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3.19.2012

ESCRIBIR, HASTA LLENAR LOS POZOS DE LA LUNA,





I.
Antes yo había conocido otra palabra. Con un aguijón venenoso me acechaba.
Sus perros salvajes no me dejaban salir. Yo creía en el temor de su horrible
aspecto. En sus labios babosos de hastío.

Esa palabra también era una casa con un estrecho pasillo por donde iba y venía
mi halconero con su verdadera vida de escorpión. De ella, no se podía salir ni con
la muerte.

Pero yo ya no encontraba esmeros para seguir siendo un parásito de mi espanto.
Di un portazo y me fui para ser la culpable de mi pequeña hazaña.

II.
Para bajar al pozo donde duermo con la luna,
bebo una botella de ron.

Mi luna es el principio de todas las cosas.

En ella dibujo mi huella
sin destino.

III.
La escritura recoge el último eco de la voz de dios. Antes de morir, dios saluda
con su mano purísima y se esconde tras una presencia montañosa.

Muerto él aparece la escritura.

El mundo, repentinamente estremecido, agradece que haya perecido el eterno.
Solo se escucha el sonido de las alas de ese ángel sagrado y molesto, que se
retira a gobernar en su verdadero reino, hecho a su imagen y nuestra
desemejanza.

IV.
No, no, no, esta palabra mágica, no es un juramento ni un conjuro.
Tampoco es demasiado clara.

Intento hablar de ella y balbuceo torpemente.
Escribo torpemente.

Ese pájaro que es palabra, ha construído en mí, su severa casa.

V.
El demonio baja a contar su versión de los hechos. Lanza una melancólica
destrucción que no significa remordimiento. Liberado de pisar la mórbida
superficie del paraíso, viene a sacudir sus huesos calientes. Sus pies de toro no
son insensibles al beso.

VI.
Ella desempeña con destreza las tareas imposibles.

Desempolva los sueños no soñados,
escribe,
queda ciega, ayuda a los pájaros a sostener las alas del espanto,
hace visible al hombre invisible.

Ella no es aquella decapitada boba que sueña con un collar de suspiros pero es
hábil para morir al caer del segundo escalón de una escalera imaginaria.

Ella no resuelve ninguna historia, va haciendo su propia insuficiencia y reina en
un territorio de ideas remontísimas.

VII.
Toda esta construcción, estos muros, estos edificios, estos palomares, estos
poemas, estos mosaicos, estan sostenidos por el invencible cimiento de la
vacilación.

VIII.
No está muerta. Ella, aquí, no está muerta. Esta alargada, estirada, suspirada
largamente. No está muerta aunque tenga hábitos de fantasma. No es un
cadáver con sombrero ni una imperceptible huella de araña. Tampoco es algo
nuevo, no rutilan sus pupilas como noticia de último momento. Ella juega con el
abecedario de la noche y se sumerge en sus olas de polvo fino.

Pájaros de enero se le enredan en el pelo. Ella es hermosísima aunque le falte un
seno.

La vida, es verdad, esta llena de cosas. La vida es suficiente en sí misma, para sí
misma. Es la gloria de todos los vivientes. Pero ella es otra cosa.

Ella pasa dentro de mí, no es mía sino que pasa dentro de mí y se marcha,
alargada, estirada. Ella se hace y se deshace en mi cuerpo mientras escribo
suspiradamente...

IX.
Una sola palabra suscita diez mil pensamientos y de ellos nacen diez mil
constelaciones. Alguien puede hacerse añicos pero, quién quisiera detenerlos?
Quién?

X.
La ansiedad que me posee no viene de necesidades nítidas sino de alguna cima
en busca de montaña. De las colinas giratorias del sosiego, de las zapas de la
virtud, de los latidos de un corazón pequeño y malhechor, a veces mío.

La ansiedad que me posee viene de un amo que lame las patas de su perro. De
un nombre que busca un labio, una voz, un sentido. De una duda omnipotente,
abominable. Viene de las entrañas del mundo. De un antiguo parentesco con los
lobos. De la pavorosa visibilidad de los objetos. De un campo de lavandas que
jamás he visto y me persigue con sus garras, su rugido violeta, su desolacion.



Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández

5.13.2011

POST ERNESTO SABATO


Por Juan José Oppizzi


En el estreno de Mayo de 2011, días antes de cumplir cien años, se fue su cuerpo. La lucidez, como suele ocurrir en estos longevos casos, lo había abandonado algún tiempo antes. En muchas notas aparecidas ahora, se dijo que deja un vacío imposible de llenar. Yo no lo creo así. Lo que Ernesto Sabato fue ya es; no hay nada que, en su espacio literario e intelectual, se vacíe. Obra y trayectoria se cumplieron a lo extremadamente largo de su vida. Obra y trayectoria están presentes en el testimonio propio y en el de cuantos lo conocieron o supieron de él. La ausencia de su persona física no altera la presencia definitiva de su persona histórica.

Su obra literaria está hecha principalmente de ensayos sobre diversos temas y de tres novelas. Mi parecer le adjudica dos momentos creativos: el que va desde 1945, cuando publica ese grupo de magníficos trabajos breves reunidos en el título general de “Uno y el universo”, hasta 1965, cuando da a la imprenta El escritor y sus fantasmas, y el que va desde 1974, cuando se conoce la novela Abaddon el exterminador, hasta el cierre de su obra. En el primer período nacieron dos de las novelas, El túnel y Sobre héroes y tumbas. Ambas son la cumbre de su edificio literario; jamás hubo de igualar la profundidad y amenidad con que ahí se exploran zonas oscuras del ser individual y de la Argentina, respectivamente. El túnel es lacónica, de las llamadas “nouvelles” en la jerga clasificadora de los franceses; no se puede ignorar en ella cierta influencia precisamente del escritor galo Albert Camus, en especial de su novela El extranjero, pero tiene un vigoroso sello propio que la vuelve única. 


