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2.27.2013

LOS PODERES DEL CHAMAN [3/7]

Por Francisco Trujillo







EL CHAMANISMO: 
DEFINICIONES FUNDAMENTALES

En la decimoquinta edición de la Encyclopaedia Britannica, refiriéndose a la palabra "Chamán", el profesor Vilmos Dioszagui escribe que su origen es tungúsico-manchuriano {samán}, derivada de la palabra sa, que es un verbo:
"Esto implica una relación con la raíz indoeuropea de la que derivan la francesa savoir y la española saber. De tal modo que el chamán, o samán, es "el que sabe", "dando a la palabra una relación etimológica con términos tan familiares como brujo {witch} y mago {wizardambos de la raíz indoeuropea que significa ver o saber, y que presente en las formas de la palabra francesa voir y de la castellana ver, ambas derivadas de la latina videre, así como también de la alemana wissen, es decir, saber.
El Chamanismo, como modelo de práctica religiosa arcaica, es un fenómeno por excelencia siberiano y central-asiático, pues fue en tales regiones donde los primeros investigadores , etnólogos y antropólogos, se encontraron con él y definieron sus rasgos característicos, aunque  debe quedar bien claro que una cosa es el modelo científico creado por estos investigadores  para explicar el Chamanismo y otra son las prácticas chamanísticas en sí, no realizadas únicamente en aquellas regiones asiáticas sino a lo largo, como veremos, de los Cinco Continentes.

¿Qué es lo que "sabe" el Chamán? ¿Cuál es la naturaleza de ese Conocimiento que lo enviste de tan enigmáticas ínfulas? Lo que sabe el Chamán, lo que él conoce por encima de todos los demás hombres comunes y corrientes es, precisamente, la respuesta a la serie de interrogantes que aquejan a la criatura humana desde que habita esta tierra.

El Chamán conoce las Fuerzas Escondidas que rigen la Naturaleza; él sabe todo acerca del Espíritu Humano y de sus íntimas relaciones con todas las otras Formas de Vida. Conoce de primera mano las Formas Divinas de la Existencia, él es capaz , gracias a que posee dichos Conocimientos, de realizar  casi todo tipo de Hazañas, todo aquello que a los demás hombres  les está vedado. El puede trasponer las barreras del Tiempo y del Espacio, cambiar su Forma por la de un Animal o por la de otro Ser Humano; restituir la salud de un enfermo o provocar la enfermedad en uno saludable; puede devolver la Vida a un muerto y, asimismo, provocar la Muerte.

El Chamán sabe acerca de esto y de mucho más, pues tiene también Conocimientos Secretos que la mente de cualquier otro hombre no sería capaz de comprender e inclusive de tolerar.

Lo que sabe el Chamán no solamente en sí, resulta maravilloso, sino que también la manera misma como lo ha aprendido, como ha llegado hasta él dicho Conocimiento; resulta sorprendente, pues además de la guía de un Maestro Humano, el verdadero Chamán, según la Tradición, adquiere sus Conocimiento directamente de las Potencias que Rigen el Curso del Universo, lo ha aprendido de lo que podemos llamar el Más Allá, el Mundo de los Espíritus.

Todo saber implica Poder. Cuanto Más Se Avanza en la ruta del primero, mayores son las Capacidades desarrolladas por el Poder Personal. En el caso del Chamán, dado que la Naturaleza de su saber es metafísica, en el sentido de que desborda o rebasa las fronteras de lo meramente físico, es trascendente y mágica; la índole de su Poder también es metafísica, trascendente y mágica y, por lo mismo, todo chamán es capaz de hacer lo que ningún otro hombre puede, ni siquiera los más poderosos o los más fuertes, ni los más inteligentes o inspirados, puesto que su Poder, así como sus Conocimientos, se extienden Más Allá de los límites de lo meramente humano.



LO QUE ES Y LO QUE NO ES UN CHAMAN

La Práctica del Chamanismo a lo largo de la historia se ha dado prácticamente en todo el mundo y en la gran mayoría de los grupos sociales. Siempre la imagen  del Chamán aparece  investida  de la misma aureola de majestad  y misterio, así como con patrones repetitivos que lo distinguen de otros "profesionales" o "especialistas" en el trato  con el Más Allá; es decir con las Fuerzas Trascendentes de la Naturaleza, entre los que  podemos encontrar  a los Magos, los Brujos, los Sacerdotes y los Mediums, de tal manera que debemos establecer las diferencias lo más claramente posible.

En primer lugar, un Chamán no es un Sacerdote, pues el tipo de operaciones que realiza para comunicarse con el Más Allá; no se sujeta a un cuerpo de creencias o a una doctrina más o menos institucionalizada, manteniendo en todos los casos un carácter o ciertos rasgos muy personales; para sus operaciones no cuenta con ninguna Escritura o Libro Sagrado, no sigue la huella de algún Profeta en el sentido estricto del término. Por otro lado, las funciones que cumple dentro de su grupo social son específicas y no pueden ser igualadas en el cuerpo ritual al que el Sacerdote por lo común se encuentra sujeto, como lo serían los Nacimientos, los Matrimonios, las Ceremonias de Iniciación a la vida adulta, etcétera.

Un Sacerdote es el miembro de una elite que se ha apoderado de la administración y el control de la vida espiritual del grupo, pasando de esta manera a formar él mismo, parte de un grupo; mientras el Chamán, por lo común, es un individuo, aunque muy vinculado con las creencias de su grupo social, solitario y normalmente reacio al convivio. No tiene que formar parte de ninguna elite para que su Trabajo Mágico sea tomado como legítimo, sino que posee, como ya fue señalado, una especie de "línea directa" con el mundo de los Espíritus; y sus Funciones, así, más bien cuentan con una empatía natural con la comunidad, pues representa y encarna su Cosmovisión (forma de ver el mundo) Tradicional. Por otro lado, las funciones sociales realizadas frecuentemente se encuentran más bien relacionadas con la muerte y con la enfermedad, ya sea para alejarlas o para atraerlas.
El Chamán no es un Brujo, pues ni la Naturaleza ni el origen del Conocimiento sobre el que uno y el otro basan sus Poderes es el mismo.
El Mago o Brujo manipula las fuerzas de la Naturaleza por medio de ciertos Entes Espirituales: posee ciertos Conocimientos de los cuales se derivan determinados procedimientos mediante los cuales es capaz de forzar tanto a los "Angeles" como a los "demonios", así como a las almas de los muertos, para hacer lo que él les ordena. Por su parte, el Chamán no posee fórmulas; con su propio Poder, casi podría decirse que "con sus propias manos", doblega a los seres espirituales y establece diversos vínculos personales con ellos. Un Brujo realiza un Hechizo o un Conjuro; el Chamán hace un Viaje al Más Allá, Asciende a los Mundos Superiores o desciende  a los Infiernos. El Brujo, por medio de la manipulación de Objetos Mágicos, influye sobre el curso de los hechos; para lograr efectos similares, el Chamán trata directamente con las Potencias Primarias del Universo.

