, le pegó andá saber con qué, con el talón, no sé, y la tiró por arriba del horizontal, dejándonos con la ilusión de otro campeonato que se nos escapaba. ¡Eso le perdonamos! Pero esto, jamás. Es que, cuando se dio la formación del equipo, ahí caímos todos en la cuenta. Escuchá, escuchá: Giardanelli, Sabatella, Peppino  y Croccianelli; Daponte Guidi y Nacionale; Giuliano, Tessandori, Mastrogiussepe y el gringo Tornich. ¡¿Te das cuenta?! Ahí nos dimos cuenta. El gringo no es gringo, es austríaco. Claro, la emoción porque el clú compraba al gringo Tornich, que venía de Sporting Bombal, no nos dejó ver que en el campo le dicen gringo a todo extranjero que habla otro idioma distinto al castellano y sus papás venían de Friesach, un pueblito al sur de Austria. El gringo, que es austríaco, deshonraba la memoria de los fundadores del clú que querían un equipo de la comunidad italiana, y no de gringos truchos.

Todo fue de mal en peor. Viste que toda gresca nos iguala, nos emparenta; en el medio de la belicosidad no hay clases sociales ni ideología (ves, esto es algo que la sociología debería analizar), somos todos uno unidos por el blanco elegido. Pero bueno, cuando la solidaridad es ficticia no pasa mucho tiempo para que se rompa. Como toda alianza forzada, en la popular comenzaron a aparecer voces disidentes, manos disidentes, diría yo, que dejaron de arrojar objetos y petisos contra la humanidad del gringo Tornich –que para esa altura sangraba por los cuatro puntos cardinales producto de la certera puntería de los muchachos- y trajeron sobre tablas viejos odios y rencores entre las dos facciones de la hinchada.

Dos muertos y 43 detenidos, todos del lado del bando del gordo Gianfranco. Entre los detenidos está el gordo y de ésta seguro que no zafa; yo le calculo entre quince o veinte que le bajan. Y bueno, en el fondo, hay que agradecerle al gringo Tornich, porque si no hubiera sido por su truchada no nos hubiéramos sacado de encima a la bandita del gordo, que tanto mal le hacía al clú. 

Después la prensa cipaya se encargó de desvirtuar lo sucedido. Tiraron mentiras a diestra y siniestra; dijeron que nosotros sabíamos que el gringo no era gringo; que Tornich no valía un millón de dólares; que el clú no tenía esa plata y que la había puesto un cogotudo para blanquear sus ingresos. Llegaron a decir, los irresponsables, que parte de esa guita fue usada para armarnos y que nosotros –mirá lo que dijeron- formamos una especie de guardia imperial del cogotudo. Fijate hasta donde llegaron, decime con que cara miro a mis hijos; son unos irresponsables, está bien que algunas veces que él no los pidió, le dimos una mano; pero de ahí a que somos sus matones, es mucho, es mucho.

Ahora, como te digo una cosa, te digo la otra, también, eh. El gordo tenía los días contados y Tornich fue la excusa perfecta, nos vino como anillo al dedo. Después para él se aclaró todo, nunca mintió ni había fraguado su partida de nacimiento. Pero el fútbol tiene esas cosas: a veces hay que sacrificarse por el clú.


FIN

Portada: Fotografía Revista El Gráfico
Diagramación & DG: Pachakamakin



 









3.24.2012

MUNDO FACHO

Por Daniel Guebel



No lo conocía ni sabía quién era, posiblemente porque no tengo gran afición por la radio. El habla espectral de los parlantes, el diálogo imaginario con un interlocutor que no contesta, me parece la forma socialmente aceptada de la proliferación de voces imaginarias propia de la psicosis. De hecho, me enteré de su existencia por casualidad, una vez que haciendo zapping vi, en una serie penosísima de la televisión local, a un ser tirando a pequeño y obeso y fuera de estado físico que interpretando a un héroe solitario y vengador al estilo Charles Bronson corría, asesinando gente a troche y moche. Me impresionó el error del casting, la pésima interpretación, que en vez de producir el efecto de identificación buscado y el subrayado subsecuente (“salgamos a hacer justicia por mano propia, el otro es tu enemigo, matemos a lo que no se nos parece”), llevaba todo involuntariamente para el lado del ridículo. Me asombró también, cuando cayeron los títulos, que el protagonista que desempeñaba el papel de duro llevara por nombre artístico el seudónimo “Baby” (bebé) precediendo a su apellido que imagino es real.