Sobre héroes y tumbas dibuja lo que otros escritores argentinos han pretendido sin éxito: la epopeya del país. Yuxtapone tiempos y personajes, une historias individuales con la historia nacional, cava en las almas y en los sueños, debate períodos e ideas. Es un libro para lectura recurrente, no un volumen que se agota por la simple conclusión de sus líneas. En el segundo período nació la última de las novelas sabateanas, Abaddon el exterminador, un desalentador refrito de las dos anteriores, construida mediante una técnica minimalista que se llamó “en abismo”: infinidad de trozos pequeños que nunca parecen decir nada completo; de hecho, lo que esa obra quiere decir ya está más que bien expresado en las otras; tiene la patética marca del sobrante. Lo mismo pasa con los ensayos de este segundo período creativo de Sabato: Apologías y rechazos, de 1979, vuelve sobre muchos temas que ya están expuestos, incluso con iguales figuras idiomáticas, en Hombres y Engranajes, Heterodoxia y El escritor y sus fantasmas (y el opúsculo El otro rostro del peronismo, de circulación fugaz), del primer período. Idéntica reiteración se advierte en las melancólicas disquisiciones Antes del final y La resistencia, los dos últimos partos librescos de Sabato, con el agravante de que en ellas aflora cierta decadencia de estilo y un tono plañidero que le quitan el encanto de los primeros trabajos.

Sus obras de ficción tienen una atmósfera oscura. El Juan Pablo Castel, de El túnel es un neurótico crispado; el Fernando Vidal Olmos de Sobre héroes y tumbas, un perverso. No han faltado quienes vieran en ambos personajes sendos alter egos del autor, lo cual no sería absurdo, considerando que muchísimos personajes de todos los autores suelen ser alter egos más o menos disimulados. La cuestión aquí es que Juan Pablo Castel y Fernando Vidal Olmos concentran una índole alter egoística peligrosa: ¡No sería fácil estar cerca de alguien que tuviera un gran pedazo íntimo de esos dos monstruos! Tanto en los ensayos como en las novelas (y no olvidemos sus declaraciones periodísticas), Sabato supo intercalar una muletilla cruel: “¿quién no ha...?”, fórmula sinuosa para involucrar a todos los demás humanos en las fallas propias. “¿Quién no ha errado?”; “¿Quién no ha dicho tonterías?”. Lo difícil es aceptar con la misma tolerancia: “¿Quién no ha sido Juan Pablo Castel y Fernando Vidal Olmos?”. También hay una constante ominosa en las protagonistas femeninas de aquellas dos historias: María Iribarne es acosada y muerta por Juan Pablo Castel; Alejandra es sometida sexualmente por Fernando Vidal Olmos, su padre, hasta que ella lo asesina e incendia la casa, en donde también muere.

La obra ensayística de Sabato, construída en un estilo erudito, áspero, seco, se ocupa especialmente de tres cosas: explicar por qué él abandonó el Partido Comunista, la física y por qué la tecnología es culpable de la “deshumanización de la humanidad”. Excepto en Uno y el universo, que guarda un equilibrio tal vez nunca hallado luego, en el resto hay un visible propósito de mostrar aquellas decisiones y aquella conclusión como el vuelco hacia un humanismo idealista. Pero la fluidez sintáctica no basta para darles una coherencia global, porque caen en el mismo error de Dostoievsky y de Kierkegaard (dioses tutelares de Sabato): mediante razonamientos lógicos condenan a la razón y a la lógica. Al igual que a aquellos dos escritores del siglo XIX, a Sabato lo protege su innegable talento literario; entonces sus ataques al Renacimiento en nombre del Medioevo, sus reivindicaciones de San Agustín y de Pascal frente a Oscar Wilde y Gabriele D’Annunzio, su afirmación de que el advenimiento de la ciencia positiva en el siglo XII es una “Actitud arrogante que termina con la hegemonía teológica, libera a la filosofía y enfrenta a la ciencia con el libro sagrado” (Del naturalismo a la máquina, introducción de Hombres y engranajes), su empequeñecimiento sofístico de Marx, entre otras muestras de una deriva intelectual hacia el conservadorismo filosófico, pasan por saludables rebeldías contra la sociedad moderna.