El Chamán tampoco es un Medium, como los que existen en los diversos cultos africanos y afroantillanos... El Medium es aquel individuo que "presta" su cuerpo para que sea poseído por los Espíritus. El Medium, en efecto, sirve como "medio" de enlace entre nuestro mundo y el "Más Allá", pero lo hace de manera pasiva; mientras la acción del Chamán es siempre activa y lúcida, él no se abandona al capricho de los Espíritus, sino todo lo contrario: fuerza a los Espíritus a escucharlo y, echando mano de sus propios Recursos, va y viene al Otro Mundo, sin depender, como lo hace el Medium, de la sola voluntad de dichas Entidades.

En resumen, el Chamán cuenta con un carácter propio entre las muchas Formas que asumen los diversos manipuladores de Lo Espiritual desde los orígenes paleolíticos. No es Brujo o Mago, no es un Medium  ni un Sacerdote. El Chamán puede dedicarse a la brujería o a las funciones sacerdotales, pero un Sacerdote o un Brujo "a secas" no puede hacerlo.

Entonces, ¿Cuál es este rasgo característico del Chamán, que impide a otros Acceder al Conocimiento que él tiene y por lo tanto a sus muy particulares Poderes? Mircea Eliade, ya es un clásico en el Estudio de las Religiones en general, y en particular del Chamanismo, dice al respecto:
Los Chamanes son seres que se singularizan en el seno de sus respectivas sociedades por determinados rasgos que, en las sociedades de la Europa moderna, representan los signos de una "vocación" o, al meno, de una "crisis religiosa". Los separa del resto de la comunidad la "intensidad" de su propia experiencia religiosa. Esto equivale a decir que sería más racional situar al Chamanismo entre los Místicos que en lo que comúnmente se llama una Religión.
El Chamanismo sigue siendo siempre una técnica extática a la disposición de una determinada minoría... los pueblos que se declaran "chamanistas" conceden una considerable importancia a las experiencias extáticas de sus Chamanes; estas experiencias les conciernen personal e inmediatamente, porque son los Chamanes quienes, valiéndose de sus trances, los curan, acompañan a sus muertos al "reino de las sombras", y sirven de mediadores entre ellos y sus dioses, celestes o infernales, grandes o pequeños... El Chamán es el Gran Especialista del Alma Humana: sólo él la "ve" porque conoce su "forma" y su destino. 


UN MODELO

Repentinamente la enfermedad llegó a la aldea. En su cabaña, desde hace alrededor de cinco días, una joven pareja yace postrada sin poder ponerse en pie; son el jefe de la familia y su hermano menor. La esposa se encuentra en el cuarto mes de su primer embarazo y ha empezado a temer por la vida de su cónyugue, y por lo tanto por los destinos de ella y del niño.

Los cuidados y los tratamientos que, tanto la muchacha como una anciana curandera, han suministrado a los enfermos no han logrado efecto positivo, y por el contrario, parecen haber empeorado la situación. Los afectados se quejan día y noche, no duermen pero tampoco parecen estar despiertos, sino más bien en un estado intermedio en el cual difícilmente puedan mantener una conversación y darse cuenta de lo que sucede. Sudan profusamente y son incapaces de ingerir cualquier alimento. Han vomitado una sustancia negra y de vez en cuando atraviesan crisis, en las cuales gritan e intentan huir, como perseguidos por terribles seres invisibles.

Finalmente, la anciana aconseja a la muchacha solicitar el auxilio del Chamán, por lo cual ésta pide auxilio a algunos de los hombres para que vayan a buscarlo, pues no quiere separarse de sus enfermos. Los hombres parten en direcciones distintas, pues ha llegado la noticia de que se ha visto al Chamán en dos lugares muy distantes entre sí el mismo día por la mañana, lo cual no sorprende a nadie, pues es de todas conocida esta capacidad (Bilocación) del Chamán; los hombres parten en sus botes hacia diferentes islas cercanas.

Luego de dos días, los hombres regresan sin haber podido dar con el Chamán. Los afectados siguen sin presentar signos de alivio, y la joven esposa se encuentra cada vez más y más preocupada. Se organiza un nueva expedición, en la cual participa la mayor parte de los hombres de la comunidad e inclusive la esposa, junto con la anciana curandera, quienes, por su parte, se internan en la selva. Los enfermos quedan bajo el cuidado de una jovencita, nieta de la anciana... nadie tiene éxito en la búsqueda.

Sin embargo, cuando la desesperada joven regresa a su choza, ya el Chamán se encuentra ahí, sentado en un rincón con una extraña postura que a la muchacha le parece muy incómoda; a las preguntas de ella, el responde que se dirigió hasta ahí porque vió pasar las almas de los enfermos, convertidas en cuervos, hacia el Infierno, y decidió entonces ayudarlos. Finalmente pide que se le deje sólo en compañía de los enfermos.

Cuando la esposa ha salido, en compañía de la jovencita, el Chamán sigue sentado en su rincón. Apenas se mueve; sólo se balancea rápidamente hacia delante y hacia atrás, como un niño; tiene la vista perdida y susurra una extraña y repetitiva Canción. Se incorpora para prender una pequeña hoguera  justo en el medio de la choza; nunca deja de cantar. Vuelve a su rincón y permanece ahí hasta que cae la noche, sale la Luna y asciende hasta la mitad del cielo.

Continúa cantando y cantando en un susurro mientras se mece frente a los enfermos, quienes permanecen inmóviles y sudorosos. Repentinamente, el Chamán se pone de pie de un salto; tiene todavía la mirada perdida, toma su tambor y comienza a tocarlo para acompañarse en el canto. Inicia al mismo tiempo una Danza alrededor del pequeño Fuego, al que no deja de alimentar  de cuando en cuando. Gradualmente eleva el volumen del Canto y acelera el Ritmo de la Danza. Los enfermos permanecen inconscientes.

Poco a poco, el rostro del chamán va adquiriendo una mueca no humana, va llegando a un rictus que más parece el de una máscara con un gesto de éxtasis salvaje y alucinado. La Danza llega a adquirir un ritmo muy frenético siempre alrededor del Fuego, y los ojos del Chamán parecen a punto de salirse de las órbitas. El entona siempre Canción, una y otra vez hasta parece que, con el esfuerzo de su garganta, se va desgarrar. En el paroxismo de su acto guarda repentinamente silencio, y con los ojos cerrados retorna torpemente hasta su rincón para volver a sentarse, luego de haber colocado con el mayor cuidado posible -que no es mucho, pues sus movimientos se han vuelto torpes- su Tambor en el suelo. En cuanto vuelve a sentarse deja caer el cuerpo hacia atrás, como presa de un agotamiento mortal.

Es entonces cuando inicia el Viaje: su cuerpo queda arrumbado en aquel rincón de la choza, inmóvil, pero sólo así su Espíritu puede por fin disociarse e ir hasta el Mundo de los Espíritus para realizar su trabajo.

Junto con el Humo que se desprende de la pequeña Hoguera, el Alma del Chamán se volatiliza y se eleva por los aires, solamente que ella no se dispersa, sino que "trepa" por el tronco del Arbol Mágico que aparece frente a él en cuento ha accedido su Estado Espiritual y Mágico. De esta manera, el Chamán, o mejor dicho, su Alma, sube por ese tronco que le ayudará a salvar la barrera de entre los Mundos. Luego de haber iniciado el Ascenso, recuerda que los Cuervos en que se habían transformado los hermanos enfermos volaban en dirección al Infierno y, en consecuencia, mejor decide descender hasta los Mundos Inferiores, hacia las raíces del Arbol.  