La segunda noticia acerca de esa persona la tuve gracias a un amigo cuyas opiniones en general respeto y que en una reunión lo mencionó como autor de performances radiales nocturnas. Mi amigo exaltaba las bromas a costa de los oyentes, las frases disparatadas, el fascismo salvaje del personaje, su brutalismo populachero, estimando la mezcla como una actuación extraordinaria, de carácter surrealista o dadaísta. La tentación más convencional es prestarles atención y darles crédito a aquellos que reman contra el sentido común, así que me prometí escuchar alguna vez el programa de Baby Etchecopar. ¡Quizá fuera un genio radial y un fiasco televisivo! Luego, por supuesto, me olvidé.

Hasta que una vez, volviendo de una de esas tediosas aventuras nocturnas que nos dejan sabor amargo, escuché su famoso programa radial. Me pareció que el señor Etchecopar era ducho en la respuesta rápida, ingenioso de baja manera. Era, sí, muy bueno en lo suyo, pero lo suyo no me gustaba nada.

Francamente, lo que escuché me pareció una repulsiva demostración de sadismo profesional, un proferidor de barbaridades y un exaltador de la barbarie más vil, un apologeta ruin de la violencia que se solaza en el desprecio exhibicionista por las opiniones y las emociones de las pobres gentes que lo llaman en la ingenua creencia de que van a ser escuchadas y a cambio reciben el mismo trato que el ganado que se lleva al matadero. “Mi amigo –pensé– en este caso se equivoca de principio a fin”.

Desde luego, la violencia es un diamante brutal y multifacetado, que soporta las miradas de una múltiple interpretación. Y por supuesto, el deseo de que le vaya mal a alguien que nos disgusta profundamente debe tener ciertos límites, así que, enterado de la historia del asalto a su domicilio y del tiroteo subsecuente, no puedo sino lamentar lo que le ocurrió al señor Etchecopar y a su hijo, desearles la más pronta y completa recuperación, y también lamento, aunque este sentimiento no sea, en este momento social, muy compartido, el sufrimiento de la familia del asaltante muerto.

Mientras un periodista como un perro rabioso recitaba los hechos de violencia que el difunto había perpetrado, vi por televisión las fotos de su prontuario, de frente y de perfil, y tuve la impresión de que ahí había un tipo sin opciones y sin futuro, alguien que tal vez había agarrado un arma sin saber qué hacer con ella, como suele ocurrir con tantos otros sin futuro que matan o mueren sin saber por qué.

Desde luego, que un asaltante que porta un arma reciba diez balazos de un apologeta de la violencia que finge sufrir un ataque al corazón y desarmado encuentra su razón de ser y dispara, da mucho que pensar. No tanto sobre los hechos, sino acerca del modo en que se montan y se presentan al público, y sobre el modo en que el mundo se organiza sin saber qué hacer con la gente que se ve empujada a salirse de él.



Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández

7.06.2011

EDUCAUCION!

Por Roberto Daniel León



No hace mucho, había logrado –no sin esfuerzo- convencer a mi hija menor para que llevara a cabo una tarea de principio a fin, sin distracciones. El desafío consistía en que terminara de anudar sus zapatillas, caminara desde su habitación hasta el comedor, se calzara el guardapolvo, tomara su mochila y saliera para ser llevada a la escuela. Juro que todo apuntaba al éxito, cuando en medio de su desplazamiento hacia el objetivo, alguien, con forma de madre, le arrojó a la pasada una cuestión que nada tenía que ver con el emprendimiento. No hizo falta nada mas para marcar un nuevo fracaso en la grilla de mis experimentos, a tal punto que algunos de ellos están señalados casi proféticamente. Eso si: todos mis fracasos han sido exitosos y lo seguirán siendo.

Mientras transitábamos el camino de casa a la escuela –acción que en si misma no garantiza el aprendizaje- y aumentaba mi preocupación por aquello de llegar último, como aplauso de sordo, pude pensar en las cuestiones distractivas que le fueron arrojadas a la escuela, tanto como para que –a estas alturas- perdiera su objetivo.

