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9.30.2012

LA MUERTE Y LA BRUJULA [2]

Por Giovanni Bottiroli







3. LABERINTO DEL TIPO CUARTO

Según John Hillis Miller, Red Scharlach es un escéptico [10], no cree que los hechos tengan un sentido, y sabe que Lönnrot sí lo cree. De ahí la posición ventajosa que logra asumir cuando se enfrenta a su víctima: el habitante de Triste-le-Roy, una construcción insensata que en más de un aspecto recuerda la Ciudad de los Inmortales, observa el mundo desde una sad hermeneutics, desde la vaciedad del sentido: no hay significados escondidos o secretos, y el sentido siempre es la proyección de un intérprete. Este enfoque de momento parece aceptable; pero el engaño perpetrado en perjuicio de Lönnrot no se puede reducir a la trampa que el escéptico le ha tendido al creyente.

Este no es sino uno de los muchos errores de Miller –un error que podríamos definir como “provisional”, en cuanto que su lectura del relato va más allá del conflicto entre sentido y falta de sentido. En cualquier caso, vale la pena destacar de inmediato como la declinación de la tristeza, el modo en que Miller lee el nombre Triste-le-Roy, conduce en una dirección equivocada. 

“Scharlach’s sadness is the sadness of the radical skeptic or disbeliever”: [11] tristeza hermenéutica o ético-hermenéutica. Como si el gangster fuese un individuo al que le cuesta elaborar el duelo de la ausencia de sentido, un discípulo de Pascal incapaz sin embargo de obtener algún consuelo del ejercicio de pensar (aquel ejercicio que hace de cada uno de nosotros, frágil caña, una caña que piensa). Y con todo, no hay nada que deba inducirnos a leer en la tristeza de Triste-le-Roy una expresión de orden ético, en lugar de estético. 
“Vista de cerca, la casa de la quinta de Triste-le-Roy abundaba en inútiles simetrías y en repeticiones maniáticas… Un Hermes de dos caras proyectaba una sombra monstruosa” (MB, 153). 
Una sobreabundancia caótica que suscita malestar, la percepción de lo monstruoso –no del monstruo: tal vez esta distinción ayude a comprender la diferencia entre estética y ética. El monstruo, en todo caso, es el habitante del Laberinto: pero ¿De cuál? Porque la villa es una construcción estéticamente reprobable, un ejemplo de la  confusión inferior, pero el verdadero Laberinto es el creado por Scharlach para vengarse: 
“En esas noches yo juré por el dios que ve con dos caras y por todos los dioses de la fiebre y de los espejos tejer un laberinto en torno del hombre que había encarcelado a mi hermano. Lo he tejido y es firme: los materiales son un heresiólogo muerto, una brújula, una secta del siglo XVIII, una palabra griega, un puñal, los rombos de una pinturería” (MB, 155
Éste es un verdadero Laberinto, destinado a confundir a los hombres (una casa labrada para confundir a los hombres), como dice El inmortal (A, 13). Un Laberinto ideado por la inteligencia estratégica, por un discípulo funesto de la griega Metis. Éticamente reprobable, de todos modos este Laberinto pertenece a lo distintivo: solamente es confusivo si se mira con los ojos de Lönnrot. Emerge así una asimetría en la percepción del Laberinto, que obliga a reflexionar acerca de las clasificaciones. En un artículo que sigue conservando su interés, Rosenstiehl proponía esta tipología: 

A) El Laberinto más simple, unicursivo, constituido por una sola línea, un corredor único con un callejón sin salida, en cada extremo. Solo hay un modo de recorrerlo. 
“Estos Laberintos pueden ser considerados sin bifurcaciones, por tanto sin de elección para el viajero, como posibilidad imágenes engañosas, como evocaciones de circunvoluciones laberínticas; pero no son Laberintos propiamente dichos porque niegan el hilo de Ariadna. El hilo de Ariadna adquiere sentido a partir del momento en que existen ramificaciones, es decir un cruce que abra al menos tres corredores.” [12] 
B) El Laberinto arborescente, más complejo que el anterior, y que sin embargo no implica ciclos. Por ciclo se entiende un conjunto de corredores sucesivos que, tomados una sola vez, permiten al viajero reencontrar sus pasos, cruzarse con ellos [13] 

C) El Laberinto ciclomático, es decir dotado de ciclos, y expresable mediante un número ciclomático K, que indica su complejidad. 
“La complejidad del dédalo crece con el número ciclomático K”, “el Laberinto más inextricable es aquel en el cual los ciclos crecen sin límite”. [14] 
Como ejemplo Rosenstiehl cita el desierto de Borges del relato Los dos reyes y los dos laberintos. No obstante este laberinto “donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso” (A, 136) no parece adecuado para ilustrar el tercer tipo. Es verdad que la fatal imprudencia (y la inexplicable presunción) del Rey de Babilonia recuerdan la imprudencia y la presunción con que Lönnrot se lanza en brazos de su enemigo; y sin duda alguna podemos pensar el desierto como una inmensa repetición de elementos atómicos, los granos de arena. Pero no convence el atributo inextricable, aplicado a un desierto. En cualquier caso, toda la clasificación (que vacila entre una morfología y una lógica separativa) es poco convincente y el mismo Rosenstiehl lo acaba admitiendo: 
“El laberinto se resuelve, la metáfora se mantiene intacta” [15] 
El autor parece reconocer los límites de su descripción, que ha tomado para examinarlos solamente Laberintos estáticos, o rígidos, en los que el factor de complejidad es puramente numérico. Con todo, el Laberinto no es reducible a una estructura matemática, ni lo podemos agotar dentro de una visión gramatical. No es solamente la metáfora, sino el concepto de Laberinto lo que permanece intacto o en todo caso incompleto al final de la argumentación de Rosenstiehl. 

Aunque haya sido evocada, en cierto momento, la razón astuta, la Metis, en la tipología descrita hasta aquí falta casi completamente la dimensión estratégica. Sin embargo, ¿No es este, tal vez, el componente decisivo en La muerte y la brújula? Así pues hay que suponer un cuarto tipo de Laberinto, una construcción estratégica, ya no pensable como un objeto enfrentado a un sujeto sino como un lugar que la relación intersubjetiva vuelve elástico. El estratega no es simplemente quien elabora un plan, sino quien sabe conferir al adversario la ilusión de poseer un mapa, destinado a convertirse en la red en la que será capturado. 

Transformar el mapa del adversario en un Laberinto, éste es el resultado más admirable de la Estrategia. Y es exactamente lo que sucede en el relato que estamos examinando: al detective Erik Lönnrot le llama la atención la simetría de algunos homicidios; el primero ocurre en la parte oriental de la ciudad, el segundo en el Oeste, el tercero en el Norte; han tenido lugar el tercer día de tres meses sucesivos; tres mensajes dejados por el asesino o por los asesinos dicen que la primera, la segunda y la tercera letra del nombre han sido articuladas. Lönnrot es un admirador de Auguste Dupin y valora los métodos de la policía con el mismo desprecio. [16] 

Puesto que la primera víctima es un rabino, autor de un libro sobre la secta de los Hasidim, el detective estudia su doctrina; descubre –pero también lo descubrirá Red Scharlach– que al parecer existe un nombre secreto de Dios, y que algunos Hasidim, en busca de este nombre secreto, a veces han sacrificado a seres humanos. Las simetrías en el tiempo y en el espacio, que se ofrecen a su intuición, lo persuaden; con la ayuda de un compás y de una brújula individualiza el sitio en el que tendrá lugar el cuarto homicidio: ocurrirá en el vértice de un rombo que completará el triángulo equilátero formado por los tres primeros sitios. Lönnrot se dirige al Sur, hacia la villa laberíntica de Triste-le-Roy, entra en ella, se pierde en las remisiones ilimitadas de la penumbra, de la soledad y de los espejos. De pronto algunos hombres se lanzan sobre él; le llevan frente a Red Scharlach, un gangster cuyo hermano había hecho arrestar, tiempo atrás. Se entera de que el primer delito fue casual, que la primera frase había sido escrita por el rabino, y que la simetría de los homicidios, lejos de ser el móvil –el vértigo que habría guiado la búsqueda mágica del Tetragrámaton– constituía una trampa para atraerle a la villa triste y con proliferación de dobles, donde será asesinado. 

La cuarta letra del Nombre ha sido articulada, en una versión laica, por un Scharlach paródico. Lo que el lector descubre es que un Laberinto no es inevitablemente un dato, una estructura ontológica (penetrable por el pensamiento matemático) o la invencible causalidad que puede imponerse a la mente de algunos hombres, el motor de su fanatismo: el Laberinto puede ser un producto, una construcción hacia la cual el antagonista atrae a su adversario, y que requiere, para ser descifrado, una inteligencia no tanto matemática como estratégica. Como ya se ha dicho, toda Estrategia es la proyección de un Laberinto no como arquitectura estática, sino como una red, en la que el adversario creerá descubrir un mapa: es ésta la flexibilidad del Laberinto. Como construcción estratégica, el Laberinto es asimétrico y bifronte: puede ser su emblema la estatua de Jano, cuya presencia en la villa de Triste-le-Roy, Hillis Miller destaca, la cual sin embargo reconduce a la lógica de la simetría. 

En cambio, en el rostro de Jano, que mira en dos direcciones opuestas, deberíamos saber descubrir el desdoblamiento de lo simétrico y de lo no simétrico, el mapa que se convierte en red, el Laberinto que se vuelve Laberinto –pero solamente para uno de los antagonistas.





Arte: Rob Scharein
Diseño & Diagramación: Pachakamakin



CITAS:

[10] “Scharlach appears to be a radical skeptic” en J. Hillis Miller, Ariadne’s Thread. Story lines, 1992, Yale P New Haven and London, p. 237.
[11] Ibídem. . 

[12] P. Rosenstiehl, Labirinto, en Enciclopedia Einaudi, 8, Torino, 1979. Respecto de esta tipología Umberto Eco se engaña clamorosamente: cfr. L ’albero di Porfirio, ahora en el volumen Sugli specchi, Bompiani, pp. 357-58, donde Eco banaliza el laberinto cretense reduciéndolo al tipo unicursivo.
[13] Ibidem.
[14] Ibíd. p. 20. 