Ya en los Mundos Inferiores, o en los Infiernos, el Espíritu del Chamán puede ser testigo de cómo las almas de los hermanos han sido capturada por una Legión de Espíritus Salvajes, cuyos cuerpos son una mezcla de diversos Animales con figura humana.

En la choza, el cuerpo del Chamán se ha vuelto a incorporar; ha hecho la pantomima de trepar por el tronco de un Arbol, después se ha puesto a Danzar de nuevo, sólo que esta vez más moderadamente. Sus ojos permanecen medio cerrados y el gesto sereno.

El Chamán le pregunta a aquellos Espíritus qué hacen con el par de almas del que se han apoderado, pero no lo hace ni con voz ni con lengua humana alguna, sino con una mezcla de rugido, terrible y profundo, de una fiera y el siseo de la Serpiente.

Los Espíritus, chillando como cerdos y graznando, responden que han capturado a aquellos mortales pues profanaron un recinto sagrado para ir a pescar. En la cabaña, el Chamán ha detenido su Danza por un momento, ha elevado su mirada al Cielo y, en un idioma indescifrable ha pronunciado algunas palabras. Luego vuelve  a cerrar los ojos y agacha la cabeza; comienza a mecer de nuevo su cuerpo, ahora de derecha a izquierda y con los miembros laxos, como un borracho. Regresa al Canto. De repente inhala profundamente y da un salto para volver a la Danza y al Canto, ahora sin el acompañamiento del Tambor, pero a todo pulmón y poniendo en ello todas sus energías.

En El Otro Mundo, el Chamán ha solicitado la liberación de las dos almas, pero los Demonios se la han negado, y entonces de nuevo ha comenzado a Cantar y a Bailar pero de una manera muy distinta a como se encuentra haciéndolo frente  a los hermanos enfermos, pues su Canto vuelve  a ser el rugido profundo y potente con el que hace un momento hizo sus preguntas; además, la Danza tiene el Poder Maravilloso de hacer Crecer Su Cuerpo a cada movimiento, aunque no se trata solamente  de un Crecimiento, sino que a la vez que crece va adquiriendo formas distintas: los brazos gradualmente se le van convirtiendo en Potente y Majestuoso Par de Alas, el tronco se le alarga  más y más, como el de un terrible reptil, pero con varios pares de brazos serpenteantes y muy largos, terminados no en manos sino en garras.

El Canto y la Danza continúan en la choza, efectivamente en voz alta, pero de ninguna manera comparable con la Potencia que los mismos tienen en el Mundo de los Espíritus, donde cada rugido provoca que la tierra se cimbre, a tal grado que hace perder el equilibrio a los Espíritus captores.

Para ahora el Espíiritu del Chamán ya se encuentra convertido en un enorme y majestuoso monstruo al cual los Demonios se han dispuesto a atacar; el Monstruo-Chamán ruge y revuelve su gesto con una forma que algo tiene de parecido con la de un Dragón. Los Demonios dejan inmovilizadas las almas de los dos hermanos, envueltas en una Crisálida semitransparente, como gusanos en plena Metamorfosis y se echan a volar, lanzándose en contra de su enemigo.

La batalla se desarrolla en el aire; ambas partes, el Chamán-Dragón y los Demonios-Animales-Humanoides, se trenzan en una mortal batalla de Gran Belleza, en la cual se entrelazan sus Cuerpos entre las Nubes; mientras, en la cabaña, el Chamán ha dejado de cantar y ahora permanece de pie en un solo sitio, realizando hermosas figuras con el cuerpo, que mueve con lentitud, mientras, de cuando en cuando, lanza gritos feroces, con los de un animal furioso.

El Dragón-Chamán se percata de que aun cuando se deshace de aquellos Demonios con relativa facilidad, por cada uno que derriba se le lanzan dos o tres más, mejor decide dejar la lucha y opta por salvar a los jóvenes, arrebatando sus almas del poder infernal.

Describe una caprichosa figura en el Cielo, va rugiendo y lanzando Llamaradas de Color Violeta por el hocico; su cuerpo parece formar un magnífico nudo en las alturas, que engaña a sus rivales, lo cual él aprovecha para lanzarse hacia el lugar donde permanecen inmóviles las Crisálidas. En la cabaña, el cjhamán se ha tirado al suelo y ha dado una vuelta sobre su espalda, para caer sentado sobre las piernas cruzadas, con la espalda muy erguida y los brazos levantados hacia el cielo. El dragón-chamán se apresura a recoger las crisálidas, pero accidentalemente se le resbala una, que de inmediato es recuperada por uno de los demonios.

El Dragón-chamán se mete al hocico la crisálida que se ha logrado mantener, pero no para devorarla, sino para tenerla lo mejor protegida posible; el Demonio que se apoderó de la otra Crisálida se entierra en el suelo y desaparece de la vista; el Chamán comprende que ya nada puede hacer y vuelve rápidamente hasta las Raíces del Arbol para, trepando por ellas, ascender de nuevo al Mundo de los humanos.

En el Camino toma una Decisión: siempre trepando se sigue de largo hasta las Ramas Altas del Arbol dónde, como si se tratara de un Fruto aún no maduro, arranca una pequeña Alma, en compensación por aquella otra que no pudo rescatar, y la lleva consigo hasta la Tierra, donde podrá encarnarse junto con la que ya la joven esposa lleva en el Vientre.

El Chamán, frente a los dos jóvenes enfermos, cae rendido al suelo, mientras su Alma se encuentra en Camino de Regreso. Cuando vuleve en sí ya la mañana del nuevo día se encuentra avanzada, entonces llama a la muchacha. Le explica lo sucedido, le dice que pudo salvar a uno de los dos hermanos, aunque no sabe a cuál, así que ella debe organizar los preparativos para las Ceremonias Fúnebres, aunque no sabe  a cuál, aunque después de todo, le aclara, no debe ponerse tan triste, pues en compensación ahora ya no será madre de una criatura, sino de dos.

Luego de un par de días, en efecto, uno de los hermanos se opone, y al siguiente muere el otro; quien queda es el cuñado, quien al no tener familia hereda a la mujer del difunto.

Toda la Comunidad participa en la Celebración, portando Trajes Ceremoniales que guardan gran parecido con el Atuendo Mágico del Chamán, pero que ni lejanamente tienen los mismos Poderes: portan Pieles, Plumas y Máscaras y llevan Pintado el Cuerpo. En estos Ritos Funerarios también se encuentra presente el Chamán, quien luego de inahalar el Humo de un Preparado de Hierbas que ha puesto a quemar, se sienta al lado del cadáver, en una posición de respeto y permanece sin moverse, con los ojos cerrados, dedicado a acompañar el Alma del muerto a su nueva morada, guiándolo  por el Camino hacia el Mundo de los Espíritus, que tan bien conoce y que tantos y tantos peligros encierra.

Luego de terminadas las Ceremonias, y cuando aún en la Comunidad, dividida en grupos, ejecuta variadas Danzas, los Nuevos Esposos, siguiendo las instrucciones del Chamán, Celebran el Sacrificio de un pequeño Animal con el fin de que ni el Alma del muerto ni la ira de los Demonios regresen hasta ellos para molestarlos.





Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin




1.28.2013

LOS PODERES DEL CHAMAN [2/7]

Por Francisco Trujillo









LOS RECINTOS INTERIORES

Cuando llegamos a nuestro destino, la noche había caído completamente; no había luna, de tal manera que reinaba la oscuridad. Descendimos del camión al parecer en ninguna parte; nos despedimos del par de hermanos y permanecimos todavía un rato en el mismo lugar organizando nuestras cosas bajo la luz de la lámpara eléctrica, mientras los faros del camión se alejaban lentamente hasta desaparecer.
-¡Síganme! -dijo Antonio- Tengan cuidado, no se vayan a resbalar.
Bajamos por una pendiente de tierra no muy pronunciada pero resbaladiza, atravesamos algunos matorrales y, por fin, después de un rato de caminar, pudimos ver a lo lejos o tres bombillas eléctricas encendidas, lo que indicaba la ubicación de un pequeño poblado, hacia el cual encaminamos nuestros pasos. El cielo casi no tenía nubes y estaba completamente estrellado; se admiraba a la perfección la Vía Láctea surcando majestuosa el cielo; la temperatura era templada y el perfume de la vegetación denso y embriagante.

Llegamos a la calle principal, la cual subía y bajaba en un trazado irregular por entre casa de adobe desnudo y techumbre de teja; una jauría invisible nos ladraba con insistencia, pero ningún ser humano apareció. Torcimos algunas veces por aquel camino hasta que, finalmente, por una callejuela empedrada mucho más estrecha, fuimos a dar hasta una puerta de madera raída, cuyas resquebrajaduras dejaban escapar el trémulo brillo con los que los habitantes de la casa se alumbraban. Antonio tocó y, luego de un rato de espera, pudimos oír que alguien desatrancaba la puerta.

Cuando esta se abrió, me sorprendí: una mujer delgada, ya mayor pero sin edad aparente, quien podía ser tanto la madre de la familia, como la abuela o la bisabuela, apareció ante nosotros portando una vela encendida a la altura  del pecho, lo que llenaba su rostro de brillos y sombras fantasmagóricas. Se nos quedó viendo y de inmediato reconoció a nuestro guía; volteó al interior de la casa y pronunció algunas palabras en una lengua irreconocible para mí, luego volvió a mirarnos y se dirigió a Antonio en la misma lengua.
-Son mis amigos -respondió éste en castellano-, son dos, venimos de ver a don Pepe.
La mujer volvió a hablar hacia el interior de la casa, como haciendo una pregunta, esperó la respuesta pero no hubo tal, sin embargo asintió, como si le hubieran contestado; volteó hacia nosotros y dio unos pasos atrás, abriendo la puerta para dejarnos libre el acceso. Antonio sonrió.

Al entrar, lo que encontramos excedió por completo mis expectativas: se trataba de una habitación más bien grande, que tenía el piso de tierra y las paredes mal encaladas. Sorprendentemente el techo descansaba sobre un sinnúmero de troncos pelados que servían como vigas, asentadas verticalmente  en el piso; más tarde me enteré de que un terremoto había azotado no hacía mucho tiempo la zona y los habitantes de la casa habían echado mano de aquel improvisado recurso para prevenir el derrumbe de la habitación, que había resultado dañada. Sin embargo, más allá de las razones técnicas, la primera impresión que tuve de la casa de asombro: con todos aquellos troncos plantados en su interior, uno al lado de otro, muy cercanos entre sí, tanto que nos tuvimos que quitar la mochilas para poder pasar entre ellos, aquello parecía una especie de bosquecillo muerto, una cámara claustrofóbica del purgatorio de los bosques.

El olor a incienso flotaba en todas partes en forma de densas nubes. Sobre una de las paredes descansaba una especie de altarcillo, el cual mostraba varias imágenes de santos, alumbrados por la luz de una docena de veladoras. Aparte de la mujer y nosotros, ahí no se encontraba nadie.

Mientras Antonio en voz baja ultimaba detalles con la mujer, tuve la extraña sensación, mirando de vez en vez a Edgar cuya cara de asombro, supongo, era igual a la mía, de que en el interior de aquellos troncos, entre las gruesas y retorcidas ramas que no les habían  sido cortadas antes de meterlos, vivían animales, ardillas, insectos y pájaros, los mismos animales que en el exterior, pero todos ellos en igual estado que los troncos secos y pelados, momificados, mutilados, con tan sólo un frío y escuálido aliento vital que los animaba; tuve la impresión de que estaban ocultos, y que en cuanto se hubieran acostumbrado a nuestra presencia volverían a salir, para chirriar y cantar por el interior de aquella habitación, iluminada por la luz mortecina de unos veladores.

Incluso llegué a imaginarlos, casi los pude ver moviéndose ligeramente, como sombras, con las cuencas de los ojos vacías, muertos de vida y descoloridos. El silencio imperante era una especie de sombra fantasmal de sus cantos. Antonio terminó de hablar con la mujer. Ambos asintieron con la cabeza.
-Nos quedamos -dijo-, tráiganse sus cosas.
Emprendimos el camino hacia otras habitaciones de la casa. Luego de atravesar otra puerta, fuimos a dar a la oscuridad absoluta, pues ya la lámpara había sido apagada y la vela de la mujer se había quedado en la sala de los árboles. Yo cargaba de nuevo mi mochila en la espalda, caminando con los brazos extendidos como un sonámbulo. Avanzamos por un largo pasillo, luego entramos a un cuarto, también a oscuras, una nueva puerta y otra habitación, subimos unas escaleras de madera, dimos vuelta, otro pasillo y entramos a una nueva habitación, ésta sí iluminada, de nuevo con un velador.
-Esperen aquí -dijo la mujer, ahora en perfecto castellano.
Caminó hasta un extremo del cuarto, se agachó, tomó algo del suelo y jaló de él. Yo no había visto de qué se trataba, al principio sólo pude darme cuenta de que era algo grande y pesado, dados los visibles esfuerzos que nuestra anfitriona hacía. Era otra puerta, ahora en el piso.
-Vengan -dijo, tomó una veladora encendida y comenzó a bajar por el boquete abierto. 
La seguimos los tres por una escalera de madera, no muy alta, tal vez de unos tres metros, que se retorcía sobre sí misma, como las escaleras llamadas de caracol, pero mucho más tosca y enclenque. El cuarto al que llegamos estaba también a oscuras y no tenía más muebles que un colchón viejo arrumbado en una esquina.

La mujer siguió su camino; abrió otra puerta en el suelo y volvió a bajar; la seguimos por otra escalera similar y llegamos a otro cuarto muy parecido al anterior; con la misma planta irregular que los dos superiores, el mismo piso de madera y también una puerta en el suelo. Esta habitación no tenía ni siquiera un colchón, de tal manera que tuvimos que acomodarnos en el piso. Nuestra anfitriona nos dejó la veladora y antes de irse recomendó: "Nomás no vayan a salirse por puerta, ¿eh, Toñito?"

No se refería a ninguna de las puertas horizontales, sino a una normal, vertical, que apenas se dibujaba en una de las paredes por la poca luz que nos iluminaba. Antonio nos hizo saber que al día siguiente nos internaríamos en la sierra para visitar a su maestro, de manera que debíamos descansar lo mejor posible. Sin mayores ceremonias y sin probar alimento, sólo unos sorbos de agua, nos acostamos a dormir.

