Páginas

Mostrando entradas con la etiqueta Argentina. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Argentina. Mostrar todas las entradas

2.09.2009

OH…! BAMA!


Por Roberto Daniel León



Días plagados de imágenes y comentarios masivos se suceden sin misericordia, rondando la escena de la victoria electoral de Barak Obama en Estados Unidos, y su casi paradójica llegada a la Casa Blanca. En algún sentido –aparte del tecnológico- pareciera que la humanidad a avanzado, exceptuando a los comunicadores sociales masivos que, aferrados a un cliché, no parecen poder pensar mas allá de lo establecido.


En efecto, no cesan de mencionar el extraordinario “desarrollo” de la “raza negra”, en función de la “igualdad” con los “blancos”, entre otras sandeces con que apabullan a los tele videntes, oyentes o lectores que, desprevenidos y desinformados, adhieren sin reservas a lo dicho a borbotones en los multi medios que hicieron un show de la vida y la muerte, donde lo que importa es llenar espacios mientras se suceden las imágenes y los conductores deben decir algo, lo que sea, para que no haya silencios. Ellos tienen establecido que una sucesión fortuita de acontecimientos positivos debe llamarse milagro y que, en cambio, la misma sucesión fortuita de acontecimientos, pero en sentido negativo, debe llamarse desgracia, tragedia, etc. Y ahí están.


Lejos de este berenjenal, con las desventajas propias del desierto, avanzan quienes piensan en la raza humana. Son quienes aprendieron que algunas diferencias fisonómicas no establecen una raza, que la humanidad se inició en ese lugar de la tierra que hoy conocemos como Africa, que las concepciones y acciones de los seres humanos están condicionadas por su cultura y lo que cada uno pueda hacer con ello, no por sus genes ni, mucho menos, por el color de su piel. Insisten sin embargo, los de más acá, en instalar cierta sensación de que Obama, por el solo hecho de ser negro, podría ser diferente (léase mejor) en su calidad humana, que muchos de sus predecesores en el gobierno de los EE.UU. y su apéndice, el mundo. La pregunta es: ¿En qué cultura armó Obama su estructura psíquica, es decir su persona? ¿Piensa como hindú, como sioux, como araucano?


Cuando Néstor Kirchner llegó a la otra casa, la Rosada, parodiando símbolos de una cultura originaria durante la entrega del bastón de mando, se podía pensar que se trataba de algo –alguien-, diferente. Sin embargo, este señor no hizo su persona en esa cultura; la hizo en una cultura política y social muy diferente: en un movimiento llamado peronismo. Precisamente, que se trate de un movimiento, impide que sea referencial, dado que se torna inasible. Esa sola característica, para no abundar, no lo hace confiable: si hoy lo busca donde estaba ayer, ya no lo encontrará.


Obama no podrá, salvo que haya crecido, ser diferente a lo adquirido en su cultura que, permítanme recordarlo, no es la de ninguna ancestral tribu de Kenia.


¿Por qué llega un negro a presidente de una nación que después de esclavizarlos los persiguió y segregó durante muchísimos años? ¿Porque el pueblo estadounidense creció, o porque Barak ya no es negro?



 Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández

5.22.2008

LA CONTAMINACIÓN MUNDIAL

Por Juan José Oppizzi
Sus Artículos en ADN CreadoreS



Hay sectores que alertan sobre las consecuencias que traerá para el futuro del planeta la constante polución que provoca el hombre. Desde hace unos treinta años, más o menos, nacieron organizaciones ecologistas empeñadas en luchar por la preservación del medio ambiente. Formaron partidos políticos (llamados en Europa “los verdes”) y lograron introducir en las Naciones Unidas su temario. Sus llamados no se interrumpen y, cada vez que sucede una catástrofe climática o un derrame de sustancias químicas, aprovechan para desplegar una estrategia que consiste en poner esos hechos como ejemplo de la devastación que se produce a cada minuto.


Esta labor empeñosa y no siempre entendida en su verdadero alcance benéfico derivó, entre otras cosas, en la firma de un tratado internacional que se bautizó con el nombre de la ciudad donde fue hecho: el Protocolo de Kyoto. En el texto, un numeroso grupo de naciones se comprometió a disminuir la emisión de gases tóxicos a la atmósfera, acción considerada un paso ínfimo, pero paso al fin, para amortiguar el efecto invernadero. Desde ya que varios de los principales emisores de elementos dañinos no suscribieron el pacto y no se molestaron en dar muchas explicaciones que justificaran las negativas. Una de las naciones más reacias a estampar la rúbrica fue Estados Unidos de Norteamérica, y su actitud resulta muy problemática, ya que emite a la atmósfera el treinta por ciento de las emanaciones que el mundo deja escapar. Sumado a otras naciones industrializadas que se negaron a aceptar el compromiso, el volumen de polución que seguirá estropeando el aire reduce el tratado a un gesto poco menos que inútil.