La “deshumanización de la humanidad” no es más que un postulado sabateano escurridizo. Uno puede fácilmente preguntarse cuándo fue “humana” la humanidad. Eso, si se toma el termino “humano” como adjetivo que define el respeto, la tolerancia y cuantas virtudes lo hacen calificativo, es decir como parece tomarlo Sabato. De lo contrario, también es sencillo advertir que todo lo humano es propio de la humanidad, aún aquello que consideremos contrario a su razón de ser. Por ejemplo, sería ridículo endilgarle a un perro una eventual desperrización, o a un árbol su inarbolidad. Pero Sabato parte de una idea que se trasluce ya al leer su postulado: si la humanidad está deshumanizada, quiere decir que en algún momento de la historia no lo estuvo. Entonces el problema se le presenta al definir cuál fue ese momento. Él lo sitúa en el lapso anterior al desarrollo de la ciencia. Ahí su fundamento cruje: cualquier estudio serio de los períodos históricos anteriores al desarrollo científico revela que la humanidad estaba oprimida por un espantoso conjunto de supersticiones, mitos y tabúes que se realimentaban y que jamás admitían divergencias. Una casta feudal y otra sacerdotal eran la garantía de continuidad de esa vasta noche. Miles de hombres y de mujeres fueron quemados por defender lo que le permitió siglos después a Sabato el desarrollo sus densas teorías (el pensamiento libre, la crítica, el debate, los métodos intelectuales, la complejidad del lenguaje, el haber vivido casi cien años en virtud también de los cuidados que brinda la medicina). Por otra parte, responsabilizar a la ciencia por la maldad humana es lo mismo que responsabilizar a un piano por las barbaridades interpretativas de un pianista: el criminal destruye tanto con un hacha de piedra como con un misil atómico; lo único que varía es el poder destructivo, no su índole moral o ética. Sin embargo, el autor de Sobre héroes y tumbas ha porfiado a lo largo de más medio siglo que la abstracción intelectual es la responsable de que el mundo haya ido virando hacia una frialdad desprovista de poesía y de sentimientos. No menos brío ha puesto en destacar los yerros de la ciencia y en agrandar hasta lo esperpéntico algunas ridiculeces de los científicos, como si eso descalificara absolutamente a la razón científica (¡Las muchas tonterías y vanidades de los artistas deberían desautorizar, entonces, al arte en su totalidad!).

La trayectoria de Sabato en la vida social argentina asimismo revela un alto componente ambiguo. Atribuirle una línea recta, nítida e incuestionable es tan erróneo como negarle sus virtudes. En especial desde la década de 1950, sus opiniones poblaron los medios de comunicación y pesaron en la generalidad. Un carácter áspero, una altanería innecesaria, lo hicieron difícil al trato, aunque sus análisis, referencias históricas e intervenciones siempre tuvieron el sello de la reflexión cuidadosa. Como a todos los hombres célebres, lo rodearon los mitos. Algunos de ellos lo beneficiaron: el Sabato desinteresado por las repercusiones de sus palabras; el Sabato generoso con todos sus colegas; el Sabato humorista; el Sabato vencido por los dolores del mundo; el Sabato humilde. Pero los mitos suelen arraigar en el espacio que hay entre el hombre público y el íntimo. La anchura de ese espacio nos informa cuánto de sincero hay en alguien. 

El autor de Sobre héroes y tumbas asumió el papel de humanista combativo; por lo tanto, le caben las generales de su propia ley; no es canallesco aplicarle la misma exigencia que él aplicó sobre las figuras, las conductas y las ideas viviseccionadas en sus obras. Sus dos más grandes apariciones en la escena nacional –al menos, las que repercutieron en la historia argentina reciente– se relacionan, y quizá no tienen un signo tan opuesto como parecen. Una fue la comida, allá en 1976, con el recién estrenado dictador Videla, en compañía de Borges y del cura Castellani. Mucho se dijo sobre ese acontecimiento, y el mismo Sabato peleó durante años por agregarle lo que nunca sabremos si fue o no cierto: reclamos al asesino por las atrocidades que se cometían. Las declaraciones que efectuó a la prensa al día siguiente dejan traslucir muy poco de lo que, según él, había sido un enérgico planteo; más bien se va por las ramas inocuas de algunas advertencias contra la “caza de brujas” y por algunas generalidades en donde la crítica frontal brilla por su ausencia. Aumenta las dudas cuando manifiesta su “sorpresa” ante la “amplitud democrática” exhibida por el letal anfitrión. 

En estos días post mortem del escritor, se argumentó que él en ese momento no sabía cuál era la catadura de quienes habían ocupado militarmente el país; y ése es un argumento muy flojo, habida cuenta del largo año que los uniformados ya ejercían poder y matanza por arriba de la figurita –poco– decorativa de María Estela Martínez, y del nivel informativo del propio Sabato. Además, la invitación de Videla formaba parte de una campaña para atraer a diferentes sectores de la sociedad –asociaciones civiles, culturales, profesionales, etc–, presentándoles un paquete doctrinario adecuado al sentir de la pequeña y de la gran burguesía. En un lamentable arranque de furia defensiva epistolar, Sabato diría años más tarde que la dictadura del Proceso asumió “con el consenso del país”; eso, además de ponerlo en un lugar dialécticamente incómodo, reflejó la predisposición fascista de grandes sectores nacionales, confirmando el dicho de Bertold Brecht sobre los burgueses asustados. 

La otra aparición sabateana en la gran escena argentina fue a través de la CONADEP. El informe Nunca más lo muestra en la cumbre de su actividad cívica. La expresión lóbrega de Sabato en el acto de entrega de las carpetas al Presidente Raúl Alfonsín era la correspondiente al asunto que concretaba en testimonios y cifras el horror de una época. La introducción al listado de personas borradas por la dictadura concretó a su vez una teoría muy famosa: la de los dos demonios. La vacilante democracia de 1983 rengueaba, no tanto por las aún fuertes garras de los militares al acecho como por la conciencia pringosa de tantísimos hombres y mujeres reubicados (¿O reciclados?) en el nuevo período constitucional. La teoría de los dos demonios tenía las propiedades de un agua óptima para lavar legiones de manos y de premio consuelo para varios cientos de botas nerviosas. Leía la historia reciente del país como un enfrentamiento entre dos diabólicas facciones; mejor dicho: como la irrupción de un demonio izquierdo frente al cual accionó desmesuradamente un demonio derecho. Le cupo a Sabato, con la pericia literaria obvia, darle forma convincente a dicha teoría. El problema de ella es que acepta implícitamente la tesis del Proceso en cuanto a que la represión fue una guerra, y, además, el orden de presentación de los demonios –el izquierdo antes que el derecho– induce a disminuir la culpabilidad del segundo, ya que se entiende que su entrada fue consecuencia de la del otro. 

