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9.27.2012

EL LOCO


Por Guy de Maupassant

Selección de Javier Alejandro Fernández
Sus Selecciones en ADN CreadoreS



Querido doctor, me pongo en sus manos. Haga usted de mi lo que guste. 

Voy a decirle con toda franqueza mi extraño estado de ánimo, y juzgue si no sería mejor que cuidasen de mí durante algún tiempo en una casa de salud, en vez de dejarme presa de las alucinaciones y sufrimientos que me atormentan. 

Ésta es la historia, larga y exacta, de la singular enfermedad de mi alma.

Vivía yo como todo el mundo, mirando la vida con los ojos abiertos y ciegos del hombre, sin sorprenderme ni comprender. Vivía como viven las bestias, como vivimos todos, cumpliendo todas las funciones de la existencia, analizando y creyendo ver, creyendo saber, creyendo conocer lo que me rodea, cuando un día me di cuenta de que todo es falso.

Fue una frase de Montesquieu la que súbitamente iluminó mi pensamiento. Es ésta: 


"Un órgano de más o de menos en nuestra máquina nos hubiera dado una inteligencia distinta. En una palabra, todas las leyes asentadas sobre el hecho de que nuestra máquina es de una determinada forma serían diferentes si nuestra máquina no fuera de esa forma." 
He pensado en esto durante meses, meses y meses, y poco a poco ha penetrado en mí una extraña claridad, y esa claridad ha creado ahí la oscuridad.

En efecto, nuestros órganos son los únicos intermediarios entre el mundo exterior y nosotros. Es decir, que el ser interior que constituye el yo se halla en contacto, mediante algunos hilillos nerviosos, con el ser exterior que constituye el mundo.

Pero, además de que ese ser exterior se nos escapa por sus proporciones, su duración, sus propiedades innumerables e impenetrables, sus orígenes, su futuro o sus fines, sus formas lejanas y sus manifestaciones infinitas, nuestros órganos, sobre la parcela que de él podemos conocer no nos suministran otra cosa que informes tan inseguros como poco numerosos.

Inseguros, porque únicamente son las propiedades de nuestros órganos las que determinan para nosotros las propiedades aparentes de la materia.

Poco numerosos, porque al no ser nuestros sentidos más que cinco, el campo de sus investigaciones y la naturaleza de sus revelaciones se hallan necesariamente muy restringidos.

Me explico: la vista nos indica las dimensiones, las formas y los colores. Nos engaña en esos tres puntos.

No puede revelarnos otra cosa que los objetos y seres de dimensión media, proporcionados a la estatura humana, lo cual nos lleva a aplicar la palabra grande a determinadas cosas y la palabra pequeño a otras, sólo porque su debilidad no le permite conocer lo que es demasiado vasto o demasiado menudo para él. De ahí resulta que no se sabe ni se ve casi nada, que el universo casi entero le queda oculto, la estrella que habita el espacio y el animálculo que habita la gota de agua.

Incluso aunque tuviera cien millones de veces su potencia normal, aunque viese en el aire que respiramos todas las especies de seres invisibles, así como los habitantes de los planetas próximos, todavía quedarían numerosos infinitos de especies de animales más pequeños y mundos tan lejanos que jamás alcanzaría.

Así pues, todas nuestras ideas de proporción son falsas porque no hay límite posible en la magnitud ni en la pequeñez.

Nuestra apreciación sobre las dimensiones y las formas no tiene ningún absoluto al venir determinada únicamente por la potencia de un órgano y por una comparación constante con nosotros mismos.

Hemos de añadir que la vista todavía es incapaz de ver lo transparente. Un cristal sin defecto la engaña. Lo confunde con el aire que tampoco ve.

Pasemos al color.

El color existe porque nuestra vista está hecha de modo que transmite al cerebro, en forma de color, las diversas formas en que los cuerpos absorben y descomponen, siguiendo su constitución química, los rayos luminosos que dan en ellos.

Todas las proporciones de esa absorción y de esa descomposición constituyen matices.

Así pues, este órgano impone a la inteligencia su modo de ver, mejor dicho, su forma arbitraria de constatar las dimensiones y de apreciar las relaciones de la luz y la materia.