Sin embargo, hubo un aspecto muy útil en las deliberaciones, en los conciliábulos previos a la firma del tratado y en todas las reuniones que las Naciones Unidas continuaron realizando alrededor del tema: el esclarecimiento de cuáles son los verdaderos obstáculos que impiden un acuerdo unánime sobre algo que nos concierne a todos. Siempre que los miembros de organizaciones ecologistas investigaron los procesos de contaminación, se estrellaron con el muro de los grandes capitales, que no le dan importancia alguna a nada que no sea su propio crecimiento. Plantear la necesidad de freno al derrame de líquidos en ríos, de vapores nocivos, a la contaminación sonora, encuentra de parte de las empresas industriales un alerta por los posibles gastos que insumiría la colocación de mecanismos depuradores. Ni nos molestemos en imaginar la respuesta si se trata de una sugerencia más profunda, como la de repensar los sistemas productivos.

Desde la Revolución Industrial, el capitalismo funciona en base a la misma dinámica: crear objetos en series, de diferente grado y utilidad, para venderlos. Con ese fin se reencauzó la explotación de la clase obrera. La falla intrínseca del sistema se reveló a poco de andar: los millones de individuos esclavizados no podían, a su vez, acceder al consumo de los productos que velozmente fabricaban, y como la finalidad del capitalismo fue siempre el mantenimiento de una élite dominadora y el aumento de la masa proletaria, empezó a haber exceso de objetos producidos y falta de consumidores. En esa instancia, la plutocracia tuvo que aflojar algunos de sus postulados. Las convulsiones de 1848 en casi toda Europa, la Comuna de París, las revoluciones Rusa, Mejicana, China y Cubana, por mencionar algunos hechos de los siglos XIX y XX, fueron encendiendo alertas que significaron una mejora en las condiciones de los trabajadores por parte de los capitalistas; éstos se dieron cuenta de que así, amén de prevenir rebeliones, también podían obtener consumidores entre los explotados. Más tarde, el crecimiento de la tecnología le dio a los grandes propietarios del dinero y de los bienes otra ilusión: ya no tendrían que depender de la masa proletaria en los mecanismos productivos; las máquinas reemplazaron a los obreros. Sin embargo, los hombres y mujeres echados del sistema fueron componiendo un sector nuevo: los desocupados, una multitud que tampoco podía ser consumidora de nada, a pesar de que su condición la volvía muy dócil a cualquier propuesta laboral, por humillante que fuera. En la Argentina, por ejemplo, alrededor de diez millones de personas quedaron al margen de las estructuras laborales y sociales en la siniestra década de los noventa. Los pregoneros del neoliberalismo sostuvieron que eso era lo correcto y, pateando futbolísticamente la cuestión hacia delante, dijeron que los desocupados irían incorporándose poco a poco, a medida que el sistema encontrara sus inevitables reacomodamientos. El derrumbe de 2001 dejó en claro el disparate de esa filosofía. La realidad le quitó al capitalismo la validez del cómo.

Ahora, la contaminación mundial le plantea una última sentencia al capitalismo: le quita el para qué. Y esto proviene de su misma idiosincrasia. Un mundo que exhibe dudas enormes en cuanto a la supervivencia de la humanidad es un mundo que comienza a perder sentido; pero, por primera vez en la historia, comienza a perder sentido para todos. La burguesía que gobernó el planeta desde la Revolución Francesa, pudo en todo ese tiempo manejar el destino de gran parte de los habitantes del globo, condenarlos a la miseria y la muerte, sin que su futuro como clase tuviera un final visible. Ahora, una eventual catástrofe ecológica dibuja el corte cierto del camino: ya no habrá nadie libre de las consecuencias.

La actitud de los grandes centros económicos es la peor: ignorar las advertencias y ponerse en contra de las medidas preventivas. Sigue la tala de bosques, el agotamiento de las tierras por laboreo indebido, el envenenamiento de las capas freáticas por los herbicidas, el exterminio de especies animales que cumplen fines equilibrantes. Tal vez su criterio es el único que pueden tener. Una maquinaria que funciona automáticamente en procura de riquezas no conoce el margen de libertad y de imaginación como para pensar otra cosa.. Lo llamativo es que durante siglos los grandes capitalistas se jactaron de ser prácticos, de no perder el tiempo en lirismos inútiles, y en este momento demuestran ser ciegos ante una eventualidad más que previsible.

En algún momento de los años venideros, la humanidad en su conjunto se preguntará con desesperación si no será hora de modificar drásticamente los sistemas que la rigen. Ya no la conducirán a esas reflexiones los ideales filosóficos, políticos o humanísticos que sembraron en otras épocas el ansia de cambio en muchos hombres; será pura y simplemente el instinto de conservación.