Se dijo, y se sigue diciendo, que la escuela moderna debe enseñar a pensar. Hasta ahí todo muy bien, pero lo que no se quien dijo, es que para enseñar a pensar había que dejar de transmitir conocimientos. Para poder pensar, es necesario que existan elementos que se puedan comparar, asociar, conectar, evaluar, cuestionar, etc. Es decir, sin conocimiento no hay posibilidad de pensamiento; sería como intentar nadar sin agua. Nuestra escuela ha dejado de transmitir conocimiento hace muchos años. Es cierto, antes, la formalidad del conocimiento establecido como definitivo según las necesidades de la política de turno, no dejaban lugar al pensamiento crítico y al cuestionamiento; pero, al intentar incorporar el pensamiento crítico en la casi simplista expresión de “enseñar a pensar”, dejaron de hacer lo otro. Ambas cosas son indispensables para construir personas y sociedades con mejor calidad de vida. No es una u otra, son las dos.

Ejemplo: escuché enviar alumnos a investigar el proceso de las cuatro estaciones, que como sabemos tiene su explicación en la traslación de la tierra y la inclinación de su eje, etc. Ese conocimiento ya existe, ya fue investigado y no hay dudas razonables al respecto. ¿No sería mejor transmitir directamente el conocimiento, en vez de perder tiempo en dilaciones e iniciar, en todo caso, una investigación de algo más dudoso? Ese método es un vicio escolarizado, cuyo único logro es descomprimir la tarea docente en el aula (sin beneficio alguno para el alumno) y garantizar que terminarán su secundario sin saber un ápice de astronomía o geología, sin mencionar que en muchísimos casos aún la lecto escritura se encuentra ausente. Es frecuente observar que, debido a la ausencia de conocimientos previos, en el proceso de “investigación” de ciertos asuntos, los jóvenes copian de Internet y pegan en sus trabajos prácticos, disparates envidiables por cualquier humorista, que poco o nada tienen que ver con el tema propuesto.

Con esta metodología, el año escolar transcurre de pérdida de tiempo en pérdida de tiempo, sin que conocimiento alguno termine por quedar acabadamente instalado en la mayoría de los cascotes, muchos de los cuales permanecen vírgenes hasta el final de sus días, exhibiendo en alguna pared su certificado de “estudios” cursados... y aprobados!!! Permítaseme destacar que cuando digo MUCHOS, es precisamente eso lo que quiero decir. Como este deterioro lleva ya varias generaciones, sería mínimamente heroico esperar que en cuatro años de formación, los docentes adquieran los conocimientos que no adquirieron en 15 años de escolarización, con lo cual el círculo se repite y se ajusta cada vez más.


El sistema provee a los estudiantes de magisterio extraordinarias herramientas pedagógicas para transmitir nada. Saben muy bien como, pero no saben que. Por supuesto que hay casos de esfuerzo individual y de familias especiales que pusieron bases en la cabeza de sus hijos, construyendo individuos con conocimiento y capaces de pensar, pero por desgracia son relativamente pocos. Lo cierto es que la escuela llega tarde y sin remedio, distraída por un sinnúmero de actividades modernas y elegantes, que prácticamente eliminan de la escena el trabajo áulico, único que puede dar frutos. 

La cultura de la apariencia (algunos la llaman de consumo), hace que las familias crean que la cosa pasa por tener cosas, entonces quieren que sus hijos tengan la cosa que simula o supone el conocimiento, pero no les importa esto último que sería la esencia o el contenido, dado que el diploma se puede exhibir y el conocimiento, en cambio, está dentro de la cabeza. Este último también se podría exhibir, en caso de ser necesario, si la sociedad no hubiese abandonado también la palabra y su contracara que es la capacidad de escuchar. La situación se agrava considerablemente cuando alguno de estos chicos quiere ser maestro-a... y lo logra!!! De este modo, cuando algún docente aislado tiene la osadía de reprobar a sus alumnos porque no están a la altura de lo requerido, en vez de ayudar a sus hijos a estudiar y aprender, los padres marchan pidiendo la cabeza del docente.

Por lo que algunos amigos docentes pensantes me informan, los diseños curriculares actuales son excelentes, solo que hay al menos dos pequeños problemas: casi no hay quien esté en condiciones de transmitirlos y, en caso de ser ello posible, irían a parar a un enorme vacío cultural. Para que tuviesen alguna expectativa de éxito, serían imprescindibles importantes cambios de paradigmas en la sociedad. Para poner proa en esa dirección, será crucial la neutralización de los jíbaros multimediáticos, ya que de lo contrario este país sería Honduras, en menos que canta un gallo.