Analicemos el oído.

Somos juguetes y víctimas, más todavía que en el caso de la vista, de ese órgano fantasioso.

Dos cuerpos, al chocar, producen cierta vibración de la atmósfera. Ese movimiento hace estremecerse en nuestra oreja cierta pielecilla que trueca inmediatamente en ruido lo que en realidad no es otra cosa que una vibración.

La naturaleza es muda. Pero el tímpano posee la propiedad milagrosa de transmitirnos en forma de sentidos, y de sentidos diferentes según el número de vibraciones, todos los estremecimientos de las ondas invisibles del espacio.

Esa metamorfosis realizada por el nervio auditivo en el breve trayecto de la oreja al cerebro nos ha permitido crear un arte extraño, la música, la más poética y precisa de las artes, vaga como un sueño y exacta como el álgebra.

¿Qué decir del gusto del olfato? ¿Conoceríamos los perfumes y la calidad de los alimentos sin las propiedades peregrinas de nuestra nariz y nuestro paladar?

Sin embargo, la humanidad podría existir sin oído, sin gusto y sin olfato, es decir, sin ninguna noción del ruido, del sabor y del olor.

Así pues, si tuviéramos algunos órganos menos, desconoceríamos cosas admirables y singulares, pero si tuviéramos algunos más, descubriríamos a nuestro alrededor una infinidad de otras cosas que nunca supondremos por falta de medio para constatarlas.

Por lo tanto, nos equivocamos cuando juzgamos lo Conocido, y estamos rodeados de Desconocido inexplorado.

Por lo tanto, todo es inseguro, y puede apreciarse de diferentes maneras.

Todo es falso, todo es posible, todo es dudoso.

Formulemos esta certidumbre sirviéndonos del viejo proverbio: 
"Verdad a este lado de los Pirineos, error al otro lado."

Y decimos: verdad en nuestro órgano, error en el de al lado.

Dos y dos no deben ser cuatro fuera de nuestra atmósfera.

Verdad en la tierra, error más lejos, de donde deduzco que los misterios vislumbrados como la electricidad, el sueño hipnótico, la transmisión de la voluntad, la sugestión y todos los fenómenos magnéticos sólo siguen ocultos para nosotros porque la naturaleza no nos ha proporcionado el órgano o los órganos necesarios para comprenderlos.

Después de haberme convencido de que todo lo que me revelan mis sentidos sólo existe para mí tal como yo lo percibo, y de que sería totalmente diferente para otro ser organizado de otro modo, después de haber llegado a la conclusión de que una humanidad hecha de otra forma tendría sobre el mundo, sobre la vida y sobre todo ideas absolutamente opuestas a las nuestras, porque el acuerdo de las creencias sólo deriva de la similitud de los órganos humanos, y las divergencias de opiniones provienen únicamente de ligeras diferencias de funcionamiento de nuestros hilillos nerviosos, he hecho un esfuerzo de pensamiento sobrehumano para suponer lo impenetrable que me rodea.

¿Me he vuelto loco?

Me he dicho: "
Estoy rodeado de cosas desconocidas." He supuesto al hombre desprovisto de orejas y he supuesto el sonido como suponemos tantos misterios ocultos; el hombre constata fenómenos acústicos cuya naturaleza y procedencia no podría determinar. Y he tenido miedo de todo lo que me rodea, miedo del aire, miedo de la oscuridad. Desde el momento en que no podemos conocer casi nada, y desde el momento en que todo es ilimitado, ¿qué es el resto? ¿No es el vacío? ¿Qué hay en el vacío aparente? 

Y ese terror confuso de lo sobrenatural que acosa al hombre desde el nacimiento del mundo es legítimo, porque lo sobrenatural no es otra cosa que lo que permanece velado para nosotros.

Entonces he comprendido el espanto. Me ha parecido que rozaba constantemente el descubrimiento de un secreto del universo.

He intentado aguzar mis órganos, excitarlos, hacerles percibir por momentos lo invisible.