[15] Ibíd. P 29.
[16] Desprecio totalmente injustificado, si hemos de juzgar por este relato en el cual Lönnrot es absorbido inmediatamente por el Imaginario (en sentido lacaniano).
[17] J. Hillis Miller, op.cit., P 240.
[18] Ibíd., p. 242.
[19] Avatares de la tortuga, Emecé, p.149.
[20] “Die Krähen behaupten, eine einnzige Krähe könnte den Himmel zerstören. Das ist zweifellos, beweist aber nichts gegen den Himmel, denn Himmel bedeutet eben: Unmöglichkeit von Krähen”, F. Kafka, Betrachtungen über Sünde, Leid, Hoffnung und den wahren Weg, 1917/18.
[21] J. Hillis Miller, op. cit. pp. 252-253.
[22] Permítanme remitir a mi artículo C’è sempre un fuori testo, 2004.
[23] Ibíd., P 253. 
[24] “Ulises, se dice, fue hasta tal punto sagaz, como un zorro, que ni la diosa del destino (die Schicksalsgöttin) consiguió engañarlo” (F. Kafka, Das Schweigen der Sirenen, 1917).

9.28.2012

CHUANG-TZE: UN CONTRAVENENO. VIDA DE POETA

Por Octavio Paz



En 1957 hice algunas traducciones de breves textos de clásicos chinos. El formidable obstáculo de la lengua no me detuvo y, sin respeto por la filología, traduje del inglés y del francés. Me pareció que esos textos debían traducirse al español no sólo por su belleza construcciones a un tiempo geométricas y aéreas, fantasías templadas siempre por una sonrisa irónica- sino también para compartir el placer que había experimentado al leerlos. Los publiqué, ese mismo año, en México en la cultura, el suplemento literario de Novedades que dirigía Fernando Benítez. Más tarde reuní esos apólogos y cortos ensayos -algunos muy cerca de lo que llamamos “poema en prosa”- en Versiones y diversiones (1974), bajo un título adrede ambiguo: Trazos. Excluí únicamente los fragmentos de Chuang-Tze. Ahora los recojo. Creo que Chuang-Tze no sólo es un filósofo notable sino un gran poeta. Es el maestro de la paradoja y del humor, puentes colgantes entre el concepto y la iluminación sin palabras. Poco o nada se sabe de Chuang-Tze, salvo las anécdotas, discursos y ensayos que aparecen en su libro (que ostenta también el nombre de su autor). Chuang-Tze vivió a mediados del Siglo IV antes de Cristo, en una época de intensa actividad intelectual y de gran inestabilidad política.

Como en el caso de las repúblicas italianas del Renacimiento o de las ciudades griegas de la época clásica, las querellas que dividían a los príncipes y a los pequeños Estados corrían parejas con la fecundidad de los espíritus y con la originalidad y valentía de la especulación. A grandes males, grandes remedios. Un poco más tarde los Ch’n (249-206 AC C.) unificaron al país y fundaron el primer Imperio histórico. Desde entonces hasta la caída de la última dinastía en nuestro siglo, China vivió de las ideas inventadas en el período de los Reinos Combatientes. 

Durante dos milenios no hizo más que perfeccionarlas, podarlas, extenderlas o adaptarlas a las condiciones y circunstancias históricas. La filosofía, o mejor: la moral -y mejor aún: la políticade Confucio (Kung-Fu-Tzu) y sus grandes sucesores (Mo-Tzu o Mencio) fueron el fundamento de la vida social; sus principios regían lo mismo la vida de la Ciudad que la de la familia. Pero la ortodoxia confuciana no dejó de tener rivales; los más poderosos fueron el taoísmo y, más tarde, el budismo. Ambas tendencias predican la pasividad, la indiferencia frente al mundo, el olvido de los deberes sociales y familiares, la búsqueda de un estado de perfecta beatitud, la disolución del yo en una realidad indecible. 

A diferencia del budismo -corriente de fuera- el taoísmo no niega al yo ni a la persona; al contrario, los afirma ante el Estado, la familia y la sociedad. El taoísmo es un “disolvente”. No es extraño que los confucionistas lo viesen como una tendencia antisocial, enemiga de la sociedad y del Estado. En el taoísmo hay una persistente tonalidad anarquista. 

Los padres del taoísmo (Lao-Tze y Chuang- Tze) recuerdan a veces a los filósofos presocráticos; otras, a los cínicos, a los estoicos y a los escépticos. También, ya en la edad moderna, a Thoreau. Lejos de perderse en las especulaciones metafísicas del budismo, los taoístas no olvidan nunca al hombre concreto que, para ellos, es el “hombre natural”. 

Sus emblemas son el pedazo de madera sin tallar y el agua, que adquiere siempre la forma de la roca o del suelo que la contiene. El hombre natural es dúctil y blando como el agua; como ella, es transparente. Se le puede ver el fondo y en ese fondo todos pueden verse. El sabio es el rostro de todos los hombres. 

He dividido mi brevísima selección en tres secciones. La primera se refiere a la lógica y a la dialéctica. La crítica de Chuang-Tzu a las especulaciones intelectuales de los lógicos aparece en una serie de apólogos y cuentos en los que el humor se alía al raciocinio. Muchos entre ellos asumen la forma de un diálogo entre Hui-Tzu, el intelectual, y Chuang-Tze (o su maestro: Lao-Tze). 

Ante las sutilezas del dialéctico el sabio verdadero recurre, sonriente, al conocido método de reductio ad absurdum. En nuestra época erizada de filosofías y razonamientos cortantes y tajantes (preludio necesario de las atroces operaciones de cirugía social que hoy ejecutan los políticos, discípulos de los filósofos), nada más saludable que divulgar unos cuantos de estos diálogos llenos de buen sentido y sabiduría. Estas anécdotas nos enseñan a desconfiar de las quimeras de la razón y, sobre todo, a tener piedad de los hombres. La segunda sección está compuesta por fragmentos acerca de la moral. 

Con mayor encono aún que a los dialécticos y a los filósofos, Chuang-Tzu ataca a los moralistas. El arquetipo del moralista es Confucio. Su moral es la del equilibrio social; su fundamento es la autoridad de los seis libros clásicos, depositarios del saber de una mítica edad de oro en la que reinaban la virtud y la piedad filial. La virtud (jen) era concebida como un compuesto de benevolencia, rectitud y justicia, encarnación del culto al Emperador y a los antepasados. La acción del sabio, esencialmente política, consistía en preservar la herencia del pasado y, así, mantener el equilibrio social. 

Éste, a su vez, no era sino el reflejo del orden cósmico. Cosmología política. Nosotros, en lengua española, tenemos una palabra que quizá dé cierta idea del término chino: “hidalguía”. La hidalguía está fundada en la lealtad a ciertos principios tradicionales: fidelidad al señor, dignidad personal (el hidalgo es el rey de su casa) y la honra. Todo esto hace de la hidalguía una virtud social. Pero el hidalgo es un caballero; venera el pasado pero no ve en él un principio cósmico ni un orden fundado en el movimiento de la naturaleza. El discípulo de Confucio es un mandarín: un letrado, un funcionario y un padre de familia. 

El carácter utilitario y conservador de la filosofía de Confucio, su respeto supersticioso por los libros clásicos, su culto a la ley y, sobre todo, su moral hecha de premios y castigos, eran tendencias que no podían sino inspirar repugnancia a un filósofo-poeta como Chuang-Tze.

Su crítica a la moral fue también una crítica al Estado y a lo que comúnmente se llama bien y mal. Cuando los virtuosos -es decir: los filósofos, los que creen que saben lo que es bueno y lo que es malo-, toman el poder, instauran la tiranía más insoportable: la de los justos. 

El reino de los filósofos, nos dice Chuang-Tze, se transforma fatalmente en despotismo y terror. En nombre de la virtud se castiga; esos castigos son cada vez más crueles y abarcan a mayor número de 1 personas, porque la naturaleza humana -rebelde a todo sistema- no puede nunca conformar a la rigidez geométrica de los conceptos. Frente a esa sociedad de justos y criminales, de leyes y castigos, Chuang-Tze postula una comunidad de ermitaños y de gente sencilla. La sociedad ideal, para él, es una sociedad de sabios rústicos. En ella no hay gobierno ni tribunales ni técnica; nadie ha leído un libro; nadie quiere ganar más de lo necesario; nadie teme a la muerte porque nadie le pide nada a la vida. 

La ley del cielo, la ley natural, rige a los hombres como rige la ronda de las estaciones. Así, el arquetipo de los taoístas es el mismo de los confucianos: el orden cósmico, la naturaleza y sus cambios recurrentes. Sin embargo, lo mismo en el dominio de la política y la moral que en el de las ideas, su oposición es irreductible. La sociedad de Confucio, imperfecta como todo lo humano, se realizó y se convirtió en el ideario y el patrón ideal de un Imperio que duró dos mil años. La sociedad de Lao-Tze y de Chuang-Tze es irrealizable pero la crítica que los dos hacen a la civilización merece nuestra simpatía. 

Nuestra época ama el poder, adora el éxito, la fama, la eficacia, la utilidad y sacrifica todo a esos ídolos. Es consolador saber que, hace dos mil años, alguien predicaba lo contrario: la oscuridad, la inseguridad y la ignorancia, es decir, la sabiduría y no el conocimiento. En la tercera sección he procurado agrupar algunos textos sobre lo que podría llamarse el hombre perfecto. El sabio, el santo, es aquel que está en relación –en contacto, en el sentido directo del término- con los poderes naturales. El sabio obra milagros porque es un ser en estado natural y sólo la naturaleza es hacedora de milagros. Pero mejor será cederle la palabra a Chuang-Tze.




1. Sobre la sabiduría. 
2. La tortuga sagrada. 
3. Los cerrojos y los ladrones. 
4. Causalidad.

Por Chuang -ze
Traducción de Octavio Paz


SOBRE LA SABIDURÍA

Volver al punto de partida cansados de buscar en vano, ¿No deberíamos moler nuestras sutilezas en el Mortero Celeste, olvidar nuestras disquisiciones sobre la eternidad y vivir en paz los días que nos quedan? ¿Y qué quiere decir moler nuestras sutilezas en el Mortero Divino? Aniquilar las diferencias entre ser y no ser, entre esto y aquello. Olvido, olvido... ser y no ser, esto y aquello, son partículas desprendidas del infinito y volverán a fundirse en el infinito. 