Tal vez al autor de Sobre héroes y tumbas le costaba admitir que Estados Unidos había organizado, bajo la dirección del judío-nazi Henry Kissinger, un plan de exterminio de cualquier semilla revolucionaria en América Latina, y que el demonio derecho hacía varias décadas que trapisondeaba por estas regiones. En no pocos escritos, Sabato alude a la caída de Richard Nixon, tras el caso Watergate, como un ejemplo de cómo “el hombre más poderoso de la tierra podía ser destituido por la simple denuncia de dos ignotos periodistas”. A él le parecía un signo de democracia, de libertad, de dinámica superior. La interpretación sabateana del caso Watergate merece el título de cándida, sólo si pasamos por alto que su mente privilegiada no podía ignorar el panorama completo. Richard Nixon cayó en medio de las batallas de enormes centros de poder; la denuncia de los dos ignotos periodistas fue apenas la mecha que activó un cañonazo ya preparado. ¿Debemos suponer que el aporte de Sabato a la teoría de los dos demonios tuvo la misma especie de candidez?

Lo que en definitiva sedimenta, en un escritor del volumen de Ernesto Sabato, es su obra artística. El paso del tiempo irá dejando sólo eso. Él quedará en el gran friso de la literatura de habla castellana, y los lectores del futuro ponderarán de sus escritos aquello que tiene valores menos circunstanciales, aquello que se asoma a la eternidad.



3.15.2010

LA CABALA EN LA VISION TEORICA DE BORGES

Por Marcin Kazmierczak [*]



CAMINOS DE LA «INICIACION»

A pesar de una evaluación negativa de Gershom Scholem [1], considerado por Borges la más alta autoridad en cuanto a los conocimientos de la Cábala, y que al mismo tiempo, explica a Borges durante sus viajes a Israel las complicaciones del universo cabalístico, M. R. Barnatán, al igual que varios otros críticos, emprende la tarea de buscar las huellas del pensamiento cabalístico en la escritura de Borges. El crítico considera conveniente recordar el punto de partida, un artículo publicado por Borges en una revista ilustrada argentina en 1931 titulado Una vindicación de la cábala [2]. A lo largo de este artículo, el autor argentino recuerda a Bacon, John Donne, Gibbon o Tennyson, pero sin apoyarse en ninguno de los tres libros cabalistas fundamentales: el Sefer Bahir, Sefer Yetsira y Sefer ha Zohar. Esta falta de puntos de referencia más sólidos parece corroborar la posición de G. Scholem, según la cual, la aproximación borgiana a la cábala carece de profundidad alguna. Sin embargo, M. R. Barnatán intenta efectuar una defensa del autor argentino alegando los derechos y el carácter específico de una aproximación sobre todo literaria y mucho menos científica. [3]

Es un hecho indiscutible, puesto que el mismo Borges lo admite expresamente [4], que su primero y, quizá, más importante contacto con las ideas de la Cábala tuvo lugar ya en Ginebra cuando a la edad de diecisiete años leyó por primera vez la recién escrita (1915) novela de Gustav Meyrink: Der Golem. Sin embargo, en las líneas siguientes del mismo artículo de M. R. Barnatán, el crítico cita una confesión de Borges que indica todavía otras fuentes de su interés por la Cábala:

Las nociones de Cábala me llegaron, en primer término, por la versión de la Divina Comedia que hizo Longfellow, en la que hay dos o tres páginas sobre la Cábala. Luego leí un libro de Trachtenberg sobre supersticiones hebreas, donde se habla del Golem -al cual yo he dedicado un poema, quizá el mejor poema que yo he escrito-. [5]

Al investigar las fuentes del interés borgiano por la Cábala, hay que admitir finalmente que quien le suministra los datos más precisos acerca del tema fue el mencionado conocedor del asunto, G. Scholem. El mismo Borges lo confirma en otra entrevista periodística:

Kafka y yo compartimos el mismo fervor por Swenderborg, y por William Blake, y sobre todo por la Cábala. Kafka, que no conocía el hebreo a la perfección, estudió la Cábala en traducciones. Y fue el profesor Scholem en Jerusalén, quien me ayudó a comprenderla mejor. Él me explicó cosas que sin duda son elementales pero que yo no comprendía durante mi solitaria tentativa de descifrarla. [6]

LA VISION SEFIROTICA DE LA LITERATURA 
Y LA CUESTION DE LA PATERNIDAD LITERARIA

Uno de los conceptos cabalísticos que sirvieron a Borges como modelo para su propia aproximación es la visión que tiene la Cábala de la paternidad literaria. Según afirma G. Scholem no conocemos ni siquiera los nombres de los autores de una mayoría aplastante de los libros cabalísticos. En cambio, los que conocemos, en la mayoría de los casos, no pasan de ser tan sólo los nombres no acompañados siquiera de nota biográfica alguna. Esta actitud anónima de los cabalistas hacia la cuestión de la paternidad literaria fue la fuente de la inspiración para un recurso que también se puede encontrar en una serie de escritos de Borges, a saber, la pseudoepigrafía. Según sostiene M. Satz en su prólogo a la edición castellana de Sefer ha-Bahir «La utilización de nombres apócrifos, la atribución de afiladas sentencias a viejos maestros es un recurso tradicional no sólo en el ámbito hebreo: a Plinio o Lucrecio los siglos les fueron agregando libros con los que jamás soñaron» [7].