Cuando desperté, la mañana ya estaba bastante avanzada; los rayos del sol entraban por una pequeña ventana abierta muy alto en una pared diferente a aquella en la que estaba la puerta prohibida por la mujer. Abrí los ojos y permanecí acostado un rato, sin pensar en nada, simplemente observando lo que ocurría: cerca de la puerta vertical, Antonio, sentado con las piernas cruzadas y a quien yo veía de costado, manipulaba quién sabe qué con mucho cuidado a la altura del suelo. Edgar no estaba ya en su bolsa de dormir, ni se le veía por ninguna parte.

Un ligero polvillo flotaba por la habitación permaneciendo invisible, pero cuando en su flotar sin sentido llegaba a interponerse al haz de luz de la ventanilla, adquiría de pronto existencia, se encendía con fulgores metálicos.

Antes de que tomara la decisión de incorporarme se levantó la puerta del piso, de donde emergió Edgar sonriente.
-¿Qué lugar! -dijo, mientras volvía a cerrar la puerta-. ¿Todavía hay dos pisos más para llegar al baño! ¡Sólo faltan aquí unas pinturas para estar como en Altamira!, ¿no? -se quedó parado, esperando sonriente alguna respuesta.
Antonio se puso de pie, cargando algo entre las manos. Volteó a verme y me dijo algo así como "Ah, ya despertaste..." o "ya era hora". Edgar subió los hombros y se fue a sentar sobre su bolso de dormir.

Antonio se sacudió el pantalón y abrió la puerta vertical, junto a la que se encontraba. Detrás de ella había nada, es decir no había una habitación, ni una pared ni otra puerta... sólo el cielo, profundamente azul.

Al instante me puse de pie para asomarme por aquella puerta tan fuera de lo común. Volteé a mirar a Edgar, que sonreía ante mi actitud, como si me hubiera contado un chiste.

Nos encontrábamos en una casa pegada a la pared del desfiladero, y por eso sus habitaciones se encontraban una sobre otra. Pero ¿Qué hacía ahí, viendo el vacío, una puerta? Hasta hoy lo ignoro. Desde ella podía verse una buena parte de la sierra verde y serenamente grandiosa. Hacia abajo se adivinaba la ruta serpenteante de un río.
-¿Dónde estamos? -pregunté a mis amigos, inclusive asustado.
-En el cielo -sentenció edgar-, el camión en el que veníamos se desbarrancó y nos morimos, ¿Qué, no te diste cuenta?
-En la puerta del cielo -rectiificó Antonio, al tiempo que extendía hacia mí las manos, entre las que acunaba una buena cantidad de hongos grisazulados, los cuales había estado limpiando cuando yo desperté-, en la puerta del cielo y estamos vivos, bien vivos -volvió a decir- ¿Quieres traspasarla? Come un honguito.
Ya tenía hambre, pues desde la noche de nuestra partida, por indicación de Antonio, no habíamos comido nada; pero los hongos no eran una comida propiamente dicha, además la sorpresa de encontrarme en aquel lugar me había producido un poco de náuseas, de tal manera que denegué la invitación.

Antonio mismo se llevó un hongo a la boca y comenzó a masticarlo, fue hasta donde se encontraba Edgar, le ofreció y éste también comenzó a comer. Yo lancé una última mirada al vacío, tuve intenciones de santiguarme, pero no lo hice, fui a sentarme cerca de ellos y tomé, del manojo que ya Antonio había colocado sobre el suelo, un hongo mediano, que sin más me llevé a la boca.

Comimos uno tras otro de aquello s hongos azulosos, mientras Antonio explicaba que iríamos a la montaña a buscar a Don José, el chamán, y que "los niños" nos guiarían. Tiempo después entendí que con aquella expresión se estaba refiriendo a los hongos, o tal vez a los espíritus buenos que la ingestión de los hongos permite ver.

Los tres estábamos sentados a la mitad de la habitación, Antonio de espaldas a la puerta que daba al vacío, Edgar de lado y yo de frente. Mientras los ingeríamos -en total unos seis o siete cada uno-, y al tiempo que Antonio seguía con sus indicaciones, una nube apareció por la puerta, primero se asomó y después poco a poco se fue introduciendo, como habiendo comprobado que ahí no correría peligro. Penetró lentamente, densa y con muchísimo cuidado, como para no lastimarse.

Yo la vi desde el principio; no dije nada pero la sorpresa que de seguro reflejó mi rostro hizo que mis amigos voltearan. Edgar permaneció mirándola, callado e inmóvil, Antonio fue a sentarse a mi lado, aunque no muy cerca, para contemplar mejor la maravilla. Nadie hizo un sólo comentario, inclusive Antonio guardó silencio. La nube entró husmeó por acá y por allá, rozó mi rostro con su mano fría, envolvió por un segundo a mis amigos y luego salió, tan lenta y delicadamente como había entrado.

Cuando terminamos, Antonio se incorporó y dijo:

-Prepárense, que ya nos vamos. No vayan a salirse ¿eh? -y señaló al vacío con un movimiento de cabeza-. Vengo en un momento.

Subió por las escaleras, abrió la puerta del techo y desapareció. Edgar también se puso de pie, dijo que iría al baño y salió por la puerta del piso. Yo me quedé sentado con el sabor de los hongos punzándome en la lengua y sin ninguna sensación extraña en absoluto, tal vez solamente que el hambre había desaparecido.

Me tiré de espaldas, con la vista fija en el haz luminoso que entraba por la ventanilla, esperando su regreso y a sentir los efectos del "honguito", como lo había llamado Antonio.

Nada sucedió... Pasó el tiempo y yo seguía ahí, solo sin hablar y sin nada claro en la mente; observando las partículas del polvo revolverse en el tubo de luz, primero lenta y armónicamente, pero tomando fuerza poco a poco, formando pequeños remolinos y figuras, luego revolviéndose artificiosamente y por fin derramándose como en una cascada.

El tiempo seguía pasando y ninguno de mis compañeros regresaba; comencé a creer que me quedaría ahí todo el día, todos los días del mundo, inclusive que la muerte misma no llegaría por mí nunca y que permanecería para siempre mirando caer aquella cascada de polvo.

Llegué a escuchar que el torrente luminoso, cuando iba  a estrellarse contra el piso, sonaba como un pequeño río de pequeñísimas piedras preciosas. Me incorporé hasta quedar sentado para echar una ojeada por la puerta: el cielo había cambiado de color, ahora era amarillo, un amarillo intenso y simpático, tanto que me hizo reír. Volví a acostarme, porque me sentí incapaz de mantenerme sentado; no era precisamente por falta de fuerzas, sino que sentía que aquella era mi posición, en la cual debería permanecer.

Mucho tiempo después, me percaté de que el sonido, al principio atribuido al choque del chorro de polvo luminoso, en realidad tenía otro origen, pues éste no producía ruido alguno; en verdad se trataba del sonido que producían las paredes, pues ellas también estaban compuestas de una materia líquida y oscura  que caía en cascada. Las paredes eran líquidas; me encontraba en un acantilado, frente a la nada amarilla dentro de una gran cascada en la cual había un número indeterminado de habitaciones, unas sobre otras, y sin embargo, no sentí miedo, no sentí nada.

Un aleteo repentino llamó mi atención, y volví a incorporarme. En el quicio de la puerta vi un gran Búho, parado solemnemente, mirándome con curiosidad; en el pico llevaba un pequeño ratón, casi partido en dos, pude experimentar el tremendo dolor que aquella bestiecilla debió haber sentido cuando su captor lo hirió, y a pesar de ello no tuve para el Búho ni odio ni cualquier otro tipo de rencor, pues entendí que aquellas eran las reglas, y así debían suceder las cosas.