LA TORTUGA SAGRADA 

Chuang-Tze paseaba por las orillas del río Pu. El rey de Chou envió a dos altos funcionarios con la misión de proponerle el cargo de Primer Ministro. La caña entre las manos y los ojos fijos en el sedal, Chuang-Tzu respondió: 
“Me han dicho que en Chou veneran una tortuga sagrada, que murió hace tres mil años. Los reyes conservan sus restos en el altar familiar, en una caja cubierta con un paño. Si el día que pescaron a la tortuga le hubiesen dado la posibilidad de elegir entre morir y ver sus huesos adorados por siglos o seguir viviendo con la cola enterrada en el lodo, ¿Qué habría escogido?”
Los funcionarios repusieron: “Vivir con la cola en el lodo”. “Pues ésa es mi respuesta: prefiero que me dejen aquí, con la cola en el lodo, pero vivo”. 


LOS CERROJOS Y LOS LADRONES 

Para protegernos de los malhechores que abren las arcas, escudriñan los cajones y hacen saltar las cerraduras de los cofres, la gente acostumbra reforzar con toda clase de nudos y cerrojos los muebles que guardan sus bienes. El mundo aprueba estas precauciones, que le parecen muestra de cordura. Pero de pronto se presentan unos ladrones. Si lo son realmente, en un abrir y cerrar de ojos desatarán los nudos, abrirán los cerrojos y, si es necesario, cargarán con las cajas sirviéndose para ello de las cuerdas y nudos de que están provistas. En verdad, los propietarios ahorran a los ladrones el trabajo de empacar los objetos. No es exagerado afirmar que todo lo que llamamos “cordura” no es sino “empacar para los ladrones”. Y lo que llamamos “virtud”, acumular botines para los malhechores. ¿Por qué digo esto? A lo largo y a lo ancho del país de Chi (un territorio tan poblado que el mero cacareo de los gallos y el ladrido de los perros en un pueblo se oye en el de junto), entre pescadores, campesinos, cazadores y artesanos, en santuarios y cementerios, prefecturas y palacios, en ciudades, poblados, distritos, barrios, calles y casas particulares... en fin, en todo el reino, veneradas por todos sus habitantes, imperaban las leyes de los Reyes Antiguos. Sin embargo, en menos de veinticuatro horas Tien-Ch’eng Tzu asesinó al príncipe de Chi y se apoderó de su reino. Y no sólo de su reino, sino también de las leyes y artes de gobierno de los sabios de antaño, que habían inspirado a los soberanos legítimos de Chi. Es verdad que la historia llama a Tien-Ch’eng Tze usurpador y asesino; pero mientras vivió fue respetado como el virtuoso Tsen y el benévolo Shun. Los pequeños reinos no se atrevieron a criticarlo, ni los grandes a castigarlo. Durante doce generaciones sus descendientes conservaron entre sus manos la tierra de Chi... 


CAUSALIDAD 

La Penumbra le dijo a la Sombra: “A ratos te mueves, otros te quedas quieta. Una vez te acuestas, otra te levantas. ¿Por qué eres tan cambiante?”. “Dependo”, dijo la sombra, “de algo que me lleva de aquí para allá. Y ese algo a su vez depende de otro algo que lo obliga a moverse o a quedarse inmóvil. Como los anillos de la serpiente, o las alas del pájaro, que no se arrastran ni vuelan por voluntad Propia, así yo. ¿Cómo quieres que responda a tu pregunta?”. 




9.27.2012

EL LOCO


Por Guy de Maupassant

Selección de Javier Alejandro Fernández
Sus Selecciones en ADN CreadoreS



Querido doctor, me pongo en sus manos. Haga usted de mi lo que guste. 

Voy a decirle con toda franqueza mi extraño estado de ánimo, y juzgue si no sería mejor que cuidasen de mí durante algún tiempo en una casa de salud, en vez de dejarme presa de las alucinaciones y sufrimientos que me atormentan. 

Ésta es la historia, larga y exacta, de la singular enfermedad de mi alma.

Vivía yo como todo el mundo, mirando la vida con los ojos abiertos y ciegos del hombre, sin sorprenderme ni comprender. Vivía como viven las bestias, como vivimos todos, cumpliendo todas las funciones de la existencia, analizando y creyendo ver, creyendo saber, creyendo conocer lo que me rodea, cuando un día me di cuenta de que todo es falso.

Fue una frase de Montesquieu la que súbitamente iluminó mi pensamiento. Es ésta: 


"Un órgano de más o de menos en nuestra máquina nos hubiera dado una inteligencia distinta. En una palabra, todas las leyes asentadas sobre el hecho de que nuestra máquina es de una determinada forma serían diferentes si nuestra máquina no fuera de esa forma." 
He pensado en esto durante meses, meses y meses, y poco a poco ha penetrado en mí una extraña claridad, y esa claridad ha creado ahí la oscuridad.

En efecto, nuestros órganos son los únicos intermediarios entre el mundo exterior y nosotros. Es decir, que el ser interior que constituye el yo se halla en contacto, mediante algunos hilillos nerviosos, con el ser exterior que constituye el mundo.

Pero, además de que ese ser exterior se nos escapa por sus proporciones, su duración, sus propiedades innumerables e impenetrables, sus orígenes, su futuro o sus fines, sus formas lejanas y sus manifestaciones infinitas, nuestros órganos, sobre la parcela que de él podemos conocer no nos suministran otra cosa que informes tan inseguros como poco numerosos.

Inseguros, porque únicamente son las propiedades de nuestros órganos las que determinan para nosotros las propiedades aparentes de la materia.

Poco numerosos, porque al no ser nuestros sentidos más que cinco, el campo de sus investigaciones y la naturaleza de sus revelaciones se hallan necesariamente muy restringidos.

Me explico: la vista nos indica las dimensiones, las formas y los colores. Nos engaña en esos tres puntos.

No puede revelarnos otra cosa que los objetos y seres de dimensión media, proporcionados a la estatura humana, lo cual nos lleva a aplicar la palabra grande a determinadas cosas y la palabra pequeño a otras, sólo porque su debilidad no le permite conocer lo que es demasiado vasto o demasiado menudo para él. De ahí resulta que no se sabe ni se ve casi nada, que el universo casi entero le queda oculto, la estrella que habita el espacio y el animálculo que habita la gota de agua.

Incluso aunque tuviera cien millones de veces su potencia normal, aunque viese en el aire que respiramos todas las especies de seres invisibles, así como los habitantes de los planetas próximos, todavía quedarían numerosos infinitos de especies de animales más pequeños y mundos tan lejanos que jamás alcanzaría.

Así pues, todas nuestras ideas de proporción son falsas porque no hay límite posible en la magnitud ni en la pequeñez.

Nuestra apreciación sobre las dimensiones y las formas no tiene ningún absoluto al venir determinada únicamente por la potencia de un órgano y por una comparación constante con nosotros mismos.

Hemos de añadir que la vista todavía es incapaz de ver lo transparente. Un cristal sin defecto la engaña. Lo confunde con el aire que tampoco ve.

Pasemos al color.

El color existe porque nuestra vista está hecha de modo que transmite al cerebro, en forma de color, las diversas formas en que los cuerpos absorben y descomponen, siguiendo su constitución química, los rayos luminosos que dan en ellos.

Todas las proporciones de esa absorción y de esa descomposición constituyen matices.

Así pues, este órgano impone a la inteligencia su modo de ver, mejor dicho, su forma arbitraria de constatar las dimensiones y de apreciar las relaciones de la luz y la materia.

Analicemos el oído.

Somos juguetes y víctimas, más todavía que en el caso de la vista, de ese órgano fantasioso.

Dos cuerpos, al chocar, producen cierta vibración de la atmósfera. Ese movimiento hace estremecerse en nuestra oreja cierta pielecilla que trueca inmediatamente en ruido lo que en realidad no es otra cosa que una vibración.

La naturaleza es muda. Pero el tímpano posee la propiedad milagrosa de transmitirnos en forma de sentidos, y de sentidos diferentes según el número de vibraciones, todos los estremecimientos de las ondas invisibles del espacio.

Esa metamorfosis realizada por el nervio auditivo en el breve trayecto de la oreja al cerebro nos ha permitido crear un arte extraño, la música, la más poética y precisa de las artes, vaga como un sueño y exacta como el álgebra.

¿Qué decir del gusto del olfato? ¿Conoceríamos los perfumes y la calidad de los alimentos sin las propiedades peregrinas de nuestra nariz y nuestro paladar?

Sin embargo, la humanidad podría existir sin oído, sin gusto y sin olfato, es decir, sin ninguna noción del ruido, del sabor y del olor.

Así pues, si tuviéramos algunos órganos menos, desconoceríamos cosas admirables y singulares, pero si tuviéramos algunos más, descubriríamos a nuestro alrededor una infinidad de otras cosas que nunca supondremos por falta de medio para constatarlas.

Por lo tanto, nos equivocamos cuando juzgamos lo Conocido, y estamos rodeados de Desconocido inexplorado.

Por lo tanto, todo es inseguro, y puede apreciarse de diferentes maneras.

Todo es falso, todo es posible, todo es dudoso.

Formulemos esta certidumbre sirviéndonos del viejo proverbio: 
"Verdad a este lado de los Pirineos, error al otro lado."

Y decimos: verdad en nuestro órgano, error en el de al lado.

Dos y dos no deben ser cuatro fuera de nuestra atmósfera.

Verdad en la tierra, error más lejos, de donde deduzco que los misterios vislumbrados como la electricidad, el sueño hipnótico, la transmisión de la voluntad, la sugestión y todos los fenómenos magnéticos sólo siguen ocultos para nosotros porque la naturaleza no nos ha proporcionado el órgano o los órganos necesarios para comprenderlos.

Después de haberme convencido de que todo lo que me revelan mis sentidos sólo existe para mí tal como yo lo percibo, y de que sería totalmente diferente para otro ser organizado de otro modo, después de haber llegado a la conclusión de que una humanidad hecha de otra forma tendría sobre el mundo, sobre la vida y sobre todo ideas absolutamente opuestas a las nuestras, porque el acuerdo de las creencias sólo deriva de la similitud de los órganos humanos, y las divergencias de opiniones provienen únicamente de ligeras diferencias de funcionamiento de nuestros hilillos nerviosos, he hecho un esfuerzo de pensamiento sobrehumano para suponer lo impenetrable que me rodea.

¿Me he vuelto loco?