Pero, aunque el uso de este recurso no fuera un dominio exclusivamente cabalístico, no cabe duda de que en la escritura cabalística se convierte en un elemento clásico y común casi en la totalidad de los escritos. Sin embargo, el ejemplo más espléndido es, sin duda, el mismo Zohar. En la introducción de El Zohar C. Giol escribe: «Generalmente [El Zohar] es atribuido a Rabbi Mošé Šem Tov de León, cabalista del siglo XIII que vivió los últimos años de su vida en Ávila y que murió en 1305. Él mismo afirma en el Zohar que copió sus enseñanzas de Rabbi Simón ben Yohay. Por otra parte, tras la muerte de Rabbi Mošé, su viuda y su hija afirman que no hubo tal manuscrito y que la obra se debe enteramente a él» [8].


Al analizar la actitud de los cabalistas hacia la cuestión de la paternidad literaria, aparte del recurso de la pseudoepigrafía, hay que mencionar también la afición de los místicos judíos a citar obras apócrifas que nunca existieron o que no existieron sino en la imaginación (quizá como un proyecto literario) de los mismos escritores. J. Alazraki, que participó en el curso del mismo profesor Scholem en la Universidad de Jerusalén sobre el misticismo judío, escribe en su ensayo Borges and the Kabbalah: «The whole Zohar is full of bogus references to imaginary writings which have caused even serious students to postulate the existence of lost sources» [9]. También a Borges le llamó la atención este recurso, hecho sobre el cual testimonian muchos escritos suyos. 

La confusión a la que llevó a sus lectores Moisés de León a través de sus referencias ficticias [10] ha tenido su efecto equivalente en el caso de los lectores de Borges. Recordemos algunos ejemplos de la pseudoepigrafía presentes en Borges. Uno de los más evidentes aparece en Tres versiones de Judas, donde Borges atribuye la controvertida idea de la fusión de las figuras del mesías y del traidor Judas a Nils Runeberg, que hubiera expuesto sus intuiciones audaces en su libro Kristus och Judas y en su obra mayor Den hemilge Fräslaren. Otro ejemplo mencionado ya anteriormente en este trabajo son los libros del ficticio Herbert Quain: The God of the Labyrinth, April March, The Secret Mirror y Statements. No se puede olvidar tampoco el Volumen XI de First Ecyclopedia of Tlön, que no sólo suministra al autor una referencia apócrifa que justifica la construcción del relato, sino también, constituye el contenido mismo del relato. Si El Zohar es una transcripción de un libro antiguo del Rabi Simón ben Yohay, el relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius es una transcripción de aquel tomo de la Enciclopedia del Tlön. Merece la pena añadir que la eficacia de la aplicación de este recurso tal y como lo utiliza Borges, llega a equivaler a la del maestro Moisés de León. «In this respect –ironiza J. Alzraki- we cannot help recalling that some of Borges’ naive readers have also made diligent attempts to obtain ´the first detective novel to be written by a native of Bombay City´, Mir Bahadur Ali’s The Approach to al-Mu’tasim whose summary Borges offers in the story» [11].

Aparte de las razones psicológicas e históricas alegadas por G. Scholem, quizá se pueda hablar también de razones doctrinales que inspiran a los cabalistas el pavor y la aversión frente a la atribución de rasgos personales a su obra, en el sentido del reconocimiento y declaración de la paternidad literaria. Se trata de la doctrina que tanta sorpresa había causado a Borges y de la cual se habló en el comienzo de este apartado, es decir, la idea delru’ah ha kodesh, el Espíritu Santo, como el único autor de la Escritura Sagrada. Recordemos que la Cábala no tiene intención alguna de crear nueva religión o literatura. Al contrario, es un método especulativo de la interpretación profunda del texto clásico, (la Biblia) de un «canon» fijo e intachable, al igual que el mundo de los arquetipos en la visión platónica. Para el cabalista La Biblia es el «arquetipo» de toda la palabra escrita y de toda la búsqueda mística. Por lo tanto, los escritos cabalísticos, como una extensión de la Biblia, también son obra, aunque de una manera indirecta, del Espíritu Santo. Recordemos que Borges llegó a plantearse, aunque con un tono inminentemente irónico, la cuestión de haber entrado en la literatura «por obra del Espíritu Santo». Esta afinidad entre la aproximación cabalística y la de Borges lleva a dos conclusiones diferentes.

PANTEISMO LITERARIO

Primero, indica la fe en la idea de un panteísmo literario, presente en diversos escritos de Borges, como por ejemplo La flor de Coleridge (OCII pp. 17-19) o Tlön, Uqbar, Orbis Tertius [12]. Segundo, revela la astucia de los cabalistas, que supieron esconder su tendencia transgresora bajo la capa de un aparente apego absoluto a la tradición. Si la autolimitación a la tradición ortodoxa fuera sincera, realmente se limitarían a manejar los verdaderos libros bíblicos y no tendrían necesidad de inventar los apócrifos, más afines a las ideas que quieren presentar y para las cuales necesitan un apoyo clásico o, más bien, pseudoclásico. Cosa parecida sucede con Borges, quien en repetidas ocasiones confiesa descreer totalmente de la novedad literaria, quien identifica la creación literaria con la lectura, y quien, por otro lado, cita las obras que no han existido nunca, que para existir han tenido que ser inventadas por él. Así pues, la tensión entre lo tradicional y lo innovador o, en otras palabras, la existencia de lo nuevo en el corazón de lo clásico sometido a una nueva lectura, constituyen otro elemento afín entre la aproximación literaria y mística de los cabalistas y de Borges. G. Scholem menciona este fenómeno al analizar varios momentos del desarrollo del pensamiento cabalístico, uno de los cuales es la doctrina de Isaac Luria, «le système le plus influent du dernier Kabbalisme, quoique le plus difficile. Presque toutes les questions importantes et les principales thèses du système de Luria sont nouvelles, on peut même dire étonnamment nouvelles ; cependant elles furent acceptées partout comme la vrai Kabbale, c’est-à-dire comme la sagesse traditionnelle. Il n’y eut personne pour y faire objection.» [13]. Del mismo modo, otro autor apócrifo de Borges, Pierre Menard, aunque parte de la base del precursor (según la terminología de H. Bloom) que, para él, es el Quijote de Cervantes, llega a la conclusión de que la nueva versión (lectura-escritura) es incomparablemente más rica que la anterior. Por eso afirma Borges que las literaturas no difieren tanto por los textos sino por la manera de ser leídas. [14]