5.06.2011

LOS PELIGROS DE LA FE

Por Roberto Daniel León



A muchos años ya de mi casi involuntaria incursión en el mundo de la fe y las religiones, considero tiempo apropiado el presente para expresar mi pensamiento acerca de los peligros de la sinrazón. Por alguna razón- no sin importancia- Fe es el símbolo del hierro (Ferrum). Metal bruto, si los hay. No deseo continuar, sin antes decir que creo en el derecho de las personas de, por ejemplo, profesar la fe que le venga en gana. No obstante, también creo en la libertad. La que provee la razón, el conocimiento, el saber. Y creo en los límites de los derechos; frontera que se establece donde comienza el derecho del otro. Creo entonces, que tengo derecho a denunciar aquello que atente contra la razón y el conocimiento y por tanto contra la libertad; valor y condición que considero de excelencia en el hombre.

La fe es enemiga de la razón y el conocimiento. La fe es instrumento para la sumisión y la esclavitud. La fe detiene la búsqueda. Inmoviliza. Entorpece. La fe es pensamiento mágico. Y el pensamiento mágico pone afuera el hacer y la responsabilidad del individuo. Lo que se ha dado en llamar necesidad de creer en algo, es a mi criterio comodidad de despojarse de la responsabilidad de hacerse cargo. Las religiones en general, estimulan esta actitud autodestructiva en la sociedad. En lugar de decir hágase cargo, pague, remedie, restituya; dicen yo te absuelvo, en un alarde de irresponsabilidad que apesta. Un toque de confesión y vuelta a lo mismo. Sin enterarse o quizá sin importarles ni al absolvedor ni al absuelto, las graves consecuencias sociales de tamaña actitud.

Una cadena de engaños hace posible la consecución de enredos y entorpecimientos en el desarrollo del individuo. A esta altura no poca gente se pregunta cuántos cristianos habría si no existiera el infierno. Es que este cuco vino a reemplazar en las deliberadamente entenebrecidas mentes de la sociedad, el antiguo temor que supieron infligir por medio del hierro candente o cortante.

Es que, como se dice vulgarmente, el “circo” está bien armado. Si al creyente la cosa le sale bien, pues entonces es obra del “dios” a quien le haya rezado (cualquiera sea su nombre), el cual “demuestra” de esa manera su capacidad de “hacer milagros”; ergo su “existencia”, a la vez que “premia” la fe del desprevenido creyente. Si la cosa le sale mal, en cambio, los “intérpretes de la fe” le explicarán que como ese dios es soberano -o más o menos poderoso- no siempre responderá a sus deseos porque sabe realmente que es lo que más le conviene (al creyente). “Ah...! Qué vivo...!” diría con fina lógica cualquier niño aún no contaminado. Es que así siempre cierra. Bastante forzado, claro está. Porque si ese dios va a hacer de todos modos lo que le parece, que sentido tiene rezarle y confiar en él? Ah... casi lo olvido: el peligro de ir al infierno. Cierto es que la fe incorpora la “virtud” de la resignación. Millones de “resignados – sometidos – conformistas – esclavizados” contribuyen a sostener las cosas tal y como están, impidiendo cualquier cambio que mejore las condiciones de vida en el mundo.

Sin dudas los líderes religiosos (tanto como los líderes políticos) usufructúan en su propio beneficio una tendencia muy humana de estos días, como es la de “zafar” y poner el esfuerzo y la responsabilidad en otros. “¡Ganamos!” dicen los hinchas de fútbol, cuando en realidad ellos no jugaron. “San Cayetano me va a conseguir trabajo” dicen muchos, después de haber votado al que les destruyó las fuentes de trabajo (individuo generalmente perverso, al que seguirán votando sin enterarse jamás que San Cayetano no tiene nada que ver, especialmente desde que falleció). Y los intérpretes de la fe, falaces ellos, continúan alentando cínicamente el sometimiento de las gentes al pensamiento mágico que los esclaviza y entorpece. Y anatemizando toda voz que pretenda llamar a la cordura. Y haciéndose cómplices del poder político y económico con el que comparten y se sostienen en sus estructuras.