Me he dicho: "
Estoy rodeado de cosas desconocidas." He supuesto al hombre desprovisto de orejas y he supuesto el sonido como suponemos tantos misterios ocultos; el hombre constata fenómenos acústicos cuya naturaleza y procedencia no podría determinar. Y he tenido miedo de todo lo que me rodea, miedo del aire, miedo de la oscuridad. Desde el momento en que no podemos conocer casi nada, y desde el momento en que todo es ilimitado, ¿qué es el resto? ¿No es el vacío? ¿Qué hay en el vacío aparente? 

Y ese terror confuso de lo sobrenatural que acosa al hombre desde el nacimiento del mundo es legítimo, porque lo sobrenatural no es otra cosa que lo que permanece velado para nosotros.

Entonces he comprendido el espanto. Me ha parecido que rozaba constantemente el descubrimiento de un secreto del universo.

He intentado aguzar mis órganos, excitarlos, hacerles percibir por momentos lo invisible.

Me he dicho: 

"Todo es un ser. El grito que pasa en el aire es un ser comparable a la bestia, puesto que nace, produce un movimiento y se transforma incluso para morir. Por lo tanto, el espíritu pusilánime que cree en seres incorpóreos no se equivoca. ¿Quiénes son?" 
¡Cuántos hombres los presienten, se estremecen cuando se acercan, tiemblan con su imperceptible contacto! Uno los siente a su lado, alrededor, pero es imposible distinguirlos, porque no tenemos los ojos que los verían, o mejor dicho el órgano desconocido que podría descubrirlos.

Así pues, sentía en mí, más que nadie, a esos transeúntes sobrenaturales. ¿Seres o misterios? ¿Lo sé acaso? No podría decir lo que son, pero siempre podría señalar su presencia. Y he visto —he visto un ser invisible— hasta donde puede verse a esos seres.

Permanecía noches enteras inmóvil, sentado ante mi mesa, con la cabeza entre las manos y pensando en esto, pensando en ellos. De pronto creí que una mano intangible, o más bien un cuerpo inasequible, rozaba ligeramente mi pelo. No me tocaba, por no ser de esencia carnal, sino de esencia imponderable, incognoscible.

Pero una noche oí crujir el entarimado a mis espaldas. Crujió de un modo singular. Me estremecí. Me volví. No vi nada. Y no volví a pensar en ello.

Pero al día siguiente, a la misma hora, se produjo el mismo ruido. Tuve tanto miedo que me levanté, seguro, completamente seguro de que no estaba solo en mi cuarto. No se veía nada sin embargo. El aire estaba límpido y transparente en todas partes. Mis dos lámparas iluminaban todos los rincones.

El ruido no se repitió y fui calmándome poco a poco; sin embargo, permanecía inquieto y me volvía a menudo.

Al día siguiente me encerré a hora temprana, buscando la forma en que podría conseguir ver lo Invisible que me visitaba.

Y lo vi. Estuve a punto de morir de terror.

Había encendido todas las bujías de mi chimenea y de mi lustro. La habitación estaba iluminada como para una fiesta. Sobre la mesa ardían mis dos lámparas.

Frente a mí, la cama, una vieja cama de roble con columnas. A la derecha, mi chimenea. A la izquierda, la puerta, con el cerrojo echado. A mi espalda, un grandísimo armario de luna. Me miré en él. Tenía unos ojos extraños y las pupilas muy dilatadas.

Luego me senté como todos los días.

La víspera y la antevíspera el ruido se había producido a las nueve y veintidós minutos. Esperé. Cuando llegó el momento preciso, percibí una sensación indescriptible, como si un fluido, un fluido irresistible hubiera penetrado en mí por todas las parcelas de mi carne, sumiendo mi alma en un espanto atroz. Y se produjo el crujido, justo a mi lado.

Me incorporé volviéndome tan deprisa que estuve a punto de caerme. Se veía como en pleno día, ¡Pero yo no me vi en el espejo! Estaba vacío, claro, lleno de luz. Yo no estaba dentro, y sin embargo me hallaba enfrente. Lo miré con ojos enloquecidos. No me atrevía a avanzar hacia él, sintiendo que entre nosotros se interponía él, lo Invisible, y que me tapaba.

¡Qué miedo pasé! Y he aquí que empecé a verlo envuelto en bruma en el fondo del espejo, en una bruma como a través del agua; y me parecía que aquella agua fluía de izquierda a derecha, lentamente, volviéndome más preciso segundo a segundo. Era como el final de un eclipse. Lo que me tapaba no tenía contornos, sino una especie de transparencia opaca que iba aclarándose poco a poco.

Y finalmente pude verme con claridad, como hago todos los días cuando me miro.

¡Lo había visto!

Y no he vuelto a verlo.

Pero lo espero sin cesar, y siento que mi cabeza se extravía en esa espera.

Permanezco horas, noches, días y semanas delante del espejo esperándole. ¡Ya no viene!

Ha comprendido que yo le había visto. Mas yo sé que le esperaré siempre, hasta la muerte, que le esperaré sin descanso, delante de ese espejo, como un cazador al acecho.

Y en ese espejo empiezo ver imágenes locas, monstruos, cadáveres horribles, toda clase de bestias espantosas, de seres atroces, todas las visiones inverosímiles que deben acosar la mente de los locos.

Ésta es mi confesión, querido doctor. Dígame qué debo hacer.




Portada: Michael Hussar
Diagramación & DG: Pachakamakin


8.25.2012

LA MUERTE Y LA BRUJULA [1]


Por Giovanni Bottiroli
Sus Artículos en ADN Omni








1. DISTINCIONES


Para reconocer un Laberinto (y los distintos tipos de Laberinto) son necesarias al menos cuatro distinciones: 

La distinción entre Morfología y Lógica. Instintivamente, pensamos en el Laberinto como en algo dotado de una forma y con una existencia física. Esta última puede sin embargo faltar: el Laberinto puede existir como proyecto, o como ideación: pero aun si lo pensamos como un conjunto de habitaciones, corredores y entrecruzamientos, o algo parecido, sigue siendo un Laberinto Morfológico. Un Laberinto Lógico tiene, en cambio, un carácter esencialmente mental y carece de una configuración antropomórfica [1], excepto si tiene finalidades ejemplarizadoras y didácticas. Las paradojas de Zenón son Laberintos Lógicos, si bien nada impide a nuestra imaginación representarse al ralentí la carrera de Aquiles que persigue en vano la tortuga. Sin embargo, después de un breve momento preliminar, la imagen se bloquea o desaparece: no puede penetrar en la descomposición infinitesimal, evocada por la paradoja (“el sofista chino Hui Tzu razonó que un bastón, al que cercenan la mitad cada día, es interminable” [2]; esta secuencia de cortes puede imaginarse solamente durante las operaciones iniciales, luego el objeto se desvanece);

La distinción entre Tipos de Lógica. Existe una familia de Lógicas Disyuntivas (o separadoras), y una familia de Lógicas Conjuntivas: esta última, a su vez, debe dividirse entre Lógica Confusiva y Lógica Distintiva. El Laberinto se presenta, a primera vista, como una construcción confusiva porque en él ningún elemento posee una individualidad adecuada: los límites de cada elemento (corredor, paredes, setos, etc.) se anulan por la repetición que los multiplica, indefinidamente. Si el principio que regula lo separativo puede enunciarse así, con palabras de Borges: “Ser una cosa es, inexorablemente, no ser todas las otras cosas” [3], el principio de la confundibilidad puede definirse por medio de un vuelco: ser una cosa significa, inexorablemente, ser ya otra cosa o muchas otras. Las formas de confundibilidad son ciertamente numerosas, probablemente no se llegará nunca a señalarlas todas. Quizás su variedad puede clasificarse con alguna tipología. Aquí, me bastará con ilustrar su inspiración lógica: 

La distinción entre las Categorías Modales (por lo menos las categorías clásicas de lo posible, de lo efectivo, de lo necesario). A menudo Borges es leído como el escritor que ensalza las infinitas ramificaciones de lo posible. [4] Una narración como El jardín de senderos que se bifurcan parece ilustrar esta perspectiva filosófica: “En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta -simultáneamente- por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan” (F, 107). [5] Es más: puede parecer que en Borges lo efectivo esté constantemente incluido en lo posible, reabsorbido en él. Veremos que no es así; 

La distinción entre Régimen Superior e Inferior. Se trata de una diferencia de orden eminentemente estético, que aquí se tendrá en cuenta únicamente en cuanto concierne a una lógica, la confusiva para ser precisos, pero que puede y debería ser aplicada, cuando haya oportunidad, a todos los tipos de lógica, a todos los regímenes de sentido. Uno de los relatos que ilustra esta diferencia -lo veremos dentro de poco- es El inmortal. Estas distinciones no se han de entender como alternativas rígidas, su objetivo es enunciar un espacio problemático, una investigación que no quiere llegar a respuestas precipitadas. El grado de abstracción de este estudio podrá despertar perplejidades: no tengo ninguna dificultad en admitir cierta unilateralidad de mi reflexión, que una narración como El jardín de senderos que se bifurcan parece ilustrar esta perspectiva filosófica: 

“En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta, simultáneamente, por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan” intenta hacer emerger la lógica dentro de la literatura.


2. LA CONFUSION Y LO CONFUSIVO

Entre las diferentes articulaciones, inscritas virtualmente en El inmortal, querría privilegiar la existente entre la “nefanda Ciudad de los Inmortales” (A, 14) [6] y la arquitectura de los Laberintos. La ciudad se ofrece a su visitante como una “complejidad insensata”, atroz: 

“Yo había cruzado un laberinto, pero la nítida Ciudad de los Inmortales me atemorizó y repugnó. Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin. Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los peldaños y la balaustrada hacia abajo. (...) Ignoro si todos los ejemplos que he enumerado son literales; sé que durante muchos años infestaron mis pesadillas; no puedo ya saber si tal o cual rasgo es una trascripción de la realidad o de las formas que desatinaron mis noches. Esta ciudad (pensé) es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz. No quiero describirla; un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de tigre o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odiándose, dientes, órganos y cabezas, pueden (tal vez) ser imágenes aproximativas.” (A. 14-15). 
Este pasaje merece ser comentado con mucha atención. Contrapone dos tipos de laberinto, restringiendo sin embrago el uso del término al tipo estéticamente logrado. Pero, ¿Cuáles son los criterios que determinan esta aprobación? Tras un rápido examen, parecen emerger criterios “antropomórficos”, es decir la presencia (o la ausencia) de la finalidad y del sentido. Un Laberinto es una construcción con una finalidad, aunque solo sea la de confundir a los hombres, mientras que la Ciudad de los Inmortales carece de cualquier finalidad y se caracteriza por estar privada de sentido. Con todo, convendrá no precipitarse a ver en Borges, y en su relato, la evocación o la nostalgia de un “humanismo”. Humanismo significa atribuir al cosmos una organización teleológica: de acuerdo con las palabras de Kant, “el hombre solamente puede ser considerado finalidad última de la Naturaleza (den letzten Zweck der Naturde tal manera que con respecto a él todas las otras cosas naturales constituyen un sistema de finalidades (ein System von Zwecken)”. 
“...Si las cosas del mundo, en cuanto seres condicionados relativamente a su existencia, tienen necesidad de una causa suprema que actúe de acuerdo con finalidades, el hombre será la finalidad última de la creación (so ist der Mensch der Schöpfung Endzweck)”. [7] 
Extraño humanismo sería pues el de Borges, para quien existen objetos cuya finalidad es confundir al hombre. Cierto es que se trata de objetos artificiales, y no naturales. ¿Qué podría justificarlos? ¿Puede haber alguna nobleza en el confundir o en el confundirse? Sí, si se aprende a distinguir entre lo confusivo y la confusión (que es su forma inferior). 