De este modo llegamos a la conclusión de que un recurso más, importantísimo en la aproximación literaria de Borges, que es el papel eminente del lector, también, de algún modo, se asemeja a la aproximación cabalística. Recordemos que para Borges el papel del lector llega a ser predominante en comparación con el del escritor y hasta del mismo texto, puesto que es el lector quien da la última y definitiva forma al “comunicado” es decir a la obra literaria. También el cabalista, aunque parta del “eterno comunicado” escrito por el “eterno escritor” luego no vacila en emprender su propia lectura, aparentemente sometida a la tradición pero en el fondo enormemente independiente e innovadora, por no decir transgresora, como podría parecer desde las posiciones ortodoxas.

77 SIGNIFICADOS O EL EMANANTISMO LITERARIO

La importancia fundamental de la lectura para la especulación cabalística se revela también en la actitud frente a los acontecimientos históricos descritos en la Biblia, la cual sugiere la posibilidad de una doble lectura. Cedamos la voz una vez más al verdadero experto, G. Scholem:

Les aspects historiques de la religion ont une signification pour le mystique principalement comme des symboles d’actes qu’il conçoit comme séparés du temps, ou qui se répètent constamment dans l’âme de tout homme. Ainsi l’exode d’Égypte, l’événement fondamental de notre histoire, ne peut pas, selon le mystique, s’être passé seulement une fois et en une seule place; il doit correspondre a un événement qui a lieu en nous mêmes, la fuite d’une Égypte intérieure dans laquelle nous sommes tous des esclaves. Ainsi conçu, l’exode d’Égypte cesse d’être l’objet de l’enseignement et acquiert la dignité d’une expérience réligieuse immédiate [15].

No hace falta añadir que nos encontramos aquí con el recurso de la alegoría y que este recurso es uno de los fundamentales en la poética de los relatos de Borges. [16]

Sin embargo, la cuestión de la «lectura profunda» va todavía mucho más allá del concepto clásico de la alegoría [17]. La posibilidad de una lectura creativa en la visión cabalística no sólo no se limita a una sola interpretación alegórica obligatoria (como postulaba Dante) sino que asegura que cada versículo bíblico tiene 77 significados. Si tomamos en cuenta que para los hebreos la cifra 77 representa la infinidad, se entenderá mejor la convicción borgiana de que el factor determinante del carácter de una literatura es más bien la lectura que la escritura. Esta afirmación de Borges inspira a J. Alazraki la asociación de la visión borgiana de la literatura como la relectura de un texto panteísta, un texto-pleroma, un texto primordial, con la visión cabalística de la historia de la literatura propuesta por H. Bloom [18]. El concepto de layerdness o feuilleté del discurso literario sin duda es muy afín a la aproximación cabalística y, como es el caso de Bloom, brota directamente de ella. De modo que la metáfora cabalística de los 77 significados contrapuesta a la visión de dos significados postulada por Dante corresponde perfectamente al modelo propuesto por Barthes de la cebolla (onion) contrapuesto a una fruta con hueso (a kind of fruit with a kernel). El descubrimiento de la presencia de este modelo de la escritura en la obra de Borges sin duda constituye otra corroboración de que su decidida apuesta por el crecimiento y, finalmente, preponderancia del papel del lector también es un recurso de algún modo cabalístico.

LA CABALA Y LA CASUALIDAD INVERTIDA

La idea de la inversión cronológica de la causa y efecto constituye otro elemento de la visión borgiana que también se presta a un análisis cabalístico. Según afirma Mario Satz en su introducción al Sefer ha-Bahir «La característica más relevante del Libro de la Claridad es su frecuente descontextualización de los pasajes bíblicos, rasgo de uso habitual en la Kábala pues la reversibilidad del sentido es paralela a la reversibilidad misma de la Escritura. Job explica y corrobora los infortunios de Jesús, que aún no ha nacido» [19]. Este procedimiento de la inversión cronológica no se escapa a la atención de H. Bloom, que detecta su existencia particularmente explícita en la obra de Cordovero. El crítico recuerda que, en la doctrina de Cordovero, el cuarto behinah (la emanación posterior de cada sefirah) es el aspecto que capacita a su precursor (el sefirah anterior) para emanar el siguiente sefirah. En otras palabras, una de las condiciones indispensables de la emanación y uno de los motores de ella está en el sefirah emanado y no en él que emana. He aquí la conclusión lógica a la que llega H. Bloom a raíz de esta visión de Cordovero: «This extraordinary formulation ascribes a power in the supposed cause to the supposed effect; indeed it pragmatically all but reverses cause and effect» [20].


