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7.02.2012

CRUEL EN EL CARTEL


Por Damián Tabarovsky



No recuerdo si fue bajo el gobierno de Macri, Telerman, Ibarra o incluso antes, en el de De la Rúa, cuando era jefe de Gobierno de la Ciudad. Pero recuerdo con exactitud que eran unos afiches que decían “La cultura llegó a los barrios”, donde se indicaban las actividades en los centros culturales barriales. Sería demasiado fácil burlarse de esos viejos carteles que ya no recuerda nadie: la idea de que la cultura “llega” a un barrio, es decir que se irradia desde el centro para llegar al barrio –que, obviamente, antes de esa llegada no tenía cultura–, es tan rudimentaria que ni vale la pena detenerse. 

Otro asunto son las instituciones culturales y sus comercios que, como sabemos, son cada vez más escasos en las barriadas porteñas. Cines que se han vuelto garajes o templos, librerías que han cerrado, centros culturales abandonados, son avatares de todos los días. Y si ya casi no hay esa clase de establecimientos, tampoco llegan demasiado las publicidades sobre temas culturales. A mí me gusta andar por las anchas avenidas del centro sólo para ver las propagandas de las películas por estrenar, de las obras de teatro, de los megarrecitales auspiciados por cervezas o celulares. 

Por eso, mucho me sorprendió, yendo a visitar a un amigo, la inmensa cantidad de afiches publicitarios de Evita. Jirones de su vida, de Felipe Pigna, pegados en la avenida Alvarez Thomas a la altura de la calle Estomba, en esa zona en que no se sabe si aún es Villa Ortúzar o ya es Villa Urquiza o incluso Colegiales. Llegado a la casa de mi amigo, le comenté el hallazgo y rápidamente, como en procesión cultural, nos dirigimos a la esquina en cuestión. Efectivamente, allí estaban los afiches, inmensos, resplandecientes. El mercado editorial también se ocupa de los barrios. Y entonces, mientras mirábamos levemente embobados la reproducción de la tapa del libro (una ilustración que muestra a Evita rodeada de niños), se nos ocurrió sacar la cuenta de cuántos libros, en estos últimos años, se escribieron sobre Evita y/o Perón y/o el peronismo: cuando, sin hacer demasiados esfuerzos, ya habíamos contabilizado 116 (entre narrativa, poesía, ensayo, no ficción) se largó a llover y tuvimos que guarecernos bajo un techito: eso sí que es el clima de época. Y de repente, nos surgió la duda: ¿Pigna no había ya escrito sobre Evita? Que sí, que no, que cómo Pigna iba a dejar pasar un filón así, que si también Pacho O’Donnell había escrito o no; cuando de golpe vimos algo en el cartel que hasta ese momento nos había pasado desapercibido: una especie de asterisco, una llamada, una estrellita de mil puntas que en su interior decía “Nuevo libro”.

Todo ocurría como si la propia publicidad se hubiera percatado de nuestras dudas y las había resuelto con un pequeño asterisco. ¡El libro era nuevo! ¿Y cómo podía ser entonces que nos parecía irremediablemente conocido? ¿Cómo podía ser que nos parecía que el libro ya había sido publicado hace años, y no sólo eso, sino también que ya lo habíamos leído (sin necesidad de leerlo), que ya sabíamos todo sobre el libro? El secreto de la publicidad: volver familiar aquello que ya nos era familiar (ese es también el secreto de buena parte de la literatura contemporánea de mercado o de la investigación histórica o periodística ídem: lo nuevo que no renueva nada).

Algo mojados llegamos a la casa de mi amigo, y uno de nosotros preguntó sobre los efectos culturales o políticos que pueden causar esos “nuevos” libros, los debates o discusiones que se pueden generar en torno de él. Un silencio entre piadoso y perplejo se apoderó de la habitación. Entre tanta retórica épica y contrarretórica inexpresiva, el mercado es el gran ausente de las discusiones políticas de estos años. En silencio, la casa gana.