Es propio del hombre [8], según muchos autores, sentirse atraído por lo confusivo. El Psicoanálisis proporciona una explicación: en los hombres, la característica más importante del deseo es el deseo de ser –y por lo tanto de confundirse con algún otro. Vivimos siempre más allá de nuestros límites porque el hombre es un animal “que ultrapasa” (¿Es así como hay que interpretar el Übermensch de Nietzsche?). 

En cuanto seres confusivos no podemos no sentir atracción por los Laberintos. Pero esto no implica la aprobación de todos los ejemplos de caos, de todo tipo de contaminación o de contagio: y de hecho el personaje de Borges evoca, como la más terrible de las pesadillas, la posibilidad de que la Ciudad de los Inmortales contamine el pasado y el futuro, hasta implicar a los astros, e impedir a cualquiera la posibilidad de ser valiente y feliz. 

Este disgusto por una cierta versión de lo posible, por el régimen de lo confusivo inferior, representa un buen punto de partida para investigar el Laberinto como proyecto mental, arquitectura estilísticamente determinada.  Un Laberinto Lógico es una posibilidad de la mente, un impulso que se puede aliar con la inteligencia esratégica pero que también puede dilatarse en sí mismo, proliferar, pulular, aspirar como un torbellino o absorber, como una extensión de arenas movedizas. Cuando un mundo posible, que la imaginación racional se ve obligada a construir para explicar un evento en la concatenación de sus causas, tiende a proliferar, la reacción, ampliamente justificable, puede consistir en restringir y seleccionar con obstinación: llegando de este modo a otra forma de unilateralidad. Nos identificamos con la racionalidad separativa hasta convertirnos en una reencarnación suya. En este sentido podremos hablar de sujetos (reales o ficticios), que aportan un estilo únicamente de racionalidad. En algunos de los relatos de Poe y de Borges, este es el modo de pensar de la policía. 

Los hechos son los hechos, es inútil “buscarle tres pies al gato”, dice el comisario Treviranus (La muerte y la brújula, 120) [9]; probablemente a Yarmolinski le han matado por error. Entre los principios del régimen separativo (pero también del distintivo), se halla aquel según el cual no es inevitablemente necesario añadir un significado a un hecho. En lo confusivo, en cambio, esta barrera queda eliminada de inmediato, y se obtiene que: es posible que nada tenga sentido, que la realidad sea un caos morfológico, la reunión irracional de los acontecimientos, o bien que todo tenga sentido. 

Como dice Lönnrot “si la realidad puede prescindir de la obligación de ser interesante, no pueden prescindir de ello las hipótesis” (MB, 145). En esta semántica compacta, el caso representa la hendidura ilusoria, la articulación evanescente, en definitiva, la imposibilidad del vacío. Es precisamente a causa de su perspectiva semántica que Lönnrot se dispone a caer en la trampa de Red Scharlach.





Arte: Rob Scharein
Diagramación & DG: Pachakamakin




CITAS:

[1] Podríamos definir como antropomorfo un laberinto que puede ser recorrido, aunque solo virtualmente, por un individuo de nuestra especie.

[2] Avatares de la tortuga en Borges, Otras inquisiciones, Buenos Aires, Emecé, 1960 p.150.
[3] De alguien a nadie, en Otras inquisiciones, Buenos Aires, Emecé, 1960, p. 202. En adelante citado OI.
[4] Cfr. G. Deleuze, Le pli. Leibniz et le Baroque, 1988. Después de haber definido a Borges como un “discípulo de Leibniz (p. 93), Deleuze precisa: “Se comprende por qué Borges cita al filósofo chino (Ts’ui Pên) en lugar de evocar a Leibniz. El hecho es que querría que Dios hiciese existir todos los mundos inconciliables al mismo tiempo, en lugar de escoger solamente uno, el mejor” (p. 94). Y añade “… lo que le impide a Dios dar existencia a todos los posibles, aunque inconciliables, es el hecho de que sería un Dios mentiroso, un Dios engañador… Dios juega, pero impone las reglas del juego (contrariamente al juego sin reglas de Borges)” (pp. 94-95).
[5] Borges, Ficciones, Buenos Aires, Emecé, 1960. Aquí y a continuación citado con la sigla F, seguida del número de la página de la edición referida.
[6] Borges, El Aleph, p. 14. En sigla A: seguida de la página en la edición Buenos Aires, Emecé, 1957.
[7] I. Kant, Kritik der Urtheilskraft, 1790.
[8] Utilizo la noción aristotélica de idion (propio), que no debe confundirse con la esencia. En el idion hay una flexibilidad que la noción “esencia” no puede albergar. A propósito de este tema, y para el planteamiento general de este artículo, me permito remitir a mis textos, Retorica. L ’intelligenza figurale nell’arte e nella filosofia, Bollati Boringhieri, Torino 1993 y Teoria dello stile, La Nuova Italia, Firenze 1997. 

[9] Borges, La muerte y la brújula, en Ficciones, cit. En adelante este relato se citará en siglas: MB.

5.18.2012

LAS BODAS CABALÍSTICAS DEL REY

Por Carlos de Tilo [*]



A PROPOSITO DEL QUIJOTE

INTRODUCCION

En la segunda parte del Quijote, Cervantes nos cuenta la historia de Las Bodas de Camacho el rico con el suceso de Basilio el pobre [1], cuyo contenido tradicional nos ha parecido evidente.

El ensayo que ofrecemos tiene por objeto proponer al lector un comentario cabalístico de este episodio a partir del análisis literal del texto.

De entrada se nos plantea una cuestión que tal vez parecerá absurda y fuera de lugar a la mayoría de los respetables académicos cervantistas españoles:

¿Es Cervantes un cabalista enmascarado? ¿Podemos afirmar que, en realidad, aquí nos habla Cervantes de las bodas cabalísticas del Rey? Intentaremos comprobarlo.

Según las investigaciones del profesor Leandro Rodríguez, publicadas en su libro Don Miguel, judío de Cervantes [2], parece probable que el autor del Quijote no naciera en Alcalá de Henares, sino en el pueblo de Cervantes, cerca de Sanabria, en los montes de León. Antes de la Inquisición, esta región tenía fuerte densidad de población judía. Cervantes pues, sería de origen judío, hijo de padres conversos, que escondieron su verdadera identidad bajo el nombre de su pueblo de nacimiento.

Eso lo confirma la Sra. Ruth Reichelberg, profesora de la Universidad de Bar-Han, cerca de Tel Aviv, en un excelente ensayo publicado en francés, en 1989: Don Quichotte ou le roman d'un juif masqué [3]. Gracias a su formación hebraica, la autora intuye por instinto el sentido verdadero del mensaje cervantino.

Hace unos años, Dominique Aubier ya había olfateado lo mismo [4]. El desconocimiento de esta realidad hebraica en la obra de Cervantes ha hecho que los comentarios de la casi totalidad de los cervantistas desde el siglo XVIII fueran superficiales, sin lograr penetrar más allá de la máscara que Cervantes tuvo que imponerse por evidente prudencia. 

Estudiar la literatura española de los siglos XVI-XVII, sin tener en cuenta el hecho judío es ignorar voluntariamente una parte integrante de España, a la que hay que añadir las aportaciones de la cultura islámica, sin olvidar además todo el conjunto de la cultura clásica, propio del Renacimiento, o sea el hermetismo griego. Pero eso es otro tema.
A pesar de la terrible represión decretada en 1492, a pesar de todos los esfuerzos de limpieza de la sangre, la mancha ha quedado, y precisamente, es lo que formó la peculiar riqueza del genio español: tres religiones hijas de Abraham, tres culturas, tres lenguas unidas en un mismo pueblo. Y ¿quién puede negar que gran parte de la gloria del siglo de Oro español fuese debida a esta mancha? ¿No eran conversos la mayoría de sus representantes más brillantes, empezando por el maestro Cervantes? Hay que reconocerlo. También es cuando la lengua castellana alcanzó su perfección.

Pese a los decretos reales y a la intolerancia inquisitorial, la fusión profunda entre judaísmo y cristianismo se realizó, como en secreto, gracias a los primeros cabalistas cristianos y, a partir de España, se difundió en toda Europa.

Pero esa reforma en profundidad iniciada dentro de la Iglesia en los siglos XIV y XV por sus representantes más eruditos e iluminados y en mayoría conversos, no fue asumida por la jerarquía. Si hubiese aprovechado la Iglesia esa ocasión de reformarse desde dentro, tal vez no se hubiera producido la rebelión de los partidarios de Lutero, desde luego celosos en su lucha contra los abusos del clero, pero desgraciadamente poco instruidos respecto a los misterios de su tradición. Y en su Contrarreforma, la Iglesia no se reformó, sino que al contrario, endureció su acción represiva y de rechazo a todo lo que hubiera podido enriquecerla.

En el capítulo XXI de la primera parte, con una punta de picardía, Cervantes hace decir a Sancho:
«Sea por Dios, que yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto me basta. Y aun te sobra, dijo don Quijote; y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso; porque, siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza sin que la compres...» [5].
Una nobleza pues, que no se compra con dinero. Así pues, Sancho es cristiano viejo, pero don Quijote de la Mancha, simplemente dice: soy el rey (lo que permite sospechar que no es cristiano viejo). El cristiano es el criado y el judío es el amo. Es el mundo al revés según la óptica de la Iglesia oficial. Soy el rey, soy el cabalista, el que da auténtica nobleza al cristiano; éste no puede despreciar su fundamento hebraico, ya que depende de él, lo mismo que Sancho de don Quijote.