Ilustración: Ernst Fucks
Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández

5.12.2008

COPROFAGIA

Por Roberto Daniel León


Darse el gusto es una decisión respetable y hasta admirable, en el ámbito de la vida privada, donde el protagonista es el único afectado. Cada quien puede decidir si deja de comer para adquirir un plasma o si vende el televisor para poder comprar un reproductor de discos de video. No obstante, cuando la decisión involucra a muchos, es justo que se recurra al consenso y se consideren los valores y las necesidades de los otros. 

En este sistema socio político, donde los golpes de efecto son recursos para la consolidación de un poder que no contempla estas condiciones, y que tiene como fin evidente la satisfacción personal, es frecuente encontrar que con la excusa de pertenecer a la “modernidad” se anuncien vuelos a la estratosfera, o se concreten proyectos de construcción de un “tren bala”, cuando millones tienen sus necesidades básicas insatisfechas, cuando el transporte público es lamentable y costoso y las rutas abarrotadas de tránsito son escenario frecuente de tragedias horrorosas. Estas opciones solo son posibles cuando el otro y el Otro han perdido valor en nuestra concepción ética y lo son también con el concurso y la complicidad de muchos, incluidos las víctimas.

No se trata solo de suponer que con el costo del “tren bala” podría alcanzar para reactivar mas de una línea ferroviaria con sus consecuentes beneficios, sino que mas allá de esto yace uno de los nefastos conceptos del capitalismo conocido como neoliberalismo: toda crisis es una oportunidad de negocios, al cual refiere con admirable agudeza la periodista canadiense Naomi Klein. Esta sentencia que con circunspecto aire de sabiduría esgrimen los ejecutivos modernos y muchos pobres aspirantes a tan alto honor, es uno de los tantos eufemismos con que la cultura de la apariencia (packaging) presenta una vieja actitud de desprecio a las personas, a la solidaridad y a la construcción en conjunto. Tiene como resultado la injusticia social, el agrandamiento de la brecha entre ricos y pobres, la violencia y la agresión mutua, siempre entre los damnificados. Es decir, pobres contra pobres.

Toda crisis es una oportunidad de negocios significa, en buen romance, aprovecharse de las necesidades de los demás. No está instalada solamente en los altos círculos del poder económico, sino que se plasma en la calle, en el hombre común. Cuando escuchamos “…encontré a uno que quiere vender su lavadora automática en cien pesos, pero está ahorcado; seguro que si le ofrecés cincuenta te la vende igual” estamos en presencia de toda crisis es una oportunidad de negocios.

En esta modalidad de ejecución, lo que se ejecuta en realidad es toda posibilidad de desarrollo humano, aunque haya ministerios que ostenten este nombre.

Así como la espada y la cruz se convirtieron en símbolo de la conquista de América por parte de un país, los espejitos y vidrios de colores son el símbolo del engaño con que ahora –no un país, sino un poder sin fronteras- se lanza a la conquista de la humanidad. El terreno ya fue preparado para esta conquista y consistió en sustituir –en principio- a la palabra por la imagen. El mundo en imágenes, es un modelo terminado que no requiere elaboración. La palabra en cambio, requiere del pensamiento. Crea y construye. Modifica y perfecciona. Libera a la vez que relaciona.

Sin embargo, por influencia o por azar, se ha desplazado de la escena y lo que se ve, que aparentemente nos conecta, es justamente lo que nos separa y nos destruye: (“tiene cara de delincuente”, “ojos de bueno”, etc). La televisión nos muestra en un paneo los fervorosos aplausos de la tribuna, pero las cámaras omiten hábilmente mostrar al asistente que levanta, en el momento apropiado, la pancarta que indica aplaudir. La imagen, es decir lo que vemos, es insuficiente y limitado; deja afuera contenidos esenciales, embrutece, distorsiona y detiene. Es posible que cuando el viejo dios bíblico prohibía a los hebreos tener imágenes, supiera de qué hablaba. Se hubiesen detenido, precisamente, en la imagen.

Los eufemismos son envoltorios. Imágenes que encubren las palabras. En la sentencia eufemística referida anteriormente, ostentada por exitosos hombres de negocios de la actualidad, no deberíamos perder de vista la condición de los componentes de la ecuación: los negocios siempre son de ellos y la crisis siempre es nuestra. La oportunidad sería la falaz disyuntiva de en que lado estar. Solo que la oportunidad no es de todos y a la hora de elegir, si fuera posible, estar del lado del negocio significaría practicarle un agujero mas al barco en el que vamos todos; solo que la tarea se llevaría a cabo, eso sí, en un ambiente climatizado.