Me he dicho: 

"Todo es un ser. El grito que pasa en el aire es un ser comparable a la bestia, puesto que nace, produce un movimiento y se transforma incluso para morir. Por lo tanto, el espíritu pusilánime que cree en seres incorpóreos no se equivoca. ¿Quiénes son?" 
¡Cuántos hombres los presienten, se estremecen cuando se acercan, tiemblan con su imperceptible contacto! Uno los siente a su lado, alrededor, pero es imposible distinguirlos, porque no tenemos los ojos que los verían, o mejor dicho el órgano desconocido que podría descubrirlos.

Así pues, sentía en mí, más que nadie, a esos transeúntes sobrenaturales. ¿Seres o misterios? ¿Lo sé acaso? No podría decir lo que son, pero siempre podría señalar su presencia. Y he visto —he visto un ser invisible— hasta donde puede verse a esos seres.

Permanecía noches enteras inmóvil, sentado ante mi mesa, con la cabeza entre las manos y pensando en esto, pensando en ellos. De pronto creí que una mano intangible, o más bien un cuerpo inasequible, rozaba ligeramente mi pelo. No me tocaba, por no ser de esencia carnal, sino de esencia imponderable, incognoscible.

Pero una noche oí crujir el entarimado a mis espaldas. Crujió de un modo singular. Me estremecí. Me volví. No vi nada. Y no volví a pensar en ello.

Pero al día siguiente, a la misma hora, se produjo el mismo ruido. Tuve tanto miedo que me levanté, seguro, completamente seguro de que no estaba solo en mi cuarto. No se veía nada sin embargo. El aire estaba límpido y transparente en todas partes. Mis dos lámparas iluminaban todos los rincones.

El ruido no se repitió y fui calmándome poco a poco; sin embargo, permanecía inquieto y me volvía a menudo.

Al día siguiente me encerré a hora temprana, buscando la forma en que podría conseguir ver lo Invisible que me visitaba.

Y lo vi. Estuve a punto de morir de terror.

Había encendido todas las bujías de mi chimenea y de mi lustro. La habitación estaba iluminada como para una fiesta. Sobre la mesa ardían mis dos lámparas.

Frente a mí, la cama, una vieja cama de roble con columnas. A la derecha, mi chimenea. A la izquierda, la puerta, con el cerrojo echado. A mi espalda, un grandísimo armario de luna. Me miré en él. Tenía unos ojos extraños y las pupilas muy dilatadas.

Luego me senté como todos los días.

La víspera y la antevíspera el ruido se había producido a las nueve y veintidós minutos. Esperé. Cuando llegó el momento preciso, percibí una sensación indescriptible, como si un fluido, un fluido irresistible hubiera penetrado en mí por todas las parcelas de mi carne, sumiendo mi alma en un espanto atroz. Y se produjo el crujido, justo a mi lado.

Me incorporé volviéndome tan deprisa que estuve a punto de caerme. Se veía como en pleno día, ¡Pero yo no me vi en el espejo! Estaba vacío, claro, lleno de luz. Yo no estaba dentro, y sin embargo me hallaba enfrente. Lo miré con ojos enloquecidos. No me atrevía a avanzar hacia él, sintiendo que entre nosotros se interponía él, lo Invisible, y que me tapaba.

¡Qué miedo pasé! Y he aquí que empecé a verlo envuelto en bruma en el fondo del espejo, en una bruma como a través del agua; y me parecía que aquella agua fluía de izquierda a derecha, lentamente, volviéndome más preciso segundo a segundo. Era como el final de un eclipse. Lo que me tapaba no tenía contornos, sino una especie de transparencia opaca que iba aclarándose poco a poco.

Y finalmente pude verme con claridad, como hago todos los días cuando me miro.

¡Lo había visto!

Y no he vuelto a verlo.

Pero lo espero sin cesar, y siento que mi cabeza se extravía en esa espera.

Permanezco horas, noches, días y semanas delante del espejo esperándole. ¡Ya no viene!

Ha comprendido que yo le había visto. Mas yo sé que le esperaré siempre, hasta la muerte, que le esperaré sin descanso, delante de ese espejo, como un cazador al acecho.

Y en ese espejo empiezo ver imágenes locas, monstruos, cadáveres horribles, toda clase de bestias espantosas, de seres atroces, todas las visiones inverosímiles que deben acosar la mente de los locos.