En cuanto a la aplicación borgiana de este concepto, es posible encontrarlo tanto en su visión general de la literatura como en su transformación literaria de esta idea efectuada en los relatos fantásticos. En el ensayo Kafka y sus precursores Borges asegura que existe una analogía innegable entre la paradoja de Zenon y la obra de Kafka. De modo que «la forma de este ilustre problema [la carrera de Aquiles y la tortuga] es, exactamente, la de El castillo, y el móvil y la flecha y Aquiles son los primeros personajes kafkianos de la literatura» [21]. Sin embargo, para que pudiéramos darnos cuenta de que el primer paradigma de Kafka está cifrado en la antigua paradoja del Estoico, es necesario tener el conocimiento de los dos y, al asociarlos, crear el vínculo de influencia, que, en la percepción del lector, se crea más bien en el sentido contrario a la cronología. Porque si bien es cierto que cronológicamente la influencia se extiende desde Zenón hacia Kafka, también es cierto que la lectura de Kafka, que rige la asociación con Zenón, va en la dirección opuesta, invirtiendo de este modo el proceso de la influencia. La misma regla aplica Borges a los demás «precursores» de Kafka, entre otros, a Robert Browning: «En cada uno de estos textos está la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría. El poema Fears and Scruples de Robert Browning profetiza la obra de Kafka, pero nuestra lectura de Kafka afina y desvía sensiblemente nuestra lectura del poema» [22]. Así es que, a través de nuestra lectura, clasificamos y modificamos los textos anteriores, invirtiendo los zinzor (canales) en el mundo sefirótico de la literatura panteísta. Por consiguiente, en la conclusión final de este ensayo Borges afirma de una manera contundente «El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro» [23].

Así pues, la relación primitiva bilateral (entre el autor y el lector) se convierte en un auténtico “Jardín de los senderos que se bifurcan” (relación reversible entre diversas (re)escrituras y (re)lecturas). Quizá esta visión puede llevar a una posible interpretación del relato que lleva este mismo título paralela a la sugerida por el mismo Borges, según quien el relato es una metáfora del tiempo pero que, al parecer, también podría servir como una dramatización artística del proceso de la creación literaria. Por consiguiente un texto individual, materialmente separado de los demás (recordemos que material significa artificial o incluso falso, según los criterios de este mundo especulativo e idealista) no es sino un tramo del laberinto y su existencia solo tiene sentido precisamente dentro de este laberinto. Separarlo de la totalidad sería comparable al acto de arrancar una rama de un árbol. Como una rama arrancada deja de trasmitir la savia de la cual ella misma se alimenta, se seca y desaparece, un texto recortado artificialmente de la cadena del proceso literario pierde sentido o, por lo menos, una gran parte del significado o significados, preprogramados por los textos anteriores y añadidos por las interpretaciones posteriores.

Por otro lado, según se ha mencionado antes, Borges no limita su aplicación del concepto de la causalidad invertida exclusivamente a la teoría de la literatura. Recuérdese los relatos Examen de la obra de Herbert Quain y La otra muerte en los que también aparece un juego de inversión cronológica. Como recordamos, el mismo título de la obra apócrifa, April March, del escritor ficticio Herbert Quain, constituye un juego de palabras que, de una manera ingeniosa, expone la idea de una marcha atrás (desde abril hacia marzo). Un efecto parecido está descrito en La otra muerte, donde la imaginación del protagonista, fortificada por un deseo poderoso, le permite transformar su pasado infame en un pasado heroico, acabando por trasladar su muerte a una batalla sucedida varias décadas antes. Aparte de sugerir la posibilidad de una reivindicación de la aplicación borgiana de este recurso a la influencia cabalística pero también filosófica (Platón y Bradley), este descubrimiento lleva a otra conclusión particularmente importante para una evaluación global de las influencias filosóficas y místicas en Borges. Se trata de la convicción de que contrariamente a lo que afirma Borges en algunas entrevistas su selección de las mencionadas fuentes no es puramente casual y no se rige exclusivamente por las preferencias estéticas de un literato descreído de las ideas filosóficas o religiosas. Por el contrario, al analizar su predilección de explorar en exclusiva las fuentes idealistas (budismo a través de Schopenhauer, Platón, los neoplatónicos, los gnósticos cristianos, la kábala, etc.) es posible llegar a la conclusión de que la selección de las fuentes se rige por una clara clave ideológica cuyo paradigma es una actitud antinaturalista y antimetafísica, que se manifiesta, en primer lugar, a través del rechazo de la materia y del sujeto, pero que se extiende al rechazo de cualquier ente real, bien sea material, bien sea espiritual. 




CITAS:

[1] "Scholem (...) no cree que las influencias cabalísticas en Borges sean profundas. En una entrevista que mantuvimos hace unos años en Jerusalén me decía: ´Creo que las primeras influencias cabalísticas de Borges no eran muy serias. Él debe de haber leído a los ocultistas franceses e ingleses del tipo de Papus. Además, claro está, de la atmósfera del Golem. Su literatura utiliza elementos cabalistas pero gran parte de esa literatura estaba ya escrita antes de leer mis libros. A mi me leyó más tarde, cuando casi toda su obra estaba ya escrita. El poema El Golem está fechado en 1958 y los cuentos de El Aleph y Ficciones se publicaron entre 1940 1950.´ (Barnatán, M. R. Conocer Borges y su obra. Barcelona, Dopesa, 1978, p. 54). Todas las citas de Borges provienen de la siguiente edición: J. L. Borges, Obras completas, Emecé, Barcelona, 1997, en IV volúmenes. En las notas siguientes, para referirse a esta edición se utilizará la siguiente abreviación: OCI para el primer volumes; OCII para el segundo, etc. 
[2] En la Discusión, OCI pp. 209-212.
[3] Tesis con la que difícilmente se puede estar de acuerdo, visto el carácter por lo menos semicientífico o popularizador de muchos de sus ensayos. Por otro lado y a pesar del carácter superficial de la exposición del tema presente en este ensayo, no se puede negar el acierto con el cual (quizá sobre todo intuitivamente) Borges explora ciertos elementos pertenecientes a la Cábala en la construcción de algunos relatos. Hay que decir también que su conocimiento de la cábala va en aumento a lo largo de los años de su creación literaria, debido a su continuo interés por el tema y, como afirma él mismo, gracias a las entrevistas con G. Scholem. Fruto visible de este crecimiento del conocimiento cabalístico es otro ensayo consagrado al tema: La cábala (en Siete noches (1980), J. L. Borges, OCIII, pp. 267-275), en el cual la exposición parece notablemente más sustentada por el conocimiento de las mencionadas fuentes básicas de la Cábala e incomparablemente más matizada.
[4] Por ejemplo en sus conversaciones con R. Alifano. Véase Alifano, R. Conversaciones con Borges. Buenos Aires, Atlántida (Madrid, Debate, 1986), 1985, pp. 191-196.
[5] Barnatán, M. R., op. cit. p. 55. En la misma entrevista indicaba Borges también otros libros sobre la Cábala, que él había leído, "a Waite, Sérouya, el artículo de la Enciclopedia Británica y a Adolphe Franck." Buscando otras referencias un poco más antiguas, se han de tener en cuenta los años españoles de Borges, en 1919, 1920 1923, época en que visitó frecuentemente a su maestro Rafael Cansinos Assens, el cual, por su descendencia judía y por su preocupación por el tema, le proporcionó algunos conocimientos que despertaron su curiosidad. También hay que tener en cuenta su amistad con un compañero de estudios judío del liceo de Ginebra, Maurice Abramowitz y con otro amigo judío de la época, Simón Jichilinski, citado por vez primera en su obra El otro que abre El libro de arena.
[6] Ibid. p. 56. El subrayado es mío.
[7] El Libro de la claridad, Sefer ha-Bahir (1992), Ediciones Obelisco, Barcelona, p. 6.
[8] El Zohar, El Libro del esplendor, (trad. C. Giol), Obelisco, Barcelona, 1996, p. 22. Para más detalles sobre la cuestión de la paternidad literaria del Zohar véase G. Scholem: Les grands courants de la mystique juive, Ed. Payot, Paris, 1968, (Trad. M.-M. Davy), pp. 172-220.
[9] Alazraki, J. Borges and the Kabbalah, Cambridge University Press, Melbourne, 1988, p. 28.
[10] Entre los libros inexistentes citados en El Zohar hay que enumerar por ejemplo El Libro de Adán, El Libro de Enoch, El Libro del Rey Salomón, El libro de Rav Hammuna Sava, etc. Véase J. Alazraki: Borges and the Kabbalah, op. cit. p. 28.
[11] J. Alazraki: Borges and the Kabbalah, op. cit. p. 28.
[12] Recuérdese que en el planeta Tlön no existe el concepto de plagio puesto que el sujeto de la creación es uno y eterno.
[13] Scholem, G.: Les grands courants..., op. cit. p. 34.
[14] Nota sobre (hacia) Bernard Shaw, OCII p. 125.
[15] G. Scholem.: Les grands courants..., op. cit. p. 32.
[16] Recuérdese que en la introducción al relato El Sur el mismo autor sugiere la posibilidad de una lectura alegórica. Muchos de los relatos aparentemente localistas en el fondo son representaciones alegóricas de la ideas filosóficas favoritas de Borges.
[17] Según Dante (Vita Nuova) la lectura alegórica es única, hay que descubrirla tal y como la había cifrado el autor, sin que el lector tuviera la mínima libertad de interpretación o de una lectura creativa.
[18] También R. Barthes propone una visión semejante de una obra literaria: ‘The problem of style can only be treated by reference to what I shall refer to as layerdness (feuilleté) of the discourse.’ Citado por Alazraki, J. Borges and the Kabbalah, op. cit. p. 8.
[19] Sefer ha-Bahir, El Zohar, Obelisco, Barcelona, 1996, op. cit. p. 9. En el mismo lugar M. Satz alega la siguiente cita del libro de Graves y Patai: Los Mitos Hebreos, (Buenos Aires, 1969): “Adán ve a todas las futuras generaciones de la humanidad colgando de su cuerpo gigantesco; Isaac estudia la Ley Mosaica (revelada diez generaciones después) en la academia de Sem, quien vivió diez generaciones antes que él. En realidad, en el protagonista del mito hebreo no sólo influyen profundamente los hechos, palabras y pensamientos de sus antepasados, y se da cuenta de su profundo efecto en el destino de sus descendientes, sino que influyen en él tanto el comportamiento de sus herederos como el de sus ancestros.” (Ibid. pp. 9-10)
[20 H. Bloom, BLOOM, H. Kabbalah and Criticism, The Seabury Press, New York, 1975, p. 69. Para corroborar su tesis H. Bloom aporta en el mismo lugar una cita de G. Scholem referente a la imagen de los canales (channels – zinzor) de influencia de los diferentes sefirot. Lo sorprendente es que la influencia que se desarrolla entre diferentes sefirot no es idéntica a la dirección de la emanación: “Such channels are paths of reciprocal influence between different sefirot. This process is not a one-way influx from cause to effect; it also operates from effect to cause.” (Citado por H. Bloom, ibid. p. 70)
[21] En Otras Inquisiciones, OCII p. 88.
[22] Ibid. p. 89.
[23] Ibid. pp. 89-90.

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