Y eso es precisamente lo que hicieron los cristianos cabalistas.
Respecto a este fundamento hebraico del cristianismo, leamos lo que decía A. de Nebrija:

«No consintáis que las Sagradas Letras sean profanadas por hombres ignorantes de todas las buenas artes. Favoreced los ingenios. Y realzad aquellas dos luces de nuestra religión ya extinguidas, las lenguas griega y hebrea... Mientras la otra lengua (e.d. el hebreo) está despreciada y, si se lograre lo que éstos desean, muy en breve esta lengua tan venerada como antigua, a la que fueron confiados los principios de nuestra religión, quedará envuelta en tinieblas. Pues si se prohibe la lectura de los códices hebreos o si los hacen desaparecer, los disipan, desgarran y queman, si creen que en modo alguno nos son necesarios los libros de los griegos en los que fueron echados los cimientos de la Iglesia primitiva, forzosamente nos veremos envueltos en aquel caos antiguo, anterior a las Sagradas Escrituras; los hombres, privados de las dos antorchas de las Sagradas Letras, habremos de estar dando vueltas en las tinieblas de una noche sin fin» [6].

Precisamente, del rey vamos a hablar a propósito de este episodio de las Bodas de Camacho. El rey es Basilio, por supuesto, ya que en griego, rey se dice basileus. Pero antes de intentar comentarlo será necesario presentar un breve resumen de esta historia del rico y el pobre.

RESUMEN

Basilio, que vivía en el mismo pueblo que los padres de Quiteria, «se enamoró de ella desde sus tiernos y primeros años y ella fue correspondiendo a su deseo con mil honestos favores, [...] Fue creciendo la edad», y el padre de Quiteria decidió casar a su hija con el rico Camacho, ya que Basilio era pobre. Llega el día de la boda, a la que van a asistir don Quijote y su escudero. La suntuosidad de la fiesta estaba en relación con la riqueza del prometido: música, cantos, bailes, representación teatral y danzas alegóricas; en cuanto a la comida, era «tan abundante que podía sustentar a un ejército». Al mirar todo eso y sobre todo al olerlo, Sancho se quedó boquiabierto y admirado por las riquezas de Camacho.

Aparecen los novios acompañados por el cura y la parentela de entrambos. Antes de empezar la ceremonia del matrimonio, se presenta Basilio ante Quiteria, a la que reprueba su ingratitud, y puesto que estaban prometidos desde siempre, para que pueda casarse con Camacho, se mata con la punta de acero de su bastón y cae bañado en su sangre. Moribundo, pide a Quiteria que le dé la mano de esposa, así podrá morir en paz y Quiteria casarse con Camacho. Don Quijote apoya la petición del herido. Finalmente Quiteria dice sí y el cura les da la bendición.

En este momento se levantó en pie Basilio y sacó el estoque: «Se halló que la cuchilla había pasado no por la carne y costillas de Basilio, sino por un cañón hueco de hierro que, lleno de sangre, en aquel lugar bien acomodado tenía».

Los acompañantes de Camacho, burlados por la estratagema de Basilio, quieren vengarse y sacan sus espadas, pero don Quijote, «A caballo y con la lanza sobre el brazo» se puso delante y «a grandes voces decía: Quiteria era de Basilio y Basilio de Quiteria, por justa y favorable disposición de los cielos, que a los dos que Dios junta no podría separar el hombre y el que lo intentare, primero ha de pasar por la punta desta lanza».
Todos se quedaron sosegados y convencidos por las razones de don Quijote.

«Camacho quiso que las fiestas pasasen adelante como si realmente se desposara, pero no quisieron asistir a ellas Basilio ni su esposa ni secuaces, y así se fueron a la aldea de Basilio» acompañados por don Quijote y Sancho al que ´se le escureció el alma por verse imposibilitado de aguardar la espléndida comida y fiestas de Camacho...´ y así se dejó atrás las ollas de Egipto.»

INTERPRETACION

«Apenas la blanca aurora había dado lugar a que el luciente Febo con el ardor de sus calientes rayos las líquidas perlas de sus cabellos de oro enjugase...»

Parece que, desde el principio, Cervantes nos quiera sugerir algo. Dice El Mensaje Reencontrado: «Cuando hayamos asido al Señor por su cabellera dorada...» (XIX, 29) Este oro celeste es la clave del conocimiento y el secreto de la Cábala. El caballero andante que logra asirlo ha encontrado a la Dama de sus pensamientos y celebra sus bodas cabalísticas.
«... cuando don Quijote sacudiendo la pereza de sus miembros, se puso en pie y llamó a su escudero Sancho, que aun todavía roncaba; lo cual visto por don Quijote, antes que le despertase, le dijo: ¡Oh tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra pues sin tener invidia ni ser invidiado, duermes con sosegado espíritu! [...] Duerme, digo otra vez y lo diré otras ciento, sin que te tengan en continua vigilia celos de tu dama... Duerme el criado y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío no aflije al criado, sino al señor, que ha de sustentar en la esterilidad y hambre al que le sirvió en la fertilidad y abundancia. A todo esto no respondió Sancho, porque dormía...»
Sancho, el criado, duerme; es el hombre de este mundo, el hombre carnal; mientras tanto, su señor está velando y le «tienen en continua vigilia celos de su dama».

El criado y su amo parecen representar como las «dos partes de nuestro compuesto caído y provisional», de las que habla El Mensaje Reencontrado: la bestia y el ángel (XXIII, 17’).
No es el criado, pues, sino su señor que está:
«afligido por la congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío».
Está afligido porque el cielo no derrama la Bendición, y con Isaías, canta: «¡Oh cielos! derramad desde arriba vuestro rocío; y lluevan las nubes al justo: ábrase la tierra y brote al salvador, y nazca con él justicia. Yo, el Señor lo he creado» (XLV, 8).

«Está afligido» pues, porque el bronce no suena; con bronce se hacen las campanas y su sonido es el mismo que la voz del Señor que resuena cuando crea el mundo, o dicho de otra manera, en el momento de las bodas del cielo con la tierra. Es lo que está esperando don Quijote, mientras duerme el asno.

El criado sirve a su amo en la fertilidad y abundancia de este mundo, porque le da el soporte imprescindible para su manifestación. En cambio, el amo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes en la esterilidad y hambre de los sentidos brutos.
«Despertó, en fin [Sancho] soñoliento y perezoso, y volviendo el rostro a todas partes, dijo: De la parte desta enramada, si no me engaño, sale un tufo y olor harto más de torreznos asados que de juncos y tomillos: bodas que por tales olores comienzan, para mi santiguada, que deben de ser abundantes y generosas.»
¿Qué es lo que despierta al hombre carnal? No es por cierto el perfume del rocío celeste, sino ¡el olor del tocino asado! ¡Desde luego, éste no es judío! Antes de contarnos las fiestas y ceremonia de la boda, Cervantes sólo nos habla de Sancho y de su comportamiento ante el espléndido banquete que están preparando los cocineros y cocineras «que pasaban de cincuenta». Esta descripción ocupa más de dos páginas, lo que parece poner en evidencia el contraste que existe entre Sancho-Camacho por un lado y don Quijote-Basilio por otro.

Sancho representa Esaú, pues lo mismo que Sancho, que no piensa sino llenarse la panza, Esaú dice a Jacob: «Dame de esa menestra roja que has cocido, pues estoy sumamente cansado. Por esa causa se le dio después el apellido de Edom» (Gén. XXV, 30). En cuanto a Camacho -en hebreo camah significa mucho- de alguna manera también se identifica con Esaú por su riqueza en el mundo, ya que dijo Esaú: «Tengo mucho» (Gén. XXXIII, 9); le contestó Jacob: «Tengo todo». El todo es la unión del cielo y la tierra de los cabalistas. Lo mismo podrá decir Basilio después de realizar su boda. Observemos que don Quijote es quien defendió su causa.

Ahora este rústico Sancho nos va a dar su opinión sobre los protagonistas de esa boda, una opinión conforme con su llana razón de hombre profano:
«Mas que haga lo que quisiere: no fuera él pobre y casarse con Quiteria. ¿No hay más sino no tener un cuarto y querer casarse (o alzarse) por las nubes? A la fe, señor yo soy de parecer que el pobre debe de contentarse con lo que hallare y no pedir cotufas en el golfo [7]».
«Casarse por las nubes» es precisamente lo que va a realizar Basilio y lo que Camacho, el rico en este mundo, no puede hacer: casarse con el cielo. Covarrubias dice que casar viene de casa [8]: Casarse es hacer casa, el cielo en casa, pues es el cielo terrestre. (Casar, del hebreo qsr, vincular). En efecto, Quiteria en hebreo es Keter yah, Keter, la corona, la primera sefirah; Yah es yod, la segunda sefirah, Hokmah(Sabiduría) y hé, la tercera, Binah (Inteligencia). Quiteria representa las tres primeras Sefirot, las del mundo de la Emanación. Se trata del principio sutil de la cábala, pero para Sancho eso es pedir una cosa imposible. No olvidemos que Sancho es cristiano viejo, pues para él la cábala es un sueño herético de los judaizantes.

Qtr es también el incienso (y el verbo qtr significa unir, vincular), el humo del incienso que une el cielo con la tierra. A partir de la emanación de las tres primeras sefirot empieza el mundo de la creación, o sea las bodas cabalísticas del Rey (Basilio) cuya finalización es Malkut, la última sefirot; allí, el Rey está en su reino.

Quiteria también podría aludir a la raíz árabe Qtr y significaría la que llueve, la que desciende por goteo, o sea, el rocío celeste del que hemos hablado. Qitr, es cobre. Qatr, es incienso.

Citerea es uno de los nombres de Venus, porque al nacer, el Céfiro la llevó a aquella isla.
«Yo apostaré un brazo que puede Camacho envolver en reales a Basilio, y si esto es así, como debe de ser, bien boba fuera Quiteria en desechar las galas y las joyas que le debe de haber dado, y le puede dar Camacho, por escoger el tirar de la barra y el jugar de la negra (espada) de Basilio [...] Sobre un buen cimiento se puede levantar un buen edificio y el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero.»