El Búho permaneció mirándome un momento, luego colocó su presa en el piso y comenzó a caminar hacia mí; yo no podía creerlo, simplemente lo vi venir, en espera, eso sí, de un gran acontecimiento. Cuando el animal pasó por la zona donde la luz de la ventana se proyectaba, adquirió características nuevas: originalmente su plumaje era gris y amarillento, pero cuando la luz lo iluminó se volvió tremendamente blanco, con tonos azules, además de que sus plumas comenzaron a lanzar brillos repentinos, como si se hubieran hecho de cristal; entonces pude escuchar claramente sus garras, ahora metálicas, golpeando contra el piso, aunque el sonido de las paredes fluyendo densamente en cascada no disminuyó sino que por el contrario, aumentó su fuerza. Se me acercó casi con curiosidad científica, como un doctor revisando a un paciente con una enfermedad extraña. Yo ya había olvidado que tenían que llegar por mí.

Cuando llegó a mi lado, aquel Búho magnífico con plumaje de cristal, se me quedó mirando con sus ojos tan amarillos y profundos como el cielo más allá de la puerta, y sonrió; no sé cómo decirlo, entiendo que un ave no puede sonreír, pues su pico es rígido, pero este Búho sonrió hasta humanamente, con un gesto comprensivo, luego extendió las magníficas alas y comenzó a batirlas; estas crecieron y crecieron, hasta llegar a tocar las paredes y el techo y a ocupar toda la habitación, toda, apretándome, impidiéndome respirar. Quise lanzar un grito pero el ahogo que experimentaba me lo impidió.

Cerré los ojos en medio de la desesperación, quise mover el cuerpo pero me resultó imposible. Sin desearlo bien a bien los abrí y pude respirar perfectamente: Antonio me tomaba de los hombros y el Búho ya no se veía por ninguna parte. En realidad, debo decir que experimenté la presencia de Antonio como si él se encontrara  en una colina y yo en otra, muy distantes entre sí, como si en efecto estuviera allí, pero a la vez muy pero muy lejos. Me dijo algunas palabras pero no las entendí.

De pronto en mi campo visual apareció Edgar, muy diferente: es difícil explicarlo... parecía tener varios cuerpos a la vez. parecía encerrar dentro de sí tanta vida  que un solo cuerpo le resultaba insuficiente. No sé cómo poner en claro lo que ví, parecía uno de esos dibujos que se utilizan en los test psicológicos, el cual si se observa de determinada manera, puede adivinarse una figura, que cambia si se observa de otra; la única diferencia es que yo veía todas las diversas posibilidades a un mismo tiempo: había conviviendo en él animales, plantas y hombres, muchas clases de hombres. Con Antonio no pasaba lo mismo, seguía igual.

-El ha decidido que te quedes -dijo Antonio, y esto sí lo entendí, como una voz lejana y ronca en una caverna, llena de ecos y de miles de significados.

-Toma, Antonio- siguió hablando con la misma voz, al tiempo que me extendía un extraño objeto-, no vayas a perder esto. Te va a cuidar.

Se trataba de una especie de amuleto; era la cabeza disecada de un pequeño animal, algo así como una Sarihueya; cuando lo tomé entre mis manos, pude sentirlo cálido y protector. Mis dos amigos siguieron hablando pero ya no comprendí nada más. Tomaron algunas cosas y se fueron, dejando las puertas horizontales cerradas, pero la vertical abierta, abierta al vacío.







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1.01.2013

LOS PODERES DEL CHAMAN [1/7]

Por Francisco Trujillo
Sus Artículos en ADN Omni





LA MORADA DEL PODER

Aquella fue la primera ocasión en que tuve alguna experiencia con las drogas, es decir, con sustancias más fuertes que una taza de café, un cigarro, o una Coca Cola. Antonio, uno de mis dos compañeros de viaje, había extendido el brazo para alcanzarme el cigarro de marihuana del cual se había abstenido de fumar luego de que Edgar, quien lo encendió, se lo pasara. Tomé el cigarro humeante y me lo acerqué a los ojos, para verlo mejor. Nos encontrábamos a un punto más o menos indefinido en la Sierra de Oaxaca.

Antonio era el guía de la expedición;para aquel entonces ya había terminado sus estudios de ingeniería y supuestamente realizaba su tesis, peros dos o tres años atrás había tenido contacto con un personaje absolutamente fuera de lo común y, bajo sus enseñanzas, había comenzado el arduo camino de Iniciación en el chamanismo,  lo cual lo había alejado no sólo  de la Academia, sino de muchas otras facetas de forma de vida en la cual los tres nos habíamos formado. Edgar cursaba regularmente el último año en Filosofía y, al igual que yo, estudiante también del último año pero de derecho, se había asombrado al constatar la serie de cambios experimentados por la personalidad de Antonio, de tal manera que cuando éste nos invitó a Oaxaca a conocer a su maestro, aceptamos de inmediato.

Tomé el cigarro y, después de observarlo con detenimiento, me lo llevé a los labios para fumar, profunda y hasta alegremente: aquello era algo que había deseado hacer desde hacía mucho tiempo, pero también había tenido miedo, verdadero miedo de llevar a cabo, y en esa ocasión experimenté la euforia de lo prohibido, el encanto que atrapa a las bestias ante la vista del fuego; pero a diferencia de ellas, que salen huyendo, yo me acerqué al fuego y comí de él sin reservas, dejando todo temor de lado, sintiendo debajo de la piel latir mi libertad sin otra compañía.
-¡Fuerte! -me indicó Antonio-. Fuerte y aguántalo adentro hasta que no puedas.
Yo seguí las indicaciones; di tres fumadas de esa manera y regresé el cigarro a Edgar, quien ya había exhalado lo poco de humo que le quedaba en los pulmones.

habíamos salido de la ciudad de México aún de madrugada; Edgar y yo con toda la facha de campistas expertos, con nuestras enormes mochilas a cuestas, grandes botas, una cámara fotográfica, cantimploras y demás, mientras Antonio calzaba huaraches y cargaba sus escasas pertenencias en un morral de yute. Su apariencia magra resultaba extraña, de corta estatura, con el cabello ni corto ni largo y una despreocupada manera de vestir.

El cómodo autobús que abordamos en la estación del Distrito Federal nos dejó cerca del mediodía, en una ciudad pequeña de estado de Oaxaca, donde abordamos otro, esta vez mucho menos acogedor, el cual, luego de más o menos dos horas de camino, dejamos en un pueblo al pie de la imponente cordillera a cuyas entrañas pretendíamos penetrar. No tuvimos que esperar mucho para conseguir un vehículo que nos ayudara a hacerlo. Antonio ya conocía alguna gente y le resultó sencilllo contratar a un par de hermanos -quienes transportaban productos agrícolas- para que nos llevaran en el próximo viaje a bordo de su camión de redilas.

Salimos cerca de las cuatro de la tarde, instalados en la cabina, por un momento de terracería que trepaba por las altísimas paredes rocosas que nos separaban de nuestro objetivo. apenas habíamos iniciado el ascenso cuando antonio propuso al par de hermanos que nos permitieran realizar el viaje en la parte de atrás, junto con la carga. estos se miraron algo extrañados, pero evidentemente preferían ir con más espacio en la cabina, pues asintieron de inmediato.