Ésta es mi confesión, querido doctor. Dígame qué debo hacer.




Portada: Michael Hussar
Diagramación & DG: Pachakamakin


10.22.2008

MAS ALLA DE ORION: DE MITOS FANTASMAS Y LUGARES IMAGINARIOS

 Por Domingo Largo Rodríguez
Sus Artículos en ADN CreadoreS






Cualquiera que haya contemplado a través de un pequeño Telescopio, de los habitualmente utilizados por los Aficionados a la Astronomía, el planeta Marte, o cualquier otro de los Planetas más habitualmente observados, por razón de su tamaño o magnitud, sabe muy bien que la visión que se obtiene no se parece en casi nada a esos gráficos vistosos y llenos de colorido con los que nos obsequian la Televisión periódicamente, cada vez que un Fenómeno Astronómico de cierta importancia nos visita, y que invariablemente suelen resultar tan falsos como inoportunos, repetidos se trate de un Cometa, un Eclipse, o el Descubrimiento de un Nuevo Planeta, y normalmente sin que las imágenes tengan que ver demasiado con la noticia, aunque eso sí, sin faltarles la "oportuna" voz en off informándonos de la "grandiosidad del Cosmos" o cosas similares.

A través de un Telescopio de aficionado, Saturno o Júpiter aparecen, literalmente, como pequeños fantasmas blancuzcos, de silueta quebradiza e irregular, que atraviesan fugazmente nuestro campo de visión dándonos apenas tiempo a percibirlos levemente. Estos Telescopios, por su escaso campo de visión, no lo permiten en cuanto no colocamos un ocular de más de 200 aumentos, sino un reducidísimo y oscuro campo de pocos grados. 


Si a ello se une la Rotación de la Tierra, cuyo efecto aparente es el movimiento nocturno de la Esfera Celeste y cuanto contiene, desde el Este al Oeste, alrededor de la Polar, la vista de los Planetas se asemeja a contemplar una gotita de leche hundiéndose veloz dentro de un vaso de agua turbia.

Contemplaba hace poco el Marte brillante y orgulloso con el que nos ha obsequiado Junio en el Sureste en estas condiciones, y no dejaba de pensar en Percival Lowell, el Astrónomo estadounidense que dedicó su vida, su vista y su salud a defender su idea de los Canales de Marte. Contemplaba yo apenas un diminuto círculo rojizo que vibraba ante mis ojos cansados por efecto de la agitación de la Atmósfera, y no podía dejar de comprender, hasta cierto punto, la fascinación con la que Lowell debía contemplar, o imaginar que contemplaba, noche tras noche, a aquellas fantasmagóricas obras de ingeniería gigante.

Lo realmente asombroso de Cidonia o de los Canales de Marte radica no en sí mismos, sino en la capacidad de fascinación que ejercen sobre nosotros. Imaginamos lugares, mejor cuanto más lejanos, y proyectamos sobre ellos todos nuestros Símbolos, aquellos Arquetipos de los que hablaba Jung, que constituyen buena parte de nuestra vida inconsciente. 


A principios de Siglo, cuando apenas comenzábamos a asomarnos a las Maravillas del cielo nocturno, los Primeros Científicos, basándose en la hipótesis de Laplace según la cual los Planetas se habían formado a partir de la Materia Solar, desde el Sol hacia la periferia, establecieron la idea de que si la Tierra era el mundo habitable, real y presente, Venus, más cercano al Sol, debería representar la Juventud, la Edad Antigua: allí donde aún no había habido Hombres; Marte, por el contrario, más lejano y más viejo que nosotros debía representar el Futuro: allí donde ya había sucedido cuanto habrá de aparecer aquí. 

Además, la Capa de Nubes que cubre Venus hizo pensar de inmediato en el ambiente del Cámbrico. Aquel debía de ser sin duda el Jardín del Edén, un mundo que comienza, que seguramente oculta bajo sus nubes mundos oceánicos y bosques tropicales, donde, tal vez, pululaban aún los dinosaurios. ¿Y Marte? ¿Qué ocultarían sus Desiertos de arena rojiza y sus Canales? ¿Acaso no el paisaje de la pura melancolía, allí las ruinas de Civilizaciones que fueron como la nuestra, que como nosotros se creyeron inmortales y que al igual que habrá de sucedernos, pasaron al olvido? Imaginemos un mundo en el qué empezar de nuevo: Venus; imaginemosd un mundo en el que reflexionar acerca de lo frágil de la Vida y del Tiempo: Marte.