La palabra dinero procede de denario, cuyo significado es lo que se refiere o contiene el número 10, o sea la Palabra divina.

Sancho cita aquí un refrán, al parecer cabalístico, que no es capaz de entender si no es en un sentido profano; desde luego, las perlas no son para los cerdos. ¿Cómo puede saber este asno que el mejor cimiento del mundo para levantar el buen Edificio, que es el Templo, es el denario, o dicho de otra manera, el oro del Templo?
«Por quien Dios es Sancho, dijo a esta sazón don Quijote, que concluyas con tu arenga...»
Las declaraciones de Sancho parecen escandalizar a don Quijote, ya que sin duda alguna el dios de Sancho es el dinero; admira a Camacho por sus riquezas y desprecia al pobre. «No podéis servir a Dios y a Mamona [9]» (Mt. 6, 24).

Luego empieza la fiesta con «...danza de artificio y de las que llaman habladas. Era de ocho ninfas repartidas en dos hileras: de la una hilera era guía el dios Cupido y de la otra el Interés. Las ninfas que al Amor seguían... eran Poesía, Discreción, Buen Linaje y Valentía. Las que al Interés seguían eran: Liberalidad, Dádiva, Tesoro y Posesión pacífica...»

«Dijo don Quijote: ¡Bien ha encajado en la danza las habilidades de Basilio y las riquezas de Camacho!»

Este comentario de don Quijote pone de relieve el contraste que existe entre la hilera guiada por Cupido o sea las habilidades de Basilio, y la guiada por Interés, las riquezas de Camacho.

¿Y cuáles son las habilidades de Basilio? Cupido guiaba: 1.Poesía, del griego poieo, crear, engendrar. 2.Discreción, del latín discernere, separar la verdad del error, lo puro de lo impuro. 3.Buen linaje, la descendencia de Abraham. 4. Valentía, fuerza, valor, en latín virtus.

En cambio, las cuatro seguidoras de Interés están relacionadas con la riqueza. Covarrubias explica que «Interesal es el que no haze cosa graciosa [gratuita] sino moviéndose siempre por su interés y provecho. El interés es la polilla de la virtud. Nuestro Redemptor dixo que al que atesora en el cielo está seguro de la polilla». El interés humano pues, es lo opuesto al amor de Dios, o sea Cupido.


El Amor canta:

«Yo soy el dios poderoso

en el aire y en la tierra

y en el ancho mar undoso,

y en cuanto al abismo encierra

en su báratro espantoso.

Nunca conocí qué es miedo;

todo cuanto quiero puedo,

aunque quiera lo imposible,

y en todo lo que es posible

mando, quito, pongo y vedo.»

En cambio dijo el Interés:

«Soy quien puede más que Amor,

y es Amor el que me guía;

Soy de la estirpe mejor

que el cielo en la tierra cría,

más conocida y mayor.

Soy el Interés, en quien

pocos suelen obrar bien,

y obrar sin mí es gran milagro;

y cual soy te me consagro,

por siempre jamás, amén.»

«Sancho Panza, que lo escuchaba todo dijo: El rey es mi gallo: a Camacho me atengo.- En fin, dijo don Quijote, bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquellos que dicen: ¡Viva quien vence!»
«El rey es mi gallo, a Camacho me atengo». Dice la nota 23 de L.A. Murillo:
«En las contiendas de gallos, el que apostaba indicaba su preferencia con la frase: ¡Este es mi gallo! Sancho quiere decir que el que vence es mi gallo y me atengo a la riqueza y el poder».
Así, Sancho se equivoca en su apuesta, ya que el rey y el que vence no es Camacho, sino Basilio (Basileus). Hay que observar que, tal como lo hemos visto, don Quijote también se presenta como el rey. Así pues, podemos deducir de ello que Dulcinea representa para don Quijote lo mismo que Quiteria para Basilio.

Y cuando vio don Quijote a Quiteria, «parecióle que, fuera de su señora Dulcinea del Toboso, no había visto mujer más hermosa jamás».

Y más adelante dice don Quijote: «Mirad, discreto Basilio: opinión fue de no sé qué sabio que no había en todo el mundo sino una sola mujer buena...»

Mucho apostaría que este sabio del que Cervantes no quiere dar el nombre es un rabino cabalista que canta las alabanzas de la Shekinah.
«...y daba por consejo que cada uno pensase y creyese que aquella sola buena era la suya, y así viviría contento».
Esta única mujer buena sabemos quien es: Shekinah, en hebreo es la Presencia divina en el hombre, o sea que reúne a los dos que estaban separados, por eso dijo el Señor: «No es bueno que el hombre esté solo, le haré una ayuda frente a él». Sin ella, no hay regeneración posible para el Adán exiliado en este mundo.
«...bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquellos que dicen: ¡Viva quien vence! -No sé de los que soy, respondió Sancho, pero bien sé que nunca de ollas de Basilio, sacaré yo tan elegante espuma como es esta que he sacado de las de Camacho.- Y enseñóle el caldero lleno de gansos y gallinas y asiendo de una, comenzó a comer con mucho donaire y gana.»
Ahora llegan los novios acompañados por el cura que se prepara para la ceremonia de la bendición nupcial.

También se presentan los parientes y amigos. En este momento es cuando aparece
«...un hombre vestido al parecer de un sayo negro».

Basilio viene para morir a este mundo y renacer en el mundo por venir. Dice Covarrubias: «Sayo: ...los que hazían penitencia pública se vestían destos sacos, echándose ceniça en la cabeza. En la primitiva Iglesia fué hábito de penitencia, y se llamó saco benedicto, que oy dezimos San Benito, insignia de la Santa Inquisición, que echa sobre el pecho y espaldas del penitente reconciliado.»

Es normal que Basilio lleve el Sambenito, ya que por ser cabalista habrá tenido problemas con la Inquisición.
«...jironado de carmesí a llamas», las llamas significan la purificación por el fuego. Covarrubias: «Carmesí, del hebreo karmil, púrpura».
«Venía coronado, como se vio luego, con una corona de funesto ciprés».
Este árbol se planta en los cementerios, o sea en las cenizas de los antepasados. Ver El Mensaje Reencontrado: «Recordemos que el culto de los santos antepasados completa el culto de Dios, que es el Viviente de eternidad.-Adoremos el sol de vida y no despreciemos las cenizas de los Antepasados» (XIV, 9’).

El culto de los santos antepasados, que completa el de Dios, es también el culto de su mensaje escrito, de su Palabra que dice la edad de Oro; nos lo han dejado en herencia como fieles Servidores de Dios.

Pero esas palabras de los antepasados han quedado como cenizas, ya que han muerto en el olvido de los hombres que no saben revivificarlas. El ciprés simboliza la muerte por la que ha de pasar el rey, lo mismo que el oro físico, que ha de disolverse en su propia substancia. La corona de ciprés, desde luego, alude a la corona Keter, que primero mortifica antes de vivificar; y podemos imaginar que se levantará este rey con una corona de laurel; dice Covarrubias que es «árbol de perpetuo verdor en sus hojas, y entiéndase está, por esta razón, consagrado a Apolo, el cual fingen los poetas en perpetua juventud y verdor». La Bendición, Keter, primero cae sobre la raíz del árbol, luego se eleva: entonces es el Rey con su corona de oro puro.
«En las manos traía un bastón grande».
«El Arte negado por pereza, se ve en naturaleza del rústico bastón», dice EH [10]. Este bastón puntiagudo, en el sacrificio de Basilio, va a devolver la medida a lo desmesurado; este medio natural va a unir lo más alto con lo más bajo.
«Llegó, en fin cansado, y sin aliento, y puesto delante de los desposados, hincado el bastón en el suelo, que tenía el cuento de una punta de acero.»
«...hincado el bastón en el suelo», podría indicar la naturaleza fija, corpórea y sensible del Conocimiento o Gnosis.
«...mudada la color, puestos los ojos en Quiteria, con voz tremente y ronca estas razones dijo: Bien sabes, desconocida Quiteria, que conforme a la santa ley que profesamos, que viviendo yo, tú no puedes tomar esposo... muera, muera el pobre Basilio».
¡Muera el pobre para vivir, y viva el rico para morir!, pues tengo que morir, o sea sacrificarme, a fin de poder unirme contigo. Es lo que enseña la santa Ley que, en secreto, profesamos; la alusión a la Torá es clara. Basilio, con el Sambenito, todavía profesa su santa Ley-Torá. Camacho-Esaú no profesa nuestra Ley, y Esaú es Edom, la Roma cristiana perseguidora de los judíos, que quiere acaparar a la Torá, pero al encerrarla en sus ritos es incapaz de hacerla fructificar. Los doctores de la Iglesia están actuando como los de la ley de Moisés, a los que en su época, recriminaba Jesús: «¡Ay de vosotros doctores de la ley! porque habiendo tomado la llave de la gnosis, no habéis entrado vosotros mismos, y, a los que querían entrar se lo habéis impedido» (Lucas XI, 52). Esta llave, desde luego, es el Don de la Cábala.

Otro perseguidor de los judíos fue el Faraón, por eso Cervantes, al final de la historia menciona las ollas de Egipto a propósito de las de Camacho. Así pues, lo mismo que Moisés, que se apoderó del Elohim del Faraón -o sea que hizo bajar a Isis, a fin de salir con su pueblo de la tierra de servidumbre e ir hacia Canaán, la tierra de abundancia, donde fluye la leche y la miel-, igualmente Basilio se adueña de la Quiteria de Camacho y, con los suyos, se va a su aldea, dice Cervantes.

Covarrubias explica que aldea es nombre griego, del verbo al-dainw, alimentar, fortificar, crecer, multiplicar. Allí, en esa pura tierra de promisión es donde va a crecer el Rey, fortificándose y multiplicándose hasta su perfecta maduración áurea.