Nos acomodamos sobre algunos bultos, sentados y con el cuerpo extendido, a mayor altura que los choferes, desde donde la experiencia de viajar resultó por completo diferente a lo que, cuando menos Edgar y yo, habíamos conocido. Instalados de tan cómoda manera, fue cuando Edgar propuso fumar la marihuana, y Antonio aceptó con un drástico: "Bien. está bien. No les hará ningún daño".

Cuando iniciamos el camino, el ambiente era seco, semidesértico, pero conforme avanzamos la vegetación fue haciéndose más y más tupida, así como cambiando de especie. de la misma manera, el aire al chocar con nuestra piel, al principio caliente, muy caliente y casi duro, fue refrescándose, y un perfume húmedo comenzó a rodearnos, a abrazarnos maternalmente.

El camión trepaba por aquella pendiente, por un lado del camino chocaba contra las paredes peladas de la montaña, mientras que por el otro se derramaba estrepitosamente hacia el precipicio, el cual paso a paso se nos mostraba más profundo.

Edgar y yo platicábamos con cuantas palabras nos venían a la mente, mientras Antonio lo hacía con monosilábicos y frases muy cortas. era como si estuviéramos asecndiendo no solamente a una montaña, sino literalmente a las alturas, donde las cosas del mundo pierden sentido, y aquello que en él se calla  por quién sabe qué tantos motivos adquiriera fuerza propia, como si se fuera deshaciendo de sus ataduras y fluyera pleno de naturalidad en nuestra charla, a la vez que, aunque de una manera distinta, el silencio de Antonio iba adquiriendo mayor y más profundo significado conforme nos alejábamos del suelo de los mortales.

La tierra árida ya había quedado bastante lejos de nosotros, y la vegetación había adquirido, por donde se dejaba ver, fuerza y vivacidad, cuando, luego de dos o tres fumadas más, caí en la cuenta de que el ruido del motor, que rebotaba en las paredes de piedra y en parte regresaban a nuestros oídos, había tomado nuevas característica, se había hecho mucho más terso y melódico, como un canto ronco, proveniente de la garganta de un gigante, o mejor, de un espíritu gigante, que nos estuviera dando la bienvenida.

Guardé silencio, lo cual al principio no pareció afectar el flujo de la conversación. me entregué dócilmente a aquel canto, a medias rugido poderoso y a medias susurro protector, me dejé llevar por sus oledas, por sus cambios de forma y de intensidad, por sus subidas lentas, lentísimas, así como por  sus bajadas abruptas. Mi atención visual, por el contrario, no recaía en ningún objeto en particular: miraba ampliarse más y más la bóveda del horizonte conforme subíamos, las paredes de roca viva y la vegetación estallando por acá y por allá en centellas verdes de artificio; asimismo reparaba en el movimiento de las manos de Edgar, las cuales ilustraban plásticamente sus aseveraciones, que en los huaraches de Antonio, dócil y femeninamente adaptados. Tal era el hechizo en el cual aquel canto salvaje y benévolo me había atrapado.

En un momento indefinido captó mi atención, sin que por ello me olvidase del canto, la particular belleza del rostro de Edgar, su carne regordeta la cual a cada sacudida del camión temblaba con alegría juvenil, llena de vida, llena de vida como nunca la había visto, con una barba mal recortada, rala y tersa, como la de un cabritillo; el cabello más bien largo y que el soplo del viento hacía ondular como sucede con las plantas marinas en medio de una fuerte corriente. Su rostro brillaba, rosado como el de un conejo recién nacido.

No sé qué cara puse, qué gesto, yo supongo que de inmensa maravilla, pero cuando Edgar reparó en él soltó una tremenda carcajada, la cual se vino a sumar al canto de nuestro gigante como la voz de un coro de mujeres que lo bordara melódicamente con arabescos brillantes. me sentía... no feliz, porque feliz no es la palabra; me sentía perfectamente lúcido, tal vez mucho más que de costumbre, y totalmente consciente de mi libertad, entendiendo que estaba ahí por mi propio deseo y que si alguien en ese momento me hubiera propuesto estar en otra parte, en cualquier otra parte, en la cama con Marilyn Monroe o capitaneando el más grande y lujoso trasatlántico del mundo, yo no hubiera aceptado, pues me encontraba en mi lugar preciso.
-Es la cima del mundo, no es cierto? -me preguntó Antonio de repente , con una sonrisa de comprensión, identica a la que hacen los ancianos ante las desazones de los jóvenes.
Edgar dejó de reír inmediatamente, con un gesto de incomprensión ante la frase que en apariencia no venía al caso. Volteó a mirar a Antonio y volvió a estallar en una carcajada, la cual, retorcida y hermosa, se integró de nuevo al canto ronco que nos acunaba. Sus ojos profundamente azules, como estrellas agigantadas, brillaban con violencia.
-Eso -dijo Antonio, ahora dirigiéndome a Edgar-, ríe porque precisamente eso es lo que debes hacer en este momento. ¿No es cierto?
Edgar asintió, carcajeando. Yo observaba todo desde el trono brillante de mi libertad; el mundo se alejaba más y más de nosotros, y las nubes, cada vez más cercanas, se derramaban por los bordes del cielo, como la espuma de un tarro de cerveza.

Antonio contiuó: "La hierba les ha abierto los ojos del corazón, porque los tienen cerrados y no pueden abrirlos por ustedes mismos: son todavía demasiado débiles o tienen, como alguien dijo por ahí, demasiada poca fe. Aquí no hay problema; abránlos, déjenlos abiertos, porque nos estamos acercando al centro del mundo, y aquí la fuerza es luz. Aquí no les pasará nada."

Edgar ya había dejado de reír y ahora escuchaba con atención a nuestro guía, pero aún su voz, en los cientos de voces femeninas que se había convertido, cantaba magníficamente en conjunción con la de nuestro gran espíritu anfitrión.
-Ustedes pueden pensar que algo los obligó a ser como son -prosiguió Antonio-. a tenerle miedo a algunas cosas, a desear todo aquello que desean, pero no es así, sino que ustedes mismos han optado por esa posibilidad, han preferido esa oferta. Nadie les ha puesto una pistola en la sien para que se vistan como lo hacen o para que hablen así o para que hagan determinados gestos; ustedes han decidido hacerlo pues así les ha convenido, y el que ahora me acompañen no señala otra cosa que su deseo de cambiar. pues bien: alégrense porque pueden hacerlo.
-¿Qué te pasa? -cuestionó Edgar de golpe, con gesto de verdadero asombro-, ¿Que te crees Cristo, o qué?
-¿Cristo? -preguntó sonriendo Antonio-. De veras que te vas  a los extremos, Edgar. Aunque sí, ¿Por qué no?, tal vez Cristo tenga algo que ver aquí, tal vez tu Cristo sea una de las razones por las cuales te has decidido a ser como eres.
-El tiene una forma de ser -dije yo, casi sin desearlo-, una forma de ser desde que nació: es un conejo con barbas de chivo -y me reí, lo que a Edgar no le hizo mucha gracia. Esta vez mi risa también se integró al canto mayor.
-La forma de ser no existe -dijo Antonio, sonriendo pero muy en serio-. la forma de ser es eso, simplemente una forma, como la forma de las nubes, ¿No las ven?, cambian todo el tiempo, no dejan de cambiar -y ambos discípulos volteamos hacia arriba al mismo tiempo-. El ser es lo único que existe, y cada uno de nosotros es una grieta por la cual él fluye.
"Las formas que va adoptando conforme pasa el tiempo, las formas que nosotros le vamos dando son pasajeras y no tienen nada que ver con el ser -aseguró-, solamente que él las escogió, son las máscaras que nos hemos decidido a modelar frente al espejo en una tienda de antiguedades."