Importa poco que los Descubrimientos Científicos fueran poco a poco borrando esa imagen poética. Sin embargo, la idea es tan cautivadora en sí misma, que no fueron pocos los escritores que la utilizaron en sus narraciones, durante la Edad de Oro de la Ciencia Ficción, cuando -como dice Asimov-:
"...Aún no habíamos pasado por muchas cosas, y éramos jóvenes, y el espacio estaba poblado por chicas estupendas con falditas plateadas". 
Años más tarde, Ray Bradbury retomará la imagen en sus Crónicas Marcianas aunque recuperando toda su carga de profunda desazón, de enorme tristeza. Como dirá Borges: 
"¿Por qué estos cuentos fantasiosos escritos por un hombre sencillo en el porche de su casa de campo, situados en un planeta Marte que en realidad es el pueblucho árido de su infancia, pueden causarme esta profunda inquietud?". 
En otros cuentos, al leer "año 3000" no podemos evitar una sonrisa burlona; leemos en éstos "año 2000" y verdaderamente al decir de Borges, precisamente por esa familiaridad con nuestro entorno conocido y al mismo tiempo por la distancia que supone el colocarlos en ese lugar mítico, no podemos evitar sentir en nuestro espinazo "la carga enorme del tiempo".

Entorno mítico, esa es la Clave. Lo que logró el equipo de Blade Runner de manera tan Magistral, mucho más convincente incluso que la novela de Dick, es enhebrar en nuestro ánimo la idea de que lo que contemplamos en la pantalla es la encarnación de un Mito; de un Mito nuevo, revestido de personajes desconocidos -Deckard, Rachael, Pris y Roy Batty- y al mismo tiempo reconocibles, como en cualquier auténtico Mito. La Literatura, como nuestro cerebro, se nutre en realidad de pocas figuras: Hamlet es Hamlet, pero está en Aquiles; igual que Aquiles está en Sansón; lo mismo que sobre Judas Iscariote cabalga la sombra de Caín. En una novela moderna aparecerán con otros nombres, pero será la referencia al Mito del que se nutren lo que les haga perdurar. Cuando el Mito se
encarna de forma especialmente Magistral, como el caso de Blade Runner entonces serán los Personajes del Cuento los que adquieran a su vez, de forma separada, la condición de Mito. Así, Roy Batty es ya un Mito en sí mismo, aunque tras su figura percibamos sin duda la figura del monstruo de Frankenstein.

Fue Rutger Hauer -actor encargado de dar vida en la pantalla a Roy Batty- el Autor improvisado de ese monólogo maravilloso que ha quedado en la memoria de cuantos vimos Blade Runner con embeleso, convencidos de que aquella película quedaría ya para siempre en nuestras vidas. Orión... el Cazador.

Según la Mitología Griega, Orión se jactaba de poder cazar cualquier criatura, por grande y poderosa que fuese. Para castigarle por su soberbia, Gea le envió un Escorpión mientras dormía, que le mordió en un pie, causándole la muerte. Compadecida, Diana, Cazadora de su Discípulo, le colocó en el Firmamento, en forma de Constelación. Fue Flammarion, el primero en referirse a Orión como "La California del Cielo", en feliz expresión que popularizaron después los Astrónomos estadounidenses. En efecto, en pocos rincones del Cielo pueden encontrarse juntos tantos Fenómenos dignos de Estudio.

Orión es un Símbolo de la Sucesión del Tiempo, de la alternancia entre la Vida y la Muerte. Tanto Rigel como Betelgeuse, sus dos gigantes blanco-azulada y roja respectivamente, están en la Fase Final de la vida de las Estrellas. De su masa y de sus condiciones particulares, dependerá el que muy pronto tengan que "decidirse" entre seguir expandiéndose en una esfera rojiza, cada vez mayor y más tenue, más ligera, o, por el contrario, si sus masas son lo suficientemente grandes para Atraer hacia su Centro a su capa exterior, empezar a contraerse hasta convertirse en una enana blanca o quizás, en un Agujero Negro. 