El padre de Quiteria había decidido casar a su hija con Camacho, igualmente Isaac quería transmitir su bendición a su primogénito Esaú, pero la bendición era para Jacob. Es lo que dice don Quijote:
«Quiteria era de Basilio, y Basilio de Quiteria por justa y favorable disposición de los cielos».
«Y diciendo esto, asió del bastón que tenía hincado en el suelo, y quedándose la mitad dél en la tierra, mostró que servía de vaina a un mediano estoque que en él se ocultaba; y puesta la que se podía llamar empuñadura en el suelo, con ligero desenfado y determinado propósito se arrojó sobre él, y en un punto mostró la punta sangrienta a las espaldas...» Basilio se sacrifica y, moribundo, pide la mano de esposa a Quiteria:
«En oyendo don Quijote la petición del herido, en altas voces dijo que Basilio pedía una cosa muy justa y puesta en razón, además, muy hacedera, y que el señor Camacho quedaría tan honrado recibiendo a la señora Quiteria viuda del valeroso Basilio como si la recibiera del lado de su padre: Aquí no ha de hacer más de un sí, que no tenga otro efecto que el pronunciarle, pues el tálamo de estas bodas ha de ser la sepultura.»
Covarrubias cita un proverbio muy cabalístico: «Mesurada como novia en tálamo». Allí la novia encuentra la medida; dar mesura a lo desmesurado es volverlo conocible: La Gnosis.
Queda claro que don Quijote profesa la misma Ley que Basilio y Quiteria. Esta es la santa, única y misteriosa Ley del Señor de Amor. Nuestro hidalgo sabe que el Rey debe morir, tomar su vida en el cielo y madurarla sobre la tierra. ¡Muera el pobre para vivir, y viva el rico para morir!
«Estando pues, asidos de las manos Basilio y Quiteria, el cura tierno y lloroso, los echó la bendición».
Acordémonos de Isaac, engañado por la estratagema de Jacob; éste es quien recibió la bendición en lugar de Esaú su hermano; aquí ocurre lo mismo: el cura es engañado y Basilio es quien recibe la bendición en vez de Camacho.

«... el cual [Basilio] así como recibió la bendición, con presta ligereza se levantó en pie», se endereza; después de morir, resucita (ver Gén. XXVIII, 18). «Levantándose pues, Jacob al amanecer, cogió la piedra que se había puesto por cabecera, y erigióla como una columna y derramó aceite encima» El Mesías, Mesiah, es el ungido (de Msh, ungir).
«Quedaron todos los circunstantes admirados, y algunos dellos, más simples que curiosos, en altas voces comenzaron a decir: ¡Milagro, milagro! Pero Basilio replicó: ¡No milagro, milagro, sino industria, industria!»
Covarrubias nos dice: «Industria es hazer una cosa de industria, hazerla a sabiendas y adrede, para que de allí suceda cosa que para otro sea a caso y para él de propósito».
Hay que notar que en el curso de toda la historia, Camacho no pronuncia ni una palabra, como si fuera mudo.

«Finalmente, el cura y Camacho con todos los más circunstantes se tuvieron por burlados y escarnidos... de lo que quedó Camacho y sus valederos tan corridos, que remitieron su venganza a las manos, y desenvainando muchas espadas arremetieron a Basilio, en cuyo favor en un instante se desenvainaron casi otras tantas. Y tomando la delantera a caballo don Quijote, con la lanza sobre el brazo y bien cubierto de su escudo, se hacía dar lugar de todos... y a grandes voces decía: Teneos, señores, teneos... Quiteria era de Basilio y Basilio de Quiteria, por justa y favorable disposición de los cielos. Camacho es rico y podrá comprar su gusto cuando, donde y como quisiere. Basilio no tiene más desta oveja, y no se la ha de quitar alguno por poderoso que sea; que a los dos que Dios junta no podrá separar el hombre; y el que lo intentare, primero ha de pasar por la punta desta lanza.»

Por eso se dice: «Cada oveja con su pareja».

Si necesitáramos otra prueba o confirmación de que don Quijote no es sino un cabalista disfrazado, aquí la tendríamos, ya que con esta arenga bien se expresa como tal.
La palabra evangélica dice: «...que el hombre no separe los que Dios unió». Las bodas cabalísticas vuelven a reunir a los que el hombre exiliado había separado; se trata del NOMBRE de Dios reunificado.
«Basilio no tiene más desta oveja».
Una nota de L.A. Murillo nos remite al capítulo 12 del segundo libro de Samuel, donde se trata «desta oveja» a la que se refiere don Quijote. Se cuenta el episodio en el que David hizo matar a Uriah a fin de poder apoderarse de su mujer Betsabé. Entonces se presenta el profeta Natán en casa de David y le cuenta la siguiente parábola:
«Había dos hombres en una ciudad, el uno rico y el otro pobre. Tenía el rico ovejas y bueyes en grandísimo número; el pobre no tenía nada más que una ovejita que había comprado y criado, y que había crecido en su casa entre sus hijos, comiendo de su pan y bebiendo en su vaso, y durmiendo en su seno, y la quería como si fuera una hija suya. Mas habiendo llegado un huésped a casa del rico, ni quiso éste tocar a sus ovejas, ni a sus bueyes para dar convite al forastero que le había llegado, sino que quitó la ovejita al pobre, y aderezóla para dar de comer al huésped que tenía en casa... Oído esto David se indignó contra aquel hombre. Le dijo Natán: -Ese hombre eres tú.»
Al referirse a esta oveja que pertenece al pobre, don Quijote quiere apuntar la similitud que existe entre Quiteria y la mujer de Uriah, Betsabé; Camacho, el rico, quería adueñarse de Quiteria lo mismo que David de Betsabé.

En hebreo es Bat Sheva, Bat Eliam, Eshet Uriah (II Sam. XI, 3). Bat Sheva es hija de siete, o sea el Alma del mundo; o Bat Sava, hija de la abundancia; el Alma del mundo es la que enriquece al pobre en el mundo porvenir. Bat Eliam es hija del pueblo de mi Dios: el pueblo de mi Dios es la descendencia de Abraham, la hija de Abraham. Eshet Uriah es mujer del Fuego de IAH: el Fuego dulce de los cabalistas; o mujer de la Revelación de IAH, o sea la del Ángel al visitar a Sarah. Esta revelación es también la del NOMBRE divino: «Seré el que seré» (ver Ex. III, 14) o si se cambia de vocalización hebrea: «Seré el Fuego visitando [al hombre], IAH». He aquí, confirmado por don Quijote, el sentido cabalístico de la historia de las bodas de Camacho.

Aquí, con la discreta alusión a «esta oveja», sólo por un instante, Cervantes levanta su máscara: Quiteria es Bat Sheva, el Alma del Mundo, el Fuego de los cabalistas, el río de oro que secretamente genera, en este mundo, el siglo de oro de los Bienaventurados.
Después de la arenga de don Quijote, todos quedaron sosegados:
«Consolado, pues y pacífico Camacho y los de su mesnada, todos los de Basilio se sosegaron, y el rico Camacho, por mostrar que no sentía la burla, ni la estimaba en nada, quiso que las fiestas pasasen adelante como si realmente se desposara; pero no quisieron asistir a ellas Basilio ni su esposa ni secuaces, y así se fueron a la aldea de Basilio...»
Hemos visto el significado de «aldea».
«[...] Lleváronse consigo a don Quijote, estimándole por hombre de valor y de pelo en pecho. A sólo Sancho se le escureció el alma, por verse imposibilitado de aguardar la espléndida comida y fiestas de Camacho, que duraron hasta la noche: y así, asenderado y triste siguió a su señor, que con la cuadrilla de Basilio iba, y así, se dejó atrás las ollas de Egipto, aunque las llevaba en el alma, cuya ya casi consumida y acabada espuma, que en el caldero llevaba, le representaba la gloria y la abundancia del bien que perdía; y así, congojado y pensativo, aunque sin hambre, sin apearse del rucio, siguió las huellas de Rocinante.»
«Se dejó atrás las ollas de Egipto»: (Exodo XVI, 2-3): «Y murmuró en aquel desierto contra Moisés y Aarón el pueblo de los hijos de Israel. Les dijeron los hijos de Israel: ¡Ojalá hubiésemos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando estábamos sentados junto a las calderas llenas de carne y comíamos pan cuanto queríamos! ¿Por qué nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda la gente?».
Al igual que Sancho, congojado al abandonar las ollas de Camacho, sigue a su señor don Quijote, asimismo, al abandonar las ollas de Egipto los hijos de Israel, infieles e incrédulos, siguen a Moisés. Ignoraban que para poseer la abundancia inagotable de la tierra de Canaán tenían que atravesar el desierto del hambre, después de dejar atrás la ilusoria abundancia de la tierra de Egipto. Por eso al principio, mientras duerme Sancho, dice don Quijote:
«La congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío ni aflige al criado, sino al señor, que ha de sustentar en la esterilidad y hambre [o sea del desierto] al que le sirvió en la fertilidad y abundancia [o sea de Egipto]».
Y está escrito en El Mensaje Reencontrado: «Quien haya soportado sin desfallecer la pobreza y el abandono por la gloria de su Señor, un día será colmado de las riquezas del Universo y estará encargado de distribuir el maná de vida a los creyentes caritativos y fieles» (XVII, 46«). Es Basilio, el Rey Mesías. «Las riquezas del Universo», o sea las que el Alma del mundo, la Hija de siete, Bat Sheva, Quiteria o Dulcinea concede a su amante fiel.




Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin
Portada: Pachakamakin


[*] Carlos de Tilo es el seudónimo que utilizó en sus escritos
Charles van der Linden d'Hooghvorst [1924-2004]


[1] Cap. XIX, XX, XXI. Hemos utilizado la edición preparada por L. A. Murillo, Clásicos Castalia, Madrid, 1978, Vol. II, pp. 178-203.
[2] Leandro Rodríguez, Don Miguel, judío de Cervantes, Ed. Monte Casino, Zamora, 1992.
[3] Ruth Reichelberg, Don Quichotte ou le roman d'un juif masqué, Ed. Entailles, Bourg-en-Bresse, 1989.
[4] Dominique Aubier, Don Quichotte prophète d'Israel, Ed. Robert Laffont, Paris, 1966. Traducido al castellano como: Don Quijote, profeta y cabalista, Ed. Obelisco, Barcelona, 1981.
[5] Op. cit., cap. XXI, p. 263.
[6] Citado por Carlos Carrete, El judaísmo español y la Inquisición, Ed. Mapfre, Madrid, 1992, p. 135.
[7] es decir, pedir algo imposible.
[8] S. de Covarrubias, Tesoro de la Lengua Española, Ed. Altafulla, Barcelona, 1987.
[9] S. de Covarrubias, op. cit., dice que Mamona es el dios de las riquezas.
[10] Ver La Puerta, La Tradición Griega, Hilo de Penélope III, p. 36. La estaca puntiaguda de Polifemo, con la cual Ulises le devuelve el sentido.