Ilustración: Pachakamakin
Diagramación & DG: Pachakamakin

2.09.2009

OH…! BAMA!


Por Roberto Daniel León



Días plagados de imágenes y comentarios masivos se suceden sin misericordia, rondando la escena de la victoria electoral de Barak Obama en Estados Unidos, y su casi paradójica llegada a la Casa Blanca. En algún sentido –aparte del tecnológico- pareciera que la humanidad a avanzado, exceptuando a los comunicadores sociales masivos que, aferrados a un cliché, no parecen poder pensar mas allá de lo establecido.


En efecto, no cesan de mencionar el extraordinario “desarrollo” de la “raza negra”, en función de la “igualdad” con los “blancos”, entre otras sandeces con que apabullan a los tele videntes, oyentes o lectores que, desprevenidos y desinformados, adhieren sin reservas a lo dicho a borbotones en los multi medios que hicieron un show de la vida y la muerte, donde lo que importa es llenar espacios mientras se suceden las imágenes y los conductores deben decir algo, lo que sea, para que no haya silencios. Ellos tienen establecido que una sucesión fortuita de acontecimientos positivos debe llamarse milagro y que, en cambio, la misma sucesión fortuita de acontecimientos, pero en sentido negativo, debe llamarse desgracia, tragedia, etc. Y ahí están.


Lejos de este berenjenal, con las desventajas propias del desierto, avanzan quienes piensan en la raza humana. Son quienes aprendieron que algunas diferencias fisonómicas no establecen una raza, que la humanidad se inició en ese lugar de la tierra que hoy conocemos como Africa, que las concepciones y acciones de los seres humanos están condicionadas por su cultura y lo que cada uno pueda hacer con ello, no por sus genes ni, mucho menos, por el color de su piel. Insisten sin embargo, los de más acá, en instalar cierta sensación de que Obama, por el solo hecho de ser negro, podría ser diferente (léase mejor) en su calidad humana, que muchos de sus predecesores en el gobierno de los EE.UU. y su apéndice, el mundo. La pregunta es: ¿En qué cultura armó Obama su estructura psíquica, es decir su persona? ¿Piensa como hindú, como sioux, como araucano?


Cuando Néstor Kirchner llegó a la otra casa, la Rosada, parodiando símbolos de una cultura originaria durante la entrega del bastón de mando, se podía pensar que se trataba de algo –alguien-, diferente. Sin embargo, este señor no hizo su persona en esa cultura; la hizo en una cultura política y social muy diferente: en un movimiento llamado peronismo. Precisamente, que se trate de un movimiento, impide que sea referencial, dado que se torna inasible. Esa sola característica, para no abundar, no lo hace confiable: si hoy lo busca donde estaba ayer, ya no lo encontrará.


Obama no podrá, salvo que haya crecido, ser diferente a lo adquirido en su cultura que, permítanme recordarlo, no es la de ninguna ancestral tribu de Kenia.


¿Por qué llega un negro a presidente de una nación que después de esclavizarlos los persiguió y segregó durante muchísimos años? ¿Porque el pueblo estadounidense creció, o porque Barak ya no es negro?



 Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández

5.12.2008

COPROFAGIA

Por Roberto Daniel León


Darse el gusto es una decisión respetable y hasta admirable, en el ámbito de la vida privada, donde el protagonista es el único afectado. Cada quien puede decidir si deja de comer para adquirir un plasma o si vende el televisor para poder comprar un reproductor de discos de video. No obstante, cuando la decisión involucra a muchos, es justo que se recurra al consenso y se consideren los valores y las necesidades de los otros. 