Al mismo tiempo, Radiotelescopios del mundo entero se orientan hacia el Centro de la nebulosa que ocupa el Centro de la Constelación, cerca de las Tres Estrellas Pálidas de lo que se conoce como "El Cinturón", también llamadas "Tres Marías" o "Tres Reyes". Allí, por el contrario, nacen Nuevas Estrellas Azuladas y Jóvenes, que todavía están formándose. 

Pero es que Orión y Escorpio se sitúan aproximadamente a la misma Latitud y muy separadas, de forma que cuando una sale la otra se pone, y así al Cazador orgulloso en lo alto le sigue su Verdugo, y viceversa, alternándose los dos en ostentar la Máxima Altura en el cielo nocturno o por contra la "humillación" del Ocaso. De esta manera, Ciencia y Leyenda se unen de forma simple y a la vez maravillosa, para cuantos iniciados sepan leer las Leyendas Inscritas en las Estrellas.

Remontémonos a los Sabios Griegos, a los Navegantes Fenicios o a los Druidas Celtas, fueron ellos los Primeros en utilizar el Cielo para dejar constancia en él de sus Leyendas, de sus Mitos, Tejidos por siglos de Observación, trenzados con siglos de Sabiduría. También en el Siglo XVIII los Navegantes europeos pudieron poner Nombre a las Estrellas Nuevas que iban descubriendo al adentrarse en el Hemisferio Sur. Pero, salvo excepciones, lo que pusieron en el Cielo era lo que llevaban en sus cabezas modernas e ilustradas: Telescopios y Microscopios, Máquinas e Instrumentos. En el Norte, por contra, Civilizaciones volcadas a la Observación de los Astros dejaron constancia desde el Principio de los Tiempos de cuantos Símbolos poblaban su Memoria.

¿Por qué un Cazador en el monólogo de Roy Batty? Desde siempre ha sido un tópico del Género la aparición de un personaje que, formando parte del engranaje totalitario de una sociedad futura, en un momento dado tome conciencia e intente cambiar las cosas. Es el Montag, de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, el Deckard de Scott, en Blade Runner, el protagonista de La fuga de Logan. Todos ellos comenzarán las respectivas novelas formando parte de estructuras militares o paramilitares contra las que irán descubriendo una identidad propia que les irá acercando a sus víctimas, hasta ponerse de su parte. Orión, como Deckard, es el orgullo vencido, la soberbia que cae en la cuenta.

Al final, será cuestión de acercarnos a la Ciencia Ficción en particular, y a la Literatura en general, tratando de ver lo que se esconde tras las apariencias. El ser humano no ve el mundo, lo reinventa a cada mirada. Esto lo sabemos desde siempre -probablemente desde La Caverna, de Platón-, aunque fuese Kant quien lo redescubriese. Al final,
Cielo y Tierra no son sino un gigantesco tapiz contra el que proyectamos nuestros propios Fantasmas, o por decirlo de otro modo, un Espejo en el que nos miramos a nosotros mismos, quizás sin darnos cuenta. 


Lo maravilloso de ciertas Obras literarias o cinematográficas, como Blade Runner o las Leyendas Artúricas, es el grado de Perfección, el número de Matices diferentes, que pueden añadir a ese Espejo. Igual que cuando Jung explicaba la Baraja de Tarot no como medio de Adivinar el Futuro, sino como Espejo para que aquel que Echa las Cartas se explore a Sí Mismo a través de los Símbolos múltiples y a la vez interrelacionados que las Cartas proponen, en cada tirada.

Y por supuesto, algo más, porque siempre hay algo más en un Mito. Acudan a una Biblioteca y consulten un Mapa de Estrellas, en el que encontraran las distintas Constelaciones. Cerca, muy cerca de la de Orión, se toparan con la Constelación de Monoceros: el Unicornio. Justo allí donde el amigo Hauer/Batty nos dijo que estaría: apenas un poco "Más allá de Orión".




Diseño & Diagramación: Pachakamakin