"El ser es Poder -continuó-. Es el Poder mismo, el cual no tiene origen ni tendrá fin, y al cual nosotros no podemos ni tocar ni manipular, ¡Vaya!, ni siquiera conocer , pero que nos da aliento y que somos nosotros mismos. Al ser, es decir al Poder, no podemos más que ejercerlo o traicionarlo, y normalmente lo traicionamos, o no? -nos preguntó."

Hasta entonces, en medio de aquel canto mágico compuesto por tantas y tan bellas voces, con tantas ideas tan nuevas fluyendo de la boca de Antonio y compartiendo mi asombro con Edgar, fue que caí en la cuenta de que la marihuana había obrado su efecto sobre mí. lo entendí repentinamente, y en el acto experimenté el golpe en mi ánimo de una desagradable oleada de escrúpulos, de sentimientos de culpa y de miedo... ¿Qué me estaba sucediendo? ¿Qué sería lo siguiente? ¿Perdería el control? Antonio de inmediato pareció darse cuenta de lo que ocurría.
-¡Calma! -me dijo, y se incorporó para poder colocar la palma de su mano derecha sobre mi frente, con lo que de inmediato sentí alivio-. ¡Cálmate! Nada malo te va a pasar.
-Fijate cómo son las formas del ser -continuó dirigiéndose a Edgar-. Y tu también, Mario -me dijo-, fíjense cómo la forma cambió: el ser de Mario continúa siendo el mismo, pero de pronto llega el miedo y todo lo cambia. Si traicionamos al Poder él nos traiciona, nos contesta con jugarretas, con engaños que si no conocemos, si no sabemos distinguir, se adueñan de nosotros. El ser es como el haz de luz de un proyector, siempre fluye igual, impasible y brillante, mientras las formas del ser son como los cuadros que forman la película proyectada: tuercen ese ser que los atraviesa, le dan colores y formas, pero colores y formas que no le corresponden por sí mismos. Los cuadros pasan unos tras otros frente al haz de luz, y en la pantalla se proyecta una película. Nosotros creemos, pues nos hacen creerlo así  y porque decidimos finalmente creerlo, que esa película es nuestra propia vida, pero no es así pues se trata solamente de imágenes; el ser, el Poder, es lo que les da vida, pero permanece escondido a los ojos del que no sabe distinguirlo; y así vamos, viviendo entre sombras, entre sombras brillantes y bellas, si quieren ustedes, pero al fin entre sombras...
De la cuestión del ser, Antonio pasó, si no recuerdo mal, a las drogas. Repitió, más bien dirigiéndose a mí, mientras el camión continuaba su ascenso y el sol su descenso, que esas sustancias nos ayudan a "abrir los ojos interiores", pero que lo hacen fuera de nuestro control.
-Y hay algo muy importante -añadió-: en la antigüedad, cuando los hombres tenían una forma más religiosa de ver el universo, el uso de las drogas se encontraba restringido a prestar servicios espirituales, y no cualquiera ni en cualquier circunstancia podía acceder a ellas; en cambio en las sociedades modernas son usadas indiscriminadamente y sin ningún respeto, lo cual nos ha llevado a una incomprensión casi absoluta de sus facultades, convirtiendo lo que fue un camino para el crecimiento espiritual en un vicio y nada más, en un medio de degradación y en grandes problemas para todo el mundo, ¿No es cierto, Edgar? -y Edgar asintió, riendo un poco tontamente, como lo había venido haciendo desde hacía un rato.
"El uso de las drogas -continuó- tiene un fin, un fin mágico, el cual hay que saber respetar, porque si no todo puede voltearse y, en lugar de liberar nuestro poder, puede encadenarnos definitivamente en nuestros vicios y nuestras debilidades..."

Guardó silencio repentinamente. la tarde ya se encontraba bien avanzada. Llamó entonces mi atención el que las nubes, observadas por Antonio desde hacía rato y que antes se encontraban a una altura indefinida e inalcanzable, se habían apilado en los bordes de la montaña y se encontraban a corta distancia de nosotros. la temperatura había descendido y la humedad se hacía más densa. Luego de un momento, sin aviso previo, llegamos al cielo y ¡Paff!, de pronto nos encontramos dentro de las nubes, en sus entrañas perfectas.

Yo nunca antes habia estado dentro de una nube; había caminado en la neblina y también tomado baños de vapor, pero nada de ello resultaba comparable a esta nueva sensación. Repentinamente todo desapareció, sumido en una absoluta y brillante blancura; de pronto fue como si me encontrara solo, como si mis compañeros hubieran desaparecido en un limbo donde los equilibrios de este mundo se hubieran esfumado, donde ninguno de los tantos y tantísimos asuntos tan importantes que componen nuestra vida hubieran desparecido en la más profunda oscuridad.

La conversación de Antonio se esfumó también, junto las risotadas de Edgar y el eco del motor, metamorfoseado en canto. Todo se hizo silencio, acompañado de una blancura silencios, acariciadora y fría.

Las partículas que forman las nubes ocupan un punto intermedio entre vapor y la lluvia; puede sentírselas chocar, en chispas heladas, contra la piel del rostro, contra los brazos y las manos; se las siente colgar de los bordes de las fosas nasales, entre el cabello, contra los párpados y contra los globos de los ojos abiertos. la lluvia finísima que ellas formaban como un velo de denso vapor tejido en punto cerrado, obró un efecto purificador sobre mi ánimo; hizo las veces de bienvenida, como el paso por la antesala del lugar al que estábamos llegando y que se trataba, evidentemente, de un lugar mágico sagrado.

No sé cuánto tiempo duró nuestro paso por la nube, tal vez dentro de ella el tiempo no fluía de la manera que todos conocemos, tal vez iniciaba una marcha hacía atrás, se detenía o simplemente se retorcía sobre sí mismo, pero si hubiera durado una hora o dos, o solamente unos cuantos segundos, de lo que si estoy seguro es que aquella experiencia me llevó a una calma absoluta, lo cual no debe entenderse como quietud, sino como armonía, como un movimiento continuo y equilibrado: todas las voces que componen mi conciencia en ese momento comenzaron a fluir, unas junto a otras, rozándose placenteramente, como un conjunto de livianos delfines que nadaran en medio del océano vibrante e infinito del universo.

De la misma manera repentina como entramos a la nube salimos de ella, y lo que entonces apareció ante nuestra vista confirmó mi intuición de que estábamos entrando a un lugar sagrado: la carretera ahora corría por la cima recortada de la cadena montañosa que, a tramos, sobresalía de un brillante mar de nubes, por entre el cual, acá y allá como islas de ensueño, podían verse los picos más altos de otras montañas. A lo lejos, el sol estaba a punto de hundirse en el horizonte, como una perfecta e incandescente gota de metal fundido.







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