En este sistema socio político, donde los golpes de efecto son recursos para la consolidación de un poder que no contempla estas condiciones, y que tiene como fin evidente la satisfacción personal, es frecuente encontrar que con la excusa de pertenecer a la “modernidad” se anuncien vuelos a la estratosfera, o se concreten proyectos de construcción de un “tren bala”, cuando millones tienen sus necesidades básicas insatisfechas, cuando el transporte público es lamentable y costoso y las rutas abarrotadas de tránsito son escenario frecuente de tragedias horrorosas. Estas opciones solo son posibles cuando el otro y el Otro han perdido valor en nuestra concepción ética y lo son también con el concurso y la complicidad de muchos, incluidos las víctimas.

No se trata solo de suponer que con el costo del “tren bala” podría alcanzar para reactivar mas de una línea ferroviaria con sus consecuentes beneficios, sino que mas allá de esto yace uno de los nefastos conceptos del capitalismo conocido como neoliberalismo: toda crisis es una oportunidad de negocios, al cual refiere con admirable agudeza la periodista canadiense Naomi Klein. Esta sentencia que con circunspecto aire de sabiduría esgrimen los ejecutivos modernos y muchos pobres aspirantes a tan alto honor, es uno de los tantos eufemismos con que la cultura de la apariencia (packaging) presenta una vieja actitud de desprecio a las personas, a la solidaridad y a la construcción en conjunto. Tiene como resultado la injusticia social, el agrandamiento de la brecha entre ricos y pobres, la violencia y la agresión mutua, siempre entre los damnificados. Es decir, pobres contra pobres.

Toda crisis es una oportunidad de negocios significa, en buen romance, aprovecharse de las necesidades de los demás. No está instalada solamente en los altos círculos del poder económico, sino que se plasma en la calle, en el hombre común. Cuando escuchamos “…encontré a uno que quiere vender su lavadora automática en cien pesos, pero está ahorcado; seguro que si le ofrecés cincuenta te la vende igual” estamos en presencia de toda crisis es una oportunidad de negocios.

En esta modalidad de ejecución, lo que se ejecuta en realidad es toda posibilidad de desarrollo humano, aunque haya ministerios que ostenten este nombre.

Así como la espada y la cruz se convirtieron en símbolo de la conquista de América por parte de un país, los espejitos y vidrios de colores son el símbolo del engaño con que ahora –no un país, sino un poder sin fronteras- se lanza a la conquista de la humanidad. El terreno ya fue preparado para esta conquista y consistió en sustituir –en principio- a la palabra por la imagen. El mundo en imágenes, es un modelo terminado que no requiere elaboración. La palabra en cambio, requiere del pensamiento. Crea y construye. Modifica y perfecciona. Libera a la vez que relaciona.

Sin embargo, por influencia o por azar, se ha desplazado de la escena y lo que se ve, que aparentemente nos conecta, es justamente lo que nos separa y nos destruye: (“tiene cara de delincuente”, “ojos de bueno”, etc). La televisión nos muestra en un paneo los fervorosos aplausos de la tribuna, pero las cámaras omiten hábilmente mostrar al asistente que levanta, en el momento apropiado, la pancarta que indica aplaudir. La imagen, es decir lo que vemos, es insuficiente y limitado; deja afuera contenidos esenciales, embrutece, distorsiona y detiene. Es posible que cuando el viejo dios bíblico prohibía a los hebreos tener imágenes, supiera de qué hablaba. Se hubiesen detenido, precisamente, en la imagen.

Los eufemismos son envoltorios. Imágenes que encubren las palabras. En la sentencia eufemística referida anteriormente, ostentada por exitosos hombres de negocios de la actualidad, no deberíamos perder de vista la condición de los componentes de la ecuación: los negocios siempre son de ellos y la crisis siempre es nuestra. La oportunidad sería la falaz disyuntiva de en que lado estar. Solo que la oportunidad no es de todos y a la hora de elegir, si fuera posible, estar del lado del negocio significaría practicarle un agujero mas al barco en el que vamos todos; solo que la tarea se llevaría a cabo, eso sí, en un ambiente climatizado.